Ángel Darío Carrero (Puerto Rico, 1966-2015) forjó sus últimos versos en «La calma es la catástrofe» (2023), un libro que resuena como un último aliento en el umbral de la eternidad. Cada poema, breve y preciso, destila la urgencia de quien contempla el fin de sus días, un susurro en medio del tumulto de un mundo desolado por el engaño y la simulación. No solo canta el dolor del cuerpo enfermo, sino también la metamorfosis de la palabra y el trazo en el papel. Eduardo Lalo, en un preludio, evoca al poeta y su nombre como un río, una voz que fluye y persiste. Este río de memoria, símbolo de vida y renovación, es el obsequio de Carrero, un faro en la incertidumbre del ser, donde la palabra encuentra su cauce hacia la eternidad.
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