“De Macondo a Anegada: el incesto como dispositivo narrativo en el Caribe”
What on earth? Was everyone related in these Virgin Islands? Was that the strange secret to freedom and belonging? (344)
—Tiphanie Yanique, Land of Love and Drowning.
La novela, publicada en 2014, ha tenido muy buena recepción crítica. La mayoría de las reseñas establece vínculos entre la escritura de Yanique y los proyectos narrativos de Gabriel García Márquez y Toni Morrison (Bell, Grogan). En general, la crítica ha recibido la novela como una buena introducción de la narrativa de las Islas Vírgenes para un público angloparlante estadounidense.
Un tema en particular ha generado una recepción compleja: la representación del incesto en la novela. Una de las razones por las que el incesto se convierte en un aspecto casi intratable en las discusiones del relato es porque en el texto no hay un juicio narrativo adverso a esta práctica. Algunos críticos han captado este detalle y lo han abordado como un rasgo único del texto:
In place of Faulkner’s preoccupation with miscegenation (sheer nonsense in Yanique’s fictional world), there is incest, a recurring motif among the Bradshaws. But is it always a bad thing? The love of half-siblings Anette and Jacob Esau begets Youme, whose clubfoot makes her a real-world avatar of the mythical Duene, and whose proud beauty becomes a totem for the islanders’ struggle to take back their own. Small islands can be incestuous places, and incest may stand for a certain way the mind has to fertilize —and fortify— itself” (Bell)
Otros críticos han identificado la representación del tema como uno de los fallos narrativos del proyecto novelesco de Yanique:
Similarly, Owen Arthur’s incest with Eeona is treated completely matter-of-factly; Owen recognizes that it is “wrong”, but his daughter, at least, never seems to regret or feel damaged by it. (Wold)
Recientemente discutí esta novela con mis estudiantes de literatura comparada en Rutgers, y notamos cómo el incesto aparece y permanece como un tema normalizado e irresuelto en el texto. Parte de la dificultad de esta discusión es consecuencia de que como lectores de literatura no queremos reducir el problema del incesto a un nivel alegórico. El incesto es, en muchos contextos, una experiencia límite, que implica diversos niveles de violencia, de negación de la humanidad de los sujetos involucrados, y de abuso de quienes muchas veces no se pueden negar al contacto sexual y que terminan en muchas ocasiones estigmatizados. Sin embargo, en esta novela el incesto no se asocia con violencia, sino con una dimensión muy profunda del sentido de pertenencia y afectividad entre los personajes de esta narrativa, y la pregunta es entonces cómo interpretar el incesto en este contexto. He seguido pensando en este asunto en las últimas semanas, y me gustaría compartir unas impresiones preliminares en esta columna.
El incesto como cortocircuito en la narrativa caribeña
Es casi un lugar común el recordar que de acuerdo con Lévi-Strauss el incesto es un tabú (casi) universal que surge para reprimir los deseos que tienen su origen en el circuito familiar y comunitario (Freud). La antropología y el psicoanálisis tienen entendimientos un poco distintos sobre el incesto, pero coinciden en verlo como una prohibición generalizada en muchas sociedades modernas. Lo que no es tan común, sin embargo, es recordar que este tabú no es universal. Baste con revisar varios casos históricos reconocidos, como la endogamia ritual o los matrimonios endogámicos entre los incas y entre los egipcios, por dar dos ejemplos ampliamente conocidos. El incesto se condona socialmente como un modo de preservar la pureza de un linaje o una comunidad, y como tal se reconoce como una práctica alternativa para mantener el orden social.
En el primer volumen de la Historia de la sexualidad (1976), Michel Foucault hace también observaciones muy interesantes, que nos recuerdan la ambivalencia con la que el tema se ha tratado en el psicoanálisis:
This interpretation of the deployment of alliance and that of sexuality in the form of the family allows us to understand a number of facts: that since the eighteenth century the family has become an obligatory locus of affects, feelings, love; that sexuality has its privileged point of development in the family; that for this reason sexuality is ‘incestuous’ from the start. It may be that in societies where the mechanisms of alliance predominate, prohibition of incest is a functionally indispensable rule. But in a society such as ours, where family is the most active site of sexuality, and where it is doubtless the exigencies of the latter which maintain and prolong its existence, incest—for different reasons altogether and in a complete different way—occupies a central place; it is constantly being solicited and refused; it is an object of obsession and attraction, a dreadful secret and an indispensable pivot. (Foucault 109, énfasis mío)
En el campo literario el incesto ocupa también un lugar complejo. Ellen Pollack, en su libro Incest and the English Novel (2003), identifica el incesto como el corolario de distintas formas de subjetividad transgresiva. La noción de incesto que manejamos en la actualidad se cristaliza en las teorizaciones de la ley natural del siglo 17, momento en que la iglesia intenta regular los tipos de matrimonios entre familiares que se consideran permisibles. En este contexto, la literatura ha sido el espacio en el cual se articulan las nociones modernas de incesto, a partir de las cuales se reevalúa el balance entre el deseo sexual regido por un orden patriarcal y los impulsos de la liberación social.
