Una bala con el nombre de mi hijo
Una bala ilegal acabó con la vida de mi amado hijo Camilo. Hace casi tres años rebotó y a mí me destrozó el corazón. Esta Navidad estaría celebrando 27 años de vida. Por eso sé muy bien entender el devastador dolor de cada madre y padre de esos angelitos muertos en la tragedia de Connecticut. La matanza de esos niñitos en una escuela elemental pública de Connecticut enfría el alma y el corazón de todos y todas y en especial de los padres y madres que confiadamente dejamos a nuestros más preciados tesoros cada día en el lugar que jamás podemos imaginar pueda ocurrirle alguna cosa mala, mucho menos estar en peligro de muerte. Estos eventos no son fortuitos, ni incomprensibles, ni increíbles; son producto de una política de libre mercado que permite la venta irresponsable de armas de fuego. Esta venta, avalada por las naciones más poderosas del mundo, lista que encabeza EE.UU., produce además un intercambio ilegal de armas ligeras, lo que fomenta actos de violencia como esos en Connecticut y como los que ocurren a diario en nuestro país. Esa que deja las familias destrozadas para siempre.
Por eso me cuesta creer en las lágrimas del presidente Obama por la tragedia ocurrida, a no ser que llore de vergüenza y culpabilidad. Estados Unidos es un acérrimo defensor del derecho de las personas a tener armas y cada intento de la comunidad internacional de regular el comercio de armas, ha sido todas las veces vetado por esta nación. Claro, predomina el sentimiento del Mercado y de la industria de armamentos -siendo EE.UU. el de mayor producción en el mundo- pues las ganancias del comercio de armas a nivel mundial rondan los 60 mil millones de dólares anuales. Ante ese muro de contención tan poderoso, ¿qué podemos hacer? Tomar acción y exigirle a nuestro gobierno que de alguna manera inicie, en colaboración con todos y todas, conversaciones, reuniones, planes, acuerdos para darle forma a alguna regulación local en esa dirección que contribuya a frenar la violencia en nuestro país. Sobre todo, seguir levantando la voz, en marchas, organizaciones, redes virtuales, voces de jóvenes que son las víctimas más numerosas, voces de mujeres -sector tan vulnerable- acechadas por un macharrán que de donde quiera saca un arma ilegal y le quita la vida, y voces sobre todo de las madres que vemos cómo cada día la sangre amada de nuestros hijos se derrama en las calles. Sangre como la de mi hijo, muerto hace tres años en una calle cualquiera de la capital. Mi corazón se detuvo ese día, pero no lo suficiente como para no luchar, no exigir, no pelear, no demandar que cese la violencia. ¡NO al comercio de armas ligeras! ¡Aboguemos por un control y regulación local de armas mucho más estricto! ¡Exijamos ya la aprobación de un tratado internacional para regular el comercio de armas!