Wild
Reese Witherspoon es una especie de fenómeno fílmico. Sin ser bonita (tiene ojos estupendos y una sonrisa acogedora) ha llegado al estrellato a través de su tesón y su capacidad actoral. Oigo su nombre y la veo en una de sus actuaciones geniales como la insoportable y bandida Tracy Flick, una estudiante de escuela superior que está en evolución para convertirse en una cobra (la culebra) política que hace cualquier cosa para conseguir lo que quiere. Su entusiasmo y perfecta comprensión de su personaje hacen que esa comedia liviana viva en la memoria. Esas cualidades de mezclar cierta inocencia con un grado de maldad moderada estuvo también a simple vista en “Legally Blonde” (2001) y “Sweet Home Alabama” (2002). Entonces, aparentemente destinada a ese genero degenerado por Hollywood, la comedia liviana, Witherspoon nos sorprendió al interpretar a June Carter, la mujer de Johnny Cash en el film “biográfico” “Walk the Line”, con un atino inesperado en sus momentos más dramáticos y complejos. Fue una actuación que recreó cómo debe de haber sido la relación entre Cash y Carter en escena, y que sorprende con las chispas que generan los dos actores (¡Joaquín Phoenix!) cuando están cantando juntos o, cuando, retirados del foco de atención, comparten intimidades. No fue sorprendente cuando Witherspoon cargó con los premios de mejor actriz en los Oscar, los Golden Globes y BAFTA.
En este filme Witherspoon representa una joven mujer que decide emprender un viaje de mil millas a lo largo de la vereda del “Pacific Crest” que va de California a Canadá. Armada de una mochila del tamaño y la altura del Empire State Building, la mujer encuentra aventura y peligro según avanza en su purga emocional, que es a la vez penitencia. Es un “road movie” a pie, y es evidente que requirió mucha concentración emocional y esfuerzo físico por parte de la protagonista. La historia está basada en un libro autobiográfico de Cheryl Strayed que hizo el viaje para expurgar sus penas. Esas penas están vistas en el filme en retrospecciones que nos revelan las relaciones de Strayed (nombre perfecto para la vida de la protagonista) con su madre, su hermano, su marido y sus amantes, que como se podría decir elegantemente, son legión.
Las mejores escenas de esas retrospectivas están respaldadas por una estupenda actuación de la incomparable Laura Dern, quien es una actriz carismática y tierna, y que usa su delgadez para acentuar las emociones de la escena. Es alguien, uno concluye, que en la vida real es tal y como la vemos en este papel: alegre, compasiva y amorosa.
Witherspoon hace un trabajo excepcional como la penitente Strayed, quien cita a Emily Dickinson, Adrienne Rich, Walt Whitman, Robert Frost y, en un momento de deferencia a su madre, a James Mitchner, con atino y humor. La película se debe a ella, quien la lleva en los hombros junto a la mochila que otros caminantes llaman “el monstruo”. Sus conversaciones y peleas son con sus instrumentos, con un manual de instrucciones, con una culebra amenazante y hasta con un zorro que no le quiere corresponder. Además, uno se percata de que en sus periodos de libre asociación, la actriz sostiene una firme lealtad a representar un personaje que muchas veces es detestable. Es un tour de force de esta actriz pequeña que tiene la fuerza de muchos.
Las rutas de la caminata son, como suele ser la naturaleza, sorprendentemente bellas o crueles. Los cambios de lugar nos hacen partícipes de porqué hay quienes dedican gran tiempo a caminar por estas veredas solitarias e inhóspitas. Para ayudarnos a admirarlas y comprender un poco el atractivo especial de los lugares apartados de la civilización está la hermosa cinematografía de Yves Bélanger, que es reveladora sin ser engorrosa y estar siempre fija en paisajes bonitos.
No se engañen con los trailers que han visto sobre esta película. No todo se circunscribe a las vicisitudes del viaje. El tema de la redención personal está tratado desde muchos ángulos y de forma convincente, aunque a veces, sin juzgar, uno se sorprende que la gente pueda ser tan torpe. Pero sabemos que nadie está exento de meter la pata cuando menos se lo espera, y pagar las consecuencias.