En la literatura caribeña el incesto también ha jugado un rol fundamental, precisamente como bisagra entre la agencia sexual y la liberación social. Baste con mencionar dos casos muy conocidos, que me parecen representativos del modo en que se ha abordado el tema en nuestra literatura. La novela Cecilia Valdés de Cirilo Villaverde (1839-1881) está armada a partir de la prohibición del incesto entre los medio hermanos Cecilia y Leonardo. En este contexto el incesto es el cortocircuito que interrumpe e imposibilita la articulación de la nación como resultado de una sociedad esclavista que condona las relaciones ilícitas entre hombres criollos blancos y mulatas caribeñas (Sommer, Martínez-San Miguel). Villaverde critica por medio del incesto los legados racistas de la sociedad esclavista cubana, que al permitir que Cándido Gamboa tenga a la mulata Rosario como amante y que no reconozca a su hija Cecilia, termina posibilitando que Leonardo y Cecilia se conozcan y se enamoren sin saber que son en realidad medio hermanos. Esto es lo que Daniel Arbino cataloga como narrativas antifundacionales. El momento del acto incestuoso es en realidad muy elíptico en la novela:
Gradualmente sus miradas fueron elevándose del suelo hasta la altura de la puerta del cuarto del fondo, donde vio algo que le pareció una mujer o visión, de pie, escasamente vestida con un ropaje blanco, y el copioso cabello suelto, hecho mil anillos y revueltas ondas, desparramadas por el seno y los hombros, sin alcanzar a ocultarlos, con ser tan abundoso y largo. Reconocerse, correr el uno hacia la otra, y abrazarse estrechamente en medio de besos ardientes y sonoros, fue todo en uno. (Villaverde 131)
El énfasis del relato de Villaverde es detallar el desenlace de la mulata trágica, quien como su madre Rosario, está condenada a enloquecer cuando su hija no puede ser reconocida por la misma sociedad que la hizo posible.
Sin embargo, me parece que en la novela de Villaverde el incesto funciona como un dispositivo desestabilizador mucho más amplio, puesto que la relación entre los medio hermanos no es la única instancia incestuosa. La novela se detiene en una serie de descripciones en las cuales se insiste en la atracción e intimidad que existe entre Leonardo y su hermana Adela (a quien se describe como el alma gemela de Leonardo) y Leonardo y su madre. En estas otras relaciones familiares que funcionan como anticipos de la relación entre Cecilia y Leonardo, Villaverde critica a su vez las prácticas sociales endogámicas de una clase criolla blanca que insiste en vivir de espaldas a la realidad mulata y creolizada de la isla para proteger la imaginaria pureza hispánica y blanca de su clase. A través de estas múltiples dimensiones del incesto, la novela de Villaverde sugiere que la clase criolla blanca no puede engendrar el futuro caribeño, mulato y soberano de la Cuba independiente.
El vínculo entre incesto y colonialismo, o el incesto como corolario de la violencia colonial en el Caribe es también un tema de amplio manejo en novelas caribeñas contemporáneas (Arbino). En este binomio, el incesto funciona como una suerte de degeneración que vulnera la humanidad de los sujetos coloniales y postcoloniales caribeños, quienes siguen reiterando los patrones de violencia y deshumanización que son característicos del contexto colonial. Aquí puedo incluir textos de Patricia Powell y Shani Mootoo que he discutido en otra columna, en los cuales el incesto se vincula con la violación y la pedofilia (Koopman), y en donde las narradoras o narradores buscan un modo de rescatar la agencia sexual y erótica de los sujetos negados por estas dos prácticas de opresión sexual (Sheller).
