Agua que corre, de García Márquez y Angelou
Nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar.
–Jorge Manrique
La vida que cuenta Maya Angelou transcurre en un país distinto a los Estados Unidos que aparece en los medios y está impreso en nuestra imaginación, todavía hoy, aunque el libro tiene ya casi cincuenta años de publicado y esa niñez transcurrió a partir del segundo tercio del siglo pasado. No es el país que se gobierna, redacta leyes, vigila que se apliquen, va a sus universidades prestigiosas y escribe en sus periódicos o trabaja para la televisión o el cine. Es evidente a partir de la lectura de este texto que se publicó por primera vez en 1969, que ese país ha sido muchos países distintos hasta hoy. La niña Maya vivía en su mundo, que era una tienda de abastos que pertenecía a su abuela en Arkansas, en un barrio negro de ese segregado estado. La vida era feliz y pacífica porque tenía sus necesidades básicas suplidas a partir del negocio de su abuela, que era una mujer de poder en su barrio y fungía incluso de prestamista a veces –nada de ostentaciones como las de hoy, la vida básica, dije–. También era feliz porque nunca, o casi nunca, entraba en contacto con blancos y cuando lo hacía, los veía feos, extranjeros, ignorantes y perversos –porque probablemente lo eran, en su mayoría-. Los recursos con que contaba para crecer y desarrollarse fueron su abuela que los crió a ella y su hermano proveyendo sustento y afecto, la religión cristiana en versión transculturada con nociones africanas, la disciplina con la que la abuela regía en su casa y las escuelas a las que asistió siempre. Los dos países se describen claramente en esta cita que hoy día nos puede parecer tan actual:
My education and that of my black associates were quite different from the education of our white schoolmates. In the classroom we all learned past participles, but in the streets and in our homes the Blacks learned to drop’s s from plurals and suffixes from past-tense verbs. We were alert to the gap separating the written word from the colloquial. We learned to slide out of one language and into another without being conscious of the effort. At school, in a given situation, we might respond with “That’s not unusual.” But in the street, meeting the same situation, we easily said, “It be’s like that sometimes”. (221)
Que se hablen distintas lenguas es prueba tangible de que en realidad son países distintos los Estados Unidos de los blancos y los de los negros. La niña tuvo que salir de su ambiente protegido desde que la maldad llegó a él, traducida en violencia sexual impuesta por uno de los suyos. La niña pasa un trauma, la mandan a vivir con la madre en California, el amante de la madre abusa de ella, regresa a Arkansas, luego regresa con la madre. De visita al padre en el oeste también se escapa luego de que ha sido nuevamente víctima de una agresión; la amante del padre intenta matarla. Ella se va a vivir a la calle. Así, los personajes no son acartonados. Hay ayudantes blancos, como una amiga de la abuela que le acerca libros y conversa con ella. Y, sobre todo, la madre y el padre, son complejos. Ambos sumamente orgullosos, soberbios, hermosos, inteligentes, pero sin muchas posibilidades de que belleza, talento e inteligencia los hagan destacar de algún modo que no sea chuleando. Él siempre pendiente de tener y demostrar (“Te queja todabía, / negro bembón; / sin pega y con harina, / negro bembón, / majagua de dri blanco, / negro bembón; / zapato de do tono, / negro bembón…” (“Negro bembón”, Nicolás Guillén); y ella incluso dueña de un bar y posiblemente prostituta para poder sostener cierto nivel de vida, el que la modernidad prometía ofrecer a todos, aunque más bien solo tentara a todos por igual. La madre no se arrepentía ni se avergonzaba de sus decisiones. El código moral desde el que vivían los negros era distinto, y ella habría matado (literalmente) por sus hijos. El modo de ser detrás de esto que intento describir está explicado en la siguiente cita:
Stories of law violations are weighed on a different set of scales in the Black mind than in the white. Petty crimes embarrass the community and many people wistfully wonder why Negroes don’t rob more banks, embezzle more funds and employ graft in the unions. “We are the victims of the world’s most comprehensive robbery. Life demands a ballance. It’s all right if we do a little robbing now.” This belief appeals particularly to one who is unable to compete legally with his fellow citizens. (221)
La biografía de Angelou muestra un país moderno cuya población vive en desconocimiento del otro y vive de miedos, en guerra sorda consigo mismo aunque la violencia que describe con detenimiento, la que más la marcó, fue violencia sexual infligida por sus pares, además de la violencia de pertenecer a un mundo considerado inferior por la mayoría, del que pareciera, según el ejemplo de los padres, que no hay modo de salir legalmente. Entonces Maya es sobreviviente, puesto que su agua sigue corriendo clara y no deja de cantar.
