Construyendo Juan Sánchez: perfil de artista
Para comenzar, hablamos de sus orígenes. Los padres de Sánchez, como tantos otros, se marcharon de Puerto Rico durante la primera gran ola migratoria a la ciudad de Nueva York en los años 40 y 50. Tanto la inmigración como la identidad cultural acabaron por hacerse hueco en su obra, obviamente, pero la trayectoria de la carrera de Juan Sánchez se inició, como la de muchos artistas, con varios incidentes fortuitos en su infancia.
Después de mostrar un interés en la obra de los artistas de cómic y manifestar una imaginación activa a una edad temprana, hubo varios intentos por estimular su talento creativo. Una profesora en particular, una joven judía llamada Ms. Thurston que daba clases en su escuela, P.S. 106 de Bushwick, llegó incluso a reunirse con los padres de Sánchez para plantearles la posibilidad de que su hijo participara en más actividades artísticas. Como era normal, surgieron muchos problemas prácticos, sobre todo monetarios, pero después de tomar una clase semanal en el Pratt Institute durante la escuela primaria y formarse mejor, estos esfuerzos iniciales se transformaron en el deseo de convertirse en artista y tener una carrera.
Sin embargo, en un intento por equilibrar la necesidad de dinero y sus inclinaciones creativas, Sánchez se decantó en un principio por la carrera de diseño gráfico, lo cual suponía que podría ser artista sin necesidad de morirse de hambre. A partir de ahí, Sánchez probó suerte como trabajador autónomo, pero le costaba compartir su visión con los directores artísticos. Irónicamente, fue el mundo de las bellas artes, caracterizado por estrictos parámetros estéticos y una visión miope de los forasteros, el que atrajo a Sánchez con la promesa de la libertad artística. Mientras completaba sus estudios universitarios en Cooper Union a mediados de los 70, se alejó del diseño gráfico para acercarse más a las bellas artes, llegando a experimentar con la fotografía y otros medios. En 1980 obtuvo su maestría en bellas artes en la Mason Gross School of the Arts de Rutgers State University of New Jersey. Así comenzó su transición, o más bien su migración, a la siguiente fase de su carrera.
Merece la pena mencionar que Juan Sánchez ha explorado la noción de interseccionalidad antes de que llegara a popularizarse. Su identidad tiene unos antecedentes muy diversos que incluyen, entre otras, las influencias negras y puertorriqueñas que dominaban la ciudad de Nueva York en los años 70. Además, al describir las contribuciones de la diáspora a la isla, Sánchez propone como ejemplo específico la salsa, el emblema de esta era, a la que en ocasiones denomina música latina, tal y como era conocida en un principio. En el Bronx, esta música se fusionó con el jazz, el soul y las influencias cubanas y puertorriqueñas, entre otras, hasta que se convirtió en la banda sonora de los puertorriqueños dentro y fuera de la isla. Al igual que la salsa, Juan hace una síntesis de sus diversos antecedentes en una narrativa clara y coherente sobre el lienzo, especialmente en sus obras más autobiográficas.
Hablando de interseccionalidad, Juan es negro, puertorriqueño, latino, neoyorquino, brooklynite, y estadounidense –todos al mismo tiempo. En lo referente a cuestiones de identidad, la clave era encontrar un lugar para sí mismo. Este es otro aspecto de la diáspora puertorriqueña que ha tenido que sobrellevar de manera efectiva. Sin una infraestructura suficiente durante la primera ola inmigratoria a mediados del siglo XX, la comunidad puertorriqueña se vio obligada a reconfigurarse en los Estados Unidos, hasta el punto de que estas primeras contribuciones, la identidad proto-latina, se volvieron parte de la narrativa norteamericana. Sánchez describe este proceso como una amputación. En su opinión, Puerto Rico se ha librado de la extremidad fantasma que suponía la diáspora, y esto ha provocado una relación única, a veces divisoria, entre los dos lados.
Sin embargo, lo más importante para Sánchez es la historia subyacente de ambas partes. Esto se manifiesta de manera frecuente en su obra a través de los valores de justicia social a los que rinde homenaje, creando una escala más universal para apreciar el conjunto de su obra artística. Dicho de otro modo, es una forma de dejar atrás a Puerto Rico como fuente de inspiración, junto con sus primeras experiencias en Nueva York con Young Lords y El Taller Boricua; así, aprender a expresar la lucha de otras culturas es expresar solidaridad. No obstante, mantener una mentalidad insular, a uno u otro lado, causa fricciones, lo que lleva a cuestionarse, al menos en el caso de Sánchez, cómo es posible que Puerto Rico haya esperado tanto para librarse de sus aflicciones políticas.