Pero me gustaría cerrar esta revisión panorámica del incesto con un texto anterior y muy conocido, que me parece que informa muy de cerca el modo en que Yanique imagina el incesto en su novela. Me refiero a la novela Cien años de soledad (1967) de Gabriel García Márquez. El relato entero de esta novela se arma a partir la prohibición del incesto entre los Buendía. El incesto comienza y cierra la narración, y de forma muy similar a Cecilia Valdés, el incesto trunca la posibilidad de un futuro para las estirpes latinoamericanas, como se establece en el muy conocido final del texto:
Sin embargo, antes de llegar al verso final ya había comprendido que no saldría jamás de ese cuarto, pues estaba previsto que la ciudad de los espejos (o los espejismos) sería arrasada por el viento y desterrada de la memoria de los hombres en el instante en que Aureliano Babilonia acabara de descifrar los pergaminos, y que todo lo escrito en ellos era irrepetible desde siempre y para siempre porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra. (448)
De hecho, el incesto es el límite en contra del cual se construye la identidad y diferencia latinoamericanas. Si los Buendía representan a los pueblos latinoamericanos plagados de disensiones internas, como lo sugiere García Márquez en su discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura en 1982, el incesto es el llamado a mantener un balance entre la identificación de una comunidad que comparte referentes y prácticas culturales afines, y la necesidad de no colapsar el futuro por medio de una serie de prácticas endogámicas que terminen desconectando a Macondo del resto del mundo. Este balance, difícil de alcanzar, es el tipo de trabajo alegórico que el incesto desempeña en este relato.
Sin embargo, Cien años de soledad tiene algo que está ausente en la mayoría de las otras novelas en las que el incesto aparece como motivo narrativo. Me refiero, específicamente, al regodeo narrativo en el deseo incestuoso entre Aureliano y Amaranta Úrsula. Este disfrute del encuentro sexual ocurre desde la primera instancia:
Aureliano sonrió, la levantó por la cintura con las dos manos, como una maceta de begonias, y la tiró boca arriba en la cama. De un tirón brutal, la despojó de la túnica de baño antes de que ella tuviera tiempo de impedirlo, y se asomó al abismo de una desnudez recién lavada que no tenía un matiz de la piel, ni una veta de vellos, ni un lunar recóndito que él no hubiera imaginado en las tinieblas de otros cuartos. Amaranta Úrsula se defendía sinceramente, con astucias de hembra sabia, comadrejeando el escurridizo y flexible y fragante cuerpo de comadreja, mientras trataba de destroncarle los riñones con las rodillas y le alacraneaba la cara con las uñas, pero sin que él ni ella emitieran un suspiro que no pudiera confundirse con la respiración de alguien que contemplara el parsimonioso crepúsculo de abril por la ventana abierta. Era una lucha feroz, una batalla a muerte, que, sin embargo, parecía desprovista de toda violencia, porque estaba hecha de agresiones distorsionadas y evasivas espectrales, lentas, cautelosas, solemnes, de modo que entre una y otra había tiempo para que volvieran a florecer las petunias y Gastón olvidara sus sueños de aeronauta en el cuarto vecino, como si fueran dos amantes enemigos tratando de reconciliarse en el fondo de un estanque diáfano. En el fragor del encarnizado y ceremonioso forcejeo, Amaranta Úrsula comprendió que la meticulosidad de su silencio era tan irracional, que habría podido despertar las sospechas del marido contiguo, mucho más que los estrépitos de guerra que trataban de evitar. Entonces empezó a reír con los labios apretados, sin renunciar a la lucha, pero defendiéndose con mordiscos falsos y descomadrejeando el cuerpo poco a poco, hasta que ambos tuvieron conciencia de ser al mismo tiempo adversarios y cómplices, y la brega degeneró en un retozo convencional y las agresiones se volvieron caricias. De pronto, casi jugando, como una travesura más, Amaranta Úrsula descuidó la defensa, y cuando trató de reaccionar, asustada de lo que ella misma había hecho posible, ya era demasiado tarde. Una conmoción descomunal la inmovilizó en su centro de gravedad, la sembró en su sitio, y su voluntad defensiva fue demolida por la ansiedad irresistible de descubrir qué eran los silbos anaranjados y los globos invisibles que la esperaban al otro lado de la muerte. Apenas tuvo tiempo de estirar la mano y buscar a ciegas la toalla, y meterse una mordaza entre los dientes, para que no se le salieran los chillidos de gata que ya le estaban desgarrando las entrañas. (429-430, énfasis mío)
