Cruella: misterios de la moda
El cuento, sin embargo, comienza con las peripecias de una chica de doce años llamada Estella (Tipper Seifert-Cleveland), que tiene talento diseñando ropa. Ya anda con el pelo mitad casi blanco y la otra, negro azabache. Un problema adicional es que tiene una veta cruel y por eso su mamá la llama Cruella. Las peripecias de la niña en la escuela son tales, que la echan y la madre decide llevársela a Londres. En el camino pasa por la casa de la baronesa von Hellman (Emma Thompson), para pedirle ayuda económica para su mudanza. Allí se está celebrando una fiesta y la baronesa la recibe cerca de la verja que la separa de un alto acantilado que cae al mar. Tres dálmatas rabiosos de la baronesa se la abalanzan encima y la mujer se despeña.
Estella presencia la escena y se da a la fuga. En las calles de Londres se amiga con otros dos hermanos huérfanos, Jasper (Joel Fry) y Horace Badun (Paul Walter), y se dan a una vida olivertwistiana que incluye, por supuesto, el robo, ayudados por dos perros adorables que tienen más cerebro que muchos humanos. Llega el tiempo de la “escena punk” de los años 70 del pasado siglo y ahora Estella tiene pelo rojo y deseos de competir con la baronesa, quien es la más distinguida modista del país. Los hermanos, en una escena que es un celaje y de gran hilaridad, consiguen que le den empleo limpiando inodoros en la tienda por departamentos “Liberty” (sarcasmo), y, borracha, Estella rediseña una vitrina. Resulta que la dueña de la tienda es la baronesa y cuando ve el novel diseño se encanta y sube a Estella de categoría.
Dirigida por Craig Gillespie con un guion de Dana Fox y Tony McNamara, la cinta se mueve con un brío estupendo y con escenas graciosas y de una frivolidad contagiosa. La película, además del misterio que es la historia central, es una parodia intensa del mundo de la moda. Sabemos, por ejemplo, de una película seria como la de Daniel Day-Lewis, “Phantom Thread” (2017), el egoísmo y narcisismo de los diseñadores. Su imperiosidad puede ser tan violenta como la de una fiera hambrienta. Hay también que experimentar, si no lo han hecho ya, la historia patética de Halston en la serie que lleva su nombre en Netflix. En ella se evidencia como el egoísmo interfiere con la eficacia y la verdadera felicidad, que está más allá de la fama y el dinero. La baronesa von Hellman de nuestra historia y Cruella, pero particularmente la primera, sufren de ingratitud y deslealtad severas y esas fuerzas las van llevando a la destrucción. Si ustedes creen que solo el diablo viste de Prada (“The Devil Wears Prada”; 2006), esperen a ver cómo visten estos dos demonios.
Jenny Beavan es la brillante diseñadora del vestuario de la película, que es simplemente espectacular. Lo mejor, sin embargo, es como lo habitan Emma Stone y Emma Thompson (el que las actrices tengan nombres iguales encierra uno de los secretos). Ambas lucen sus vestuarios de forma natural para dos egoístas: afectadas, exigentes al borde de la locura, voluntariosas como diablillos que no encuentran que más maldades que hacer y maniáticas con cada doblez de la enagua o del lazo en el corpiño. La Miranda Priestly de Meryl Streep en “Prada” es una niña de teta al lado de la baronesa de Thompson. Es una actuación suprema, llena de destalles e inflexiones de voz que atemorizan a cualquiera y que evidencian la maldad que encierra el personaje que representa.
La otra Emma está perfecta como la Cruella definitiva de la época en que vive. Es evidente que ha de regresar a la pantalla y qué trucos ha de tener en la manga… o en la capa o en las enaguas o en la cola de sus atuendos, la próxima vez solo caben en una gran imaginación. Sus dos compinches de pillerías —los hermanos Badun—los harán reír. ¿Y los perros? Tal vez ustedes quieran secuestrarlos.