Abuela, háblame y cuéntame cosas africanas
Tal vez les parezca caprichoso que, de un voluminoso texto que supera las 500 páginas, elija una escueta línea de diez cándidas palabras como punto de partida para discutir la reciente entrega de Miriam Jiménez Román y Juan Flores, The Afro-Latino Reader: History and Culture in the United States. Quizás les parezca antojadizo que opte por comenzar con ese verso aislado, casualmente dispuesto sobre una hoja despejada -¿medio llena o medio vacía?- inserta, quizás fortuitamente, en el corazón mismo de la antología. Tal vez les resulte arbitrario que arranque con una somera línea de uno de los escasos poemas que habitan esta antología en la que priman ensayos y testimonios.
Tal vez tengan razón, pero insisto, porque es desde esta línea que el libro me habla y quiero que nos hable. Recordando una cita de Franz Kafka, “un libro debe ser un cortahielo que quiebre los mares congelados en nuestra alma”. Esta fue mi experiencia con el texto y espero que sea la de ustedes.
Cito, entonces, el recóndito verso de Víctor Hernández Cruz que me encapricha, tomado de su poema African Things, incluido en la sección del libro titulada The Black Latino Sixties: “grandmother speak to me & tell me of african things” (abuela háblame y cuéntame cosas africanas). Me detuve una y otra vez a examinar esa línea en el contexto de las más de 200 páginas que le preceden y las otras tantas que le suceden y el verso reverbera aún hoy con fuerza ancestral: “abuela háblame y cuéntame cosas africanas”.
Ese pedido a la abuela, cuyo paradero hace más de medio siglo Fortunato Vizcarrondo nos confrontó a establecer y afirmar en su poema ¿Y tu agüela a’onde está?, bien podría ser un reproche, un lamento o una sentencia: “abuela háblame y cuéntame cosas africanas”. Para mí es también una invitación al recuerdo, a aquel que remite a los lazos más íntimos y las historias más formativas de la identidad. Distinto a muchos puertorriqueños, yo siempre supe donde estaba mi abuela, en sentido literal y figurado. De niña la encontraba generalmente en la cocina, revolviendo a mano pelá los trozos de carbón ardiente que encendían el anafre en el que me enseñó a freir arepas y mechar carne. Más tarde la esperaba llegar del centro espiritista para ayudarle a colocar el LP con el que rezaba sus oraciones todas las noches en aquella salita perfumada de azufre y agua maravilla. Algunos sábados la ayudaba a soltarse los moñitos apretados que durante toda la semana cubría bajo el mismo pañuelo colora’o y untuoso por la mezcla del sudor de sus diarias faenas, el vapor de manteca El Cochinito que impregnaba su cocina y el Vitapointe que acondicionaba sus ya escasas pasitas. Y luego, cuando crecí y mis visitas se tornaron cada vez más infrecuentes, sabía que la encontraría sola, sentada en el sillón de una salita escuálida y silenciosa en la que el tocadiscos dañado se había convertido, no por intención y si por olvido, en mesita de esquina. Subía despacio para mediar el tiempo y la distancia que nos separaba y porque sabía que la hallaría durmiendo, aunque insistiría en que solo estaba descansando la vista. Allí volví a verla en sus últimos años una vez cada seis meses; sus ojos lagrimosos que yo solía atribuir al sueño interrumpido, pero luego descubrí que eran la estela del dolor acumulado en una vida forjada al calor de la injusticia.
Mi abuela no sabía de letras, así que poco pudo hablarme durante los 19 años que conté con ella de esas “cosas africanas” de las que nos habla esta ambiciosa antología. Pero mucho me dijo, con palabras, mas sobre todo con silencios, de las luchas, las proscripciones, la estigmatización, así como la entrega y la gesta de la diáspora africana en el Caribe de la cual era nieta, hija, madre y abuela.