La relación incestuosa se relata como un desenfreno y abandono del orden social que conecta a los personajes con un deseo originario:
Desde la tarde del primer amor, Aureliano y Amaranta Úrsula habían seguido aprovechando los escasos descuidos del esposo, amándose con ardores amordazados en encuentros azarosos y casi siempre interrumpidos por regresos imprevistos. Pero cuando se vieron solos en la casa sucumbieron en el delirio de los amores atrasados. Era una pasión insensata, desquiciante, que hacía temblar de pavor en su tumba a los huesos de Fernanda, y los mantenía en un estado de exaltación perpetua. Los chillidos de Amaranta Úrsula, sus canciones agónicas, estallaban lo mismo a las dos de la tarde en la mesa del comedor, que a las dos de la madrugada en el granero. “Lo que más me duele -reía- es tanto tiempo que perdimos.” En el aturdimiento de la pasión, vio las hormigas devastando el jardín, saciando su hambre prehistórica en las maderas de la casa, y vio el torrente de lava viva apoderándose otra vez del corredor, pero solamente se preocupó de combatirlo cuando lo encontró en su dormitorio. Aureliano abandonó los pergaminos, no volvió a salir de la casa, y contestaba de cualquier modo las cartas del sabio catalán. Perdieron el sentido de la realidad, la noción del tiempo, el ritmo de los hábitos cotidianos. Volvieron a cerrar puertas y ventanas para no demorarse en trámites de desnudamientos, y andaban por la casa como siempre quiso estar Remedios, la bella, y se revolcaban en cueros en los barrizales del patio, y una tarde estuvieron a punto de ahogarse cuando se amaban en la alberca. En poco tiempo hicieron más estragos que las hormigas coloradas: destrozaron los muebles de la sala, rasgaron con sus locuras la hamaca que había resistido a los tristes amores de campamento del coronel Aureliano Buendía, y destriparon los colchones y los vaciaron en los pisos para sofocarse en tempestades de algodón. Aunque Aureliano era un amante tan feroz como su rival, era Amaranta Úrsula quien comandaba con su ingenio disparatado y su voracidad lírica aquel paraíso de desastres, como si hubiera concentrado en el amor la indómita energía que la tatarabuela consagró a la fabricación de animalitos de caramelo. Además, mientras ella cantaba de placer y se moría de risa de sus propias invenciones, Aureliano se iba haciendo más absorto y callado, porque su pasión era ensimismada y calcinante. Sin embargo, ambos llegaron a tales extremos de virtuosismo, que cuando se agotaban en la exaltación le sacaban mejor partido al cansancio. Se entregaron a la idolatría de sus cuerpos, al descubrir que los tedios del amor tenían posibilidades inexploradas, mucho más ricas que las del deseo. Mientras él amasaba con claras de huevo los senos eréctiles de Amaranta Úrsula, o suavizaba con manteca de coco sus muslos elásticos y su vientre aduraznado, ella jugaba a las muñecas con la portentosa criatura de Aureliano, y le pintaba ojos de payaso con carmín de labios y bigotes de turco con carboncillo de las cejas, y le ponía corbatines de organza y sombreritos de papel plateado. Una noche se embadurnaron de pies a cabeza con melocotones en almíbar, se lamieron como perros y se amaron como locos en el piso del corredor, y fueron despertados por un torrente de hormigas carniceras que se disponían a devorarlos vivos. (436-438)
Lo que me interesa notar en la novela de García Márquez es que el narrador ubica al lector en un espacio de cómplice con el momento incestuoso. A pesar de que el final de la novela se localiza el incesto en el límite de lo humano, lo cierto es que la descripción de los encuentros sexuales entre Aureliano y Amaranta Úrsula generan una suerte de empatía que no se neutraliza con el cierre del texto. García Márquez explota el deseo incestuoso reprimido de sus lectores (como diría Freud) para mobilizar el eje de su relato.
Me gustaría, pues, pensar la novela de Yanique desde este ambivalencia del deseo, para tratar de entender el lugar complejo que ocupa el deseo incestuoso en el relato más amplio de Land of Love and Drowning.
Anegada y el deseo negado
… or perhaps he was actually speaking of his daughter, whom he loved like he loved his own skin. (5)
—Tiphanie Yanique, Land of Love and Drowning
La novela de Yanique representa dos incestos: la relación entre Owen y su hija Eeona, y el amorío entre Anette y su medio hermano Jacob. Lo que llama la atención en ambos casos es que el incesto no se representa como vinculado a la violación, sino que se representa como una relación amorosa. Estas relaciones amorosas se normalizan en el relato y el narrador termina ocupando un lugar cómplice, y en ocasiones empático, con la pareja de amantes.
