¿Y si somos cientos de miles?
A propósito de la caminata por la dignidad
No me encontré con toda la gente que esperaba, pero se trabaja con lo que se tiene. Quienes llegaron y quienes tuvieron que excusarse quieren, como yo, vivir en otro mundo; queremos transformar este mundo para que sea otro. Es una tradición muy vieja querer la revolución.En la mañana del 12 de noviembre de 2018, habríamos despertado antes de que saliera el sol. Es muy probable que, al volver en sí, por unos instantes, pensáramos que la caminata por la dignidad era una perfecta locura. Después de todo, era un lunes feriado, uno de esos días en que se hace realidad cierto modo de paraíso terrenal. Me refiero a la dicha de prolongar, aunque sea por quince fugaces minutitos, la tranquila intimidad que las sábanas ocasionan en las madrugadas.
Quizá nos preguntábamos: ¿Qué diferencia podemos hacer tres o cuatro gatos caminantes en el genocidio anunciado en los planes de la juntilla y sus secuaces en el gobierno que, en juego de pitcher y cátcher, mandan en este país? Pero, acto seguido, pensaríamos en el compromiso con los otros caminantes y en el ¿quién sabe? ¿Quién sabe si logramos que en el trayecto se nos unan decenas, cientos, miles, o hasta cientos de miles de personas, y al final de la jornada efectivamente comienza la gran transformación? ¿Quién sabe si tanta gente en pie demandando dignidad produce la solidaridad global que el genuino cambio requiere en este triste país? No importa lo escurridizo que resulte el concepto pueblo, ¿quién sabe si viendo al pueblo –sí, al pueblo como tal, al pueblo entero– indignado, ocupando todas las calles de la ciudad capital de la Santísima Negación, ninguna fuerza externa se aventure a intervenir?
¿Quién sabe si los Estados Siempre Presentes no se atrevan a desplegar sus tropas y otros recursos con los que cuentan, como los de infiltración? ¿Quién sabe si se ven forzados a detenerse ante la expropiación de todas y cada una de las computadoras y todas y cada una de las elegantes oficinas, todo ello adquirido con el dinero del pueblo? Y, en caso de que se atrevan a desplegar sus tropas, ¿quién sabe si todo ello termina avergonzándolos ante el mundo? ¿Quién sabe si los Estados Siempre Presentes queden inmovilizados al ver a todo Puerto Negación lanzando al vacío tantos jugosísimos sueldos, contratos y subcontratos, tanta presunta complejidad, tanto numerito, tanto plan, tanto plan del plan, todo ello pensado para quitarle a la inmensa mayoría, que poco o nada tiene, y darle a los pocos que ya bastante tienen? La presunta justificación es que las deudas se pagan, pero son los que tienen de sobra y sus secuaces los que, para ganar aún más, produjeron la llamada deuda, por lo que son ellos –y otros desde mucho más atrás en la historia– quienes deben pagar a la inmensa mayoría por el saqueo de las riquezas de su país y su trabajo. Y si las verdaderas deudas se pagan, las pensiones son las deudas que se han de pagar. ¿Quién sabe si los Estados Siempre Presentes no puedan intervenir ante una multitud debidamente designada escoltando a la juntilla y a sus secuaces al aeropuerto para que se largasen para siempre con sus numeritos, sus planes y sus planes de los planes?
¿No era reducir en la mitad el número de puertonegacinos que habitan su propia tierra uno de los pilares científicos de los planes de los planes? Entonces, sería cuestión de aplicarle el cuento in extremis a la misma juntilla. ¡Que se vayan todos y cada uno! En su mayoría, de todas maneras, no viven aquí, y los demás y sus secuaces educan a sus hijos para que se vayan de aquí, mientras ellos mismos no están seguros si quieren vivir aquí, y en todo caso ya tienen un pie afuera. Para ser precisos, los estaríamos haciendo llegar a su más genuino hogar. It’s definitely not safe to do business in Poro Negation.
Regresando a la conspiración de las sábanas en aquella madrugada, tal vez casi todos nos sonreiríamos un poco ante tanta ingenuidad. Por otra parte, hay quien encontraría mínimamente ofensivo acompañar a unas personas a salir forzosamente del país y máximamente ofensivo invadir la propiedad de otro, aunque sea la propiedad que ese otro le robó a uno. Pero, seguimos.
