Kon-Tiki
Las hazañas humanas que requieren sacrificios personales cuasi eruipideanos me hacen orgulloso de pertenecer a la humanidad. Pienso en Magallanes, el más grande de los exploradores del siglo XVI y me parece incalculable su valentía y arrojo, su tenacidad, y su importancia. Aunque no a ese nivel, Thor Heyerdahl era uno de los héroes de mi juventud y, con este maravilloso filme que relata la historia de su más celebrada expedición, vuelve a serlo.
Heyerdahl paso tiempo en Fatu Hiva, una de las islas Marquesas de la Polynesia francesa. Allí un nativo le contó que sus antepasados no habían llegado de Asia, como se creía en aquel momento, sino que vinieron del este. Al descubrir un petroglifo con la imagen de Tiki, el dios inca del sol, Heyerdahl queda impresionado con el hallazgo que solidifica en su mente la similitud de los tallados y las estatuas inca con las esculturas en la Isla de Pascua y las de los Moai en Polynesia.
Convencido de su teoría, comienza una búsqueda casi quijotesca para construir una embarcación de la misma forma que hubiera sido posible en la época precolombina. Tratando de encontrar financiamiento para la expedición acude a instituciones, a editores de libros, a quien quiera escucharlo, sin éxito. No es hasta que se le ocurre ir al presidente del Perú que consigue que lo ayuden, no solo el gobierno peruano, sino el norteamericano. Cabe señalar que el presidente del Perú, José Bustamante, era abogado y escritor, y que no nos debe sorprender que fuera el que suplió las necesidades de Heyerdahl. No es difícil suponer que obró sobre él, no solo el orgullo de que fueran sus antepasados los que poblaron las islas del Pacífico, sino la visión del escritor cuya mente siempre navega más allá de los límites que le rodean.
Con una tripulación ecléctica e impredecible, Heyerdahl que no sabía nadar ni sabía nada de navegación se lanza a una aventura que lo ha de llevar en un viaje de 4300 millas náuticas (4949 millas).
El filme nos presenta a Heyerdahl desde que se manifestaba su empecinamiento cuando era un niño y su empeño en conseguir lo que requiere su viaje. A través de la larga travesía no se aparta de su misión ni titubea en tomar decisiones difíciles que, de haber sido distintas, la misión hubiera fracasado.
El filme no solo es hermoso sino que mantiene una tensión intensa sobre el espectador aunque, si uno estuvo despierto en el siglo XX, sabe el resultado. Una balsa de balsa (valga la redundancia) es un objeto central a la trama y adquiere características de personaje por muchas razones, incluyendo que resulta ser un hábitat para un crustáceo emigrante y condena para un loro amazónico. Además les habla a los tripulantes con palabras poco alentadoras. Muchas escenas tienen la belleza alcanzada por las de “Life of Pi”, pero la poesía en esta no es mística hindú, sino más bien una mezcla de poema épico escandinavo con el realismo y el surrealismo francés. En una escena, los tripulantes encuentran peces voladores que durante la noche han quedado atrapados sobre la embarcación. Heyerdahl (Pål Sverre Valheim Hagen, un actor carismático y excelente) toma uno y lo sostiene por las alas y nos hace recordar el cuadro “Jinete de junio” de Rafi Trelles, en el que un pensador con alma de pájaro y de pez, se adentra en una selva donde se esconden rostros misteriosos, y en una playa soñada en el que se han encallado embarcaciones. Esa coincidencia demuestra que el arte imita al arte sin saberlo.
El elenco se desenvuelve de forma impecable de modo que, aunque domina la pantalla Hagen (quien a veces se parece a Peter O’Toole, en su mejor época), nos vamos familiarizando con cada uno de ellos, con sus debilidades y sus fortalezas. Hay una historia paralela que tiene que ver con el matrimonio de Heyerdahl que me pareció sutil y conmovedora, y que provee un contraste de la vida de aventura con la vida rutinaria familiar, y de las distancias insalvables entre ambas.
Petter Skavlan escribió el estupendo guión con Allan Scott como consultor. Es uno de los gran aciertos de la película y está intensificado por la maravillosa partitura de Johan Söderqvist. No menos importante, en un filme que no se fotografió en un estudio sino en mar abierto, es la labor detallada y perspicaz del cinematógrafo Geir Hartly Andreassen y la dirección sobresaliente de Joachim Rønning y Espen Sandberg. No puede detectar diferencias en la calidad de las escenas, ni apreciar cambios estéticos entre tomas. Eso me indica que, como en el caso del verdadero viaje, el trabajo en equipo en esta película fue superlativo.