…Y la hacen los pueblos: Mi esperanza de septiembre
Septiembre es mes de recuerdos. Se acaba de cumplir un año del azote de Irma María, que cambió nuestras vidas, pero también a Filiberto Ojeda lo asesinaron el 23 de septiembre, día del Grito de Lares aquí en Puerto Rico y el 11 es el aniversario del golpe de estado en Chile y del autogolpe contra las Torres Gemelas de Wall Street en los Estados Unidos, que también nos cambió para siempre al hacer del mundo lugar más oscuro y represivo. Al menos en mi memoria así es que transcurre el mes. Contenta con el cumpleaños de mi padre y tantos queridos virgos, las velas prendidas hasta el día de los muertos el 1ro de noviembre, recordando y pensando en lo que nace de lo que se ha ido. Porque de esas violencias tiene que surgir algo bueno.
Pero no fue en septiembre, sino meses antes. Me acababa de mudar al norte de Italia, a donde me expulsó la isla de la que se va y a la que se vuelve siempre, a pesar del “Viejo San Juan” de Noel Estrada. Paseaba a mi pequeña perra Lola, quien me acompaña hace algunos años a donde quiera que vaya. Dimos una vuelta larga para conocer el barrio, y allí estaba. Un huerto urbano que, inferí al verlo, que no podía ser menos que un proyecto público realizado a partir de la ocupación.
Desde finales de los años 60 en Italia las izquierdas –sobre todo sus jóvenes– ocuparon espacios públicos abandonados, escuelas, fábricas abandonadas, casas y negociaron con el Estado el uso de las mismas para fines comunes, que no fueran comerciales, ni de lucro. Según Wikipedia, en estos lugares se llevaron a cabo asambleas públicas, debates, conciertos, happenings, que seguían la consigna de la revolución cultural que proponía Mao Zedong, el ex presidente de la República Popular China. Diez años más tarde, en torno al 78, debido a la militarización de la resistencia del estado a este tipo de iniciativa, se fueron pactando acuerdos de uso. Hoy en día abundan Centros Sociales, principalmente de dos tipos. Los Centros Sociales Ocupados y Autogestionados (CSOA) están muy difundidos por diversas ciudades italianas y se orientan políticamente a favor de la autonomía y, ya solo raramente, se refieren a verdaderas políticas comunistas. Por otra parte, los Squat (ocupaciones anarquistas) están desligados completamente las instituciones del estado. La diferencia fundamental con los CSOA es que en los proyectos de ocupación Squat se crean comunidades que residen en el lugar y practican el pensamiento práctico anti autoritario, libre, descentralizado anti sexista y anti especie (Wikipedia).
Llevo rato haciendo referencias a las izquierdas del pasado que espantan a algunos lectores, pero a lo que voy es a que parte del trabajo que hizo la generación de la post guerra en Italia queda para beneficio común. Estos centros viven hoy y en todos estos años han ofrecido servicios a la comunidad sin que nadie se espante por ello, ya normalizada una situación que se instituyo a partir de la confrontación de distintas nociones del estado y de lo público.
En mi deseo de visitar el huerto, le comento al propietario del apartamento que rento y éste me informa que él fue el presidente de su junta hasta el año pasado y promete llevarme. Se llama Gianfranco Nobile y es franco y noble. Es pensionado del equivalente a la Autoridad de Energía Eléctrica. Y es que este huerto es para retirados. El señor Nobile me acerca el reglamento y en él leo que se otorgan los lotes por 5 años a partir de una política de puntos. A cambio de una cuota que suma 35 euros mensuales para mantenimiento y agua pueden recibir un lote los ancianos retirados que soliciten. Tienen prioridad, según el reglamento, mayores de 65 años y los que tienen las pensiones más bajas. También pueden solicitar y obtener un lote personas con discapacidades o personas que viven solas, pero me explica Nobile que se trata de una revisión reciente del reglamento. El proyecto fue pensado originalmente para ancianos retirados. A mi padre le encantaría tener un huerto cerca de su casa en urbana en Caguas.
Entro y encuentro un estacionamiento para bicicletas (al lado de la entrada hay un estacionamiento para impedidos). Hay carretas comunales, contenedores para reciclaje.
“Somos 115. Los lotes miden 7X7, 49 m2 en total. Así que hay 115 conductores (conduttori)”. El reglamento también establece que la persona que obtiene un lote debe cultivarlo personalmente. No puede delegar a menos que esté postrado por alguna enfermedad, hasta un máximo de 10 meses. No se puede vender los productos del huerto. No se pueden usar pesticidas, hierbicidas o antiparasitarios que sean dañinos a la salud. La junta también tiene la obligación de coordinar visitas guiadas con escuelas.
Le pregunto cómo aprendió a cultivar si siempre trabajó como electricista. “Siempre he sido un aficionado a la tierra”, responde. “Aquí nos ayudamos unos a otros; nos enseñamos”.