Que la gran transformación comenzaría al final de la jornada de toda una semana caminando por la dignidad, es precisamente lo que se desprende de la solemne resolución redactada para aprobarse en magna asamblea de pueblo el domingo siguiente en la ciudad de la Santa Negación frente al Estadio Niegam Nieghorn:
El pueblo de Puerto Negación, reunido en Magna Asamblea, declara non grata a la Junta Federal de Supervisión Fiscal, proclama la terminación de las funciones de la misma en nuestro suelo y determina el fin del colonialismo en nuestro país.
Aunque hasta el momento, ganando estarían las sábanas y sus quince minutitos, ensoñaciones así, carentes de todo sentido de realidad, nos habrían alimentado por algunos otros breves instantes. Luego, al menos en mi caso, todo se resolvería en la ducha: ¡a la caminata, no importa qué!
Cuando llegué, vi que no se estaban reuniendo, según acordado, en el parquecito central que da la bienvenida a la ciudad de Niegagüez, el parquecito donde, desde hace unos años, se ubica la estatua del gran prócer Euniego Nieguía de Tostos. Excepto por dos o tres curiosos que, manteniendo distancia, se preguntaban qué rayos se iniciaba allí, la gente estaba al otro lado, en la entrada al Recinto Universitario de Niegagüez, donde era más cómodo preparar la salida, como también ordenar, según había quedado establecido, a los vehículos que acompañarían y protegerían a los caminantes de los automóviles transitando la carretera número dos. Se ubicarían un automóvil al frente de los caminantes y una guagua atrás. La guagua llevaría las neveras, el agua y los saludables alimentos, las mudas de ropa y las casetas y pertenencias de quienes caminaríamos por más de un día, o quizás toda la jornada. Luego, en la importante cola de la procesión, vendría la tumba cocos con sus ensordecedores altoparlantes.
Suponíamos que la tumba cocos era imprescindible. Pensando en el nombre y el apellido, uno puede imaginarse estos camiones recorriendo caminos bordeados de palmeras playeras y haciendo honor a su nombre. No obstante, probablemente el nombre viene de alguna leyenda de campañas eleccionarias. Recordamos las consabidas caravanas político partidistas en este país, aquellos eventos con sus jovencitas y jovencitos vestidas y vestidos de rojo en unas, de azul en otras, y hasta de verde en una que otra, bailando en la parte trasera de camiones de carga, al son de una música que le rompería los tímpanos a quien osara acercarse, mientras algún otro, más mayorcito, desde los altoparlantes, se encarga de gritar memorables mensajes del inevitable triunfo del partido que fuera. Las motoras y los carros que conformaban la caravana asentirían, produciendo un regio rugido con sus motores que, en deferencia al inminente triunfo, estremecería hasta a las montañas a lo lejos. Los mensajeros se exaltarían de emoción frente al inmenso tapón que formaban, como si el mundo entero se estuviera uniendo alrededor de la gran celebración que tumba todos los cocos.
Mientras tanto, el inmenso tapón seguiría su rumbo cuasi militar, solo que muy lentamente. “La militar” es el modo en que las generaciones más viejas llaman a la carretera número dos, en implícito recordatorio de que dicha vía se hizo para facilitar el movimiento de vehículos militares entre las distintas bases que rodeaban todo Puerto Negación. Aunque se hiciera tarde, cada cual en el tapón atendería sus asuntos, algunos felices, porque participaron tocando insistentemente sus bocinas en solidaridad, otros molestos o preocupados por el retraso en sus faenas. En el tapón, la gente alinearía los hechos a sus preferencias. Algunos verían señales de triunfo; otros pensarían que la caravana de ellos sería mucho más espectacular. Pero, sospecho que nadie cambiaría de partido; a nadie le tumbarían el coco, por así decirlo. Hace tiempo que no me topo con una de esas caravanas del presuntamente inevitable triunfo, lo que en esa mañana me alegraba sobremanera.
