Perdiendo a Puerto Rico
El proceso de pérdida podría darnos una guía para comprender a algunos ciudadanos de nuestro país. Este proceso, esquematizado durante la década de 1960 por la psiquiatra suiza Elizabeth Kübler-Ross1, explica que usualmente la persona que enfrenta una pérdida, ya sea de un ser querido, su trabajo, una mascota u otra pérdida emocional o material, procesa la información y maneja sus emociones mediante la evolución de cinco pasos. El proceso incluye la negación, la ira, la negociación, la depresión y la aceptación. No todo el mundo pasa estas etapas en el mismo orden o con la misma intensidad. Algunos se fijan, digamos en la ira, y pueden pasar años lamentando con coraje lo que han perdido, sin trascender dichas circunstancias, lo cual puede afectar su ajuste a la vida diaria y sus relaciones con los demás.
En el Puerto Rico de hoy, somos muchos los que perdemos. Se pierden vidas, trabajos, pertenencias, salud, amores, oportunidades y confianza. Vemos cómo algunas de estas pérdidas personales desatan otras manifestaciones sociales que afectan la convivencia en comunidad. La pérdida de vidas por actos criminales, no solo lleva a los íntimos del difunto a manejarla sino que estimula en otros la ansiedad y temor de poder enfrentar circunstancias similares en cualquier momento. Es como sufrir por pérdidas anticipadas. Algunos casos notorios, como el de la adolescente víctima de un disparo en Año Nuevo o la pareja de novios asesinada en Ponce mientras paseaban por una transitada avenida, provoca en la comunidad en general una sensación de impotencia y pérdida, como si fueran parte de la familia. De esa manera, muchos pueden experimentar el proceso de las etapas mencionadas.
La alta incidencia de robos, escalamientos y despidos laborales también lleva a muchos puertorriqueños a sufrir pérdidas materiales que afectan su estado emocional y su conducta. Perder el empleo cuando no hay oportunidades inmediatas de conseguir otro, obliga al individuo a hacer ajustes económicos en los cuales también pierde conveniencias que pueden afectarle significativamente. Por otra parte, la pérdida de la pareja por separación, provoca en algunos sentimientos de ira que pueden culminar en actos de violencia.
En otros ámbitos, la pérdida de confianza que se evidencia en el ciudadano en relación a las autoridades del país también desestabiliza la relación entre estado e individuo y dificulta el consenso de un modelo de gobierno satisfactorio para todos los sectores. Si vemos la frecuencia con que perdemos y lo lento que puede ser el tránsito por estas cinco etapas para manejar dichos sentimientos, tal vez podamos comprender el grado de inestabilidad que permea nuestra sociedad.
Se me ocurre que por un momento visualicemos a Puerto Rico como un moribundo. La sensación entre muchos de que “la cosa está mala” y que cada vez se pone peor, puede personificarse con un enfermo terminal que muchos diagnostican pero pocos aciertan en curar. El paciente sufre de una prolongada condición de deterioro progresivo y los familiares, en éste caso, los ciudadanos, ven como van perdiendo aquel robusto país que décadas atrás era el modelo económico y social para muchos. Pero al igual que nos dice la destacada psiquiatra sobre los familiares que pierden a un ser querido, no todos los deudos del difunto procesarán la inminente pérdida de la misma manera. Veamos cómo algunos podrían estar enfrentando la pérdida de su Puerto Rico ansiado.
La primera etapa es la negación. Me parece que muchos están en esta temprana etapa pues no parecen o no quieren darse cuenta de que el paciente se nos muere. Esos pueden tener episodios de lucidez en los cuales se quejan, pero fácilmente escapan a la realidad en un ejercicio de consumo desorbitado o diversión que les refuerza su estado de negación. Esos son los que niegan la crisis o se niegan a reconocer los responsables de la misma; son los que parecen felices, participan de toda fiesta de pueblo, gastan lo que no tienen y son los que no pueden conectar causa y efecto.
Otros se han fijado en la ira, la segunda etapa. Esos son los amargados que no encuentran solución y le echan la culpa a todos, con mucho coraje. Éstos son agresivos en palabra y acción porque no pueden tener lo que quieren. Además, insultan y resisten hacer alianzas. Ellos tienen coraje porque no creen merecer lo que les está pasando y agreden y maltratan a quienes identifican como la causa de sus males o a quienes ven más débiles y les sirven de válvula de escape a su ira. Éstos no reconocen su grado de responsabilidad en la enfermedad del moribundo. Confunden la ira con la indignación.
Negociar es la etapa intermedia. Para los religiosos, durante la inminente pérdida de un ser querido o algo verdaderamente apreciado, es típico hacer promesas a Dios para que los salve. En el caso de nuestra visualización del país, serían los que negocian cada cuatro años con los políticos que prometen salvarnos del desastre de la anterior administración. Negocian el apoyo y el voto, ofreciendo llevarlos al poder para qué éstos a su vez los rescaten de lo perdido, sin ellos aplicar mayor esfuerzo.
Finalmente llegamos a los deprimidos. La depresión aflora como cuarta etapa cuando ya reconocemos la pérdida, nos ha dado coraje y hemos tratado de evitarla pero nada ha funcionado. Los deprimidos se encierran en su miseria y no ven soluciones. A éstos no les entusiasma votar, han perdido la fe en el sistema y ellos mismos no se encaminan a restablecer su vida de manera creativa. El deprimido se aísla, se enajena de la discusión, evita las noticias y se resiste a participar en la opinión pública. Su estado de depresión lo inutiliza en el proceso de cambio y se convierte en un lastre para los que han completado el ciclo y aceptan la necesidad del cambio.
Culmina el proceso con la aceptación, que no es lo mismo que la resignación. Aceptar es reconocer la realidad de las circunstancias, lo que nos permite ser capaz de cambiarla. No podemos cambiar lo que no podemos evaluar, y resulta inútil tratar de evaluar lo que no reconocemos como real. Aceptar la realidad del Puerto Rico de hoy implica conocer su historia, su cultura, su política y economía, y ser capaz de criticar constructivamente las bases para proponer cambios. Aceptar que estamos perdiendo es la única etapa que nos permite manejar la pérdida de forma productiva y trascender.
- La autora de varios libros es mundialmente conocida por su defensa del trato sensible a las personas en el proceso de morir. [↩]