Alemania y sus reiteradas coaliciones gubernamentales
O por lo menos no comparaba con Schröder, quien sí era visto por algunos como un personaje que había sido capaz de encarnar tal imagen al lograr vincular al país con los esfuerzos de desarrollo industrial que Vladimir Putin lideraba en aquella nueva Federación Rusa tan ansiosa por vincularse a personajes y capital que le dieran cierto “flair”. Pero esto, como su aparente indiferencia con respecto a la vestimenta, que quizás después de todo era lo que estaba detrás de la crítica, al igual que la tradicional misoginia, parece no haber impactado a los votantes. Desde noviembre de 2005 la señora Merkel ha estado a cargo del gobierno germánico. En el 2009 su partido volvió a sacar más votos que sus contrincantes social demócratas y acaba de repetir por un margen aún mayor que en las primeras dos ocasiones, una ventaja que estuvo al borde de representar más del 50% de los legisladores electos en las elecciones nacionales de septiembre pasado en la República Federal Alemana.
Por su lado, la alianza social demócrata con el Partido Verde, descrita en su día como de centro izquierda, y que llevó a Schröder a la cancillería en el 1998, apenas es recordada. Las esperanzas albergadas en aquel entendido entre socialistas y defensores del ambiente no fueron correspondidas por la gestión del gabinete social demócrata-ambientalista que se presentaba en sus comienzos como extremadamente innovador. Quizás injustamente, hoy se percibe su gestión como poco trascendental cuando se le contrasta con el gobierno anterior, que atendiera, bajo el liderato del canciller Helmut Kohl, la unificación alemana, y los gobiernos posteriores de Merkel, que han tenido que lidiar con la inestabilidad en la que la comunidad europea se ha sumido tras la crisis económica que se vincula al año 2008.
Angela Merkel, hija de un pastor protestante y de una maestra de latín e inglés, trabajó como química aunque se doctoró en física. Desde niña vivió a las afueras de Berlín, en la Alemania que describían como Oriental. En los últimos tiempos del régimen de Erich Honecker estuvo activa en la resistencia que llevó a la caída del llamado Muro de Berlín en noviembre de 1989 y al final de lo que se conoció desde 1922 como la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y que desapareciera en diciembre de 1991. Nacida en el norte de lo que durante algún tiempo se llamó Alemania del Oeste, acompañó a su familia cuando al padre se le asignó una parroquia en la otra Alemania, la conocida como del este. Allí creció, allí estudió y desde allí, tras la caída del muro berlinés, se integró al llamado CDU, siglas en alemán de la Unión Demócrata Cristiana, que es el partido de mayor matrícula en Alemania y que corre siempre aliado con la Unión Cristiano Social, conocida como el CSU, que es como se denominan los demócrata cristianos en la provincia bávara del sureste del país, tan celosa de su autonomía.
A partir de la fundación de la República Federal Alemana en el 1949, los cancilleres o primeros ministros alemanes solo han podido gobernar mediante alianzas. Exclusivamente así es que han sido capaces de alcanzar las mayorías necesarias para ser favorecidos en el Bundestag, el parlamento del país. Konrad Adenauer, el primer canciller, estableció una coalición con el Partido de los Demócratas Libres (FDP), un pequeño partido conocido como “los liberales”, ideológicamente orientado a la defensa del pequeño empresario. Junto a estos y otras minúsculas organizaciones que desaparecieron con el tiempo, pudo permanecer en el puesto durante catorce años. Serían sus mismos correligionarios, convencidos de que Adenauer había alcanzado una edad que no le permitía la agilidad que las responsabilidades de canciller requerían, quienes lo obligarían a dimitir. Los liberales, sin embargo, después de algunos años tendrían diferencias irreconciliables con el próximo canciller, Ludwig Erhard, que llevan a este a renunciar. Erhard se había desempeñado como ministro de economía bajo Adenauer y a él se le atribuía la estrategia que le diera parto al llamado milagro económico alemán de la postguerra. En aquel momento (1966) la Unión Demócrata Cristiana opta por establecer lo que entonces se describió como una “gran coalición” con la Social Democracia que ya entonces estaba bajo el liderato de Willy Brandt, político conocido internacionalmente como el alcalde de Berlín que nada había podido hacer frente a la construcción de la muralla que aisló la parte occidental de su ciudad y quien algún tiempo más tarde recibiría al Presidente Kennedy en la ocasión en que este pronunciara el discurso en que se cantaba berlinés.
Las coaliciones que han gobernado a Alemania desde el 1949 le han concedido al menor de los aliados el ministerio de asuntos exteriores, junto a otros adicionales. En el 1966 no fue diferente y el nuevo canciller demócrata cristiano Kurt Kiesinger le encargó a Willy Brandt la cartera de asuntos exteriores que este, astutamente, utilizaría para proyectarse no solo ante Alemania sino ante el mundo entero como el nuevo rostro de una sociedad que era todavía consistentemente identificada con Adolfo Hitler. Como líder del partido aliado, Brandt además se convertía en vice canciller.
La Alemania de los años sesenta no era la de hoy. Ya era definitivamente poderosa en términos económicos, pero continuaba ocupada por cientos de miles de tropas estadounidenses que velaban paranoicamente las tropas soviéticas a través del muro de concreto que se extendía de norte a suroeste del país. Aquella Alemania todavía sufría de la desconfianza del resto de los países europeos que la habían visto invadirles y que, pese a proclamarse desde el siglo dieciocho como una tierra de poetas y pensadores, había planificado y llevado a cabo un programa sistemático de exterminio de la población judía que, irónicamente, le había dado tanta gloria. Además, bajo el liderato de Adenauer se había sido demasiado laxo con antiguos miembros del Nacional Socialismo y todavía no se sentía que los alemanes se habían excusado.