Le pido que me cuente la historia del proyecto. Alude inmediatamente a los años 70 y el ambiente de expropiación por parte del estado con propósitos sociales. Ah, el estado también lo hacía, lo hace. Me refiero a la expropiación, claro. Pienso ahora en las sutilezas del lenguaje. El estado “expropia”, los habitantes de una comunidad “ocupan”, “recuperan”. Según el estado “invaden”, como los de Villa Sin Miedo. Recuerdo, a propósito, como los Condominios el Monte cerca de Río Piedras se llaman así porque se desplazó una comunidad que vivía en un pequeño bosque urbano llamado “El Monte”. Y cómo, más recientemente, Ciudadela se construyó en la zona de Santurce a partir de la expropiación de una comunidad que ya residía en el lugar. En Puerto Rico el estado expropia a los pobres para hacer negocios con las clases sociales más altas. Nobile recuerda que en su caso todo comenzó con la burocracia estatal: el estado expropió esos terrenos para hacer un tramo de carretera. Se tardaron con los permisos y los habitantes de los condominios vecinos se hicieron cargo del descampado. Traían el agua de sus casas. Plantaban algo. Hicieron un comité que fue al municipio y lograron dividir la parcela en lotes. Hicieron un reglamento”. Como éste, hay huertos comunales en todas las provincias.
Hay sembrados de flores y de comestibles. Entrando nos encontramos de frente con una señora que está cortando flores y me regala un ramo: “¿Quieres?” Le digo que sí, felicísima. Luego, sobre la libreta que llevo para anotar se posan dos mariquitas. Ya. Llegué, me regalaron flores, tuve un encuentro cercano con mariquitas, que se supone que portan suerte y desde que nací recuerdo haberlas visto muy raramente y ya estoy feliz. La naturaleza es así, claro.
“Este es mi huerto”. Dice Nobile con un poco de pena. “Ya estamos en otoño. Está acabando la temporada”. Pero ¿qué veo? ¿Esos son ajíes dulces? “Cógelos. Esos pimientos no pican, los sembré por error. Tampoco me gusta esta otra planta…” Miro y son quingombós. Le explico que el sofritto puertorriqueño (la palabra es italiana; la habrán traído los corsos) se hace, principalmente, con ajíes dulces y recao. “El recao no lo encontraré nunca pero no sabe el gusto que me acaba de dar con este regalo”. Luego añado que son muy buenos los quingombós para la circulación de la sangre. Que en Nueva Orleans se cocina gumbo, que es un guiso de mariscos con ese vegetal baboso. Que es difícil de manejar. “Hay que saber cocinarlos”, le digo. Y me dice que sí, que de hecho él trató de cocinarlos y le salió una cosa asquerosa. Está muy orgulloso de que su planta de algodón, que está floreciendo, sin embargo. Le digo, no se apure, que quedará bienísimo cuando salga en el artículo la foto de los ajíes dulces. Y me acerco a fotografiarlos (que no son exactamente como los nuestros y sí pican un poquititito, perooooo son casi iguales para la felicidad) y Nobile quiere que fotografíe también su algodón que tiene ya unos capullos.
Seguimos recorriendo el encercado y al fondo hay un grupo de personas mayores sentadas en torno a una mesa con un vaso de vino en la mano. Serán las 5:30 de la tarde. Se ve que normalmente se reúnen las tardes allí. Les explica Nobile que estamos escribiendo un artículo. Les pregunto si puedo hacerles una foto. Responden… “Sí, si es para Puerto Rico, quién lo va a ver…” Hablan entre sí en dialecto véneto, ríen. “¿No nos haces una foto también a nosotros?”, reclaman los que están de otro lado de la mesa. Nobile está de pie a la izquierda tratando de salir de la foto. No quiere protagonizar el artículo. Conversamos un poco. “A ver, ¿qué quiere saber?”, me pregunta un anciano risueño. Le digo que me cuente qué han ganado con la experiencia. “He vivido 90 años felicísimo”. Le digo que me gustaría que en Puerto Rico pensáramos en la posibilidad de hacer huertos urbanos comunales. Hay muchos jóvenes con ganas de sembrar, pero no tienen acceso a la tierra. “¿Tienen agua? El agua es lo más importante. Después que haya agua se puede hacer en cualquier parte”. “El huerto es relajante”, explica. Ríen. Por eso es que todos ellos tienen más de ochenta años.
Hacen una colecta. Van a la cantina social a comprar vino y se reúnen allí por las tardes. Hicieron un rancho cubierto para el invierno que llamaron “La choza de los traviesos” (La baita dei birichini) donde colgaron un cartel en homenaje al vino escrito en dialecto. Me explica Nobile que birichini tiene doble sentido, pero no me ha dado tiempo de averiguar la travesura y no me explica más.