Aunque esta no era una caravana de esas, del tipo motorizado grito de triunfo, me sentía en medio de una tradición un poco extraña. Tampoco era una marcha de mediodía o de una mañana, ni era por una causa tan palpable como la superación del cáncer, lo que por primera vez hiciera un famoso comediante de antaño y fuera retomado muy noblemente por un conocido artista de estos tiempos. Pero, hablando de la tumba cocos alrededor de la cual ya se estaban reuniendo los participantes en la histórica caminata por la dignidad, ¿quién, desde la burbuja atmosférica que ha venido a ser el típico auto de hoy, escuchando su música y correteando militarmente de arriba a abajo por la número dos, se percataría de la convocatoria que era el mensaje de la caminata si no pudiéramos contar con estos ensordecedores equipos? Sin tumba cocos, ante la realidad del tapón que en alguna medida estábamos destinados a formar, los automovilistas pensarían que había ocurrido un accidente de tránsito, que algún carro se llevó a otro carro por el medio, impactó una bicicleta o un peatón, o que se fue por un risco y lo están sacando. Imaginarían también que alguien podría estar gravemente herido, o haber muerto, y que se esperaba la ambulancia.
Lo cierto es que la caminata por la dignidad no anunciaba nada muy diferente a algunos de estos escenarios. Solo cambiaba la escala: el “accidente” es mucho, muchísimo, mayor. Desde la procesión de autos que es la carretera, los conductores se asomarían a ver “qué pasó”. Sin tumba cocos, apenas los dueños de carros estartalaos y ventanas que no cierran en automático comprenderían nuestro importante mensaje, lo que llevaríamos a orgullo, claro. El problema, sin embargo, es que, en estos tiempos, hasta los edificios y las casas a los lados de la carretera son también súper cámaras atmosféricas que, como los autos generalmente más grandes, son cocos casi imposibles de penetrar. Idealmente, todas y todos en la carretera se estacionarían y se unirían a la caminata por la dignidad. Desde las calles marginales, la gente saldría de sus casas o cerrarían sus negocios para unirse. Santa locura pensar esas cosas, pero en definitiva la tumba cocos era condición necesaria para el éxito.
Según caminaba hacia donde estaba la gente, pensaba en las personas que hubiera querido ver y nunca se presenciaron para iniciar la jornada. Más allá de tales pensamientos, que igualmente me los prohibía como los entretenía, mi maletita de avión con sus rueditas me provocaba ganas de reír, o de llorar, que no es lo mismo, pero es igual, como diría Silvio. También mi ingenuidad me daba ganas de reír, o de llorar. Cualquiera diría que me iba de viaje, fuera del país, a otro mundo, ¿quién sabe si al de la gran transformación?
Una hora después, bajo el intenso sol mañanero del caribe, caminábamos por la número dos unos cincuenta cuerpos con sus respectivas almas multigénero y multitodo. Caminábamos con entusiasmo al son de una sirena tumba tímpanos que no nos dejaba hablar entre sí. Hicimos ajustes con la persona a cargo para que nos pusiera música. En minutos, nos encontramos cantando al unísono “¿Junta de quéeé? ¿Promesa de quéeé? Lo que pasa es que se juntan a hundir a mi Borinquéeén…” Estábamos felizmente al acecho de Niegasco, Nieguada y Niegadilla. En Niegadilla, pernoctaríamos lxs que así dispusiéramos y allí llegáramos. Al otro día, algunxs seguirían, otrxs pasarían el batón y también se nos unirían otros cuerpos del área de Niegadilla y Quebraniega. En el primer tramo, había gente de varias organizaciones del oeste, la mayoría mayorcitxs como yo, pero mucho más hermosxs, fuertes y resueltxs. ¡Gente con verdadero sentido de causa! Habían organizado el evento, por lo que había que quitarse ante ellxs todos los sombreros. Casi todxs lxs presentes eran profesorxs. Es a una extraordinaria colega de mi colectivo de profesorxs a quien le debíamos la gestión y el diseño del mejor cruzacalle, como también las más vistosas pancartas, consignas y piquetes. Nos acompañaban también tres estudiantes universitarias y recuerdo claramente que hablé con una maestra jubilada del sistema de educación pública.
