Carlos Pabón Ortega: la representación de la violencia extrema en un libro

El volumen de Carlos Pabón Ortega, Historia, memoria y ficción: Debates sobre la representación de la violencia extrema, constituye además un comentario valioso sobre la historiografía del siglo 20 y la imagen dominante de aquel como uno caracterizado por el totalitarismo y el extremismo. Racionalidad e irracionalidad se combinaron a la hora de producir el efecto sugerido. El dualismo maniqueo de la Guerra Fría (1947-1989) sigue siendo clave para legitimar aquella metáfora, ello a pesar de que la cultura del siglo 20 no creó de la nada aquella representación. Me temo que en Occidente el dualismo maniqueo es parte de una herencia imposible de borrar vinculada a la mirada del Providencialismo Cristiano, fenómeno que debe tomarse en cuenta a la hora de enfrentar la lectura de Pabón Ortega en torno a la representación del Holocausto, el genocidio y la violencia extrema en el discurso historiográfico.
El siglo 20 fue uno mal aspectado desde antes de su inicio y su fin cronológicos. El derrumbe de un orden mundial controlado por un puñado de países europeos en el marco de la Gran Guerra (1914-1918), las competencias imperialistas de fines del siglo 19 así como la Revolución Bolchevique (1917); y la transformación del capitalismo liberal en capitalismo financiero, sugerían que el lugar privilegiado de Europa en el entramado mundial ya no iba a ser el mismo. Una serie de eventos ocurridos alrededor de 1898 ratificaron la tendencia. El ascenso de Estados Unidos al ruedo geopolítico internacional fue uno de ellos.
Hace poco, al comentar una antología de textos de autores anarquistas puertorriqueños de principios del siglo 20 recopilados por el Dr. Jorell Meléndez Badillo, llamé la atención sobre la terrible imagen que el siglo 20 producía en algunos de los teóricos antologados. El pesimismo respecto al siglo 20 y el optimismo cándido respecto a la inevitabilidad de la revolución y la acracia, una herencia del progresismo burgués equiparable a la esperanza cristiana de salvación, se concertaban en aquellos autores. El derrumbe visible de un orden puede animar una cosa o la otra: el optimismo y el pesimismo son dos esferas inseparables. Los autores anarquistas a los que hago alusión reflexionaban al filo de la Gran Guerra iniciada en 1914 y antes de la Revolución Bolchevique de 1917.
En un momento dado me sentí tentado a comparar la impresión, también pesimista y cargada de melancolía, que producía el siglo 20 en el ya anciano sociólogo krausopositivista Eugenio M. Hostos Bonilla en un breve ensayo de 1901. La idea del siglo 20 como una etapa en la cual algo/todo se desmoronaba marcó también, bajo circunstancias muy peculiares, a pensadores como Oswald Spengler y a historiadores como Arnold Toynbee: la decadencia y la muerte de la civilización obsesionó a ambos. El resentimiento que contra sus reflexiones mostró Lucien Febvre en sus Combates por la historia siguen siendo emblemático. En siglo 20, escenario de la revolución de 1917 con su filón de esperanza, también fue el siglo de los extremos y, al cabo, el de las grandes desilusiones. La disolución del socialismo realmente existente desde 1989, representó el fin de una época y el inicio de otra.
En ese sentido la premisa presente en este volumen de que el “siglo 20 corto” fue también un modelo de “barbarie moderna” posee un valor ilustrativo extraordinario. Contradice la concepción ilustrada del “progreso” como una promesa civilizatoria y humanizadora capaz de asegurar el mejoramiento material y moral de la humanidad. La intelectualidad de fines del siglo 18 y principios del 19, como se sabe, confiaba en aquel principio etéreo con una convicción equiparable a la fe. El “siglo 20 corto”, por otro lado, sigue constituyendo un reto intelectual para los historiadores del presente: los eventos recientes entre Rusia y Ucrania sugieren que sus dislates no se han dejado atrás.
Un asunto que llamará la atención de cualquier lector de este libro de Pabón Ortega es la centralidad que otorga al Holocausto en el desmantelamiento del modelo progresista cándido aludido. La primacía otorgada al Holocausto puede responder a varias cosas. Por un lado, a la naturaleza del evento que, en ocasiones resulta inefable, es decir imposible de articular en palabras, condición que lo coloca en la frontera de la ficción. Por otro lado, puede responder al papel histórico y cultural que tuvo la cultura judía en la formulación de la identidad de Occidente. La cultura representada por las víctimas del Holocausto, a pesar de la distancia temporal entre la Antigüedad y la Modernidad, dos orbes cuya continuidad se asume como incuestionable, es considerada una de las bases del Cristianismo y de Occidente. Durante siglos se ha aceptado que Occidente es el resultado de la compleja hibridación de valores judíos, helénicos y latinos, otra trinidad sacralizada. Aclaró que voy a descartar la relevancia geopolítica de Israel moderno, que poco tiene que ver con lo antes dicho, porque quiero prescindir de argumentaciones geopolíticas en este comentario.
El problema planteado por Pabón Ortega en su libro tiene que ver con los debates respecto al Holocausto, en especial su transición del olvido tras la Segunda Guerra Mundial cuando el tema era tabú; a la memoria cuando el asunto regresó del Leteo durante la década de 1960. No se puede descartar la relevancia del hecho de que fuesen consideraciones jurídicas –había que ubicar a los perpetradores y los victimarios para castigarlos– lo que lo transformó el Holocausto en un tema central de discusión para cierta historiografía.
El fenómeno puso de frente dos registros del pasado que siempre han poseído una relación problemática. De un lado la Historia, un examen disciplinar y sistemático resultado de un método más o menos estandarizado apoyado en la distancia espacio-temporal del evento aludido. De otro lado, la Memoria, un examen personal y emocional articulado alrededor de la cercanía espacio temporal del evento aludido. En general se trata de dos tipos de testimonios respecto a un evento traumático que, irremediablemente, chocarían en algún momento. Desde mi punto de vista, uno y otro campo articulan una impresión de los hechos en dos registros temporales distintos: el tiempo matemático cronológico y el tiempo vital humano. La sombra del vitalismo de Henry L. Bergson está detrás de este comentario.