NSegunda entrega de la serie de columnas sobre la lucha de Vieques y en conmemoración de los campamentos de desobediencia civil en el campo de tiro. Los textos son comentarios del autor sobre el paso del tiempo, la memoria y las tareas pendientes en Vieques, a partir de una lectura del performance político de aquella lucha visto desde hoy, luego de la jornada Ricky Renuncia.
o recordaba si, tras la primera noche en Monte Carmelo, habíamos pasado en Vieques uno o dos días. Tuve que volver a mirar los videos de ese viaje para recordar lo que hicimos el segundo día. Solo conservo dos fotos de aquellas horas antes del regreso, ambas tomadas en una visita a la oficina de la alcaldesa Manuela Santiago. Dentro de una de esas fotografías, aparece otra fotografía que ha llamado mi atención. Al ver las grabaciones de videos de aquel viaje, también he descubierto otras imágenes que quisiera rescatar.
Iniciamos el segundo día con una toma que recoge la vista desde Monte Carmelo. La cámara Super VHS que llevé a la Isla Nena tenía un zoom digital de baja resolución que permitió que Joseph se acercara al paso de un buque de guerra por la costa de Vieques. Había mucho viento allá arriba. La imagen tiembla, quizás por el viento, quizás porque presiente algún peligro. Casi al final de la siguiente cinta, que recoge las últimas imágenes de nuestro viaje, vuelvo a capturar un zoom en el que aparece una nube de tierra levantada por un cañonazo. Tuve dificultades para enfocar aquella nube que delataba la pesadilla cotidiana del pueblo viequense.
Al salir de Monte Carmelo hacia el pueblo, me bajé de la camioneta a grabar el letrero de aquella comunidad: Monte Carmelo, Bienvenidos, Tierra de Valientes. La mañana estuvo repleta de textos. Otro escrito que incitó las peripecias de aquella travesía fue una carta redactada por los hermanos Zenón, dirigida al presidente Clinton, contra la presencia militar de la marina en Vieques. La cámara enfoca el momento en que Gazir le dio a firmar aquella carta a una joven en la plaza del pueblo. La joven se sorprendió al saber que en Vieques se depositaban desperdicios tóxicos vinculados a las maniobras militares.
Fuimos luego hasta la casa alcaldía, frente a la plaza pública. Intentamos darle una sorpresa a Manuela Santiago y poner las cartas sobre la mesa. No contábamos con la astucia del municipio, que tenía otras cartas guardadas debajo de la manga, o tal vez sea más preciso decir: debajo de la ceiba. La alcaldesa nos hizo esperar un largo rato, quizás con la esperanza de que termináramos yéndonos. Como no nos fuimos y ella nunca nos dio la cara, al final tuvo que atendernos el vice alcalde. No era la primera vez que Manuela dejaba plantados a quienes la buscaban. Horas más tarde, Edwin, un joven sobreviviente de cáncer de barrio Luján, nos confirmó que la negativa de la alcaldesa a atender nuestros reclamos era parte de su modus operandi: “ella nunca da la cara.”
Después de tantos años, ahora que vuelvo a mirar bien estas fotografías, me doy cuenta que la alcaldesa aparece en una foto dentro de la foto en que aparecemos esperándola. Manuela nunca nos dio la cara porque tenía su carita muy bien escondidita entre las raíces y el tronco de una ceiba. Esa misma ceiba centenaria, tan fotogénica en su abrazo a todos los viequenses, tuvo que ser defendida por la familia Zenón en el 2004, pues Dámaso Serrano, un alcalde que al menos sí me dio la cara y me concedió una entrevista, intentó cederle a una norteamericana los terrenos aledaños a la ceiba.
Salgamos de la foto dentro de la foto y volvamos a la oficina del municipio. La carta y la cámara se combinaron para transformar la visita a la casa alcaldía en un careo político. Pedro aprovechó la presencia de la cámara para leer su carta al vice alcalde. Con ello, dejaba grabado un testimonio sobre los reclamos de salud del pueblo viequense y, a su vez, ponía en evidencia el hecho de que estos reclamos eran parcialmente ninguneados por las autoridades municipales. Luego de leer una lista de alarmantes estadísticas sobre los casos de cáncer en Vieques, Pedro invitó al vice alcalde a firmar la carta. El vice alcalde, que aclaró ser enfermero, se montó en la bicicleta de las estadísticas para desestimar los reclamos, alegando que esos porcentajes no correspondían con los números incluidos en los estudios del Departamento de Salud de Puerto Rico. Ponerse a jugar con números equivalía a poner en juego la salud del pueblo. El vice alcalde nos había madrugado con sus malabares estadísticos y afuera seguían muriendo viequenses víctimas de cáncer. Tras largo rato de debate, nos despachó sin firmar la carta.
(Veintidós años más tarde, me llegan noticias de que el mismo funcionario sigue ocupando algún puesto en la alcaldía. Según una publicación de un amigo de Facebook, este funcionario alegadamente tildó de ridículo el uso de bloques en la reciente protesta del pueblo viequense en reclamo por la construcción de un hospital en la isla. Lo más irónico es que, al decir de nuestro amigo de Facebook, aquel vice alcalde era muy buen enfermero).