Ocupábamos el paseo y el carril de la derecha. Era entretenido hacer que desde los autos pudieran leer los cruzacalles con las consignas de que “La Junta te roba. Camínalo con dignidad” y “¡Puerto Negación sí, la Junta no!”. Siendo día feriado, a nuestra izquierda, los autos pasaban a las millas. El tránsito fluía. ¿Cómo podrían llegar a leer? Era un asunto de establecer el ángulo correcto, pero ello no resolvía satisfactoriamente el problema. Los camiones –algunos de las corporaciones públicas– se fijaban en uno que otro aspecto visual o auditivo del revuelo. Escuchábamos sus reconocibles bocinas y nos dejaban una fuerte ventisca tras su poderoso desplazamiento. Difícilmente, desde la militar, lo que hacíamos podía parecer una invitación a que se nos unieran ese día, al otro día, o el domingo en el Estadio Niegam Nieghorn, cuando fuera. A veces me parecía como si el despliegue de consignas fuera para nosotrxs mismxs y no para quienes correteaban por la número dos.
La situación que sobre la brea y en plena marcha pensaba me recordaba las llamadas redes sociales, ese símbolo insuperable del progreso en el siglo XXI, que no es sino otros cientos de carreteras militares montadas sobre las del siglo XX, por las que el que tiene los medios anda velozmente en lo suyo, sobre todo entreteniéndose y comprando, o presenciando en ausencia a los que piensan como él. Los grupitos que se forman tienden de mil maneras a ensimismarse en un gigantesco anonimato de privacidad parcial. El lado más oscuro de esta historia contemporánea es que se puede estar haciendo cada vez más difícil y, a la vez, más necesario, irrumpir en ese creciente ensimismamiento, para romperlo, desviarlo y politizarlo. Viene bien preguntarnos cuál ha sido el trueque aquí frente a aquella sin duda pobrísima vida de antaño que tanto nos jactamos de haber superado en siglos recientes. ¿Qué queremos decir con ‘lo mucho que hemos avanzado’?
Con muy poca razón pero con dignidad caminaríamos hasta donde pudiésemos al son del estribillo aquel “¿Junta de quéeé? ¿Promesa de quéeé?” y de otras canciones más, una de una divina compositora de la ciudad capital que versaba sobre cómo y porqué es hora de cobrar en vez de pagar, así como una hermosa plena de un maravilloso compositor y profesor de ingeniería niegagüezano, “Sí sí, dicen que la beca me da, ¿ajá? Sí sí, dicen que la beca me da, ¡umjú!”. Mientras caminábamos en la ardiente brea hecha para automóviles, varios cuerpos bailaban al son de esta plena. Uno de ellos me llamaba mucho la atención. Con la gracia que siempre he querido tener, daba un brinquito primero hacia al frente, luego hacia el lado, luego hacia atrás, luego hacia el otro lado, otra vez hacia al frente, y así sucesivamente, todo ello con una mano al aire y la otra sosteniendo uno de los lados de un cruzacalles. Me imaginé esta vez a decenas, a cientos, a miles y a cientos de miles o más de puertonegacinxs uniéndose a bailar así por toda la número dos hasta llegar al Estadio Niegam Nieghorn. Aunque es poco probable, hasta yo, por puro contagio, podría terminar bailando. La distracción rítmica del cuerpo ayudaría a aguantar el sol, a resistir el dolor en los pies y a seguir hasta el final, que en ese caso sería ocupar toda la ciudad de la Santa Negación, imaginémoslo, nada menos que al son plenero, hasta derrocar y hacer desaparecer toda palabra de todo plan en contra de un pueblo indisolublemente unido.