Al desplazar el verso de Hernández Cruz de lo personal a lo colectivo, de lo biográfico a lo socio-histórico, aprehendemos el objetivo mismo de la gesta de investigación, testificación y edificación que Jiménez Román y Juan Flores emprenden y nos obsequian en esta antología. No olvidemos que el término antología se deriva de las palabras griegas anthos, que significa flor, y legein, que significa escoger y que eventualmente devino en el término, en español, leer. En su acepción original, entonces, la antología refiere a un escogido de flores (no pun intended, Juan!). No a un ramo de flores ni a un arreglo floral, ese comodificado producto que implica, entre otras cosas, una cohesión estética dispuesta a modelar un diseño preconcebido, sino de una selección, de un repertorio, lo cual se refleja en la diversa gama de tiempos, espacios, posturas, géneros y voces que incorporan los editores. Cada entrega, cada contribución, cada flor es sin duda una semilla germinada, si bien bajo variables condiciones de tiempo, distintas modalidades de poda y disímiles cuidados. En este jardín, evocando el proverbio chino que compara al libro con un jardín que se lleva en el bolsillo, la abuela pasa a ser un símbolo, en el sentido que le da Barthes al término. Es decir, un signo que guarda con su referente una relación de convención. La abuela del poema de Hernández Cruz, índice irrevocable de la abuela enclosetada del poema de Vizcarrondo, nos remite entonces, en el contexto de esta antología, a nuestros antepasados, a los que vinieron antes, a los que por voluntad o, muchas veces, a regañadientes acudimos para construir nuestro legado.
Consecuentemente, luego de una breve introducción que se distingue por su ágil lectura, la antología abre con una sección dedicada al trasfondo histórico de los afro-latin@s que constituyen el punto de enfoque, el recorte, o, en los problemáticos términos tradicionales de las ciencias sociales, el “objeto de estudio” de este importante libro. Este punto vale la pena aclararlo. Según propone la introducción, el término afro-latin@ “puede ser visto como la expresión de relaciones transnacionales y eventos mundiales que generaron y fueron a su vez influenciados por movimientos sociales globales”. Jiménez Román y Flores eligen ubicar estos sucesos en las postrimerías del siglo XIX dado su enfoque, claramente articulado en la introducción, “en el estratégicamente importante, pero escasamente estudiado contexto de la experiencia afro-latina en Estados Unidos.” Por tanto, no se dedican a rastrear la etimología del término afro-latino o afro-latinoamericano, tarea que han emprendido otros autores y que la vinculan a la acuñación del término afro-cubano por el etnomusicólogo Fernando Ortiz en la segunda década del siglo XX.
Dado, entonces, que el enfoque de Jiménez Román y Flores radica en la experiencia afro-latin@ en Estados Unidos, la primera sección del libro documenta la presencia y las contribuciones de afro-descendientes a dicho país antes del 1900. Este umbral discursivo devela una de las tensiones que atraviesa el libro, pero que su vez sirve de hilo conductor de la narrativa colectiva que hilvanan las contribuciones al mismo. Los polos de esta tensión remiten a los esfuerzos de los editores por acometer dos arduas y apremiantes tareas. Por un lado, un ejercicio de (re)construcción histórica; es decir, de narración o confección de una historia-relato afro-latin@ en el contexto estadounidense. Por otro, un comprometido empeño de reparación simbólica de los afro-latin@s como sujetos y de lo afro-latino como aspecto integral de lo afro-diaspórico y lo latinoamericano de cara a la histórica negación, devaluación y proscripción de éstos en las Américas.
