Mercaderes y espectáculo: dos libros sobre el fin
Acepté presentar a una escritora en el Festival de la Palabra. Originalmente iba a ser un conversatorio, pero sus editores cambiaron de parecer. En su lugar, la escritora daría una conferencia en la que, a juzgar por el título, ella se presentaría a sí misma. Me solicitaron, pues, que sirviera de anfitriona y moderara la sección de preguntas. Vi el cielo abierto, pues además de estar muy ocupada, la actividad era a principios de un agitado semestre. Ya para entonces había repasado lecturas y rebuscado por la internet información que podía serme útil. Además de leer varias conferencias y entrevistas, había dado con una página de promoción de la editorial, repleta de enlaces y documentos. Estas páginas de autores son, para los humildes habitantes de países chiquititos, verdaderamente alucinantes. No sólo es impresionante la cantidad de ediciones de cada obra, sino el número de contratos para traducciones, guiones de películas, premios, tesis y entrevistas. Pensé en las situaciones de nuestros escritores y las dramáticas diferencias. Vivir de la literatura en Puerto Rico es prácticamente imposible. Cuesta trabajo imaginar que la primera edición de un libro sea, como la última novela de la escritora en cuestión, de cincuenta mil ejemplares, y que a los pocos meses ya esté “colocada” en librerías, cuando en Puerto Rico una edición de mil ejemplares puede tardar diez años en distribuirse. Por otro lado, resulta inquietante que las editoriales multinacionales pretendan sumarnos a un público (¿mercado?) que cuenta para las ventas, pero no como verdaderos destinatarios (¿lectores?) de estos libros. Vivimos en la “comunidad literaria” como escuchando una conversación ajena. De vez en cuando, viene alguien del otro mundo a visitarnos.
En todo esto pensaba cuando me llegó a la universidad, como caído del cielo, Los mercaderes en el templo de la literatura (2004) del escritor y crítico Germán Gullón. Cuenta este libro sobre las transformaciones del mundo literario a raíz de la fuerza del mercado y los efectos del internet. Allí habla extensamente del fenómeno de la mercantilización de la novela y de los llamados “escritores-marca” que pululan por festivales, simposios y ferias del libro. Según su tesis, la historia tradicional de la literatura está dividida en tres etapas: “la Edad de la Palabra, de la oralidad, que coincidiría con la Edad Media; la Edad del Libro, el Renacimiento y el Siglo de Oro; la Edad de la Literatura, los siglos XVIII, XIX y XX.” (Gullón, 55) Ahora estaríamos en una cuarta etapa en la que sucede algo perturbador, cambios dramáticos que constituyen una forma distinta de relacionarse y de percibir el mundo de las letras:
El pobre papel asignado por los educadores a la lectura provocadora de ideas, la omnipresencia de los medios audiovisuales, el cine y la televisión, secundados por los astros fulgurantes de la galaxia internet y el entorno del texto digital, amenazan con relegar la literatura a la segunda fila del universo intelectual, simplemente porque la evolución y el progreso, dominados por el comercialismo, lo demandan. La Era de la Literatura abierta por el romanticismo, cuando Europa alcanzaba el cenit de su poder, toca a su fin, según indican numerosos indicios. (31-32)
Una nueva era se vislumbra y conviene analizar sus condiciones y sus efectos, sobre todo si nos dedicamos, de alguna forma, a la literatura y, de vez en cuando, recibimos la visita de una de esas beneméritas personalidades.
Los escritores-marca, como esos extranjeros que vienen en ocasiones, y que son inexistentes en Puerto Rico, son un fenómeno reciente asociado a la mercantilización de la literatura. Se trata de individuos que, integrados a un sistema comercial, dice Gullón, “necesitan formar su propia red comercial, de contactos, como si de un negocio se tratase. Esa red, cuando se trata de los grandes de la literatura, es parecida a la de marcas comerciales como Gucci o Cartier, que no ponen sus sucursales más que en los domicilios de prestigio.” (61) Concluyo que, según ese razonamiento, es el criterio comercial, precisamente, el responsable principal de la carencia de “visitas” de los célebres a nuestra Isla. Cuando viene alguien “importante”, lo recibimos con entusiasmo, pues, como decimos los isleños, “eso fue lo que trajo el barco” (o el avión).