La primera de las relaciones incestuosas de este relato es la relación amorosa entre Owen y su hija mayor, Eeona. Desde el primer capítulo de la novela el narrador sugiere que Owen ama a su hija como si fuera parte de su propia piel. Eeona, niña y más tarde adolescente, reconoce desde muy temprano en el relato su orgullo por pertenecerle sexualmente a su padre: “Eeona sucked her own breath. Since she could remember, only her father had ever touched her there. […] She had liked it when Papa kissed her there. She knew she shouldn’t, but she had.” (Yanique 21)
Owen se tortura internamente al reconocer el deseo y afectividad que lo vinculan con su hija. Es precisamente tratando de escapar de esta relación incestuosa con su hija que Owen trata de refugiarse en su relación extramarital con Rebekah McKenzie, e incluso trata de acercarse más a la madre de Eeona cuando ella está encinta de Anette. Eeona, por su parte, no reconoce los esfuerzos de su padre, y los percibe como un abandono de su pareja amorosa:
But she was livid that she and her father had not swum together at night for so long. They had not danced on the balcony at dusk for so long. He had not taken her for walks at dawn for so long. All the time he now gave to Mama. “Your mother is the madame of this house,” he had said to her when she’d searched for him that first lonely evening. “I have to be with her in this time of need.” The resentment grew in Eeona’s own body like a tumor, or like a child. (Yanique 39)
La relación incestuosa lleva a Owen a su límite. Cuando Eeona es ya una adolescente, conoce a un joven (Louis Moreau) y quiere casarse con él. No resulta claro en el relato si Eeona busca escapar de su relación frustrada con su padre, o si está tratando de empujar a su padre a abandonar a la madre para que éste continúe su relación con ella. Eeona trata hasta el final de convencer a su padre de que no la deje:
Eeona stood up and embraced his back. He turned to her. Their faces too near. In this way he could not remain composed. In this way the woman whose lips were close could not have been his child. How could he send her away? The skin on his cheeks was tingling. He took her waist in his hands. “We have always known that this is not the way of a good father or of a good daughter,” he said. (58)
Owen muere súbitamente —aunque se dice que se trata de un accidente, la voz narrativa insiste en que es un suicidio— y con ello logra liberarse de la relación innombrable con su hija. Eeona, sin embargo, nunca olvida esta relación, y asume con orgullo su nombre propio que en realidad significa “He Own Her” (Yanique 332). Cerca del final del relato Eeona regresa a Anegada para visitar el lugar en donde había naufragado su padre, y para reconectar(se) con el pasado de su madre, quien había nacido en esta isla. El incesto se convierte en una suerte de límite para Eeona, quien no encuentra nunca una pareja con quien sostener una relación amorosa, en parte porque nunca ha abandonado el afecto que la une a su padre.
La segunda relación incestuosa ocurre entre dos medio hermanos, Anette y Jacob. Estos dos personajes son hijos de Owen; su esposa Antoniette Stemme es la madre de Anette, mientras que su amante Rebekah McKenzie es la madre de Jacob. Como muchos de los relatos en los que el incesto es un dispositivo clave, muchos en el pueblo saben que Anette y Jacob son hermanos, pero la pareja de jóvenes amantes no descubre su parentesco hasta después de que han consumado el acto sexual y han procreado a una hija, Eve Youme.
Al igual que en la novela de García Márquez, el encuentro sexual entre los hermanos se describe como una unión gozosa:
Anette lay down her own wet body and Ronalda’s small, wet body down, and Jacob wrapped them and himself in the embrace of the sheet. Ronalda rooted into Anette’s chest until she found the breast and the swollen ready nipple. Jacob curved his body to mold to Anette’s. And he rooted into her until he found the other ready swell. And it was all bodies and all together. “Claim me like a country,” Anette whispered. He didn’t hear, but it didn’t matter. He already felt they were native to each other.
