Conversación justa sobre racismo y privilegios de raza y género en Puerto Rico
Como lo han documentando activistas, escritorxs, académicxs, artistas plásticxs, entre otrxs, por muchas décadas, en Puerto Rico la vigencia del racismo, acompañado por nuestro silencio y/o negación colectiva ha tenido como consecuencias la reproducción del racismo y anti-negritud en la sociedad y, a la misma vez, ha dado paso a la continuación de los privilegios para personas blancas o “claras”.
A la altura de 2019, entendemos que es hora de afrontar el racismo y anti-negritud y promover una conversación digna y justa sobre este grave problema que nos afecta a todos y a todas.
I. Racismo y Anti-Negritud
En Puerto Rico, existen las “razas”, aunque compartimos desigualmente la nacionalidad puertorriqueña y sabemos que la “raza” es una construcción social. Las clasificaciones raciales que usamos incluyen blanca o “clara”, “india”, “trigueña” y negra, entre otras. A pesar de que existe mucha variación de color y rasgos físicos que producen un gran número de clasificaciones que evidencian nuestra mezcla racial (ej. jabao, trigueño, oscuro, café con leche, etcétera), cada una de estas categorías también producen estatus sociales que conllevan beneficios y/o perjuicios.
Queremos puntualizar que la persona puertorriqueña no es solo puertorriqueña (nacionalidad), sino que también le es asignada una identidad racial (ej. blanca, negra, trigueña, etcétera). En Puerto Rico, existen las “razas” desde esta óptica social, y esto tiene consecuencias reales en la vida de las personas racializadas. La noción de la raza y de la jerarquía racial es parte de la sociedad puertorriqueña. No estamos exentos de lo que es un mal social en la historia a nivel universal.
En Puerto Rico, se asume que la “norma” es ser de tez clara o “blancx.” Esto se ve reflejado en los resultados del Censo de los Estados Unidos del 2010 donde en Puerto Rico el 76% se identificaron como «blancxs» solamente mientras que 12% se identificaron como «negrxs» solamente. Sin embargo, las personas negras y afrodescendientes son cuestionadas cotidianamente sobre su puertorriqueñidad. Muchas veces se les cuestiona si son puertorriqueños y frecuentemente son “acusados” de no serlo. También se les describe como negros-puertorriqueños o puertorriqueños-negros en vez de ser descritos solo como puertorriqueños. No usamos la descripción blanco-puertorriqueño o puertorriqueño-blanco. Se suele decir “es negro pero bueno”, sin embargo, no decimos “es blanco pero bueno”.
El racismo y anti-negritud en Puerto Rico existe; es real. Desgraciadamente, forma parte de las experiencias de vida de las personas negras y afrodescendientes. A estas alturas, la existencia del racismo anti-negro NO está en debate. Tampoco, está en debate el daño, sufrimiento y la violencia que ejerce el racismo en las personas que lo experimentan a nivel individual e institucional.
El racismo y anti-negritud en Puerto Rico no fue solamente importado en el 1898 con la invasión estadounidense. El racismo anti-negro en Puerto Rico fue importado originalmente por los españoles durante la colonización de la isla y, consecuentemente, con la importación de personas africanas esclavizadas, el mantenimiento del sistema esclavista, como también con la reproducción de un sistema de jerarquía racial—que perdura hoy día—que produce estatus sociales y privilegios acordes al color de la piel y rasgos físicos de las personas.
Las personas negras y afrodescendientes que sufren el racismo en carne propia, llevan muchas décadas denunciando este problema social. En gran parte, si hoy podemos hablar frontalmente del racismo y de sus manifestaciones en la sociedad puertorriqueña es porque las personas negras y afrodescendientes han abogado por la justicia racial en la isla, pese a que las consecuencias de denunciarlo pueden ser graves.
Cuando las personas negras y afrodescendientes denuncian el racismo, en una sociedad que lo niega, son víctimas de una doble-violencia; se sufre el acto de discriminación racista y se sufren heridas emocionales y psicológicas por haberlo denunciado. Las personas negras y afrodescendientes que denuncian el racismo suelen sufrir consecuencias reales tales como la patologización de sus experiencias (ej. acusadas de “acomplejadas”, “mentirosas”, “enfermas mentales” y “problemáticas”), ridiculización o mofa pública y privada, la pérdida de familia y/o amistades, pérdida de oportunidades de trabajo, o de acceso a redes sociales con poder. inclusive, son acusadas de estar (norte) americanizadas, y por ende, su puertorriqueñidad es puesta en duda.
El racismo y anti-negritud en Puerto Rico existe a nivel estructural. El racismo estructural se manifiesta en ámbitos socio-culturales, lingüísticos, económicos, políticos, en las representaciones mediáticas (ej. TV, radio, prensa, en-línea), en la construcción y uso del espacio, como también en la política ambiental. La evidencia del racismo estructural abunda. Vale sólo mirar las ausencias de personas negras y afro-descendientes en puestos gubernamentales y en cargos de poder para comprobarlo.
Al ser negado o silenciado, el racismo y anti-negritud se reproduce en las instituciones y en los sistemas sociales; por ejemplo, en la educación desde la primaria hasta el nivel universitario. Se reproduce también en los estándares de belleza, que tienen efectos particularmente negativos en las niñas y las mujeres negras y afrodescendientes. El racismo y anti-negritud es un grave problema en el sector laboral, pues reproduce estructuras de pobreza. Al nivel estructural, la pobreza ya tiende a ser más marcada en pueblos, barrios y/o comunidades negras y afrodescendientes de la isla.
