Chávez ya tiene rival, pero no tiene sucesor (1)
Tras 13 años al frente del Gobierno venezolano, Hugo Chávez tiene por primera vez un rival, alguien a quien el conjunto de la variopinta oposición ha dado su respaldo para que le dispute el poder el próximo 7 de octubre. Sin embargo, el presidente no tiene un delfín claro, algo que provoca inquietud tras confirmarse el agravamiento de su enfermedad. El líder bolivariano se negó a delegar sus funciones en el vicepresidente Elías Jaua, anunciando que gobernará el país… desde La Habana.
Una misión más que difícil con unas elecciones a siete meses vista, máxime teniendo ahora a un rival como Hernando Capriles, que es apoyado por toda la oposición unificada, dispuesto a recorrer Venezuela de palmo a palmo para arrancarle votos al chavismo sea como sea.
Además de las elecciones presidenciales de ese día, el 16 de diciembre próximo se celebrarán elecciones regionales para elegir a los gobernadores y el 14 de abril de 2013 tendrán lugar los comicios municipales para elegir alcaldes y consejos.
Después del fracaso de su golpe de Estado de 2002 y del ‘boomerang’ que le supuso el haber boicoteado las elecciones de 2005, la oposición ha terminado finalmente en los últimos años por aprender de sus errores, aceptando el juego democrático y uniendo sus fuerzas. El resultado ha sido la conformación de la alianza Mesa por la Unidad Democrática (MUD) -compuesta por 23 organizaciones que abarcan desde la derecha hasta el centro y la socialdemocracia- que el pasado 12 de febrero realizó sus primeras elecciones primarias.
Algo más de tres millones de personas, 3.040.449 (el 17,01% del electorado), participaron en esos comicios, dándole el triunfo a Henrique Capriles Randonski, gobernador del estado de Miranda (centro del país) y líder del partido ‘centrohumanista’ Primero Justicia, que obtuvo 1,900.528 votos, el 64,22% del total.
A pesar de contar con el respaldo de partidos tradicionales como Acción Democrática y Copei, el candidato Pablo Pérez, abogado también y gobernador del rico estado de Zulia, del partido socialdemócrata Un Nuevo Tiempo, solo obtuvo 896.000 votos (30,28%), muchos menos de los que se preveían. El tercer pre candidato en número de votos fue María Corina Machado, ingeniera, líder de Súmate y diputada de la Asamblea Nacional por el estado de Miranda, con 110.420 votos (3,73%).
Desde el multitudinario acto de la noche electoral en adelante, Capriles dejó de lado su habitual discurso beligerante para presentarse como un ‘progresista’ admirador de Mandela y Lula. El joven abogado (39 años), bien instruido por un equipo de asesores de imagen, asumió rápidamente su rol de candidato oficial de la oposición para las presidenciales. “Gobernaré para todos los venezolanos”, dijo eufórico en su primer mitin y lo repitió en cuanta entrevista concedió a los medios de comunicación desde entonces. Intentando hacer olvidar al pueblo llano su condición de oligarca y miembro, por parte paterna y materna, de dos poderosas familias, dueñas respectivamente de grandes medios de comunicación –la Cadena Capriles- y- de una cadena de cines –Cinex- e inmobiliarias, el líder opositor tuvo especial cuidado en dirigirse en primer lugar al “pueblo venezolano” y a “los trabajadores”.
A ellos les aseguró que, lejos de tirar por tierra las reformas sociales impulsadas por Chávez durante todos estos años, las mantendrá y ampliará, de llegar al poder.
Años atrás la oposición despreciaba las reformas sociales, las calificaba de “dádivas populistas”, pero para los millones de venezolanos beneficiados por esas “dádivas populistas” en educación, sanidad, vivienda, puestos de trabajo y participación social y política, son algo muy valioso que están dispuestos a defender hoy con uñas y dientes. Son actualmente partes sustanciales del Estado bolivariano.
Es por eso que Capriles, como el resto de la oposición, cambiaron radicalmente su táctica y ahora se ven obligados, a regañadientes, a prometer que no van a innovar en ese terreno. Es más, prometen ampliar esas reformas, “para que no lleguen a unos pocos”, dicen, “sino al conjunto del pueblo venezolano”.
El Capriles candidato a presidente “de todos los venezolanos” pareciera ser una persona distinta a aquel que siendo alcalde del municipio de Baruta, durante el golpe de Estado de 2002, alentó el violento ataque a la embajada de Cuba en Caracas, hecho por el cual permaneció cuatro meses en la cárcel.
El joven abogado era peligroso entonces pero lo es mucho más ahora, el lobo se ha disfrazado de cordero. Su engañoso y demagógico discurso ‘moderado’ y ‘dialogante’ actual poco tiene que ver con las agresivas posiciones que mantuvo durante la última década.