En el primer caso –los procesos de (re)construcción histórica– la antología representa un intento de periodización de la historia afro-latina en el contexto estadounidense, pero devela a su vez la imposibilidad, sino la arbitrariedad, de estos parámetros. La primera sección, titulada Historical Background Before 1900, tácitamente propone un recorrido de lectura orientado por una narrativa histórica progresiva: es el antes del después que sustenta la noción de afro-latin@ propuesta por los editores. Por otro lado, la siguiente sección se dedica exclusivamente al afro-puertorriqueño Arturo Alfonso Schomburg, una figura con la cual los intelectuales de nuestro país tenemos una inmensa deuda que la antología abona a solventar. Si bien las extraordinarias vida y obra de Schomburg corresponden al período posterior abordado en la primera sección, los textos de y sobre Schomburg incluidos en la segunda retan cualquier esfuerzo de fragmentación histórica. Las siguientes dos secciones se dedican a historias de vida de afro-latin@s confrontando el colorismo (color line) en Estados Unidos, con un énfasis en las décadas del 30 al 50; y a la participación afro-latin@ en el fenómeno transnacional de la salsa, con un conjunto de contribuciones que hacen eco a las observaciones de Ángel Quintero Rivera (Cuerpo y cultura) respecto a la impugnación salsera de la hegemonía de la ideología nacional estadounidense. No es, por tanto, sino hasta la quinta sección del libro dedicada a Black Latino Sixties y luego a la décima y última sección, dedicada a Afro-Latinos: Present and Future Tenses, que los editores retoman el intento de periodización progresiva de la experiencia afro-latin@ en Estados Unidos. Este hilo conductor se quiebra o, como hubiera dicho mi abuela, se desgrana en las secciones intermedias dedicadas a: afro-latinas; representaciones públicas y mediáticas de afro-latin@s; la contribución afro-latin@ al hip hop; y testimonios contemporáneos afro-latin@s. De este modo, si bien subyace en la estructura del libro y en las breves introducciones que acompañan cada sección un intento de hilvanar y narrar la historia-relato afro-latin@ desde la colonización europea hasta el presente, la abarcadora y diversa selección de textos burla este esfuerzo y evoca concurrentemente los cuentos de la abuela, los de la madre y el padre, los de nuestros congéneres, los propios y los de aquellos que vinieron y vendrán después, a los que, como bien dice Serrat, seguramente no le bastarán nuestros cuentos para dormir.
Por otro lado, el segundo polo que tensiona y a su vez cohesiona esta voluminosa antología es lo que denomino su agenda de reparación simbólica de los afro-latin@s en Estados Unidos. Como han documentado ampliamente Michael T. Martin y Marilyn Yaquinto (Redress), el movimiento de reparaciones en Estados Unidos, o los reclamos de compensaciones por motivo de injusticias raciales en el pasado (la esclavitud, la colonización y la discriminación institucionalizada, etc.) se han convertido en un proyecto de alcance y resonancia global (si bien en Puerto Rico, ¡ujum!). Desde mi perspectiva, el Afro-Latin@ Reader acompaña esta empresa. No exige compensaciones económicas ni materiales, pero sus colaboradores reiteradamente exigen verdad, justicia, reconocimiento y reivindicación. Con carácter explorador, la antología devela así un horizonte que, aunque sistemáticamente ofuscado, siempre ha estado allí. Un pantallazo basta para aludir al vasto repertorio orquestado en la antología: se recuperan y reconstruyen orígenes honrosos como el de los garífunas hondureños, los afro-mexicanos de Cuaji, en la región de Costa Chica en México, y los de figuras distinguidas pero relegadas como los actores Eusebia Cosme y Juano Hernández; se atestiguan afanes y conquistas tan disímiles como las del esclavo Esteban en el suroeste de Estados Unidos en el siglo XVI y las de la afro-cubana Melba Alvarado y su lucha por romper barreras de género y raza en el Nueva York de la segunda mitad del siglo XX; se rescatan y exaltan las creaciones y contribuciones de afro-latin@s en campos tan diversos como la fuerza obrera, la música y el baile, la poesía y el deporte, la política y el activismo, entre otros.