El receso en Niegasco estaba programado a llevarse a cabo en una de las pocas arboledas que quedan a lo largo de la número dos. Y así fue. Comimos nueces y frutas. Lxs líderes fueron seriamente entrevistados por la prensa, cuyos reportajes serían filtrados según criterios en discusión más adelante en este relato. Algunxs aprovechamos para que nos llevaran en la guagua al baño, lo que no encontramos hasta llegar, of all places, al Walgreens del cruce entre Niegasco y Niegón. Allí compraban las gentes que más queríamos ver en la caminata. Al reintegrarnos bajo la arboleda, con menos ruido y con un poco más de sosiego que en la procesión, me encontré hablando con varios profesorxs como yo. Uno contó del buen juicio de un amigo que, aunque estaba de acuerdo en lo de la indignidad de las condiciones políticas actuales, reusó su invitación a participar en la caminata por la dignidad. Refutamos al amigo ausente hablando de porqué hay que salir a la calle a expresar y a hacer, aunque nadie lo haga y aunque nadie quiera tan siquiera mirar que alguien lo está haciendo. Esto me recordaba al gran prócer de la estatua desde la que partimos, Don Euniego Nieguía de Tostos. Me sentí complacido en medio de esa locura de colegas profesorxs. Nos reímos de lxs amigxs por su recta razón y nos reímos de nosotrxs más todavía, aunque obviamente eran ellxs, no nosotrxs, lxs que estaban más equivocadxs.
Ya subiendo la cuesta de lo que queda de la cordillera central en esa esquina oeste de la isla de Puerto Negación, me preguntaba con el prócer global Vladimir Lenin, ¿qué hacer? Acto seguido, en una sórdida gasolinera, bajo el ardiente sol del mediodía y los candentes metales y aluminios de dichos establecimientos, comenzaron a despedirse algunxs caminantes, con toda razón. Ya había quien tenía llagas en los pies y quien había cumplido más de lo que acordó, además de que muchos tenían otras obligaciones que cumplir en la tarde. Por otro lado, no cabía duda que al otro día, en Niegadilla se reforzaría la gesta con nuevos caminantes hacia Quebraniega. De todas maneras, firme y fuerte permanecía el contingente de todas las edades que seguiría hacia el norte hasta el anochecer.
Cerca del río Niegabrinas, pero bastante antes de la salida para Nieca, ya era muy poca la interacción que tratábamos de entablar con los vehículos en la militar. Me tocó, al otro lado de mi cruzacalle, un electricista del RUN, que es donde yo también trabajo. Que yo recordara, nunca me había topado con este electricista en el Niegalegio. Él me recordaba vagamente, pues había dado servicio a los aires acondicionados en el área donde regularmente doy clases. Me habló de su departamento y yo le hablé del mío. Sufríamos el mismo fenómeno de cierre de los puestos de trabajo por atrición. Se trata del modo silente en que se va empobreciendo todo lo relacionado con la misión de la Universidad de Puerto Negación y que está implícito en los numeritos de uno que otro de aquellos planes de los planes. Nada que hablar cuando se trata de ese tipo de racionalidad.
La misión de ser contestona es lo primero que tiene que desaparecer de la UPN. No hay misión universitaria ni política de reclutamiento que valga discutir si lo que quieres es servirle a algún otro. Los numeritos lo hacen todo. En una columna, se restan dos o tres del total cada vez que un igual número de los más viejos nos retiramos, mientras que, en otra columna, se contrata a la compañía del amigo del alma, o en una tercera se suma al total unx que otrx temporerx despachable con las más pésimas condiciones de trabajo. Arriesgan más lxs temporerxs si se ponen contestonxs, lo que en el esquema actual es preferible. Eventualmente, el proyecto de afirmación de la UPN quedaría bajo control. Pero, esos numeritos se irían entre todo lo que lanzaríamos al vacío al final de la caminata. El Departamento de Humanidades y el Departamento de Refrigeración compartiendo un mismo cruzacalles y un mismo destino: la desaparición o la revolución.
Me preguntaba cómo yo me enteraría de las cosas que ese electricista me dijo y cómo él se enteraría de las que yo le conté si no llega a ser por un evento como aquella caminata. ¿Cómo sabríamos que tenemos tanto en común y cómo lograríamos que la próxima vez que nos cruzáramos a lo mínimo nos saludáramos y nos preguntáramos cómo te va? Siempre podríamos buscar en las redes la información que el electricista y yo compartimos, claro. Si alguien ya habita en la infoesfera –la nueva realidad, según anuncia el filósofo Lúcido Progresus con solemnidad académica– son lxs profesorxs. Pero, la cuestión es que lo que se compartió allí no fue solo información. Y la información que se compartió no es la que lxs profesorxs y lxs electricistas normalmente buscarían en las redes. Ambos por lo regular pasan el tiempo entre los suyos, sea en el Niegapp, en el correo electrónico, o en cualquier otra cosa, siempre en lo suyo.