Volviendo a Juan Sánchez y su arte, el diálogo es uno constante. La lucha y los intentos por organizarse, ya sean a través de la lucha armada, los programas sociales, las organizaciones políticas, etcétera, han evolucionado hasta convertirse en la mentalidad de reconocer la esencia puertorriqueña de experiencias similares en todo el mundo. El resto quizás depende de la ocasión, del espíritu de la época. Puerto Rico está sufriendo una crisis de deuda, pero se trata de una percepción de que las cosas van de mal en peor, la falsa percepción de una economía del bienestar que se basa en su “extremidad fantasma” para pagar las facturas y tal. Puede que sea el caso o no, pero la “crisis” apunta a un periodo de prosperidad que nunca existió bajo el dominio colonial. Por tanto, Juan Sánchez preserva esta historia subversiva de explotación. En cierta forma, es un ejemplo de explotación inversa. Sánchez nos muestra la historia a través de sus manifestaciones visuales más rudimentarias e inmediatas, desafiando al espectador para que siga un sendero similar de reflexión, investigación paciente, y comprensión latente.
Este rasgo se aprecia claramente en muchas de las obras expuestas en la BRIC House Gallery. La imagen del cadáver del Che en una pequeña choza de Bolivia en un cuadro nos transmite un retrato más humanista que contrasta con la iconografía con la que estamos más familiarizados a través de la cultura popular. En otro cuadro, la figura enfermiza de Pedro Albizu Campos justo antes de su muerte no nos cuenta la misma historia que la de su famosa imagen con grito desafiante inspirada por el fervor revolucionario. Lo cierto es que estos hombres sufrieron tremendamente por sus convicciones, pero no resulta siempre inspirador observarlos en la derrota. Esta es la clase de perspectiva sutil que Sánchez lleva consigo dondequiera que él, o su arte, vaya. A medida que Juan Sánchez ha dejado atrás instituciones representativas de sus orígenes culturales a favor de sedes más establecidas a escala internacional y en el mundo artístico, también ha sido capaz de crear un espacio para este tipo de diálogo. Se trata decididamente de un espacio puertorriqueño en el centro de una corriente que a menudo elige pasar por alto ciertas narrativas. Es por ello que la de Juan, por ejemplo, no se adscribe a ninguna. Puede ser el símbolo de su comunidad y una historia exitosa, pero él es su propio artista. No aspira a definir el arte puertorriqueño, que es algo que otros tendrán que debatir y esclarecer.
Gracias al CALL Program, un programa de archivo digital, su legado está protegido con la accesibilidad que proporciona la tecnología. Siempre y cuando nadie se beneficie de manera directa, Sánchez se muestra partidario de los medios sociales y de su habilidad para ampliar el alcance de su obra. Su exposición más reciente en Brooklyn, una retrospectiva, es un ejemplo perfecto. Es posible compartir una foto de las hermanas Mirabal que aparece en uno de los cuadros de Juan Sánchez y añadirle las correspondientes etiquetas para que Internet catalogue la profunda conectividad de su obra. A través de las hermanas Mirabal, el régimen de Rafael Trujillo o la intervención de Estados Unidos en América Latina, Sánchez nos muestra la intersección entre historia y herencia, junto con las luchas que heredamos. Sus collages, cuadros y obras de técnica mixta son una extensión de esta filosofía, que ahora ha terminado de perfilarse gracias a nuestra capacidad de compartir y profundizar en este conocimiento que fue una vez tan ubicuo para Sánchez cuando crecía rodeado del movimiento de liberación puertorriqueña, el movimiento de los derechos civiles, el movimiento de los derechos homosexuales, etcétera.
Tras mi encuentro con Sánchez, he comenzado a considerar la inmigración en términos de progreso, aunque no en su sentido tradicional. En ocasiones el progreso consiste simplemente en expandir la definición de lo que supone ser puertorriqueño. Hace 80 años, la ciudad de Nueva York pudo haber sido un nuevo hogar para muchos de nosotros. Pero ahora, gracias a artistas como Juan Sánchez, hay paredes en los museos de todo el mundo que podemos considerar como nuestras porque representan un espacio que ya ha sido reivindicado para las generaciones futuras.
* Publicado originalmente en la revista VOICES y reproducido aquí en una versión en español realizada por el propio autor.