Francia, otra vez socialista
El domingo 6 de mayo el Partido socialista francés ganó las elecciones presidenciales. Es una buena noticia después de cinco años de “sarkozysmo”. François Hollande enfrentó a Nicolas Sarkozy en una campaña electoral muy tensa durante la cual una de las diferencias ideológicas más sobresalientes fue el análisis de la emigración y sus repercusiones en la economía. La derecha liderada por el ex presidente Sarkozy coqueteó con los discursos de la extrema derecha francesa que dirige Marine Le Pen, la hija del otrora líder del Frente nacional, Jean-Marie Le Pen. Este partido de extrema derecha obtuvo el 15% del sufragio general durante la primera ronda de las presidenciales por lo que funge como la tercera fuerza política más importante de Francia después de los socialistas y la supuesta derecha moderada sarkozista.
Muchos son los males que aquejan a la actual sociedad francesa. Un sistema público de protección social y de trabajo que ha venido a menos; descalabro que produce cada día más exclusión a la vez que la crisis económica se cierne como una enorme nube gris sobre el día a día de la clase media y trabajadora. Salario y trabajo precarios son el cotidiano del ciudadano medio. Gente en la calle porque no pueden pagar un lugar digno donde vivir. El euro es una moneda lujosa que cuesta mucho sudor ganar (el salario mínimo es de 1.300 euros al mes) y que se gasta con una rapidez apabullante en una bolsita de compras básicas semanales que cuesta alrededor de 80 euros. Todos estos males según la extrema derecha y la derecha sarkozista parecen tener una causa muy concreta: la emigración.
Su análisis es casi mágico, si nos deshacemos de los inmigrantes y nos separamos de los burócratas de la Comunidad Europea, Francia volverá a ser Francia… “Oh douce France, cher pays de mon enfance!”. Así reza el inconsciente populista de la derecha y al cual apeló Sarkozy, abiertamente, durante las últimas semanas de su campaña. Discursos demagógicos en los que se amalgama y se confunde al extranjero con el inmigrante, es decir, a ese trabajador no europeo que se ha instalado en Francia, que paga contribuciones pero que no tiene derecho al voto en ninguna instancia. El discurso de extrema derecha, podemos decir, que es anti-extrajero de forma general. Todo lo extranjero debe ser excluido a pesar de que no se sabe a ciencia cierta distinguir a un extranjero ¿o sí? Lo que comienza después de ese límite discursivo es el racismo. De ahí la confusión. Adrede, no se diferencia entre el ciudadano de segunda o tercera generación que vive en Francia hace décadas, que está naturalizado francés y el extranjero que acaba de llegar a estudiar o a trabajar. La confusión y la demagogia llega a su apogeo cuando incluso se habla de hacer controles de la gente en la calle porque tienen “la apariencia musulmana”. La expresión se la debemos a un ministro sarkozista. ¿Qué es una “apariencia musulmana”? ¡Auxilio a a la tradición fenomenológica, a Platón, a Husserl, a Derrida. ¿Qué es una apariencia?
¿Musulmana? Sospechamos. Con la emigración siempre llegamos en las tierras galas a la antigua y nunca bien cicatrizada herida de la colonización francesa del mundo árabe y sus avatares en la historia contemporánea. Nos encontramos entre la inmigración de ciudadanos del norte de África, que desde las guerras de independencia del magreb, se asentaron en Francia y los nuevos flujos masivos de poblaciones que debido a guerras se desplazan por el territorio europeo. Las resacas de la guerra contra el terrorismo siguen siendo el estigma que pesa en contra del mundo árabe y que se deja sentir en toda Europa de forma muy inquietante, o como diría Freud, unheimlich, ominosa, familiar y extraña, pues espectralmente esos discursos xenófobos apelan tanto al nazismo, a la estigmatización del otro abyecto, como a todo lo que es extraño o extranjero. El inmigrante es abyecto, es extraño y ominoso. Es el elemento que hay que arrancar de cuajo para por fin una vez más tomar posesión de la casa familiar.
La historia, es decir, esas lentas transformaciones y configuraciones que han determinado los grupos que llamamos pueblos, pesa mucho sobre sus actos políticos. La sangre es sólo uno de los tantos elementos que han servido para ficcionar esa unidad como una esencia pura. Así hablamos del pueblo francés… etc. como si reconociéramos en esa entidad una cosa que la naturaleza ha hecho y no la invención que ha producido la historia y los flujos migratorios. La historia, las historias, los mitos de un pueblo ejercen su fuerza a pesar de que la gente pueda desconocerla. Por eso las razones de la precaridad no parecen tener su explicación en las condiciones económicas actuales y en las decisiones que han tomado los europeos, en particular, sus nuevas instituciones supraestatales. Esto explica que una parte de la población vota pensando que la mejor manera de preservar su cohesión de nación o de pueblo es la exclusión de aquellos que se pueden reconocer como extraños y/o extranjeros.
Pero ganaron los socialistas. Es la segunda vez en la historia de la quinta república francesa que gana un líder socialista. ¿Quiénes ganaron? A juzgar por la diversidad que compone el gobierno de François Hollande triunfaron muchas Francia(s). Hay una diversidad, multiplicadad y equidad que se manifiesta en la constitución del gobierno. Por primera vez en su historia política, y esto es mucho decir en el país de la autora del Segundo sexo, Simone de Beauvoir, Francia tiene un gabinete de ministros paritario: igual número de mujeres que de hombres ocupan las carteras ministeriales. Por primera vez…. Estamos en el 2012 y el Segundo sexo se publicó en 1949. Por el momento, no hemos tenido tiempo de ver lo que estos ministros harán. No obstante, ya algo ha cambiado desde el punto de vista de la representación y del discurso. Se acabó la violencia verbal y el racismo discursivamente solapado tan de moda durante la época sarkozista.
El deseo de diversidad no solo se ha traducido en la paridad de los miembros del gobiernos sino también en términos simbólicos. Así por ejemplo la Ministro de la Justicia es una guyanesa que defendió en 2001 la ley histórica que condenó la esclavitud como crimen contra la humanidad. Christiane Taubira dio su nombre a la ley francesa n° 2001-434 que reconoce como crímenes contra la humanidad la trata negrera y la esclavitud. Una promesa de la campaña del presidente François Hollande y de las encomiendas de la nueva ministro de Justicia, Christiane Taubira, es obrar para aprobar la ley del derecho al voto de los extranjeros.
¿Qué es votar? La respuesta parece obvia: votando. Se puede siempre objetar la repercusión de dicho ejercicio por diversas razones. Entre las cuales se puede aducir la influencia de los medios de comunicación debido al efecto adverso y manipulador que producen en muchas ocasiones. También se puede criticar la maquinaria de los partidos que se han convertido en recolectores de dinero, limpio y sucio, para llevar a cabo sus campañas millonarias. Pero, a eso hay que añadir los fantasmas históricos, los espectros, que pesan sobre los pueblos y que determinan más allá de la precaria voluntad del ciudadano las actitudes políticas. Francia es otra vez socialista a pesar del miedo a lo extraño y de la herida histórica de la colonización del mundo árabe. A veces los espectros, deconstruidos, dejan que el evento del porvenir se cuele por alguna rendija nunca antes observada.