Volver a esa ciudad llamada San Juan
sobre Comida de peces de Manolo Núñez Negrón
La clave está en contar el cuento con convicción.
–MNN
Los seis cuentos que componen Comida para peces (San Juan, Instituto de Cultura Puertorriqueña, Serie Literatura Hoy, 2016) de Manolo Núñez Negrón van formando página a página un mapa de San Juan, particularmente de la parte vieja de la ciudad, del casco antiguo. Para lograrlo, la voz narrativa parece ir dejando caer frecuentemente, muy frecuentemente, los nombres de lugares sanjuaneros y hasta ofrece una vista panorámica de la vieja ciudad que va de este a oeste: “El viento se mete en la ciudad un poco antes del Capitolio, por San Agustín, y va empujando ese olor a yerba y salitre hasta La Rogativa”. (52) Así la naturaleza dibuja las fronteras del sector urbano que importa en el libro. Por ello, los nombres de calles – San Sebastián, San Justo –, de los barrios – la Puntilla, la Perla – , de los negocios – La Bombonera, El Patio de Sam –, de los edificios – el Tapia, la Lincoln – aparecen frecuentemente, muy frecuentemente en el texto para describir el desplazamiento de los personajes y, a la vez, para ambientar la narración. Unos hechos concretos – “la muerte de Vigoreaux y el fuego del Du Pont Plaza” (19) – a veces fijan temporalmente la trama. Pequeños detalles, como la marca de una prenda de vestir – “Oscar de la Renta o Carolina Herrera” (28); “calzoncillo Fruit of the Loom” (58) –, entre muchos otros pormenores, sirven para caracterizar un personaje y, sobre todo, para anclar en un contexto geográfico y temporal la narrativa. No cabe duda de que con estas referencias, con esos intertextos, el autor intenta que sus lectores estén plenamente conscientes de que aquí se trata de presentar una imagen de San Juan, especialmente el Viejo San Juan, donde “toda esta vejez altiva (…) es la verdadera forma del tiempo y la memoria” (38).
La ciudad ofrece testimonios del tiempo y recursos a la memoria. La descripción de esos lugares, de un lugar que combina lo antiguo con lo moderno, lo bello con lo feo, lo rico con lo pobre, pero donde domina la violencia y no la tranquilidad, sirve para crear un mapa sentimental de nuestra capital. (¿Cómo se las arreglarán los lectores no puertorriqueños para entender estas narraciones tan marcadas, hasta determinadas, por un espacio muy concreto, muy específico?)
El medio que emplea este artista para lograr su objetivo, obviamente, es la palabra y esta nunca llega al texto pura y sin una historia que la conforme y hasta la deforme. Es que las palabras traen consigo un contexto y, para mí como lector no ingenuo y hasta prejuiciado –¿quién no lo es?–, aseguro que en el caso de Comida de peces las palabras van construyendo una relectura de otras palabras anteriores. Es que aquí el texto representa, entre otras cosas, una visión crítica y, a la vez, una aceptación de la herencia de narradores anteriores. Con sus cuentos, con los que ofrece un retrato duro y problemático de San Juan, Núñez Negrón vuelve a imágenes pasadas de la ciudad. Veo en estos textos una evidente y efectiva relectura de otros narradores puertorriqueños que lo preceden; estoy seguro que otros lectores podrán rápida y razonablemente hallar otros autores más que se esconden en estos cuentos.
Aclaro que para emprender mi lectura de esta relectura me valgo de manera laxa e imaginativa de las ideas de Harold Bloom, especialmente las que expone en su Anxiety of Influence (1973). Soy consciente de que Bloom presenta su teoría del “misreading” para la poesía y no para la narrativa. Pero sin aplicar las ideas de Bloom como si fuera una receta de cocina que hay que seguir al pie de la letra, sino como una sugestiva metáfora crítica de utilidad para cualquier género, apunto que el artista no importa el género literario que emplee muchas veces decide releer a su manera las lecciones de los maestros que escoge como sus guías y como los modelos que hay que emular y superar. Como Núñez Negrón comienza a escribir tras un periodo muy rico en nuestra narrativa y, consciente de esa riqueza, trata de crear su propia voz dentro de ese coro a partir de la adaptación y la tergiversación de los logros anteriores. Es así, según postula Bloom para el nuevo poeta; el narrador, en este caso, es también capaz de crecer y de llegar a ser único en su tradición.