Ya no se puede hablar de una comunidad universitaria que más o menos podría encontrarse a la hora del café o en el almuerzo, lo que podía implicar cierto productivo azar conspiratorio. Los mismos pasillos se están entregando al control del celular. Siguiendo al prócer Lenin, para contestar la pregunta de qué hacer, quizás haya que explorar más a fondo lo que estamos haciendo. Nos estamos separando lxs unxs de lxs otrxs de múltiples y muy pintorescas maneras. No nos comunicamos más; nos comunicamos menos. La política y la revolución, que tanto necesitan de la comunicación, están más lejos que nunca mientras cada cual viva en filtrada conexión con lo suyo. Lo que aumentan es el control y el rebote, el eco, la redundancia, la presencia del choir del ‘preaching to the choir’, la presencia de las gradas del ‘hablándole a las gradas’. Estamos todxs controlando con el mínimo de interferencias a dónde, con quién y para qué vamos, en lo que todo un sistema también de control nos vigila y hace los numeritos y los ajustes que le convienen a unos poderes que se concentran cada vez más. Es lo que pasa en el aspecto material de las rutas de transportación con que nos encontrábamos ya esa primera mañana de la gran caminata. No parece haber ninguna conversación posible entre los veloces autos y los caminantes. Para los veloces autos, los caminantes son otros que andan, como ellos, en lo suyo. El celebrado Lúcido Progresus también. Tiene su propia revista de filosofía de la tecnología. Los artículos son, en gran medida, leídos por pares que, en gran medida, han revisado los artículos de ellos mismos, corroborando que, sin duda, podemos echar adelante en las condiciones actuales. Toda la fanaticada de pares del Dr. Progresus está de acuerdo en afirmar que la infoesfera es ahora la realidad, lo que se concibe como un saltar a otra etapa evolutiva de camino a un cielo que me parece el más puro de los infiernos. Los demonios no tienen nada que hablar. Solo hacen numeritos y ajustes.
Ya en el tramo entre Nieguada y la plaza de Niegadilla, el punto de encuentro al final del día, mis pies caminaban yo no sé cómo; estaban adormecidos, pero lo menos que quería era parar, porque cuando paraba me dolían. Se le estaba haciendo difícil a lxs líderes aguantar el paso acelerado de lxs más jóvenes, como también acelerar el paso a lxs más mayorcitxs. Cuando me percaté de la distancia que crecía entre unxs y otrxs, le conté a la persona al otro lado de mi cruzacalle que de joven siempre me molestaba tener que detenerme para esperar a los mayores. ¡Que teníamos que entender a esxs jóvenes que se nos adelantaban cada vez más! El principio, no obstante, era que caminaríamos al paso de lxs más lentos. Eventualmente, lxs líderes, con razón, le llamaron la atención a lxs más jóvenes. Nos vinimos a recomponer como contingente marchante ya entrando en Niegadilla.
Este punto de caminar al paso de lxs más lentxs me recordaba un principio organizativo que aprendí con los trotskistas en los tiempos en que viví en Nueva Siempre Presente. A esta caminata se habría podido unir casi cualquiera. El acuerdo estaba claro: proclamar la terminación de las funciones de la Junta Federal de Supervisión Fiscal en nuestro suelo y determinar el fin del colonialismo en nuestro país. Se podía unir cualquiera que estuviera de acuerdo con estos objetivos, fuera políticamente más de centro y de derecha que de izquierda, como izquierdoso o de izquierda, fuera macharrán, fuera feminista, fuera lo que fuera en lo que a género y mil cosas más se refiere, fuera estadolibrista, estadoasociacionista, estadista o independentista. Si algún grupo se sintiera incómodo caminando mezclado con los demás, siempre hubiese podido mantenerse aparte dentro de la misma caminata, levantar las consignas del acuerdo y, a la vez, distribuir material apuntando las convergencias y divergencias y explicándolas. Pero, nunca había visto eso en Puerto Negación y tampoco lo vería en esta caminata.
