¿Cómo es tu universidad?
Un pueblo educado no significa automáticamente un pueblo empleado, pero si puede ser un pueblo ocupado en propuestas para mejorar su economía y su condición de vida. Un pueblo que aprende es uno que se da cuenta de lo que no funciona. La universidad puede aportar a enseñar nuevos universos más allá del barrio, pero sobre todo, debe educar a ser críticos y proponer cambios.
Desde la década de los 70’s, en Puerto Rico, al igual que en Estados Unidos, se ha disparado la cantidad de estudiantes de escuela superior que entra a instituciones post secundarias, esto debido, en gran parte, a las políticas federales de asistencia económica. BEOG y PELL, programas de estudio y trabajo y los préstamos federales han sido el sostén de un creciente número de instituciones a nivel universitario en la Isla, públicas y privadas, que acogen cada año cerca de un 6.3 por ciento de la población del país.
Considerando los costos de operación de los recintos universitarios, las instituciones privadas, enfrentan el reto constante de reclutar nuevos alumnos-clientes para mantenerse competitivos en el mercado de la educación post secundaria. El proceso de promoción y reclutamiento que, en décadas pasadas estaba en manos de consejeros profesionales que junto a los orientadores escolares guiaban a los alumnos en sus intereses vocacionales, en la actualidad ha sido sustituido por especialistas en Mercadeo que utilizan tácticas de promoción y publicidad dignas de cualquier producto de consumo.
Entre los anzuelos para atraer a esos alumnos-clientes, sin duda se incluye el atractivo de cualificar para ayudas económicas, ya que un alto número de prospectos nunca tendrían posibilidades de estudiar en la universidad si no fuera por estos incentivos económicos, aún en las universidades públicas.
Parece haber una correlación entre los alumnos que provienen del sistema público de enseñanza, de recursos económicos limitados y el nivel de aprovechamiento que estos muestran en las pruebas de admisión y sus índices académicos. Siendo la universidad del Estado la que mayores requisitos tiene para la admisión, vemos como son desplazados a las costosas universidades privadas la mayor parte de los estudiantes de escasos recursos.
Mientras en los dos principales centros universitarios públicos del país, Río Piedras y el Recinto de Mayagüez, la tasa de alumnos que entran con ayudas económicas es de un 66 y un 73 por ciento respectivamente, en las universidades privadas que son significativamente más costosas, sobrepasa el 90 por ciento y en algunos casos, es la totalidad de los alumnos.
¿Para qué ir a la universidad? Para los que son todavía adolescentes y recién graduados de la escuela superior, entrar a una universidad puede llenar diversas expectativas. Aún cuando la misión de prácticamente todas las universidades incluye el máximo objetivo de ofrecer educación de calidad para que el estudiante complete el grado académico de su carrera seleccionada, la realidad es que muchos entran sin saber qué quieren hacer en su vida. La universidad no solo es para estudiar: es un centro por excelencia para conocer amigos, buscar pareja, separarse de los padres, socializar… y si le pagan para mantenerte en ese ambiente, resulta sin duda una oportunidad muy atractiva.
El objetivo típico de hace cuatro décadas de ingresar a la universidad para aprender una profesión, obtener un diploma en cuatro años que le permita lograr un empleo de remuneración atractiva para el resto de su vida, ya no es una opción real para nuestro actuales universitarios. El diploma no garantiza el empleo, y ahora menos, con un índice de desempleo que ronda los 16 puntos, para ser conservadores. El egresado ya no solo compite con los recién graduados de otras facultades, sino que sale a competir con personas desplazadas, con muchos años de experiencia, lo que deja al recién graduado de bachiller o maestría con muy pocas oportunidades de lograr el empleo deseado.
El Centro Nacional para las Estadísticas de Educación (NCES) anticipa para los próximos años un crecimiento de solo nueve por ciento de estudiantes jóvenes que entrarán a las universidades inmediatamente después de graduarse de escuela superior, pero hasta un 23 por ciento de aumento en los que entrarán a estudios post secundarios después de haber cumplido los 25 años de edad. Algunos señalan que este tendencia tiene relación con los desplazados de empleos que optan por ingresar, o regresar a los estudios con ayudas económicas, para diferir ese tiempo como desempleado y aumentar sus oportunidades futuras con el ansiado diploma.
Los que entran esperando conseguir trabajo, optan por abandonar la carrera hacia el grado universitario cuando encuentran a mitad de camino empleos que le resuelvan su situación financiera inmediata. Algunas empresas los buscan sin el diploma para justificar pagarle menos, pero en otros casos tienen que realizar tareas que les basta con un entrenamiento y no requieren una preparación universitaria. Algunos terminan ganando buenas comisiones que los alejan por siempre del salón de clases.
Para ese que solo ve en el diploma una función utilitaria para fines económicos, la educación universitaria es cada vez menos pertinente. Lo vemos en el salón de clase cuando se ausentan o dejan de hacer las tareas para cumplir con horas de trabajo. Estudiar y aprender no es una prioridad para muchos universitarios cuyo perfil ha cambiado drásticamente en las recientes décadas. Los problemas personales que escuchamos como excusas todos los días en la academia, nos demuestran que aquel perfil del joven dependiente de sus padres, estudiante a tiempo completo y comprometido con la meta de graduación, está en riesgo de desaparecer.