El evidente interés de Núñez Negrón es ofrecer una amplia y detallada imagen de San Juan, particularmente del casco antiguo, de esa magnífica unidad urbana que sirve a veces para definir la totalidad de la ciudad y hasta del país entero. Noel Estada lo hizo clara y efectivamente con “En mi Viejo San Juan”. Pero la imagen de la ciudad que se ofrece en Comida para peces nos hace pensar, más que en el popular compositor, en René Marqués, específicamente en su colección de cuentos de 1962, En una ciudad llamada San Juan, una de las obras claves de nuestra cuentística. Como Marqués, Núñez Negrón está fascinado por las tramas que se esconden y se desarrollan en las calles de la vieja ciudad y tras las paredes de sus antiguos edificios. Ya Marqués presentaba el bajo mundo que se refugiaba tras esas vetustas murallas; pienso en “Tres vueltas de llave y un arcángel”, por ejemplo. Pero el mundo que observa Núñez Negrón, el del tráfico de drogas y de la violencia que este engendra, es mucho más duro y perverso que el que comenzaba a perfilarse en los cuentos de Marqués, donde todavía hallamos un patriotismo nacionalista redentor y de tonos idealistas, aunque en su caso marcado por ideas sartreanas. Pero el joven autor se distancia de ese nacionalismo que marcaba la obra del escritor mayor; se aleja “del coquí y toda esa ñoña”. (38) Por eso mismo y a veces, Núñez Negrón, como Marqués, tiende al empleo de un lenguaje estandarizado y le huye al localismo. Pero lo que más lo emparenta con ese otro narrador es su conflictivo aprecio de la ciudad y su intento de darnos ese amplio cuadro de la misma:
Nos gusta la ciudad vieja, el ruido cansado de los ladrillos, que es casi un lamento de raíces y barro, las aceras angostas, las garitas resistiendo el rencor del salitre, las escasas plazas con sus bancos mohosos, la lluvia deslizándose por las tejas, las iglesias coloniales derruidas, el sonido de las lúgubres palomas que tiemblan en los capiteles… (38)
La lucha entre un lenguaje normativo y uno localista que se evidenciaba en la obra de Marqués también emparenta a Núñez Negrón – cometa versus chiringa – con otro narrador de gran importancia, Luis Rafael Sánchez. Aunque nunca emplea el neobarroquismo lingüístico de este, Núñez Negrón obviamente ha aprendido de sus jugueteos y malabares verbales. Esta lección se hace evidente en el empleo de expresiones que denotan un sentido del humor – “duraron lo que un merengue en la sala de un claustro de monjas descalzas” (37); “más enredaos que un pote es espagueti” (73) – y en los nombres y apodos de algunos personajes que tienen su origen, en ambos casos, en la lengua popular: “Cuco Pestobismol, el boticario que se metió en un peo por repartir Percocet” (30). Pero el empleo de ese lenguaje de raíz popular de Núñez Negrón es tímido y a veces falla: huevo (22) en vez de güevo.
