La inviolable
A veces te la comes, te botas y lo sabes, te levantas del espacio virtual sonriente como el niño que hace una maldad pero que contrario a como cuando eras chiquito te ponen una estrellita en la frente. Es porque en este nuevo mundo digital las travesuras son premiadas, al menos las intelectuales.
Personalmente, vivo en una síntesis cabrona. Me gustan los comentarios cortos, escuetos, certeros, por eso sufro mucho cuando leo tratados completos que escriben otros en la Red. Los envidio por lo rápido que piensan y articulan sus ideas.
Hoy por ejemplo, cuando escribo esto lo hago desde el espiral que ha provocado el boicot al programa SuperXclusivo, alias La Comay. Ha sucedido todo muy de prisa. Y sorpresivamente. Justo cuando estábamos inmersos en el espanto que nos había provocado la muerte de un joven profesional de 32 años en unas circunstancias dolorosas, al extremo de la tortura, tuvimos que embarcarnos todos en una protesta colectiva. Y digo todos porque aún los que se oponen al boicot tomaron parte apasionada en la controversia.
Lo cierto es que no bien habíamos procesado el espanto, nos arropó la ignominia. El país como que se había hecho la historia y la idea, de una víctima perfecta. La misma que posiblemente nos haría olvidar la vergüenza nacional que para algunos había provocado el asesinato y el velatorio del Macho Camacho.
Con el publicista, como se dieron en llamarlo –yo siempre lo llamé por su nombre como si lo conociera–, teníamos a la víctima perfecta. Profesional, trabajador, casado con una deportista, con padres y hermanos, querendón y simpático, era normal que surgiera la campaña de Yo soy Fulano. Todos los del lado de acá, los buenos, éramos potenciales víctimas de los malos del otro lado. Esa fue una de las lecturas de la campaña; pero tenía otra, más cercana y más simple, la de que todos podíamos ser ese humano con miedo frente a un cajero automático en una noche cualquiera. Ese miedo y la espera angustiosa nos hermanó por tres días. Desde el rescate de los mineros en Chile no recordaba una empatía igual.
De todos modos, no importa cuál fuera la lectura que hiciéramos, la disidencia no tardó en nacer. En un intento por democratizar la desigualdad de los marginados nacieron los nuevos carteles que leían «Yo soy Bebo». No que en verdad fueran ni quisieran ser maleantes, lo que querían era no sentirse superiores a los victimarios. O políticamente incorrectos. Eso.
En medio de esa complicación existencial, la bestia peluda de los prejuicios morales le dio un zarpazo a la solidaridad que tan bonita nos estaba quedando y la historia del muerto perfecto fue sustituida por una historia sórdida de drogas y prostitución. La tortura, el maleanteo, fueron sustituidos por los sermones y las recriminaciones. La muerte real a golpes fue sustituida por la supuesta muerte de los valores.
Como colofón a la historia, La Comay casi dijo que el muerto se había buscado su suerte por caminar por callejones oscuros. La sal puesta sobre la herida hizo que la piel sangrara y de esta historia nació el boicot.
Contrario a lo que hubiéramos pensado el boicot a La Comay nació en Nueva York. Es como si las burlas al cadáver del Macho Camacho y a su familia, nos fueran devueltas. Lo cierto es que en principio nadie prestó atención al origen del mismo. Estaba tan bien puesto que nadie buscó la mano que lo puso. El coraje estaba integrado. La indignación fluía sola porque estaba contenida. Algo así como la historia de Santini en San Juan. Yo misma no me enteré de que existía una página «oficial» del boicot hasta casi 24 horas después de estar inmersa en él.
De momento una cosa sencilla como un boicot se convirtió en un maremágnum. Como los espaguetis que vienen derechitos y juntitos en el empaque y cuando salen de la olla son un enredo, la vorágine nos tragó de nuevo.
De Facebook a Twitter. De Twitter a Facebook pasando por los periódicos, tomando cuenta de las incidencias del boicot, mirando asombrada el radar que iba desde Calle 13 a Topy Mamery pasando por el Colegio de Trabajadores Sociales, contestando argumentos, dándole share aunque no estuvieras de acuerdo sólo por buscar el balance.
