Con la cama al hombro
El ruido del motor, el olor a gasolina y el chorro de agua a presión entonaron la melodía de una noche larga en el Paseo De Diego en Río Piedras. Las brigadas de mantenimiento y ornato del Municipio de San Juan se lanzaban en una operación agresiva y necesaria de revitalización del Centro Urbano de Río Piedras. Fue una jornada larga a la que le llamamos “Operación orgullo cardenal”.
Durante tres meses, todos los días ‒con muy pocas excepciones‒ a partir de las cinco de la tarde, me trasladé al Paseo De Diego para acompañar a los empleados municipales y atender situaciones imprevistas, que pueden ser comunes cuando se trata de proyectos de semanas de duración. Afortunadamente, y para mi sorpresa, estas fueron muy pocas, lo que nos permitió concluir el plan según fue planificado.
Noche tras noche el trabajo se mezclaba con situaciones propias de este centro urbano. Resalta y conmueve el cambio dramático de la población diurna por la nocturna y el contraste de imágenes que la acompañan. Una de ellas me produjo un gran impacto que no he logrado borrar. Fue una imagen que devela, a mi juicio, la tragedia humana de miles de nuestros ciudadanos.
Aquella noche, las máquinas de lavado a presión bombardeaban metro a metro un tramo de acera. Quedaba aún alguna que otra caja de cartón sin recoger en los escalones de entrada de las tiendas. De pronto de una de ellas, sin que lo sospecháramos, asomó la cabeza un ser humano que rápidamente se puso de pie, agarró su caja de cartón, nos lanzó una mirada con mezcla de coraje y dolor, y avanzó calle abajo con su cama al hombro. Para este ciudadano, puertorriqueño o dominicano (el dolor y la injusticia no tienen fronteras), esa caja de cartón corrugado era todo lo que tenía, era su único espacio nocturno de descanso: ¡nosotros se lo habíamos perturbado y casi destruido!
Si bien conocemos de la angustia de aquellos que no tienen hogar ni techo donde vivir –tan cotidiana que corremos el riesgo de aceptarla como algo normal– el encuentro con la desesperanza, frente a frente, provoca y nos invita a movernos a la generosidad de pensamiento y acción. Muchos pensamos que a corto plazo son pocas las posibilidades de atender efectivamente este calvario que viven hombres y mujeres de distintas edades.
En ocasiones, cuando se nos inquiere sobre esta realidad, contestamos que se trata de un asunto complejo, y aunque esa respuesta es correcta, puede generar cierta complacencia que retrase la respuesta humana y transformadora.
No son pocas las organizaciones y grupos de ciudadanos que dedican su tiempo para atender a esta población en crecimiento constante. Los buenos samaritanos ‒con poco dinero y mucho trabajo voluntario‒ le proveen comida, ropa y algunos servicios médicos básicos. El Municipio de San Juan, por su parte, atiende segmentos de esta población con un programa especial, pero la realidad es que la misma crece más rápido que los recursos disponibles. Solamente en San Juan, se estima en cerca de 4,000 personas, por lo que es preciso trascender la acción que solo se da en el lado de la mitigación y evitar la inercia que nos lleve a postergar las respuestas a las causas principales.
Las causas están directamente vinculadas a la exclusión permanente que provoca un sistema económico que genera multimillonarias ganancias para algunos sectores empresariales e inversionistas, pero con muy pocos resultados de equidad social. Y el panorama previsible se complica. Con una tasa de participación laboral raquítica, por debajo del 40%, y desaparecidas las expectativas de movilidad social, agravado el escenario con un aumento dramático en los empleos precarios, la estructura económica ofrece muy poco o casi nada a la población en edad de trabajo. El prometido “goteo” que tanto repiten los gurús del neoliberalismo nunca ha llegado, ni siquiera a una leve llovizna.
