Cortometrajes puertorriqueños
Difícil que haya algo más excitante en la vida que aprender. Hoy día el conocimiento está sufriendo porque se asume que es más fácil tenerlo en el “smart phone”. Es una actitud que encaja con el antiintelctualismo que arropa la sociedad con su manto de mediocridad común. Por eso acercarse a los esfuerzos creativos de jóvenes cineastas y ver en la pantalla las huellas de lo que han aprendido de los grandes maestros que han hecho películas que viven en nuestra mente (y, por suerte, en la red, DVD, etc.) es una forma especial de disfrute. Los cineastas muestran un aprendizaje que celebra la sinestesia que es el cine y que los ayuda a transportarnos a otros mundos.
Circulan por la isla los cortos de seis cineastas jóvenes que participaron en el Festival de Cine Europeo que organiza La Alliance Française (Vive la France!). Son una muestra de las posibilidades de hacer largometrajes en la isla y enfatizan la necesidad de buenos guiones y una narrativa coherente. Además, la participación de jóvenes (de todas las edades) en estos intentos va creando la experiencia que podría respaldar proyectos más ambiciosos.
Como todo arte el cine requiere intentos pero, a diferencia de la literatura o la pintura, esos primeros pasos no son baratos. Cuesta bastante y hay que respaldarlo. El cine no es como el libro del poeta que autopublica cincuenta copias de su primera obra para regalárselas a sus amistades. El cine es para que se vea. Por muchos. Preferiblemente en una pantalla gigante y acompañado de extraños para ver cómo compara las respuesta emocional de otros con la de uno. Desafortunadamente los cortometrajes no encuentran por sí solos una audiencia abultada, sino que aparecen por cuentagotas en la red o las compañías de cable. Por eso, hilvanar los cortometrajes puertorriqueños en una especie de película “omnibus” o antológica, que tuvieron su pico en los años cuarenta y cincuenta, es una bendición para el amante del cine. Lo es porque permite, no solo ver, sino comparar los segmentos.
No sorprende la variedad de temas ni las diferencias en logros técnicos entre uno y otro, pero lo que es importante es que los esfuerzos de cada equipo en hacer lo mejor posible se ven plasmados en la pantalla.

«Hasta que la celda nos separe», Cristian Miranda y Gretza Merced protagonizando los papeles de Joseph y Liza.
Me pareció que el corto más original es “Hasta que la celda nos separe” del los hermanos Mariana y Joserro Emmanuelli. Además de su encanto cómico y la espontaneidad de los actores, encierra en su corta duración comentarios agudos sobre asuntos que afligen a nuestra sociedad. Incluye el rapto (merecido) de dos evangelizadores de puerta en puerta que me parecieron Testigos de Jehová, y de un sacerdote. Sin embargo, es curioso que el más conmovido por la circunstancia en que se encuentran los personajes es un joven que trae una pizza sin saber lo que le espera. Es un toque irónico bienvenido a una situación poco probable que pertenece al teatro del absurdo. No sorprende que el jurado le otorgó el primer premio a este esfuerzo estupendo cuya comedia mantiene a flote sus críticas solapadas.
La ambición narrativa y la gracia de “La cita” son de admirar y nos familiariza con un elenco de jóvenes desbordados de entusiasmo que nos divierten con sus andanzas y con la comicidad de sus actuaciones. Encabezados por un adolescente cuyos barros y espinillas son armas mortales, y por un subconsciente que capitanea un joven que aspira a Johnny Depp, y otro que amenaza matarnos de risa, los vericuetos del corto indican las posibilidades que hay en el director Pedro J. Muñiz López, quien participó de forma destacada en la posproducción de la divertida “200 Cartas”.
Dulcemente nostálgica y actuada con gran mesura y naturalidad por Georgina Borri y Diego de la Texera es “La foto de papá”, de la que no puedo contar nada de la trama. Es importante que la narrativa depende de retrospecciones que son hermosas y están filmadas con gran atino para representar el pasado que aún está presente en el recuerdo de uno de los personajes. Triunfa en este cortometraje que el guión controló algo que pudo haber sido demasiado sentimental y que, en vez, es agridulce y sabroso, como el tamarindo. Sin duda un éxito para David Norris, su director.
Las tragedias y las emociones de la clase media están muy bien plasmadas en “Sonidos que trae la vida”, dirigida por Margarita Aponte, una historia que va a la yugular para luego curarnos con la música. En esta aparentemente sencilla historia nos topamos con los problemas de los divorcios entre los jóvenes, la soledad que genera la ciudad y el bálsamo que puede ser algo o alguien externo e inesperado. Además, es la única historia de la antología que promete un futuro. La música siempre ha unido a seres solitarios, residentes hoy día de “walk-ups” lustrosos y engañadores, que albergan sueños a pesar de “las cosas que trae la vida”.
Oscura, en el sentido emocional, “Enganche”, de Edward Andrés Martínez (no es pariente) es una pequeña advertencia en contra de la criminalidad y de la violencia que genera la violencia. Deseo recordarles que para Scorsese, con quien concuerdo, la trama es lo que pasa, la historia es cómo pasa. En este cortometraje lo importante es cómo pasa, hablando desde un punto de vista cinemático. Martínez evita los clichés que pude generar un cuento negro de gánsteres y mueve su cámara sin dejarnos ver todo lo que sucede. Esa ambigüedad evita que nos conduzca por terreno harto conocido y permite que pensemos. Los que vieron (que creo que fueron bien pocos) “Inherent Vice” de Paul Thomas Anderson (el director admite que es uno de sus favoritos) verán en este corto resonancias de ese director. Es parte de aprender, y el que le presta atención a sus maestros más exigentes, llega el momento que lo hace mejor.
Más oscura aún y más compleja es “Ciclo sin fin” de Fernando Rodríguez, una especie de oda a la “inspiración”, en este caso la de una poeta que busca en relaciones sexuales la suya. La actriz Aris Mejías es la poeta que persigue una musa elusiva que quiere encontrar en relaciones que se transformen en formas poéticas que trata de escribir. Ese furor poeticus, ese frenesí que algunos piensan que es la poesía, se convierte aquí en la búsqueda del placer y las experiencias que se tienen en el camino a alcanzarlo. Curiosamente, la protagonista no solo vive esas experiencias sino que las capta parcialmente en fotos que parecen servirle de evidencia. La cámara de Chago Benet (quien fue premiado por el jurado) en este corto es firme y no titubea en mostrar lo importante sin regodearse en detalles superfluos.
Lo crítico de esta antología de cortos es que estimula a los cineastas cuyas obras lo componen a ver su trabajo muy cerca del de sus colegas y, espero, a evaluar lo que hacen con seriedad y profundidad. El público que ve este compendio debe agradecer a los auspiciadores de este esfuerzo su respaldo a algo valioso y su reconocimiento al talento puertorriqueño.