Al salir de aquel encuentro frustrado con Manuela, atendido por el vicealcalde de turno, volvimos a la plaza y por pura casualidad pasó en ese momento el camión de basura. Aquella imagen quedó grabada en la memoria de los azares que se olvidan por resultar incomprensibles. Ahora que la vuelvo a ver en la cinta de video, la redescubro como una versión más burda del Angelus Novus pintado por Klee, aquella figura alegórica que había motivado a Walter Benjamin a escribir las tesis sobre el concepto de la historia.
Recordemos la novena tesis de Benjamin, referente al progreso entendido como catástrofe:
Hay un cuadro de Klee que se titula Angelus Novus. Se ve en él un ángel, al parecer en el momento de alejarse de algo sobre lo cual clava su mirada. Tiene los ojos desorbitados, la boca abierta y las alas tendidas. El ángel de la historia debe tener ese aspecto. Su rostro está vuelto hacia el pasado. En lo que para nosotros aparece como una cadena de acontecimientos, él ve una catástrofe única, que arroja a sus pies ruina sobre ruina, amontonándolas sin cesar. El ángel quisiera detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo destruido. Pero un huracán sopla desde el paraíso y se arremolina en sus alas, y es tan fuerte que el ángel ya no puede plegarlas. Este huracán lo arrastra irresistiblemente hacia el futuro, al cual vuelve las espaldas, mientras el cúmulo de ruinas crece ante él hasta el cielo. Este huracán es lo que nosotros llamamos progreso.
El camión de basura aparece moviéndose hacia adelante de un extremo a otro de la pantalla. Lleva un texto inscrito en uno de los extremos del tanque de compactación de desperdicios: “Vieques, en ruta hacia el progreso.” Sigue su marcha hacia adelante, promulgando la verdad de su mentira, hasta dejar atrás nuestra mirada: la ruta hacia el progreso es una promesa desechable, un cúmulo de desperdicios de una modernidad incumplida, que ha perdido su ruta, que va camino al vertedero clandestino de la historia. En su marcha hacia delante, con sus alas enredadas en el viento huracanado de la historia, el ángel de la historia pintado por Klee miraba hacia atrás para percibir el desastre del progreso. A nosotros, en cambio, nos había tocado mirar hacia adelante, desde la retaguardia, la ruta del ángel de la historia disfrazado de progreso y, a la vez, un progreso que no era otra cosa que un viaje al desperdicio. Ya no tenía alas, ya no estaba enredado en huracanes, hacía su ruta cargado de chatarra. Y se fue alejando de nosotros, nos fue dejando atrás. A su paso, no quedó el celaje de un acontecimiento. Quedamos nosotros, convertidos en ruinas, mirando la catástrofe de la que habíamos surgido, el desastre del que procedían las ilusiones de progreso de nuestro país, un progreso financiado por la abusiva militarización de Vieques, que tiraba al desperdicio a la Isla Nena, transformándola en el vertedero de los sueños, a costa de la solitaria pesadilla de su pueblo.
Vieques era la catástrofe mejor guardada de la democracia yankee; la carta oculta debajo de la manga del vice alcalde; la pose de una alcaldesa, que no daba la cara, escondida debajo de una ceiba; la promesa desechable de un progreso rondando las calles con su carga de basura. Ahora que pienso en estas imágenes, y vuelvo a ver la marcha de “Vieques, en ruta hacia el progreso,” me parece estar mirando un sueño construido con retazos de un estado de vigilia en el que simultáneamente andábamos dormidos y a punto de despertar.
Tal como lo anunciara Benjamin, al reflexionar sobre la tenue frontera entre el mundo de los sueños y el mundo que transcurre en estado de vigilia, recordar el pasado histórico nos brinda la oportunidad de atravesar sus imágenes con la astucia del despertar: “el despertar opera con astucia. Con astucia, sin duda no sin ella, salimos del ámbito del sueño” (W. Benjamin, Sueños, 93). Dice Benjamin que “despertar y recordar están estrechamente emparentados” (92). Cuando retornamos a Vieques a la luz de estas imágenes, nos sumergimos en el sueño colectivo de nuestra propia historia, con la astucia un coleccionista, ese “intérprete de sueños que sueña el colectivo” (93). La interpretación de ese sueño colectivo, “Vieques: en ruta hacia el progreso,” y de esa memoria involuntaria de la pesadilla (la promesa desechable inscrita en un camión de la basura), “solo puede ocurrir,” tal como diría Benjamin, “despertando un saber, aún no consciente, de lo sido” (W. Benjamin, Libro de los pasajes, 460). Dicha frase de Benjamin, como sugiere Burkhardt Lindner, “no alude a un simple soñar con el pasado. Es necesario un trabajo histórico de archivo” (“Epílogo: Benjamin como soñador y como teórico del sueño”, Sueños, 148). Recordar el Vieques del 1998 a la luz de estas imágenes es despertar y descubrir lo que no vimos en aquel viaje en el que vimos tantas cosas por primera vez. Es despertar a lo sido, el paso ante nosotros de “Vieques: en ruta hacia el progreso”, como aquello que no fue.