The waves receded. The moon receded. The sun spied from the horizon. Anette held Ronalda, the child’s mouth on her breast, and Jacob held Anette, his mouth on her shoulder and neck and arm, and Anette felt the rise and the wrongness of having both these things at once, and the knowledge that she wanted, wrong and all.” (Yanique 175, énfasis mío)
El encuentro sexual entre hermanos se representa como un modo de pertenencia, de encontrar una comunidad con lo nativo. Yanique lleva la representación del incesto hasta otro límite, puesto que Anette está lactando y tiene consigo a su hija cuando se acuesta por primera vez con Jacob. Maternidad y deseo se vinculan en este encuentro de Anette en la única relación amorosa que le provee un sentido completo de pertenencia. Anette y Jacob sienten que lo que están haciendo está mal, pero al mismo tiempo reconocen el goce que genera la transgresión sexual.
A diferencia de la mayoría de las novelas que abordan el tema del incesto, Land of Love and Drowning cierra normalizando la relación entre los medio hermanos a través de la reproducción y la naturalización de ese vínculo afectivo. Una vez se enteran de que son hermanos Anette y Jacob terminan su relación de amantes, pero continúan profesándose afecto y se reúnen periódicamente para leer las cartas de su hija Eve Youme:
But for now, Jacob is with Anette, and they are reading a letter from the child they made together. Just two people who have been in love a long time sitting on a bench with their daughter’s words swimming before them. (Yanique 350).
Incesto y decolonialidad
And Anette knew and felt that it wasn’t right because they’d all, even the child and the sun, been in on the lust and love. (175)
—Tiphanie Yanique, Land of Love and Drowning
¿Qué significa el incesto en el contexto de esta novela? No creo tener una respuesta definitiva a esta pregunta, pero sí puedo ofrecer un par de sugerencias.
Por un lado, la relación entre Eeona y su padre Owen culmina con el regreso de Eeona a Anegada, la isla en la que nació su madre y el lugar en donde su padre naufragó. Regresar a Anegada es, a fin de cuentas, el proceso mediante el cual Eeona hace las paces con su pasado. En su visita a Anegada Eeona conoce al primer y único amor de su madre Antoinette. Allí también reconecta con su padre muerto al regresar a la embarcación naufragada, cuyo nombre es The Homecoming, e intenta entender la inmensidad de un amor imposible que lo llevó a la muerte. Pero en Anegada Eeona reconecta por fin con un espacio donde se le reconoce como (una) nativa. En Anegada, Eeona y su belleza perturbadora forman parte de una colectividad que se reconoce como tal. Esto lleva al narrador a cuestionarse sobre el carácter incestuoso de las comunidades pequeñas y aisladas de las Islas Vírgenes —que es el epígrafe con el que abrí este ensayo— aludiendo a una idea común sobre la densidad de relaciones que caracterizan a las comunidades caribeñas.
Por otro lado, Eve Youme, la hija de Anette y Jacob, resignifica la relación incestuosa en la novela. Como ya mencioné antes, Eve Youme encarna la deformidad física de su abuela Rebekah y la belleza enigmática de Eeona. Su nombre también la conecta con una identidad cristiano-europea y africana, aludiendo a los procesos de mulataje y creolización centrales en la formación identitaria del Caribe. Al mismo tiempo, la joven tiene la habilidad de caminar con sus pies apuntando hacia atrás, igual que los míticos Duenes sobre los que Eeona le ha relatado numerosos cuentos desde su infancia. Sin embargo lo que culmina el relato incestuoso es el rol icónico que Eve Youme asume en el movimiento popular en pro de recuperar el acceso a las playas con el que concluye la novela. Inesperadamente, el personaje que debería representar el cortocircuito trágico del relato se convierte en figura mágica y heroica que resulta crucial en la recuperación de una identidad única para los residentes de las Islas Vírgenes.
Es por ello que la novela termina con Eeona llevándose a Eve Youme con ella a Anegada. El pasado y el futuro se unen en la conclusión de la novela. Dos modos de posesión íntima imposibilitados por el colonialismo (“He Own Her” y “Claim me like a country”) se aúnan en los relatos compartidos de Eeona y su sobrina Eve Youme con los que clausura el relato. El deseo negado encuentra en la isla de Anegada una razón de ser, una lógica de significación. Y el incesto, lejos de culminar en tragedia, se convierte en dispositivo que engendra el amor de la comunidad hacia sí misma, hacia su propia identidad anómala, diferente, intratable. Anegada, hoy parte de las Islas Vírgenes británicas, funciona como punto de origen y diferencia que posibilita la identidad de la comunidad en las Islas Vírgenes como totalidad, y como parte del Caribe. Es la otredad próxima y conocida, y la referencia a una agencia que reside dentro y fuera de un pasado colonial. Paradójicamente, el incesto funciona como ese dispositivo complicado y ambivalente desde el cual el relato puede acceder a un imaginario decolonial. Pero al mismo tiempo, el incesto funciona como un registro ilegible del amor que se ubica en el espacio más íntimo de lo humano, ese lugar donde afectividad y perversidad coexisten sin atreverse a enunciarse más allá de los relatos míticos e imaginarios en donde el amor simultáneamente se consuma y consume en la tierra de amor y naufragio que inventa Tiphanie Yanique.