Varios estudios realizados durante las últimas décadas sugieren que los estudiantes que se dan de baja de sus estudios universitarios aducen principalmente razones económicas y sociales para no completar sus estudios. Aún con la cantidad de ayudas económicas federales disponibles, muchos alumnos no pueden cumplir con sus responsabilidades financieras como proveerse transportación, alojamiento, ni alimentación. En muchos casos, estos estudiantes también tienen dependientes que mantener, para lo cual buscan trabajos a tiempo parcial o completo.
La tendencia de la educación a distancia ha resultado ser para unos una alternativa que le permite estudiar sin físicamente entrar al salón de clases y así organizar su tiempo a conveniencia para continuar buscando el sustento. Pero también escuchamos de los que la situación económica no les permite siquiera tener la tecnología disponible que requiere los estudios por Internet.
En este proceso de transformación social, hemos visto como crecen institutos de carreras cortas, que también aceptan las becas federales, y que ofrecen en poco tiempo una certificación en áreas de mayor potencial de empleo diestro, sin que tuvieran que tomar cursos de las incomprendidas Humanidades.
Tanto la UPR como el RUM tienen las tasas más altas de retención de alumnos en su primer año. Entre un 83 y un 85 por ciento de los alumnos de nuevo ingreso pasan a su segundo año de estudio. En cuanto a los que logran terminar su grado, también los recintos principales del Estado superan a las principales instituciones privadas. Entre un 42 y un 49 por ciento de los que entran al sistema de la UPR, se gradúan en un periodo de ocho años o menos.
En el caso de las universidades privadas, el por ciento es mucho menor y ronda entre los 14 y los 36, aproximadamente. Esto indica que en términos generales, apenas un 30 por ciento de los alumnos que entran a una universidad en Puerto Rico, completan su grado académico. En los Estados Unidos, las instituciones privadas superan a las públicas en el índice de retención, siendo 48 por ciento el índice de hispanos graduados en seis años o menos de un grado de bachiller. En la Isla, la mayoría tarde cerca de ocho años en completar un programa académico de cuatro.
Otro factor importante en las razones para no continuar estudios parece ser el trasfondo socio económico del alumno. Aquellos de menos recursos, tienden a darse de baja con mayor frecuencia que los de clases económicamente acomodadas. Si vemos las tendencias económicas que muestran una brecha cada vez más amplia entre los que tienen mucho y los que tienen poco, podríamos anticipar que las clases más pobres podrían resultar con menos graduados universitarios y menos oportunidades de trabajos mejor remunerados.
El nivel de aprovechamiento académico, la integración social a la vida universitaria, el ambiente en su recinto y las relaciones con la facultad, además de la confianza propia para poder superar los retos de una educación universitaria, son otras de las razones que los alumnos expresan para abandonar los estudios, según muestran las estadísticas.
Pero la evaluación de la calidad de la educación y la cultura de un país no debe medirse solo de manera cuantitativa. Las estadísticas pueden indicar que son muchos los que entran y pocos los que salen con un diploma, pero no indican cuanto saben y pueden hacer esos que se gradúan. Eso lo podemos ver en los resultados de cómo se mueve el país.
Nada mejor que observar las expresiones sociales a través de los medios masivos de comunicación de una sociedad para tener una muestra del nivel de su cultura y conocimiento. En un país con tantos centros universitarios, como lo es el nuestro, ¿dónde están las soluciones y acciones inteligentes para un mejor país? ¿Cuánto saben los adultos y jóvenes sobre historia y cultura? ¿Cuántos están dispuestos a defender las instituciones culturales del país?
Si lo que vemos es que menos del siete por ciento de la población entra a la universidad y de esos menos del 30 por ciento completa su grado, tenemos que preguntarnos, en manos de quién están las instituciones el país. ¿Cuán preparados académicamente están los que toman las decisiones tanto en el sector privado como en el público?
¿Estudiaron en instituciones locales, donde el aprendizaje de aspectos de la cultura nuestra es parte del currículo? ¿Estudiaron en instituciones vocacionales, técnicas o de carreras cortas donde el contenido de cursos Humanísticos y en las Ciencias Sociales en prácticamente inexistente? ¿Aprendieron lo que saben en la calle, doblando el lomo como aprendices? ¿O acaso pasaron por una universidad, obtuvieron un diploma pero están marginados del mercado de empleos o de los círculos de poder?
La sociedad no se administra solo con profesionales. Los artesanos, los obreros, los trabajadores diestros y las “amas de casa” son fundamentales. Aquella creencia que nos vendieron en los 60’s de que para ser “alguien” había que tener un título, fue solo una ilusión de los padres de la post guerra que aspiraban a que sus hijos tuvieran mejores oportunidades económicas que las que tuvieron ellos. Pero esta es otra época, donde el bichote del punto está mejor acomodado, económica y políticamente hablando, que el muchacho con el doctorado.
Estudiar y aprender no son sinónimos. Para aprender hay que tener deseo y voluntad. Si además se tienen buenos maestros y el apoyo de una institución académica cualificada, las posibilidades de ese estudiante aumentan. ¿Pero aumentan para qué? No necesariamente para conseguir un empleo, pero sí para saber lo que tiene que hacer.
La universidad mercantilista produce aspirantes a empleados. La verdadera universidad produce ciudadanos capaces de defender su cultura y ejecutar proyectos edificantes que nos permitan vivir de forma justa. ¿Cuál de esas es la nuestra?