Pero, ojo, la comercialización no es el único fenómeno responsable, según Gullón, de la banalidad de la literatura. También son responsables los centros académicos, en particular el carrierismo del que padecen las universidades norteamericanas que convierten la investigación académica en un medio para mejorar su posición en el mercado profesional:
…. lo pernicioso es la acumulación de palabras, la hojarasca que cubre la literatura, porque, como la comercialización, el carrierismo termina por banalizarla y quitarles dignidad a las ideas que contiene. Quienes así tratan a la literatura tienen otros intereses, que se reducen a manipularla como el objeto de un valor de cambio, que sirve para mejorar su posición en el mercado profesional. (86)
Quienes hemos presentado informes semestrales y planillas para ascenso en rango académico, y hemos asistido a alguno de esos simposios repletos de ponencias inverosímiles, sabemos bien de qué está hablando. Sin embargo, afirma Gullón, la academia todavía cumple una función rectora. A su juicio, el canon literario aún debe establecerse en las universidades y no en la prensa, “a no ser que queramos que la literatura sea tomada como un mero producto comercial y que las reseñas sean una variante de los anuncios de yogur.” (135)
Esta misma preocupación por las peligrosas transformaciones de la “era global” las comparte Mario Vargas Llosa, sin duda también un escritor-marca, en su reciente libro La civilización del espectáculo (Anagrama, 2012).1
Vargas Llosa pretende en su ensayo: “dejar constancia de la metamorfosis que ha experimentado lo que se entendía aún por cultura cuando mi generación entró a la escuela o a la universidad y la abigarrada materia que la ha sustituido, una adulteración que parece haberse realizado con facilidad, en la aquiescencia general.” Con ese propósito, pasa revista a las ideas al respecto de T. S. Elliot, George Steiner, Guy Debord, Gilles Lipovetsky, Jean Serroy y Frédéric Martel. Considera la invasión de lo banal en las principales facetas de la cultura: el arte, la literatura, la religión, el erotismo y la política, y presenta, según dice Víctor García de la Concha en la presentación del libro, “un manifiesto moral” para estos tiempos. De una forma u otra, no importa la maravilla, todo desemboca en el Gran Bostezo que profetizaba, recuerda Vargas Llosa, Octavio Paz. En conclusión, el asombro en estos tiempos tiene fecha de caducidad.
Varias reseñas sobre el libro de Vargas Llosa lo despachan como la pataleta de un intelectual snob2, sin embargo, en el contexto que lo he leído (en la resaca del Festival de la Palabra, justo antes de las elecciones, en la calma tormentosa del ambiente universitario) sus planteamientos bien merecen la atención de quienes laboran en las áreas de las Humanidades o se dedican a la educación o al periodismo.
A mi juicio, lo que más debe preocuparnos de esta civilización del espectáculo, según la describe Vargas Llosa, es su siniestra adecuación a los modos dictatoriales, con el beneplácito del “aborregado” individuo que: “[reacciona] ante la “cultura” imperante de manera condicionada y gregaria, como los perros de Pavlov ante la campanita que anuncia la comida.” En esta “civilización del espectáculo” se esfuma el intelectual de la esfera pública y reina la frivolidad, que define como: “una manera de entender el mundo, la vida, según la cual todo es apariencia, es decir teatro, es decir juego y diversión.” Me parece que no son necesarios los ejemplos, considerando que mi artículo se publica justo en la semana electoral, el non plus ultra del carnaval banalizador boricua.