Capriles manejó durante la campaña electoral para las primarias una calculada ambigüedad en sus promesas, con vaguedades sobre su real programa económico y político. Al tiempo que se mostró ‘sensible’ ante las necesidades cotidianas de los ciudadanos, intentando con sus promesas arrancarle electores al chavismo, Capriles le siguió hablando a los suyos. Y a los suyos les prometió “devolver el valor de la propiedad privada”, en clara referencia a las confiscaciones estatales de más de 3,6 millones de hectáreas de tierras improductivas, buena parte de las cuales se encuentran ya en manos de cooperativas, como parte del plan de lograr por fin una soberanía alimentaria.
Al igual que Arabia Saudí y la mayor parte de los países petroleros, Venezuela modeló su sistema productivo alrededor exclusivamente de sus grifos de oro negro, despreocupándose de la actividad agropecuaria y de cualquier otro tipo de industria.
Desde que Venezuela descubrió sus riquísimas reservas petroleras y empezó a disfrutar de su boom petrolero, a partir de 1920, se abandonó la producción y exportación de sus productos agrícolas –especialmente café y cacao- provocando un éxodo rural, con importantes cambios sociales y un crecimiento de la marginalidad. Venezuela empezó a importar productos básicos cada vez más –cerca del 70% de lo que consume- cambiando todo su sistema productivo, un problema endémico que el Gobierno intenta corregir en los últimos años. Paradójicamente, Venezuela importa el 30% de sus alimentos de EEUU. Esos proyectos han permitido aumentar al menos un 1% la producción agrícola en 2011, pero se estima que al menos debería crecer entre un 4% o 6% anual.
Aunque la oposición intenta achacarle este problema a Chávez, es sin un problema estructural que ha heredado, algo que se empezó a debatir en los años 30 del siglo pasado.
A pesar de las iniciativas del Gobierno para dotarse de un Nuevo Modelo Productivo (NMP) a través de iniciativas como la Misión Zamora o la Misión Che Guevara –lucha contra el latifundio y capacitación técnica para impulsar el cambio-, en algunas de las fuerzas que apoyan críticamente al proceso bolivariano –como las aglutinadas en el Centro Internacional Miranda (CIM), algunas de ellas integradas en el propio partido gobernante, el Psuv, se escuchan voces que reclaman mucho más.
Desde la izquierda se critican las limitaciones del modelo productivo actual, sosteniendo que no aún no se han tocado los cimientos del modelo heredado y que del “socialismo del siglo XXI” no existen más que proyectos y discursos. Víctor Alvarez R., ex ministro de Industrias Básicas y Minerías y representante de esa tendencia crítica, hace en la introducción de su libro Venezuela: ¿Hacia dónde va el modelo productivo, esta aseveración, con la que resume en definitiva la tesis de su obra: “En el siglo XXI ya no es lo mismo socialismo que revolución”. Y lo explica así: “Un gobierno socialista es aquel que prioriza lo social y garantiza el pleno disfrute de los derechos sociales básicos, con el fin de lograr el desarrollo humano integral de todas las personas, pero un gobierno revolucionario es aquel que transfiere el poder económico al pueblo, traspasa la propiedad de los medios de producción a los trabajadores directos y a la comunidad, favoreciendo su organización y capacitación para dirigir y controlar, de forma directa, la producción de los bienes y servicios que requieren para la satisfacción de sus necesidades básicas y esenciales”.
Capriles, conociendo perfectamente las preocupaciones de la burguesía y la oligarquía venezolanas en que un nuevo mandato de Chávez de alas a este para atreverse a tocar realmente pilares del sistema productivo tal como asegura que hará, les promete que revisará “una a una” todas las confiscaciones de tierras y de empresas estratégicas, al igual que los actuales convenios petroleros (la gasolina está subsidiada y no ha sufrido incrementos en los últimos 13 años), y les asegura que apoyará “el espíritu empresarial”, en un guiño a tantos empresarios que se quejan del “excesivo” terreno legal y económico ganado por los trabajadores en esta última década.
La oposición se queja constantemente de que el gasto público aumente año tras años (41,7% más en Enero de 2012 que un año atrás), que no se aumente drásticamente la producción de petróleo, o que se deriven tantos recursos de Pdvsa -la petrolera estatal- para “otros fines”. Así lo explicaba el diario opositor El Nacional del 13 de Febrero, en el artículo “Cinco desafíos económicos para el ganador” (Capriles): “El Ejecutivo Nacional le impuso a Petróleo de Venezuela financiar áreas que le eran ajenas como misiones sociales y actividades productivas de agroindustria y la distribución de alimentos”, decía el artículo.
El flamante líder de la coalición opositora no se olvida tampoco de tirar algunas flores a las Fuerzas Armadas. En la noche electoral las elogió por llevar a cabo de forma tan profesional el llamado Plan República, para garantizar la seguridad durante las elecciones primarias de la MUD en todo el país, trasladar las urnas y organizar eficazmente la votación en los colegios electorales el pasado 12 de Febrero.
Desde el golpe de Estado de 2002 ha sido una obsesión para la derecha el poder introducir una cuña dentro de las Fuerzas Armadas, aunque hasta ahora Chávez ha logrado neutralizar las voces disidentes que surgieron en su seno en el pasado.
Publicado originalmente en Viento Sur