En Colombia, el Gabo (permitámonos llamarlo así, puesto que nos estamos inmiscuyendo en su vida, una vida en la que todos lo llamaban con el apodo que adquirió muy joven, según su propio relato) también se cría de una mudanza de casa –incluso de pueblo, no siempre con su familia– a la otra, debido a la pobreza. De hecho, la historia comienza cuando la madre viene a buscarlo, siendo estudiante en Barranquilla, para que la acompañe a cerrar la casa en la que se crió de niño en Aracataca. Éste será el enésimo viaje. Antes había estado también de aquí para allá. Buscando escuelas, sobre todo, en un país en el cual el primogénito que debía traer prosperidad a la familia no tenía dónde ni cómo educarse, puesto que, en su caso, el entorno en que crece es un país en el que apenas ha llegado la modernidad, y que apenas ha abandonado las costumbres señoriales de privilegios –y rencores– familiares otorgados a apellidos heredados patrilinealmente. Los privilegios que se ofrecen a los que ostentan la capacidad oficial de generar dinero y pasar el apellido no hace que ellos vivan según las expectativas que se les imponen, puesto que viven del idealismo, de proponer negocio imposible tras negocio imposible, mientras que las prácticas de las mujeres sostienen la casa, como en sus novelas. Colombia es también muchos países, en este caso divididos por guerras de clanes y por la geografía indomable que los aísla. La descripción de Aracataca, que aparece temprano en este relato, argumenta claramente en este sentido:
Aquel espíritu de evasión perpetua se sustentaba en una realidad geográfica. La Provincia tenía la autonomía de un mundo propio y una unidad cultural compacta y antigua, en un cañón feraz entre la Sierra Nevada de Santa Marta y la Sierra del Perijá, en el Caribe colombiano. Su comunicación era más fácil con el mundo que con el resto del país, pues su vida cotidiana se identificaba mejor con las Antillas por el tráfico fácil con Jamaica o Curazao y casi se confundía con la de Venezuela por una frontera de puertas abiertas que no hacía distinciones de rangos y colores. Del interior del país, que se cocinaba a fuego lento en su propia sopa, llegaba apenas el óxido del poder: las leyes, los impuestos, los soldados, las malas noticias incubadas a dos mil quinientos metros de altura y a ocho días de navegación por el Río Magdalena en un buque de vapor alimentado con leña. (83)
La violencia que enfrenta este personaje, que está construido a través de todo el texto como el escritor en ciernes, apasionado de los cuentos de los mayores en vida cotidiana en la que convivía con fantasmas, es más que nada violencia política contra la cual no tiene mucha idea de cómo reaccionar. Su respuesta a ella es escribir, como los primeros exploradores de las Américas y los que vinieron después, desde la mirada alucinada sobre la maravilla que eran el paisaje y sus gentes. Su solución es decir la maravilla, pero desde adentro, como quien la entiende y conversa con ella, sin sorpresas, como le sucede a Gregorio Samsa en la historia de Kafka, a quien el escritor leyó y le provocó deseos de vivir en ese mundo, de viajar hasta él, dice. Me llamó la atención el hecho de que los medios de comunicación y transporte eran siempre ineficaces, caducos, a punto de colapsar ante el moho, el uso y el tiempo, a pesar de que en las épocas de las que habla estos aparatos deberían ser nuevos. La magia futurista solo la preserva el telégrafo –su padre fue telegrafista entre otras cosas– que logra siempre que el mensaje llegue a destino En ese ambiente, el escritor logró una red de apoyo entre profesores, periodistas y mecenas que lograron el milagro de que el niño Gabriel que vivía asombrado por la palabra pudiera lograr vivir de ella, para ella, vivir del cuento, contar las vidas de quienes viven en pueblos en medio de la selva olvidados del tiempo y del mundo. La biografía parece ser una demostración de su argumento al recibir el premio Nobel de Literatura, titulado “La soledad de América Latina”, años después de que acabara el relato de formación que da a imprenta. El escritor latinoamericano no tiene que inventarse nada, puesto que lo fantástico está en la vida diaria de un pueblo que insiste en imponer modelos de desarrollo que no toman en cuenta la realidad desaforada (me molestó el uso insistente de esta palabra) de una población que no ha salido aún del medioevo.
A pesar de su reconocimiento de la hibridez cultural en la que se vive, de la violencia política y la pobreza, lo cierto es que lo que se cuenta es la vida de un hombre de un sector social venido a menos que pudo dedicarse a escribir porque el país entero se lo pedía. El único obstáculo que encontró más allá del hambre que sobrelleva de buena gana, fue la oposición de su familia que quería verlo convertido en abogado, letrado tradicional, de prestigio.
En conclusión, la violencia fundamental que enfrenta Angelou en los Estados Unidos fue que su país, el país en el que viaja, incluso el país segregado en el que en época de inocencia se sentía más cómoda, ella, por razones de raza, de género, no tenía casi posibilidad de ser reconocida como persona. Tal vez el insistir en cantar, bailar, escribir, fue lo que la humanizó finalmente. Eso nos enseña, que somos personas por encima de todo, si cantamos. García Márquez insistió en ficcionalizar su vida desde el mito divertido de un país apenas recuperado de la barbarie. El escritor supo sobreponerse a ella a partir de desplazarla a la escritura produciendo así el milagro que parece que todos le estaban pidiendo desde que agarró una máquina de escribir y liberó su imaginación, con faltas de ortografía y todo.