Junto a esta sequía de inclusión, se entroniza y cobra mayor fuerza el sentido de dependencia. Este se extiende, se fomenta y se alimenta mediante un marco institucional que, además, lo protege y previene de cualquier disrupción. Ese conjunto de instituciones se convierten en una maquinaria ideológica en la cual los políticos tradicionales son peones que se disputan aparecer en el lugar de quien promete más dependencia, quien “regala”más, quien extiende más su clientelismo político, en una danza morbosa y abismalmente lejos de lo que es la solidaridad. Obligar a los seres humanos a extender la mano para pedir limosna es sadismo, es vivir y disfrutar de la desventura de otros. Desvergonzadamente, a eso se ha dedicado, por décadas, la clase política que ha dirigido la administración pública en Puerto Rico… ¡con sus excepciones!
La dependencia como forma de comportamiento tiene su peor asidero en el lado sicológico y emocional. En mi experiencia en el Municipio de San Juan he tenido encuentros chocantes con distintos grupos de ciudadanos y sus organizaciones. Junto a la alcaldesa, Carmen Yulín Cruz Soto, he participado de numerosas reuniones en barrios y urbanizaciones de la Capital. Confieso que, en ocasiones, ha resultado tenso enfrentarnos a un clima de peticiones interminables, en un ambiente que presenta a ciudadanos con la expectativa de estar ante el funcionario o el político, listo y dispuesto a responder afirmativamente a cada petición o a sorprender con más de lo solicitado. Esto no tiene que ver con la condición socioeconómica. Tanto en comunidades de altos ingresos como de medianos y bajos, el reclamo es amplio y va más allá de lo que le debe corresponder al Estado. A veces peticionan cosas que ellos mismos pueden hacer mejor y en menor tiempo.
Delegar en otros la responsabilidad y la acción es una especie de éter que penetra cada espacio del tejido social, en las relaciones políticas y en las actividades económicas. Nuevamente, es lo que se fomenta por un aparato ideológico que refleja y tiene como función mantener las relaciones de subordinación.
La dependencia se manifiesta de forma sutil o abierta y en distintas dimensiones. Nos hemos acostumbrado a asociarla con la población de menores ingresos, pero se manifiesta igual, o con mayor fuerza, en sectores de altos ingresos, empresariales y en las entidades políticas. ¿Acaso no es un claro ejemplo de dependencia el financiamiento con fondos públicos de los partidos políticos electorales? Es la imposición de la dependencia a los partidos políticos para rehuir una profunda y democrática reforma electoral en la que prevalezcan reglas de juego equitativas y justas.
¿No son otro claro ejemplo de dependencia la lista interminable de subsidios, incentivos, exenciones, donativos, etc., dirigidos a beneficiar empresas, corporaciones, bancos que, hoy sabemos, han sangrado las finanzas públicas?
A eso súmele los contratos innumerables y sin justificación que se reparten desde las agencias gubernamentales a contratistas, consultores, bufetes legales, entre otros; ¿no es dependencia?
Huelga destacar que en el caso de las comunidades y otros grupos y sectores sociales surge una dimensión positiva cuando se organizan, pues si bien no están exentos del virus de la dependencia, se afanan y articulan sus recursos y sus propios esfuerzos en mejorar su condición, el entorno comunitario o sus posibilidades de autogestión económica. Tratan de ser actores y no espectadores pasivos.
Necesitamos construir la esperanza y las soluciones a nuestros retos. Hay que romper con la inercia que fomenta la desvalorización de nuestras capacidades. En esencia es un desafío político y está directamente vinculado a las relaciones de subordinación. El colonialismo es eso: la destrucción de la autoestima del pueblo sometido.
Por eso, alcanzar los plenos poderes políticos –que solo se alcanzan en la independencia– es necesario, no solo para viabilizar el desarrollo económico y material del País, sino que resulta indispensable como proceso descolonizador, para fomentar a plenitud las potencialidades humanas. La independencia política y la descolonización son un imperativo para fortalecer el espíritu colectivo, sentirnos pueblo, nación, Patria y romper con la dependencia sicológica que ha generado más de cinco siglos de colonialismo.