Carta al abuelo de las manos en el cristal
No tengo que decirte que has pasado todas las pruebas posibles en tu largo y cada día más injusto encierro. Estoy convencida de que -menos tus carceleros-, así lo cree la humanidad que te acompaña con esperanza en tu cautiverio. Espero -con la certeza de que pronto habrá de ocurrir- que finalmente la fuerza de los reclamos de justicia y libertad derrumbarán las rejas de la mentira y la opresión y volverás a casa. Pero no es del aprisionamiento con que han querido aniquilarte que te quiero hablar, sino de la libertad con la que has escogido vivir y te has hecho abuelo.
Sé que es muy poco lo que te permite la cárcel para vivir como padre y como abuelo. Las condiciones que te han impuesto se resisten a reconocer esas identidades casi con tanta fuerza como tú las has querido afirmar. Has tenido que pensarlas, construirlas, inventarlas y crearlas entre muros, barrotes y cristales porque quieres, porque has querido ser padre y abuelo. En un sistema que invierte una fortuna para deshumanizarte, tú has escogido ser gente, vivir en familia. Esa voluntad es la que quiero celebrar, padre de Clarisa y abuelo de Karina.
En medio de la hostilidad, la estrechez física y la trampa emocional de las prisiones has escogido tu mejor manera de vivir. Tu actitud de lucha, esa actitud que asumes frente a lo que aparentemente no se puede cambiar, lo cambia todo. Viktor Frankl, el psiquiatra austriaco que vivió la tortura del campo de concentración, conoció y nombró esa experiencia, siempre abierta a la vida, que supone reconocernos libres, desde adentro, como lo has hecho tú.
Me duele pensar cuántos hombres, que parecen estar libres, Oscar, se niegan esa experiencia, desentendiéndose de los deberes y las riquezas de la paternidad y del ser abuelo, que con tanta dignidad tú has asumido desde la cárcel. Con todas las limitaciones -la barrera de cristal de las más crueles por engañosa, no hay más que ver un pajarito estrellarse contra un ventanal impecable-, escogiste inventar rituales y juegos de cariño. Desde tus sentimientos, pasando por la piel de tus manos, tocaste el cristal que se hizo puente para alcanzar las manos de tu nieta y abriste el camino para llegar a instalarte en su corazón.
Es el sentido y la voluntad de amar lo que inspira el deseo de tocar a quienes son y sentimos como familia. Ese poder tocar y echar a correr el torrente de ternura que en ti se da tan fácil, Oscar, como sabes, se va forjando y cultivando desde adentro, desde el deseo, la responsabilidad y el honor de conocer, de proteger, de acompañar lo que se siente parte de uno. Esa pasión de hacer lo que sea necesario, de darlo todo por lo que amas, es la fuerza que te hace patriota y también padre y abuelo.
Si supieras que hay tantos que tocan por fuera y no tienen señal por dentro. Esos son los que hay que perseguir para hacerles pruebas de paternidad, los que rápidamente se impacientan ante el llanto de una criatura, los que golpean para restringir los cuerpecitos inquietos, los que gritan y zarandean para aprisionar la vida libre de la niñez cercana.
Es muy triste, Oscar, saber que mientras tú exprimes cada segundo de la presencia de tu hija y tu nieta en las visitas al penal, hay tantos otros hombres que abandonan, rehuyen o desperdician las oportunidades para las visitas a sus hijos e hijas.
Te celebro como padre y como abuelo Oscar y quiero pensar que tu ejemplo de hombre amoroso, sincero y sencillo, se pueda convertir en una convocatoria que ayude a educar y a liberar a los hombres que siendo padres y abuelos se niegan el encuentro, el abrazo, el diálogo y la ternura que apoya y sostiene la vida toda. Hay libertades que tienen que esperar por la justicia. Hay justicia que necesita libertad. Hay libertades que no esperan más.
Querido Oscar –patriota, padre, abuelo-, las cárceles son muchas. Las libertades, también. Qué bueno que desde tu cárcel y desde las nuestras, podemos defender las libertades.
Un abrazo de la Abuela Mercedes al Abuelo Oscar. Seguiré leyendo tus cartas. Me hacen bien.