“La choza la construyeron en grupo los pioneros.” Otro de los allí reunidos responde… “Los usufructuarios”. “Los pioneros son los primeros que comenzaron el proyecto”, responde Nobile. “Hacemos fiestas. Unos revolús notables. Tenemos que invitar a los vecinos por reglamento, pero es para que no se molesten. No vienen. Y no hay tanto interés como antes. Ya no existen tanto las ganas de trabajar. Pero hay que tener relaciones con la vecindad”.
En Puerto Rico sí que hay ganas. El momento histórico lo exige, si es que vamos a rescatar algo de lo que nos están robando los banqueros y gobernantes. Este es el mundo. Existen varios proyectos de apropiación de espacios. Solo en Santurce hay varios. Conozco de primera mano Casa Taft y la escuela Goyco.
Casa Taft acaba de obtener la titularidad del Municipio de San Juan y contribuyó a que se redactara una ley que facilita las apropiaciones comunitarias de estorbos públicos. “Todo empezó en 2012 con limpiezas y siembras esporádicas al frente de la propiedad hasta que en el verano de 2013 unos chamaquitos que se metieron alertaron a los vecinos y hubo hasta intervención de la policía”, me cuenta Marina Moscoso, planificadora que ha estado a la cabeza del proyecto desde sus inicios y que ha servido de asesora a otros proyectos similares por toda la isla. Yo soy vecina de la zona, por eso conozco el proyecto. Siempre quise colaborar, pero me costó mucho despegarme de la pantalla de la computadora y de las obligaciones con mi hijo. Pero, por lo que recuerdo, sí. Se estaba convirtiendo la propiedad abandonada en un hospitalillo. Y es que la idea de expropiar tiene que ver con rescatar edificios que se pueden considerar “estorbos públicos” y ponerlos a funcionar a favor de la comunidad. Comenzaron a estudiar la situación de la propiedad y decidieron en un grupo de vecinos irla ocupando poco a poco. “Cuando fuimos al municipio a informar que nos haríamos cargo de la propiedad supimos que el municipio no nos la podía ceder porque no le pertenecía y era muy difícil que pudiera disponer de ella. Durante todo este tiempo nos hemos dedicado a presionar coordinando actividades, identificando alternativas legales, conseguimos los fondos para el proyecto. Somos el primer y único proyecto puertorriqueño en ganar, en 2016, una cuantiosa subvención del National Creative Placemaking Fund otorgado por la organización ArtPlace America. Es, precisamente, con esos fondos que podremos no sólo lograr la rehabilitación de la propiedad en cuestión sino desarrollar el proyecto comunitario a mayor escala.”
“El objetivo siempre ha sido dotar a la comunidad de un espacio adecuado donde llevar a cabo actividades, acceder a servicios y desde el cual trabajar por alcanzar una mayor calidad de vida en nuestro barrio. Al final tendremos dos bibliotecas, varios salones, un espacio comercial, un espacio para residencia y un espacio administrativo.”
Prosigue la explicación de Marina: “Nuestra experiencia demuestra que se puede lograr expropiar determinados espacios en condición de “estorbo público” sin ningún costo, prácticamente, para los municipios por lo que se debería seguir reproduciendo el modelo. Solo en San Juan, al igual que en el 169 de la Calle Taft en el barrio Machuchal, que es la dirección de Casa Taft, hay otros proyectos como el Infanzón de la Brigada PDT en Puerta de Tierra, el Vivero el Gandul, en el Gandul o el Museo de la Memoria de Tras Talleres, en Tras Talleres. Fuera de San Juan hay otros proyectos basados en ocupación que también habría que mirar como referentes importantes, algunos de ellos en planteles escolares cerrados, como Centro de Apoyo Muto Bartolo o el proyecto Urbe a pie, que trata de revivir el abandonado casco urbano de la ciudad de Caguas.”
La escuela Goyco, por ejemplo, en Santurce, fue cerrada por la pasada administración y los residentes inmediatamente comenzaron gestiones para usarla. Los ciudadanos hemos tenido tantos años sueños de fundar escuelas de danza, de teatro, de trabajar colectivamente para el bien común, sin lugar para operar. Pues, ahí están trabajando los vecinos. Mi amiga Lydia Platón, quien colabora con el proyecto, me dirige a su página en Facebook Goyco para la comunidad (ARMAR) donde el grupo que trabaja declara “Somos una organización comunitaria dedicada a desarrollar actividades e iniciativas que contribuyan a mejorar la calidad de vida de vecinos y visitantes”. La semana pasada el Municipio de San Juan se comprometió oficialmente a pasarle la escuela al grupo comunitario. En las fotos con las que cierro este artículo está mi esperanza de septiembre, que es lo que quería compartir con ustedes en esta pequeña crónica fotográfica. Levanto mi copa de vino y brindo porque así sea. Amén.