Culpa: El COVID-19 y sus problemas

hannah yoest
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Como es usual con el presidente de Estados Unidos, las mentiras, las medias verdades y las frases cursimente políticas populacheras (“Everything is marvelous! We’re going to win this war! We ARE at war, you know.”) en relación con el coronavirus y la pandemia han complicado el problema allá y en la Isla. Aquí, un excelente neurocirujano, pero, incompetente secretario de salud de un gobierno incompetente quiso minimizar las posibilidades de contagio diciendo tonterías que emulaban las que dice Trump. Presumo que, para congraciarse, y que, por orden ejecutiva, nos diera la estadidad en seguida. Pero el virus no tiene partidos ni está haciendo campañas políticas.
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Poco después que, en 1 de diciembre de 2019, el virus apareció en Wuhan, nuestro secretario comenzó a decir cosas que desafiaban toda lógica y pusieron en entredicho su capacidad. Según él, las posibilidades de que llegara a la Isla era muy pocas “porque aquí no había vuelos directos desde China”. Todos se rieron ya que no explicó ni elaboró. Se pensó que no sabía que los vuelos hacen escala y que la gente se monta y desmonta y, una vez que llegaban a Estados Unidos, podían llegar aquí sin ningún problema. El asunto recrudeció cuando en enero de 2020, en una rueda de prensa auspiciada por un periódico local, volvió a expresarse de un modo algo incoherente que volvió a dar a entender que lo que nos protegería del virus era la ausencia de vuelos desde China.
Complicó el asunto –que resultó ser el primer paso hacia su renuncia forzada– que le atribuyó a la administración Trump capacidades que no tenía. No solo los vuelos no eran directos a la Isla, sino que, cuando llegaban a Estados Unidos, los aeropuertos no permitían que los infectados pisaran tierra estadounidense, incluyendo la Isla. Por supuesto, eso no solo no era cierto, sino que distaba de retratar la verdadera actitud del Presidente que se había dado a la negación total de que el virus fuera un problema. Como evidencia de la capacidad en el norte de contener los contaminados fuera del país, el Secretario dijo que solo había 5 casos allá, al mismo tiempo que dijo que el periodo de incubación era de entre 2 y 14 días. Eso lo debió de haber llevado a la conclusión que el virus ya se estaba propagando, como es evidente que era el caso.
Peor fue que en la conferencia de prensa a la que aludo, su expresión se percibió como incoherente y titubeante ante una serie de preguntas cuyas respuestas debió de saber. Para algunas la contestación firme debió de haber sido: ¡nadie sabe!
El Secretario sí dijo algunas cosas que eran necesarias, pero, dentro del contexto de su larga exposición, perdieron su fuerza. Que había que lavarse las manos, taparse la nariz y la boca al estornudar, que se vacunaran contra la influenza (la combinación de ambas infecciones es mucho peor), que se mantuvieran alejados de personas que tuvieran evidente “catarro” o tos. Todas, recomendaciones sólidas que pueden haber ayudado a mantener bajo nuestro conteo.
Por otro lado, enfatizó que la diferencia entre la influenza y el COVID-19 era que este afecta el sistema digestivo. Poquísimos casos tienen diarrea, síntoma que no compara con la fiebre, la tos y la sensación de falta de respiración, que son los principales. Creer que algo es un síntoma importante de una enfermedad potencialmente letal causa ansiedad innecesaria entre los ciudadanos que puedan tener otras causas para ello.
Su insistencia que las relaciones (ciertas por supuesto) del Departamento que capitaneaba y el CDC (Centers for Disease Control) en Atlanta era estrechas, las usaba como para asegurar una garantía que no estaba dando el jefe máximo de la agencia: el Presidente.
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Ante la debacle, el Presidente, que no le hizo el debido caso a la epidemia en China por un par de meses, se ha dedicado a culpar a otros como responsables de la pandemia. También ha dicho algunas de esas cosas a las que nunca nos acostumbraremos: Nadie en la historia, excepto él, combatirá tan bien esta epidemia causada por “un virus extranjero”. Poco sabíamos que “extranjero” era un preámbulo para llamarlo “el virus chino” y culpar a China. Ha querido hacer lo que hicieron en 1918 con una epidemia que comenzó en Estados Unidos, pero, para vengarse de España por haberse declarado neutral (y porque Alfonso XIII estornudó tres veces) la declararon “Spanish Flu”. En otras palabras, antes como ahora, la culpa es de otro. Poco después Trump acusó a la Unión Europea de permitir la diseminación del virus en el continente europeo. Para mostrar solidaridad con su doble en Inglaterra, en marzo 12, Trump eximió a ese país y a Escocia de una veda de vuelos a Estados Unidos. Esto no tiene sentido alguno desde un punto de vista epidemiólogo o científico, pero no extrañaría que no quería que dejaran de ir a sus clubes de golf allá. En marzo 14, revirtió este dictamen y prohibió los vuelos de los países comenzando en marzo 16. El daño ya estaba hecho: cada día que pasa sin que se controle la posibilidad de contagio incrementa la probabilidad de un aumento de casos y que las facilidades de salud y los hospitales no den abasto ante la avalancha de casos sospechosos y reales. Entretanto, el virus no le hacía caso y se iba regando por todos los estados a una velocidad vertiginosa.
