Wonder: al fin todo se resuelve
La causa de la deformación es un gen que por casualidad llevan ambos padres y se ha manifestado en el genoma del niño causando el llamado síndrome de Treacher Collins. Cuando conocemos la familia Auggie tiene 10 años y aún no ha ido a la escuela. Su madre Isabel (Julia Roberts) lo ha instruido en casa durante los primeros años en que el niño ha sido sometido, y muestra los resultados, a múltiples cirugías para hacerle ver lo mejor posible. Ha llegado el momento de que Auggie reciba una educación formal en el salón de clases y que, inevitablemente, tenga que exhibir su rostro. Casi siempre, cuando sale con su familia, usa un casco de astronauta que le han regalado por su interés en las ciencias y su amor por “Star Wars”.
Antes de comenzar las clases Mr. Tushman (Mandy Patinkin), el director de la escuela a la que va a asistir, consigue que tres de sus futuros compañeros lo conozcan y le den un visita guiada del plantel. Se familiariza con tres de los que han de compartir en su clase y, al mismo tiempo, comienza a confrontar la curiosidad inapropiada pero predecible de sus compañeros. ¿Te quemaste?, pregunta uno. ¿Estuviste en un choque automovilístico?, indaga otro. Auggie tiene que tragar duro y contestar, no sin un filo sarcástico, un poco molesto por el asedio de la interrogación. Cuando le preguntan por qué no se hace cirugía plástica responde: “Esto que ven es el resultado de cirugía plástica”.
Llega a la escuela el primer día de clase y todos lo miran mientras él mantiene su mirada en el suelo para evitar hacer contacto con los que lo rodean. Según explica en la narración (voice over) eso le permite mirarle los zapatos a la gente y descifrar cosas sobre ellos. En el salón de clase hay quienes no quieren tenerle cerca. Y así, de rechazo en rechazo y de mal rato en mal rato, pasa el primer día.
Sin embargo, estos segmentos del filme, como muchos otros que le siguen, son simpáticos y divertidos, y nos hacen reír. Nos van preparando para un película que resulta ser bizcocho relleno con jalea y que nos seduce a engullirlo a pesar de su sentimentalismo y su bondad extrema. A veces, aunque no lo queramos, nos hace sufrir por la crueldad que puede encerrarse en los niños y que aflora forzada por la presión de pares y la tendencia al acoso que aún a edades tempranas se manifiesta en demasiada gente. Los guionistas (Jack Thorne, Steven Conrad y Stephen Chbosky, quien también dirigió) cargan la mano hacia resoluciones que a veces son frívolas, si no falsas, y resuelven la situación momentánea con venganzas predecibles. Sí funciona que los personajes adolescentes que dominan el filme se van presentando uno a uno y nos hacen conscientes de qué fuerzas emocionales explican su comportamiento. Fue una de las cosas que más me gustó de la cinta, pues permitió que cada personaje se hiciera responsable de sus acciones y buscara esa solución que le cuesta tanto a muchos: pedir perdón.
Me encantó también que el filme muestre que los niños piensan y son capaces de analizar sus acciones y que responden a conversaciones en que los adultos los tratan como entes pensantes y no como seres que están a la merced de su autoridad.
Los actores juveniles que hacen los papeles principales son magníficos. Auggie tiene un rostro extraño (maquillaje, por supuesto), pero no como para que uno se horrorice. De hecho ese rostro, resulta ser una metáfora de cómo todo lo diferente tiende a ofuscarnos y a desviarnos de insistir en que nuestro cerebro procese lo distinto sin rechazarlo porque no lo entendemos. La aceptación de lo que no es rutinario es lo que permite que entendamos mejor el mundo y lo que en él vive. La actuación de Tremblay (¡este niño tiene 11 años!) brilla porque ha entendido bien lo que representa su personaje, particularmente en estos tiempos en que el acoso escolar ha llegado a un pico extremo gracias en parte a las manifestaciones inaceptables del presidente de los Estados Unidos, que se burla públicamente de las personas con impedimentos y de los líderes de otros países por su apariencia.
El hermoso joven actor Noah Jupe (¡tiene 12 para 13!) fue un gran acierto y una selección perfecta para ser el contrapunto de Auggie, porque el contraste ante la lozanía de su rostro y las debilidades del de Auggie (en particular una oreja que sobresale y parece pertenecerle a otro) enfatiza que hay una obsesión con la belleza y que el prejuicio favorece a los que son mejor parecidos que otros. Ese no resulta ser un problema para Via y su mejor amiga Miranda (Danielle Rose Russell) que son dos bellezas. Como hermana de un niño deforme en un momento Via lo niega, pero corrige a tiempo su error. Hay que mencionar al estupendo Nadji Jeter como Justin, el novio de Via, que tiene y le sobra carisma.
Campea por su respeto un actriz peludita y lindísima que en la vida real se llama Gidget, pero en la película Daisy y que se roba por lo menos dos escenas.
Con su boqueta, sus dos dientitos cómeme, su famosa vena de la frente y su mirada luminosa y conmovedora, Julia Roberts está más bella que nunca y, como siempre, hace su papel con una gracia fluida y encantadora que a veces recibe énfasis de esa risa pegajosa que resulta cuando suelta una de sus grandes carcajadas. Todavía su juventud ilumina la pantalla y no nos sorprende que podamos creer que a estas alturas está dando a luz a un bebé. Asimismo, Owen Wilson como Nate despliega su facilidad ante las cámaras y usa su encanto en las escenas, particularmente aquellas que comparte con Auggie, para dar un ejemplo de la relación entre padre e hijo, y del amor paternal, o con Roberts, para recordarnos cómo puede ser entre marido y esposa.
En una escena retrospectiva Via va a la playa de Coney Island y está con su abuela, de quien recibió mucho cariño mientras estuvo viva. Aunque la escena dura poco tiempo pensé: conozco a esa actriz de algún sitio. Luego en los créditos me di cuenta: es ¡Sonia Braga!
Esta película dulce cubre mucho terreno. Como ya he dicho: el acoso escolar, la reacción hacia lo distinto o diferente, las tensiones familiares, las relaciones entre hermano y hermana, hijos y padres, el prejuicio racial, la intransigencia, la complicidad de algunos padres en los malos actos de sus hijos, pero también en los buenos, y el sacrificio personal. Muchas cosas se resuelven con demasiada facilidad, pero el efecto global de la película es de ternura y nos hace sentir bien. Recomiendo que la vayan a ver con su familia—solos también vale— antes y después del día de acción de gracias.