Willy Brandt tendría mucho que ver con el cambio que se daría en esta percepción de los alemanes, no solo por el desarrollo de su política de diálogo con repúblicas de la Europa oriental, la que se conoció como Ostpolitik, sino por su disposición, como líder de los partidos Social Demócratas del mundo entero, a insistir en la importancia de un diálogo entre los países del norte industrializados y países del sur en vías de desarrollo. La foto que lo representa arrodillado en el Gueto de Varsovia lo identificó para siempre como un político seriamente preocupado por la paz, por lo cual sería premiado con el Nobel en el 1971.
En las elecciones alemanas del 1969 se le puso fin a la gran coalición entre demócrata cristianos y social demócratas pues estos últimos aumentaron su respaldo en las urnas de tal manera que pudieron establecer una coalición con los liberales (FDP) y excluir del gobierno a los demócrata cristianos (CDU) que habían dirigido Alemania desde el comienzo de la postguerra. La CDU no volvería hasta trece años más tarde a la cancillería, la cual se ubicaba en Bonn hasta la unificación de las dos Alemanias. Es entonces cuando pasaría a Berlín.
Durante aquellos años, naturalmente, los social demócratas tendrían que negociar políticas económicas con sus aliados liberales, ciertamente tan conservadores como la CDU. No hay duda de que en el proceso mantenían a raya el impulso socializante de algunas de las fracciones del partido. Helmut Schmidt, quien provenía del ala pragmática, eventualmente substituiría como primer mandatario a Brandt, pero aun a él se le hizo difícil mantener la coalición y en el 1982 los liberales, según lo habían hecho antes, pactaron con los demócrata cristianos, entonces dirigidos por Helmut Kohl, enviando a la Social Democracia a la oposición.
El regreso del gobierno alemán a las concepciones demócrata cristianas le puso en sintonía con la administración Reagan en los EE. UU. y la de Margaret Thatcher en Inglaterra, lo que tendría un gran impacto a nivel global. Se iniciaba la reacción neo liberal a las tendencias libertarias que se habían manifestado en los sesenta y hasta mediados de los setenta en múltiples ámbitos culturales y económicos.
Tras dieciséis años en la jefatura del gobierno, la imagen de Helmut Kohl, muy naturalmente, también se deterioraría y en las elecciones de 1998 sería derrotado por otra coalición, según ya adelantamos. Los social demócratas volverían a dirigir el gobierno alemán con la ayuda del Partido Verde. Gerhard Schröder sería el canciller y Joschka Fischer sería el ministro de asuntos exteriores. Era la primera vez que un partido creado fundamentalmente para adelantar causas ambientales, pero también pacifistas y de la comunidad LBGT, llegaba a ser parte de un gobierno. El monopolio que habían tenido los liberales en las coaliciones llegaba a su fin y se enriquecía el panorama democrático con una opción política que habría de reconocerse, se votara por ella o no, como imprescindible para un país extremadamente industrializado en ciertas regiones. Pero esta alianza social demócrata-ambientalista no sobreviviría las elecciones siete años más tarde, en el 2005.
La democracia cristiana volvía a alcanzar la victoria, en esta ocasión con Angela Merkel a la cabeza; pero sin mayoría absoluta esta se vio obligada a organizar una coalición también. Esta vez el acuerdo se alcanzó entre los dos grandes partidos, el UCD de Merkel y el SPD de Schröder, otra gran coalición como la que había gobernado entre el 1966 y el 1969. Esto cambiaría en la elecciones de 2009, pues en estas Merkel establecería otra alianza con los liberales, quienes obtuvieron en aquel evento electoral un respaldo inusitadamente alto. La Social Democracia quedaría fuera, al igual que una nueva colectividad conocida como La Izquierda (Die Linke), que ha llegado a convertirse en una fuerza política tan poderosa como el Partido Verde, pero con quien hasta ahora ninguno de los dos partidos mayoritarios, demócrata cristianos y social demócratas, han querido aliarse, no solo por sus posiciones de izquierda, sino por el estigma de algunos de sus militantes de haber visto con simpatía el gobierno comunista de la otra Alemania.
En estas pasadas elecciones de septiembre de 2013 fueron justamente esos cuatro partidos los que pudieron obtener representación en el Bundestag, quedando fuera los liberales, junto a varias docenas de pequeñas colectividades que completan el panorama electoral del país. A raíz de estos resultados, Merkel y los demócrata cristianos no tuvieron más alternativa que negociar otra gran coalición con la Social Democracia. Los social demócratas, cuyas huestes se han reducido casi en una tercera parte en la última década, aceptaron la invitación en una consulta que se le hiciera a la matrícula y Sigmar Gabriel pasó a ser ministro de asuntos exteriores, de economía y energía. A la vez, el antiguo maestro de escuela superior funge de vicecanciller. Es la tercera vez que en los últimos cincuenta años Alemania se gobierna bajo un acuerdo entre dos visiones políticas que podríamos describir como contrarias, aunque pudieran entenderse también como complementarias.
A raíz de esta nueva alianza en el país que muchos culpan de que la crisis de la comunidad europea no acabe de resolverse, se han planteado múltiples interrogantes. ¿Compartirán los social demócratas las mismas visiones económicas de la demócrata cristiana Angela Merkel, o serán capaces de modificar la estrategia que ella ha impulsado? ¿No se arriesgan los primeros a perder su identidad socialista si no avanzan a tomar distancia de la canciller? ¿Pero cómo les será posible si el presidente del SPD, Sigmar Gabriel, tiene a cargo la cartera de economía? ¿Cuánto durará entonces tal gobierno? ¿Y qué significará para el resto de Europa esta nueva coalición? En una próxima columna continuaremos comentando.