En el último ensayo de su libro, “Dinosaurios en tiempos difíciles”, sin embargo, Vargas Llosa puntualiza los casos de la cultura y la actividad política en “esa vastísima zona del mundo que aún no es culta ni libre”: los jóvenes que se inmolan por una causa, la persecución de artistas y escritores en los regímenes dictatoriales. Conmina a los desencantados artistas de “los países cultos y libres” a que miren a esa otra parte del mundo: “Allí , la literatura no debe estar muerta, ni ser del todo inútil, ni la poesía y la novela y el teatro inocuos, cuando los déspotas, tiranuelos y fanáticos les tienen tanto miedo y les rinden el homenaje de censurarlos y de amordazar o aniquilar a sus autores.” Quienes, por el contrario, según Vargas Llosa, residen en la tranquila conformidad de un país “culto y libre” están condenados a otra forma de desastre, el de la “civilización del espectáculo”: “Por este camino podemos deslizarnos hacia un mundo sin ciudadanos, de espectadores, un mundo que, aunque tenga las formas democráticas, habrá llegado a ser aquella sociedad letárgica, de hombres y mujeres resignados, que todas las dictaduras aspiran a implantar.”
Este último punto de Vargas Llosa es el que me inquieta. En cuanto a los libros soy, como Gullón, un poco más optimista y creo que la palabra prevalecerá en cualquiera de sus formas. La amenaza de aborregamiento, sin embargo, me parece mucho más peligrosa. La falta de autenticidad lo embarga todo, nos cerca el simulacro. Nada es lo que parece, nada importa lo suficiente como para inquirir quién es el alticolocado que mueve los hilos, qué hay verdaderamente detrás de ese cartel, de esa historia, de esa promesa. Como si ya no interesara llegar a la Verdad, que es tan aburrida. Ni siquiera vale merece la pena intentarlo.
Allí es que, según Vargas Llosa, debe intervenir (si es que puede hacer algo) la “alta cultura” que él defiende. Por otro lado, ciertamente, como alega Gilles Lipotevsty en su coloquio con el Premio Nóbel, los valores fundamentales de una sociedad justa, se encuentran igualmente en Proust como en una película de Spielberg. Ahora, ¿acaso no contó Spielberg con el eco de “grandes obras universales”? Si exploramos la cadena alimentaria cultural, para llamarla de algún modo, apuesto que en algún punto nos tropezamos con una de esas obras que sólo los iniciados gozan a plenitud.3
Finalmente, ¿en qué país vivimos? ¿En un país “culto y libre”? ¿No han resultado “peligrosos” para las autoridades ciertos textos, ciertas obras de arte, ciertas actividades periodísticas? ¿Debemos considerar estos casos de censura un reconocimiento a la pertinencia de la “cultura”?
Tal vez aquí, sólo tal vez, tal vez sólo aquí, no estemos del todo en el fin de la Era de la Literatura, como alega Germán Gullón, ni en plena y absoluta Civilización del Espectáculo, como teme Vargas Llosa, sino en otra cosa que, afortunadamente (?) para nosotros, aún no tiene nombre, a pesar de los mercaderes, el carrierismo y los malos gobiernos. Lo que sea sonará.
Bibliografía consultada
Gullón, Germán. “La civilización del espectáculo, según Germán Gullón” Akademia Editorial (13/10/2012)
— Los mercaderes en el templo de la literatura. Madrid: Random House/Mondadori, 2004.
Vargas Llosa, Mario. La civilización del espectáculo. Alfaguara, 2012. [Ebook]
- El libro, presentado con bombos y platillos el pasado 25 de abril en Madrid, lo reseña el mismo Germán Gullón e, irónicamente, lo leí en su edición digital, con la traviesa intención de comentarlo, con el otro, en este artículo de 80Grados y – cómo no – incluirlo en algún informe de labor rendida este semestre en la UPR. [↩]
- Para una reseña furibunda, véase la de Jorge Volpi, “El último de los mohicanos” El País. 27 de abril de 2012. http://elpais.com/elpais/2012/04/18/opinion/1334759323_081415.html [↩]
- Gracias a la internet, precisamente, puede verse todavía la presentación del libro de Mario Vargas Llosa, un aristocrático evento en la sede del Instituto Cervantes de Madrid. El benemérito Premio Nóbel sostiene un animado coloquio con el distinguido ensayista francés Gilles Lipovestky y juntos desentrañan lo que llama el peruano “el triunfo de una gran confusión”. Véase: Centro Virtual Cervantes. Presentación del libro La civilización del espectáculo. 25/5/2012 http://www.youtube.com/watch?v=4l9YPlnsIcU [↩]