En alguna medida, aquí parece reinar el principio de no aguarle la fiesta al otro. Debería ser lo contrario: ¡águale la fiesta a todo el mundo! Habla, comparte, discute las diferencias y, mientras tanto, lucha por todo lo que nos une. Todo el mundo sabe que hasta que este pueblo no se una alrededor de dos o tres cosas en las que estamos de acuerdo aquí lo que va a pasar es lo que determinen la juntilla y sus secuaces.
Por otro lado, en Puerto Negación también reina algo del ridículo reto que Cush Junior trató de lanzar a todos los países del mundo tras los trágicos sucesos de las torres trillizas, “You are either with us or you are against us”. Really? Excesivo orgullo muchos aquí en Puerto Negación tienen con sus incuestionables tesis y posiciones absolutas y excluyentes en torno a esta miserable colonia, el género y mil cosas más. Sin duda, se infiltraba algo de este espíritu megalomaníaco en la gran caminata, pero ello solo merece el rechazo abierto, como también la solidaridad en todo lo otro en que pudiéramos estar de acuerdo.
A la plaza de Niegadilla nadie acudió, excepto una joven que ya estaba allí como en su casa, como también estaba en la estratosfera, probablemente producto de alguna adicción. Sostenía un soliloquio de primera, pero no logré entender nada de lo que decía. Cuando, siguiendo a los demás, aplaudía a lo que tanta gente decía en celebración del primer día de la jornada por la dignidad, la joven me recordaba a todo el pueblo puertonegacino, pues creo que también aplaudirían. Uno podría pensar que el pueblo entero la encomendó a representarlo y, en ese caso, el pueblo habría hecho bien, pues tienen mucho en común el pueblo y la joven, sobre todo en lo que respecta a una incesante militancia en la ausencia y a cierto modo de adicción.
Mis pies estaban como dormidos, aunque los sentía palpitando. Cada vez que me sentaba en los bancos de mármol de la plaza de Niegadilla, se hacía más difícil volver a estar de pie y dar un paso. Estaba cojeando, lo que no me había pasado antes de finalizar la caminata del día. Fue ahí cuando me di cuenta que cenaría con lxs hermosxs colegas, pero que tendría que regresar a mi casa por un día, solo por el tramo de un día, y así lo prometí. Estaba obligado por todo mi cuerpo a comenzar a escribir este relato, que no puede dedicarse a nadie que no sea la gente mayorcita como yo con quienes regresé en una van esa noche y a aquellxs con quienes compartí en la caminata el miércoles cuando regresé. No se crean el lector y la lectora que fue de la revolución de lo que hablamos en los viajes en auto de ida y vuelta a Niegagüez el lunes en la noche y el miércoles. Compartimos sobre todo chistes, picantes algunos, sucios otros, chistes de vieja guardia y de todo tipo.
El miércoles fue el último día de la caminata. Recuerdo que en la panadería a la entrada de Quiebraniega, el punto de partida del día, nos contaron que a la tumba cocos se le habían caído el día anterior los gigantescos altoparlantes que dan honor a su nombre, lo que era muy triste. También nos contaron que la tumba cocos sustituta que nos acompañaría ese día necesitaba reparaciones, lo que tratamos de hacer en una de esas sórdidas estructuras de metal y aluminio desde las que se dispensa gasolina y que dan a la número dos.
Recuerdo ese miércoles sentir un profundo silencio detrás de las amigables discusiones sobre cómo mantener unido al cada vez más reducido contingente para que los carros no nos llevaran por el medio. Recuerdo también cómo la carretera del norte y sus militares conductores lucían más agresivos que el primer día, puesto que no era día de fiesta. Hacia la tarde, la lluvia caribeña estaba terrible. Las gotas hincaban. El viento que nos dejaban los camiones más grandes lo hacía peor. Ya en un cuchillo entrando a Niegamuy, mientras formábamos un tremendo tapón, y en la confusión de la lluvia que no nos dejaba ni ver, de los poquitos que quedábamos, unos se fueron por un lado del cuchillo de camino hacia la plaza y los otros nos fuimos por el lado que no era. No nos dimos cuenta hasta bastante tiempo después, cuando divisamos un cementerio en vez de el centro del pueblo. Nos reímos del destino que nos espera, claro, recogimos el cruzacalles que teníamos, y regresamos.