Mas este esfuerzo reivindicativo se enlaza con un ajuste de cuentas –y no cuentas de colores como aquellas que supuestamente trocaron los colonizadores por oro, y si cuentas por colores. Impera en el escogido de flores que nos obsequian Jiménez Román y Flores una espinosa denuncia al racismo, al discrimen y a la marginación que han agraviado a los afro-latin@s a través de los siglos y que han dejando una marca indeleble que nos tizna las manos y la conciencia según avanzamos en la lectura del libro. El grueso de los textos que componen la antología, así como las introducciones provistas por los editores, coinciden en documentar y condenar el racismo anti-negro en Estados Unidos. Pero, y de aquí surge la tirantez que encierra y expone el libro, varias contribuciones dan fe además del complejo entramado de relaciones raciales que contextualizan, componen y construyen la experiencia afro-latina. Reiteradamente se documenta cómo los mitos y discursos nacionales en Latinoamérica y el Caribe han tenido como corolario el racismo y la proscripción de afro-descendientes en sus, nuestros, países de origen. Al igual que el previo estudio de George Reid Andrews, Afro-Latin America, 1800-2000, el Afro-Latin@ Reader homologa los mitos de democracia racial en Latinoamérica; no obstante, contribuye contundentemente, a cuestionar el supuesto mestizaje y la alegada armonía racial en nuestros países. Bien claro lo entona el testimonio de la cantante cubana Graciela, quien llegó a Nueva York en los cuarenta: “el racismo en Cuba era peor que aquí; una mulata sólo podía entrar a un club si era escoltada por un hombre blanco… ¡Eso era tremendo!”
Paralelamente, la antología propone, aunque menos convincentemente, que las prácticas de racialización y el racismo “endógeno” latinoamericano y caribeño al “trasladarse” a Estados Unidos resultan en conflicto, escisión y quiebres entre afro-descendientes, “blancos” y mestizos latin@s. Por ejemplo, en su testimonio el afro-cubano Evelio Grillo rememora cómo en su infancia en Ybor City, Tampa, sus padres, alienados tanto de la comunidad cubana blanca como de la comunidad afro-americana en las que estaban geográfica y socialmente insertos, les transmitían miedo y aprehensión hacia los negros americanos. Por otro lado, las contribuciones ofrecen evidencia, provocadora e inspiradora, de la tensa y extensa relación entre afro-latin@s y afro-american@s en Estados Unidos. Así lo demuestra la contribución de Pablo “Yoruba” Guzmán, miembro fundador del Young Lords Party en Nueva York, quien no sólo reconoce el legado del Black Panther Party a su propio partido, sino también su identificación personal con la lucha de los negros en Estados Unidos porque, según lo expresan sus escuetas y estridentes palabras, “before people called me a spic, they called me a nigger”.
Pero esta relación entre afro-latin@s (esta supuesta “comunidad” afro-latina a la que alude reiterada y conflictivamente la antología) y afro-american@s (una también supuesta “comunidad” cuyos quiebres y conflictos internos no se debaten en la antología) dista de ser armónica. A pesar de la recurrente referencia a la metáfora del puente para posicionar, o imaginar, evocando a Benedict Anderson, lo afro-latin@ como una conexión, un punto de encuentro entre identidades, luchas e historias afro-diaspóricas en Estados Unidos, varias de las contribuciones evidencian los reveses de esta ingeniería. Basta una frase para demostrar el punto, extraída de la contribución de Mark Sawyer: “los afro-americanos privilegian la experiencia de los negros nacidos en Estados Unidos y fallan en reconocer las luchas de inmigrantes de todos los colores.”
Me corrijo. No, no basta esta frase como evidencia. Es imperativo, cuando nos posicionamos como lectores de esta extraordinaria colección en el contexto específico de Puerto Rico, confrontar y confrontarnos, además, con lo expuesto en otras contribuciones: la renuencia de afro-latin@s a asumirse como tales y su desmedido esfuerzo por definirse en términos puramente étnicos como hispanos o latinos, tal y como solemos hacerlo nosotros acá, en casa, para definirnos, cegados a las diferencias que nos han formado, deformado y transformado, como puertorriqueños. (¡Y ni hablar de cuánto más tienen que aprender de esta antología aquellos que nos definen como “estadounidenses y biculturales”!)
Entonces, las reparaciones simbólicas que articula la antología confrontan no sólo a aquellos que han ostentado el poder de subyugar, discriminar y marginar a los afro-latin@s, sino también a aquellos que hemos sido partícipes en nuestra propia negación afro-diaspórica y, por qué seguir negándolo, partícipes en nuestro enclosetamiento figurativo de la abuela y que hemos estado dispuestos a ocultar, bajo sus faldas, nuestra afro-descendencia, cómo poéticamente denuncia Tego Calderón en su genial composición Chango blanco.