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Como está acostumbrado a hacer con todo, trató de controlar la información que le llega al público nombrando a Mike Pence como el jefe de su “Task force”. Al igual que el Presidente, el Vicepresidente, no “cree” en el calentamiento global (dice que es una patraña), cree que se puede “transformar” a los gays con terapia, no cree que fumar mata (a pesar de las estadísticas mundiales y de que es evidente), piensa que los condones no protegen de infecciones sexuales y que “rezar por nuestros pecados” tuvo y tiene más efecto sobre el control del SIDA. Falta decir que está seguro de que el mundo tiene 6000 años y fue “creado”. ¿Quién mejor para dirigir un problema que solo puede dilucidar, resolver y mejorar la ciencia?
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Por supuesto, nadie sabe si Trump pasó su clase de biología en Alta Escuela. Sí sabemos que, hasta junio del año pasado, había dicho 10,796 mentiras, falsedades, y medias verdades, o exagerado sus logros dándose coba inmerecida. En una conferencia de prensa a principio de el presente mes, declaró que las pruebas de detección se estaban haciendo “en cantidades monumentales”, pero, al otro día, el Dr. Anthony Fauci, MD, director del Instituto Nacional de Alergia y Enfermedades Infecciosas de los Institutos Nacionales de Salud en Bethesda, Maryland, lo desmintió, diciendo que, al momento, el país no estaba equipado para alcanzar la eficacia mostrada en países como China, Singapur, Corea del Sur e Islandia. En marzo 14, Trump dijo que “el problema era que había heredado un desastre de la pasada administración en el CDC, lo cual es una mentira más grande que el globo. Los mismos 20,000 empleados que estaban antes están ahora. Por supuesto, el nuevo director nombrado por él arreglará la agencia y será obra de él, por haberlo nombrado. Él, quien no solo no sabe nada de ciencia, sino que la rechaza, arreglará la agencia de salud pública más importante del globo. La idea de “la mala herencia” es para culpar al presidente Obama de la catástrofe que él ha creado porque no entiende nada y se cree que ser presidente es como ir a uno de sus hoteles y pedir que cambien la decoración.
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Cuando comenzó la epidemia, Trump y su administración trataron de minimizar la propagación del virus tratando de “proteger” la bolsa de valores. Ya habían cometido un grave error cuando disolvieron en 2018 la unidad del Consejo de Seguridad Nacional centrada en la preparación para una pandemia, que según los críticos dejó un vacío de liderazgo en la seguridad sanitaria mundial en la Casa Blanca. Por supuesto, Casa Blanca y sus acólitos han tratado de desmentir que la oficina fue eliminada y han buscado mil formas de hacer ver que esto es “fake news” que, en realidad, dicen, fue movida a otra sección en el Consejo de Seguridad Nacional. Los dimes y diretes son complicados y complejos, pero, para mí, quedó claro con la declaración del 11 de marzo del Dr. Fauci: «Trabajamos muy bien con esa oficina»; «Hubiera sido distinto si la oficina aún estuviera allí».
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Hace ya unos días que casi todo el mundo está encerrado en sus hogares. En Wuhan, el número de casos está disminuyendo después de verdadera cuarentena (40 días de nadie salir de sus casas o de estar asilado) o en uno de los lugares preparados para personas que tienen el virus pero no están muy enfermos (entiendan no son hospitales con salas de operación y de parto, etc., más bien lugares donde los contaminados están hasta que se curen).
Aquí estamos entrando en la segunda semana de distanciamiento social, aunque hay tercos y tercas que han violado la situación y la ley y siguen visitando la familia, y juntándose con personas que no saben si están contaminadas. Y no, no hay que hacer pruebas para saber quien lo está y quién no. Lo que hay que hacer es quedarse en casa, razonar y cumplir la ley. En eso la Gobernadora ha hecho una gran decisión con el toque de queda y pidiendo que todos nos quedemos en casa.
El colmo es que la Gobernadora nombra un comité de trabajo para el tema y, el presidente del grupo, en vez de sugerirle que la reunión la haga por métodos electrónicos, va junto a una brigada de médicos, muchos de los cuales trabajan en hospitales donde se pueden haber contaminado, a Fortaleza. Pero la pregunta también es, ¿por qué no se lo dijeron la Secretaria interina de salud y la epidemióloga del estado?
¿Culpa? Todos los dedos, excepto los de los más empedernidos aduladores, señalan como culpable a Trump y su administración. Y aquí, la culpa parece tenerla el coquí.