Blancanieves
No sabía cuánto tardaría desde “The Artist” para que surgiera otra película muda, pero aquí está este filme estupendo que nadie se debe de perder, lleno de imágenes impresionantes y referencias cinemáticas que podrían llenar un pequeño catálogo. Desde lo primero que vemos en la pantalla hasta el último cuadro antes de decir fin, nos sobrecoge la originalidad del texto del guionista director Pablo Berger. Berger, quien también ha servido de cinematógrafo en otros filmes, ha ideado la repuesta del cuento de los hermanos Grimm como un cuento taurino “noir”.
Comienza la segunda década del siglo XX y el torero Antonio Villalta (Daniel Jiménez Cacho) es el más grande torero de España, y está efectuando una corrida en una plaza de toros que parece ser una amalgama entre La Maestranza y la desaparecida La Monumental en Sevilla. Villalta, un híbrido de Joselito el Gallo (Rafael Alberti le dio en un poema el nombre de “rey de los toreros”) y Juan Belmonte, a quien se considera el torero más grande de la historia, se enfrentará con seis toros. Ese número seis será importante en el resto de la historia porque, aunque asociamos a Blancanieves con siete enanitos, en esta versión solo hay seis. Sin embargo, el número siete se nos presenta en muchas ocasiones como preparándonos para los giros que ha de tomar la historia. Por ejemplo, en una de las tomas del gran torero listo para la estocada, vemos en la pared de las gradas un letrero pintado que indica “7 Sol” que, como verán más adelante es referente a Blasco Ibáñez y a los Grimm. De alguna forma el séptimo enano es la audiencia que cree saber el cuento de Blancanieves al derecho y al revés, y ha de equivocarse.
La mujer de Villalta, Carmen de Triana (Inma Cuesta) está encinta con Carmencita (la hermosa niña actriz, Sofía Oria) y presenciar la severa cornada que recibe su marido, a quien teme muerto, le induce un parto complicado y es ella quien fallece. La hija se queda con su abuela, doña Concha (Ángela Molina). Entre tanto, una de las enfermeras del sobreviviente torero, se las arregla para casarse con él y se convierte en la madrastra de Carmencita. A la muerte de su abuela, la niña es llevada al cortijo de su padre, que más bien es un palacio, en un campo dedicado a la crianza de toros, sobre el que rige como una reina maléfica la ex enfermera Encarna (Maribel Verdú). La niña sube a un piso del palacio que le está prohibido donde su padre está reducido a casi una sombra en silla de ruedas, incapaz de mover brazos ni piernas. Se desarrolla, como es de esperarse, un vínculo entre padre e hija que conduce a que ella se interese en el toreo y él le enseñe los trucos particulares que son necesarios para convertirse en torera.
Al cabo de un tiempo la madrastra descubre los encuentros clandestinos entre padre e hija y, como castigo, mata al único amigo de Carmencita. Al cabo de los años, cansada de esperar que su marido muera, la madrastra lo tira por las escaleras y, más tarde, induce a que su amante y chófer, Genaro (Pere Ponce) asesine a Carmen (Macarena García), quien se ha convertido en una joven hermosa. Dada por muerta, Carmen es rescatada de las aguas de un pequeño lago por los enanos que se hacen sus amigos y la incorporan a su espectáculo rodante basado en becerradas cómicas. El resto me lo reservo para que lo disfruten. Si les puedo adelantar que la trama, incluyendo todo lo que antecede, no es tan crucial. Eso sí, ver la estética y la imaginación de los creadores es una delicia.
Lo es por varias razones. La cinematografía (Kiko de la Rica) es espectacular, y el blanco y negro sirve para acentuar tanto sus aspectos realistas como los fantásticos que son necesarios a veces. La ausencia de color enfatiza la maldad de la madrastra y de otros personajes pero, simultáneamente, realza la bondad de otros y la belleza de algunos objetos. El traje de luces nunca ha sido tan hermoso ni ha brillado tanto como en esta película. Ni cómo abotonar el chaleco y atar los machos de la taleguilla, han sido tan hermosamente detallados. Muchas de las composiciones son referentes al cine wellesiano, pero fluyen fácilmente dentro de la historia sin interferir con el hilo narrativo.
No solamente nos topamos con referencias fílmicas a “Citzen Kane”, sino a “Blood and Sand”, la versión de la novela de Vicente Blasco Ibáñez que en 1922 hiciera de Rodolfo Valentino una estrella. Aunque la trama de Blasco Ibáñez no tiene nada que ver con los hermanos Grimm ni con el cuento de Berger, no podemos ignorar que la esposa del torero predestinado se llama Carmen, su hermana Encarnación y el torero, Juan Gallardo, una alusión obvia tanto a Joselito el Gallo como a Juan Belmonte. En “Blancanieves” hay una cita hilarante al sadomasoquismo que media la relación entre Gallardo y la vampiresa doña Sol, que aquí encarna (sí, de eso se trata) en la maravillosamente malvada, Encarna (Maribel Verdú). Muchas secuencias convierten a Blancanieves en el primer “film noir” de la tauromaquia. Un chiste que Berger, con gran atino, extiende convirtiendo a uno de los enanos en un villano que a veces es Akim Tamiroff, tanto en “Touch of Evil” como en “Mr. Arkadin”. Por si acaso no estamos prestando atención, está la tirada por las escaleras de Villalta con su silla de ruedas, algo que hubiera hecho con la misma elegancia perversa Richard Widmark en sus buenos tiempos. Tampoco se debe de dejar de mencionar el nuevo príncipe encantado, que les sorprenderá, y la referencia a la necrofilia, un tema subyacente en mucho Hitchcock.
En una breve escena de “Blood and Sand”, Gallardo les enseña a sus sobrinos a torear. Como he mencionado, las lecciones de toreo que le imparte Villalta a Carmencita, son esenciales para la trama de “Blancanieves” y nos van preparando para esa maldición que parece seguir a los toreros desde el mismo Joselito el Gallo pasando por Ignacio Sánchez Mejía y Manolete. Berger hace de estas lecciones un enjambre de tomas fascinantes e hipnóticas que se convierten en una especie de elegía a la tauromaquia. De hecho, toda la cinta es un lamento de la desaparición de la época de oro del toreo en la que el torero era el héroe nacional, particularmente en España, y de su posible desaparición en el siglo en que vivimos.
Se distingue la música de Alfonso de Villalonga que nos hace recordar cosas etéreas como Manuel de Falla y tan triviales y esenciales como Lola Flores, y Sara Montiel cantando El Relicario.
Predominan también las buenas actuaciones de todos. La niña Sofía Oria tiene una variedad de expresiones que nos dejan ver el sentido de abandono al que le ha condenado su vida sin que sintamos que se nos está manipulando. Cuando crece, se convierte en la joven actriz Macarena García quien no solo es hermosa sino de una precisión impresionante en sus gestos que sin sonidos vocales nos transmiten sus sentimientos.
Entonces tenemos a la excepcional Maribel Verdú, quien es un monstruo quimérico generado de partes de la doña Sol de Rita Hayworth en la versión de “Blood and Sand” de 1941, Norma Desmond, Baby Jane y la madrastra de la Blancanieves de Disney (a veces es Cruela de Ville). Esos pómulos que observan como dos cuchillos de detrás de sus velos y la falsa sonrisa que emerge de una boca en rictus sardónico a la menor provocación nos dan escalofríos si pensamos lo que sería caer en sus manos, o en su traílla.
No dejen de ver esta película francamente bella y original de la cual podríamos hablar mucho más de lo que permite nuestro espacio.