La presencia de Ana Lydia Vega, como la de Sánchez, es pasajera pero evidente. Como Vega, Núñez Negrón juega con el cambio de código lingüístico – inglés, español – y con la criollización de palabras inglesas. Este rasgo no es único de esta narradora, pero lo ha empleado con mucha frecuencia, hasta el punto que la asociamos con su estilo. Pero sobre todo Núñez Negrón comparte con Vega la creación de personajes femeninos fuertes que rompen con los modelos machistas y ejemplifican claramente los cambios de roles que se han dado en nuestra sociedad. Pero para mí, su presencia en estos cuentos se halla sobre todo en “Cocktail”, cuento donde, como “Letra para salsa y tres soneos por encargo” de Vega, Núñez Negrón nos ofrece tres posibles finales para la narración. Esta es más arriesgada porque la oferta se hace a los lectores mismos, lo que pone en manos nuestras escoger y determinar el final del cuento, mientras que en “Cocktail” la oferta se le hace a un personaje del cuento, lo que no abre las puertas a las opciones drásticas, pues este tiene, en el fondo, un solo final y no tres alternativas como en el de Vega.
Observaba ya que el mundo sanjuanero que se nos presenta en Comida para peces es mucho más duro y violento que el de En una ciudad llamada San Juan. Nuestra sociedad ha cambiado y las drogas, elemento central en estos cuentos, ha alterado la sociedad relativamente pacífica y tranquila que Marqués presentaba en su colección. Ahora estamos en un mundo de asesinatos, asaltos, venta de drogas; estamos en un mundo de bichotes y policías corruptos. La recreación de ese mundo emparenta a Núñez Negrón con Edgardo Rodríguez Juliá, el gran retratista de esa nueva sociedad puertorriqueña. Como en otros casos, no hablo aquí de influencias precisas ni de préstamos directos sino de meras coincidencias temáticas o formales. Los dos narradores observan el mismo mundo. Pero ese paralelismo, ese interés compartido, los une o al menos los emparenta.
¿Por qué dedicar estas páginas a apuntar semejanzas – que no préstamos o deudas, recalco – entre Núñez Negrón y otros autores puertorriqueños? ¿Por qué me arriesgo a dar la impresión que no hablo directamente de los cuentos? ¿Es que al adoptar esta perspectiva crítica en verdad evado el texto que comento?
Aseguro que no eludo mis responsabilidades como comentarista crítico del texto. Por ello digo, como la voz narrativa de uno de los recogidos en Comida de peces, que “[e]se cuento es largo, lo acabo otro día”. (72) Cito esa frase porque obviamente creo que el comentario de este texto no se agota con estas páginas, que habrá que volver a estas narraciones para estudiarlas más detenidamente y desde otras perspectivas; hay mucho que decir de este libro. Pero mi interés ahora en esta lectura que propone una relectura de otras obras de nuestra narrativa es ver cómo un nuevo narrador – joven pero ya experimentado – intenta colocarse en el amplio contexto de nuestras letras. En ese intento hay gran mérito porque demuestra mucha astucia artística y mayor conciencia histórica. En mi intento hay ya implícita una valoración crítica de la obra. Es que el reconocer el ámbito donde se coloca su labor y en el intento de buscar en el mismo las posibilidades para crear algo nuevo es definitivamente un logro que hay que aplaudir y que aplaudo. En ese sentido, pues, sí trato directamente las narraciones de este colección, aunque mi acercamiento parezca tangencial, en el menor de los casos, e inexistente, en el peor.
Otras lecturas de Comida para peces se podrán acercar a la obra de manera distinta a la que en estas páginas propongo. Solo pretendo ofrecer aquí una lectura de lo que entiendo que es una relectura de otros autores que formaron el ámbito en que hay que colocar estos cuentos. Veo estas narraciones como un paso en el proceso del autor de ir creando, inventándose una voz propia. Y eso nunca se puede hacer sin prestar atención a las voces del coro que lo precedieron. Esta colección, leída desde la perspectiva que ahora propongo, así lo hace.
Uso las propias palabras del autor para reconocer que su libro amerita otros acercamientos que se darán – espero – con otras lecturas críticas: “La clave está en contar el cuento con convicción. Los juzgados son puro teatro.” (45) Reconozco la profunda convicción de Núñez Negrón en Comida para peces; el jurado – en este caso la crítica – no es puro teatro y por ello mismo – estoy seguro de ello – con el tiempo reconocerá sus méritos que aquí solo quiero comenzar a apuntar.