Fue en ese desvío que varios de los que estábamos allí pensamos en boicots y otras tantas acciones que se pueden planificar para comenzar a dar fin al colonialismo en este país. Hablamos hasta de una procesión fúnebre por toda la número dos que culminaría en un entierro simbólico de la juntilla y sus secuaces. Discutimos incluso el entierro de todos los partidos políticos actuales en algún parque de la gran ciudad de la Santísima Negación. Pensamos que, para llamar la atención de la gente, incluiríamos un gigantesco féretro. Lo cargaríamos con nuestras propias manos unos veintidós protestonxs vestidxs con harapos que evocaran las ropas formales de un entierro de antaño. Sería una marcha cómicamente fúnebre. Podríamos incluir varias carrozas llenas de flores, como también recibir obsequios especiales en el camino. Claro, habría que hacer mucho más trabajo de base para que se formaran sólidos contingentes en cada pueblo en el camino y se las ingeniaran en cada barrio de toda esta alegre tierra para ser ellos los más originales alrededor del tema del simbólico enterramiento de tanta injusticia e indignidad. El pueblo unido bailaríamos al son de aquella plena del primer día, como también al son de nuevas canciones que, con gran entusiasmo, gente muy creativa compondría. Ocuparíamos un carril, luego dos, luego toda la carretera número dos y, finalmente, toda la ciudad de la Santísima Negación hasta hacer realidad las preguntas retóricas del tercer párrafo de este relato.
Ya al atardecer de ese último día nos encontrábamos alejándonos de Niegamuy, portando los cruzacalles en una desolada carretera paralela a la número dos. Estábamos de camino a Areniega, donde felizmente nos encontraríamos con un contingente de jubilosos retirados de la Universidad de Puerto Negación y, según el plan original, al otro día seguiríamos a Niegatí. Celebramos el encuentro con una noble pizza. Pero, quedaron cancelados los tramos del jueves, del viernes y del sábado. Los trabajos se reanudarían el domingo en la mañana en el área de Capaniega, desde donde caminaríamos al Estadio Niegam Nieghorn en la ciudad de la Santa Negación. Se cancelaron dichos tramos por razones que vienen al caso, pero resulta que no voy a abordarlas. No abordo las razones no porque las quiera esconder, sino porque lo importante es lo ya dicho y un poquito más que queda por decir antes de dar por terminado este relato.
En el transcurso de ese último día de la caminata por la dignidad, recuerdo repetidas veces haber retornado en mis pensamientos a aquella conversación entre profesorxs cuando apenas habíamos comenzado a caminar. Me refiero al receso bajo los árboles a la entrada de Niegasco. Quizás no era tanto un asunto del deber, que es como lo habíamos estimado esa esperanzada mañana del lunes, y es como el gran prócer Euniego Nieguía de Tostos hubiera preferido. Quizás no era tanto cuestión de salir al frente a expresar y a hacer, aunque nadie lo haga y aunque nadie quiera siquiera mirar que alguien lo está haciendo. Es más, a las alturas del miércoles en la tarde, como también en lo sucesivo hasta el día de hoy, podría conceder que éramos unos imbéciles secretamente queriéndonos creer que el milagro efectivamente ocurriría. Pero, la verdad es, más bien, que nos place afirmar el absurdo. Es irracional, pero es bello, y nos place afirmarlo. Lo más noble de esta descarrilada criatura que somos todxs nosotrxs es generalmente algo que no tiene sentido. Afirmar el absurdo es mucho más digno y conducente a una mejor vida y muerte que el orgullo excesivo propio de insistir, con toda razón, que caminatas como la de este relato son tan solo cosas de imbéciles. Negamos el absurdo y cerramos toda posibilidad. El absurdo es también mejor que entregarnos irreflexivamente al tan veloz, tan privado y tan controlador ausentismo de tanta gente hoy, tanto en este país como en el mundo entero.
Uno podría levantar razonables y serias críticas a la organización de la particular caminata por la dignidad a la que me he referido en este relato, pero este no es el lugar para ello. Un tal Luis Nieñoz Nieguín hacía alarde de que este país era una vitrina para el mundo. He aquí lo que en tiempos recientes veo dentro en la tienda, pues los estantes para exponer lo más reciente, en esta ocasión, poco me conciernen.