El racismo también se expresa en comentarios y actitudes xenófobas hacia personas afrocaribeñas, y es particularmente notable en relación a la población dominicana en el archipiélago. También, se expresa cuando hacemos comparaciones negativas en las cuales se usa a Haití como barómetro de todo lo malo o negativo en un país o gobierno. Por otro lado, en Puerto Rico, hay una larga historia de que a las personas blancas provenientes del cono sur o de Europa se les trate con respeto y se les abra las puertas en los medios y en otros ámbitos sociales y económicos.
II. Privilegios y Prejuicios de Raza y Género
Negar que el racismo existe es un acto de privilegio blanco o “claro”, y, alternamente, es una manera de invisibilizar o silenciar las experiencias de las personas negras y afrodescendientes.
Pensar que el racismo y anti-negritud en Puerto Rico es sólo cierto cuando una persona blanca o “clara” lo denuncia (quien no lo sufre en carne propia), reproduce el privilegio blanco.
Imponer la visión sobre el racismo y anti-negritud desde una perspectiva blanca o “clara”, reproduce el privilegio blanco.
Tener familiares y/o amigxs evidentemente negrxs y afrodescendientes no significa ser automáticamente antirracista. Un primer paso para ser anti-racista es afrontar el privilegio “blanco” o “claro” y ejercer prácticas en la vida diaria que mitiguen el racismo.
Cuando personas antirracistas blancas o “claras” abogan por la justicia racial, deben hacer todo lo posible por centrar—en vez invisibilizar o silenciar—las voces negras y afrodescendientes que seguramente ya han tratado el mismo tema hace mucho tiempo. De otra manera, y aunque con buenas intenciones, la persona blanca o “clara” que aboga por la justicia racial se beneficia de su propio privilegio social; si es hombre, de su beneficio de género. Sabemos que las contribuciones de las mujeres negras y afrodescendientes suelen ser las más invisibilizadas, y sus aportaciones descartadas.
El privilegio blanco o “claro” ofrece beneficios simbólicos (ej. su puertorriqueñidad no es puesta en duda) y materiales (como acceso a empleos, educación, ocupar espacios sin temor a sufrir de discriminación por raza).
El privilegio blanco o “claro” le ofrece el beneficio de la duda a la persona blanca o “clara”, ayuda a que la policía no le criminalice sin evidencia alguna, se asume su inteligencia, que es confiable, que es bonita o cercana al ideal de la belleza, que es más apta para ser una líder, que es más racional, entre otros privilegios.
La interseccionalidad entre raza y género tiende a reproducir exclusiones sociales con repercusiones severas. Por ejemplo, se asume que los hombres negros y afrodescendientes son personas peligrosas, sospechosas, más aptas para el trabajo pesado o bajo el sol y sexualmente agresivos, entre otras; además, son criminalizados con frecuencia.
A las niñas y mujeres negras y afrodescendientes, les cae el gran peso de los estándares de belleza europeos, más también son sexualizadas a temprana edad. Se asume que son agresivas, peligrosas, malhumoradas o acomplejadas y más aptas para el trabajo pesado doméstico, entre otros.
Se asume que la mujer blanca o “clara” es el estándar de la belleza femenina, que es frágil y sumisa, apta para los trabajos de oficina y hoteles, que es presentable y profesional y que debe ser protegida.
Cuando se es hombre blanco, los privilegios se multiplican. Se cree que el hombre blanco o “claro” es el epítome o personificación de la racionalidad, inteligencia, honestidad, liderazgo, entre otros.
III. La Lucha por la Justicia Racial: Mitigar el Racismo
Las personas blancas o “claras” deben desarrollar estrategias para mitigar el racismo y el sexismo. Como sociedad, es hora de aceptar que el racismo y anti-negritud existe y que es un mal social sobre el que podemos trabajar y mejorar. Sin aceptación, no podremos erradicarlo; nos mantendremos estancadas y fraccionadas.
El privilegio blanco o “claro” se reproduce y se convierte en dominación racial cuando se entiende que las voces de personas blancas o “claras” son las que dicen la verdad sobre el racismo, mientras que las voces de gente negra o afrodescendientes son silenciadas, marginadas o invisibilizadas en estos mismos debates. La continua negación de parte de las personas blancas o claras tiene el efecto de cuestionar la validez, las percepciones y los sentires de una persona negra sobre su propia opresión haciendo imposible el diálogo justo y compasivo entre iguales.
El racismo tanto deshumaniza a la persona negra como a la persona blanca o “clara.” Debe ésta luchar en contra del racismo para poner un detente al distanciamiento humano que le permite transitar por el mundo ignorando sus privilegios, y consciente o inconscientemente, dando la espalda a sus hermanxs negrxs. Debe reconocer el costo a su consciencia y propia evolución, su intimidad y complicidad en el apoyo de estructuras que degradan y desgastan a la humanidad.
La persona blanca o clara debe desarrollar fortaleza para afrontar la realidad de un mundo que inequívocamente le beneficia; evitar mensajes de que es muy frágil para sostener una conversación sana y honesta. Si la persona blanca o clara quiere relaciones genuinas, con algún grado de profundidad, debe generar confianza, escuchando con humildad.
A las personas “blancas” o “claras”, les toca afrontar las maneras en que se benefician del trabajo que ya han hecho personas negras y afrodescendientes para abrir el camino sobre la discusión de la justicia racial. Con este primer paso, se empieza a practicar una denuncia justa del racismo anti-negro. Este debate debe evitar el paternalismo y que se invisibilicen las voces negras. Las voces negras deben ser esenciales y centrales en la discusión sobre el racismo.
Aceptar el racismo y anti-negritud en la sociedad puertorriqueña puede ser doloroso para las personas blancas o “claras”. Aceptarlo implica derrumbar el mito de la meritocracia, pero más doloroso es seguir perpetuando violencia racial contra nuestras compatriotas, amigxs, vecinxs, y familiares negrxs y afrodescendientes.