Textos citados:
Arbino, Daniel. “Finding the Ducth Caribbean with Mijn Zuster De Negerin.” Journal of Caribbean Literatures. 7.2 (2013): 71-87.
Bell, Madison Smartt. “Land of Love and Drowning by Tiphanie Yanique” The Boston Globe. July 26, 2014. https://www.bostonglobe.com/arts/books/2014/07/26/review-land-love-and-drowning-tiphanie-yanique/KrddOMRzJ3KtE4EIaa4L9O/story.html
“Ciguapa,” Wikipedia, https://en.wikipedia.org/wiki/Ciguapa.
“Douen,” Wikipedia, https://en.wikipedia.org/wiki/Douen
Foucault, Michel. The History of Sexuality. Volumen 1. New York: Pantheon Books, [1976], 1978.
García Márquez, Gabriel. Cien años de soledad. Madrid: Espasa-Calpe, [1967], 1985.
Grogan, Haley. “Land of Love and Drowning: A Sweeping Family Saga in the Caribbean.” July 2014. http://bookpage.com/reviews/16782-tiphanie-yanique-land-love#.Vn3BwVzMCiM
Koopman, Emy. “Incestuous Rape, Abjection, and the Colonization of the Psychic Space in Toni Morrison’s The Bluest Eye and Shani Mootoo’s Cereus Blooms at Night.” Journal of Postcolonial Writing. 49.3 (2013): 303-315.
Lévi-Strauss, Claude. The Elementary Structures of Kinship. Boston, Beacon Press, [1949], 1969.
Martínez-San Miguel, Yolanda. “De puentes e islas: la narrativa archipielágica de Tiphanie Yanique,” Ochenta grados, 29 de agosto del 2014. http://www.80grados.net/de-puentes-e-islas-la-narrativa-archipielagica-de-tiphanie-yanique/
—. “Trans-Caribe: Fluidez genérica en tres novelas del Caribe inglés,” Ochenta grados, 28 de febrero de 2014. http://www.80grados.net/trans-caribe-fluidez-generica-en-tres-novelas-del-caribe-ingles/
Pollak, Ellen. Incest and the English Novel. Baltimore: Johns Hopkins UP, 2003.
Sheller, Mimi. Citizenship from Below: Erotic Agency and Caribbean Freedom. New Durham: Duke University Press, 2012.
United States vs. St. Thomas Beach Resorts, 1974. http://www.leagle.com/decision/19741155386FSupp769_11035/UNITED%20STATES%20v.%20ST.%20THOMAS%20BEACH%20RESORTS,%20INC.
Villaverde, Cirilo. Cecilia Valdés. Barcelona: Editorial Vosgos, [1839-1882], 1978.
Wold, Mike. “Incest, Myth and The Virgin Islands.” 2014. http://realchangenews.org/2014/10/15/incest-myth-and-virgin-islands.
Yanique, Tiphanie. Land of Love and Drowning. New York: Riverhead Books, 2014.
- Incluyo un resumen breve de la historia colonial de las Islas Vírgenes en mi columna “De puentes e islas: la narrativa archipielágica de Tiphanie Yanique,” http://www.80grados.net/de-puentes-e-islas-la-narrativa-archipielagica-de-tiphanie-yanique/. El U.S. Virgin Islands Open Shorelines Act de 1971 estipula que: “No person, firm, corporation, association or other legal entity shall create, erect, maintain, or obstruct any obstruction, barrier, or restraint of any nature whatsoever upon, across, or within the shorelines of the Virgin Islands as defined in this section, which would interfere with the right of the public individually and collectively, to use and enjoy any shoreline.” Para más información, ver http://www.leagle.com/decision/19741155386FSupp769_11035/UNITED%20STATES%20v.%20ST.%20THOMAS%20BEACH%20RESORTS,%20INC. [↩]