Por otro lado, reconozco que para algunos lectores la antología podría resultar distante, sino ajena, por su enfoque en lo afro-latin@, un prefijo y un sufijo con escaso arraigo en nuestro país. Nos reto, sin embargo, a valorar el aporte que esta entrega ofrece al incipiente campo de los estudios afro-puertorriqueños. En mi revisión de las contribuciones a este, sin duda, marginado campo, he identificado cinco tendencias o corrientes de estudio. En primer lugar, un relativamente prolífico corpus de historiografías pondera lecturas y relecturas de archivos históricos para documentar la participación económica, social y cultural y el pasado subyugado y/o trasgresor de los esclavos negros en Puerto Rico. En segundo lugar, ensayos, crónicas y críticas reevalúan datos históricos y dotes culturales para redefinir la identidad y la cultura puertorriqueñas, denunciando la hispanofilia que las sustentó a partir de la década de 1930 y subrayando el arraigo y la trascendencia de la denominada “raíz africana”. En tercer lugar, investigadores y trabajadores culturales se han propuesto documentar y preservar el folklore de origen africano en Puerto Rico, mientras, en cuarto lugar, sus pares hacen lo propio con las biografías de negro/as o mulato/as que han sido admitidos en el panteón de la “Historia oficial”. Finalmente, un diverso conjunto de estudiosos y críticos ha escudriñado, y en muchos casos denunciado, la naturaleza del prejuicio y del discrimen racial en contra del hombre y la mujer negros en Puerto Rico.
En este contexto, la contribución de Jiménez Román y Flores nos insta a confrontar el hecho y a examinar la experiencia de nuestra diáspora, que es, vale la pena enfatizar, NUESTRA; que ha sido, como lo hemos sido todos aquí en la isla, racializada; y que reta todo tipo de construcciones esenciales, si bien todavía se despide de los buildings y las bodegas la esencia del azufre y del agua maravilla de nuestras abuelas.
Como colofón, el texto que concluye la antología aquí reseñada convoca a la acción: “Afro-latinos can play a decisive role in moving all communities of color out of the kitchen and to a rightful place at the table of collective dialogue and action.” Aceptemos y adaptemos el reto, pero sin acceder a convertirnos en meros puentes.
Para lograr esto, desde nuestras coordenadas, nos corresponde afrontar dos grandes escollos y meollos “históricos”. Por un lado, el legado aprendido de que, como dijera Tomás Blanco, en nuestro país el racismo y el prejuicio racial son mera “ñoñería”. Por otro lado, nos corresponde incidir activamente en la construcción y reconstrucción de nuestro legado histórico, sin olvidar la polémica afirmación de José Luis González: “los primeros puertorriqueños fueron los puertorriqueños negros”.
El trabajo que, en este lado del charco, nos convoca a efectuar esta imprescindible antología coincide con la invitación de Sadiyia Hartman en su libro Lose Your Mother:
Every generation confronts the task of choosing its past. Inheritances are chosen as much as they are passed on. The past depends less on ‘what happened then’ than on the desires and discontents of the present. Strivings and failures shape the stories we tell. What we recall has as much to do with the terrible things we hope to avoid as with the good life for which we yearn.
“Abuela, háblame y cuéntame cosas africanas”. Desenterremos a la abuela y sus cuentos desdeñados. Respondamos, además, a la tácita invitación que nos cursa el Afro-Latin@ Reader para, según sugiere Hartman, construir con los bloques de la memoria la buena vida a la que aspiramos. Propongo, entonces, invertir la súplica poética de Hernández Cruz:
A mi abuela negra:
“Bey, escúchame y déjame contarte nuestras historias afro-latinoamericanas”.
Acepten la invitación de los editores y los contribuyentes a este escogido de flores y consideren hacer lo propio con sus antepasados, con sus congéneres y con los que están por venir.