Recordamos entonces esfuerzos sociales en las redes como los de Egipto –Mubarak y los movimientos Occupy– y cómo nos quejábamos de nuestro pobre manejo de los mismos. El referéndum del No y No fueron nuestra prueba de fuego. La respuesta en las redes a las descaradas declaraciones de Luisito Vigoreaux, padre putativo de La Comay, sobre un boxeador homosexual fueron el ensayo general para un buen movimiento de protesta virtual.
En otro momento, como dice el profesor Coss, deberíamos hacer el esfuerzo por reflexionar más profundamente esa dimensión espontánea que provoca Facebook y Twitter con sus estímulos. Los significados posibles de muchos de estos comentarios, qué perspectivas prevalecieron, cuales fueron las aportaciones más notables, hasta dónde llega la frustración, hasta dónde un falso optimismo nos consuela y hasta dónde son posibles futuras acciones políticas concertadas.
En dos días, 50 mil personas se adhirieron a un movimiento espontáneo en actos voluntarios que lograron lo que nadie pensó. El retiro de pautas comerciales fue impresionante. Como si hace tiempo hubieran tenido el pelo de la muñeca atravesao en la garganta y de momento lo escupieran. Otra vez, el parecido a Santini. El dios Antulio Santarosa, el que a fin de cuentas es quien cambia el cheque, enseñó sus pies de barro. A La Comay se le vieron los cohetes en las medias nylon.
En nuestra capacidad inmisericorde de despreciarnos a nosotros mismos y nuestra capacidad de hacer, comenzaron los ataques al boicot. Los argumentos fueron diversos. Hubo que distinguir entre boicot y censura. Entre boicot y purga, entre boicot y libertad de expresión. Entre libertad de expresión y libelo, entre libertad de expresión y difamación, invasión a la privacidad, discrimen. Hubo que buscar hasta los sinónimos del odio.
Para unos el boicot era disparar al aire puesto que no va a la raíz de «el problema» representado en su audiencia masiva. Para otros dispararle a la cabeza al monstruo haría que otros programas y comunicadores afines al titiritero pusieran sus barbas en remojo. Se comenzó a discutir qué era más importante, si la audiencia de la masa o el poder económico de los auspiciadores.
Nos cuesta mucho creer que el activismo cibernético tenga efectos concretos. Cuando lo ejercemos, un manto de culpabilidad nos arropa. A más Likes más culpabilidad, parece ser la ecuación. Hay que salirse de las redes y hacer cosas concretas es el mandato explícito desde el otro lado del teclado.La mayoría de nosotros asume que los que estamos en las redes no hacemos otra cosa cuando lo cierto es que hay muchos que llevan una vida paralela de luchas y propuestas.
En ese sentido, como gestos concretos del boicot, recuerdo particularmente el de Mariana Reyes quien le escribió a la tienda Walmart diciéndoles que si retiraban su auspicio, ella compraría algo por primera vez en sus tiendas. De alguna manera Walmart ganaba un nuevo consumidor aunque fuera momentáneamente de alguien que era su boicoteadora natural. Supe de gentes que echaron a la basura sus potes de mayonesa Hellman’s y otros que se cambiaron de ATT a Claro aunque ello resultara en detrimento para sus bolsillos.
No sabemos en qué acabe esto. Hasta los más anarcos están tratando de poner su propio orden y no habrá de pasar mucho tiempo sin que llegue la contraparte del boicot organizada. Habrá que ver también si un piquete convocado se lleve a cabo pues son formas muy distintas de protesta.
A la larga ganará el más que resista pero en el tramo ya ha habido algunas ganancias. Uno de ellos, la pérdida del miedo. A Kobbo Santarosa se le temía como se le teme al auditor de Hacienda. Ya no. Otra de ellas, la capacidad de lograr cosas comunes sin necesidad de líderes.
De todas maneras la carrera es una sencilla pues es una carrera por la dignidad, la del ser humano, la que desde chiquitos nos enseñaron que era parte de la Constitución. La inviolable.