De un pájaro las dos patas: Borinquen y Quisqueya en el Caribe nuyorquino musical
Desde las páginas de Claridad, Irvin García ha escrito con entusiasmo sobre lo que llama las «otras músicas de Quisqueya«, en referencia a géneros musicales como los palos, las salves, la sarandunga y el gagá. Son músicas que cautivaron sus oídos y corazón en la década del ’70, gracias a un viaje que hiciera a República Dominicana como miembro de Haciendo Punto en Otro Son y, meses más tarde, gracias a la visita a Puerto Rico del grupo dominicano Convite. Son estas otras músicas las que lo motivaron (y motivan) a explorar la música quisqueyana más allá del merengue y la bachata.
Casi me desmayo de la emoción al leer sus escritos. Por un lado, ese casi desmayo se debe a que sus amorosas palabras para con estos géneros resuenan profundamente en mí. Por otro lado, mi casi desmayo tiene que ver también con lo no común de sus intereses musicales y con la esperanza de que esos intereses se vuelvan mucho, mucho más comunes.
Comparto con Irvin un fervoroso entusiasmo por esas otras músicas de Quisqueya. En mi caso, me cautivaron no en República Dominicana o Puerto Rico sino al oirlas en Nueva York en la década del ’90, en medio de una vibrante comunidad musical caribeña. Allí un nutrido grupo de músicos, cantantes y bailadores dominicanos y boricuas han laborado en estrechísima cercanía —digamos que juntos y revueltos—aun dentro de géneros musicales que están profundamente marcados por identidades nacionales.
En ese Nueva York caribeño existen poderosos circuitos musicales, espirituales, educativos, sociales y activistas que conectan a boricuas y quisqueyanos de múltiples maneras: ceremonias en botánicas y casas particulares, festivales y espacios comunitarios, proyectos educativos y artísticos, manifestaciones de solidaridad, protestas, y más. Como muestra, ofrezco esta impresionante galería de imágenes que el fotógrafo Josué Guarionex Colón Rosado tomó durante una ceremonia dedicada a los ancestros mujeres y, específicamente, a la abuela del anfitrión de la fiesta, el fenecido percusionista de Los Pleneros de la 21, Alberto «Tito» Cepeda. Allí bomba boricua y gagá dominicano se dieron cita y fueron tocados, cantados y bailados con amor por el gentío mayormente boricua y dominicano que se congregó ese feliz día de 2006 en la Casita de Chema (alias Rincón Criollo) del Bronx.
Es de ese contexto nuyorquino caribeño que también salen proyectos musicales como el desaparecido grupo Yaya, desde el cual un grupo de mujeres nos dedicamos a aprender, tocar y enseñar bomba puertorriqueña y salves dominicanas.
De ese contexto nuyorquino surge también el grupo Kalunga Neg Mawon, dedicado a explorar las conexiones musicales dominico-haitianas y cuyos miembros han sido predominantemente dominicanos y haitianos, pero cuya membresía también ha incluído a puertorriqueños clave como los hermanos Ferrer Andino.
En ese contexto se gestó también el grupo Legacy Women (que incluye a algunas de las antiguas integrantes de Yaya) que hace unos días acaba de encender el escenario en el Festival La Casita de Lincoln Center. El grupo incluye (o ha incluído) a renombradas bailadoras y cantadoras de bomba que se formaron en Puerto Rico como Oxil Febles, Mara Rivera y Yelimara Concepción Santos. También es parte del colectivo quien por cerca de dos décadas ha sido un pilar nuyorquino de la música tradicional afrodominicana, la cantante y gestora cultural Nina Paulino. El grupo está liderado por la percusionista y cantante dominicana Manuela Arciniegas e incluye otras puertorriqueñas y dominicanas formadas musicalmente en la diáspora.
De ese contexto caribeño nuyorquino sale también el grupo Ilú Ayé, dedicado a las tradiciones afrocaribeñas de República Dominicana, Cuba y Puerto Rico.
Me detengo en los dos percusionistas que aparecen a mano derecha en el vídeo anterior: Jonathan Troncoso (quien canta la voz principal) y Camilo Molina-Gaetán. El primero es dominicano y el segundo es puertorriqueño. Ambos se pulieron con grandes de la música tradicional caribeña en Nueva York. Ambos laboran dentro del jazz con músicos como Eddie Palmieri (Camilo) y Elio Villafranca (Jonathan). Tengo la inmensa fortuna de que ambos también forman parte del grupo musical dominico-boricua que lidero llamado Ojos de Sofía.
Nuestro grupo, al igual que los otros que he mencionado, es producto de ese musical Nueva York caribeño que destaco aquí. Aspiramos a hacerle honor al trabajo de quienes nos precedieron musicalmente en ese espacio, particularmente proyectos y tesoros que laboran (o una vez laboraron) en Nueva York como Los Pleneros de la 21, Claudio Fortunato y Sus Guedeses, Edilio Paredes, Viento de Agua, AsaDifé, Ecocumbé, y el inmortal Luis «Terror» Días. (Conste, esos son sólo ejemplos. A esa lista le faltan muchas y muchos.) A continuación una muestra de cómo suena nuestra salve y priprí dominicano mezclado con aguinaldo boricua que titulamos «La 7ma salve».
Aquí en Ojos de Sofía estamos felices que a fines de este mes estaremos presentando en Puerto Rico nuestro proyecto titulado «Las décimas del amargue y otras canciones de amor» cuyo fin es compartir ese amor a las conexiones musicales dominico-boricuas que hemos aprendido y cultivado en Nueva York. Tenemos el deseo y la esperanza de que las charlas, talleres y concierto que vamos a ofrecer puedan de alguna manera serle útil a aquellas y aquellos que en Puerto Rico laboran hacia una mayor solidaridad caribeña, dentro de la música y también mucho más allá de ella. Si alguien tiene ideas hacia ese fin, ¡bienvenidas sean!
Estas son las actividades que tenemos pautadas:
Como escribiera Miguel Ángel Fornerín hace años: «Puerto Rico & Santo Domingo también son…» Acercándome desde otro ángulo al consabido verso de Lola Rodríguez de Tió, añado yo que boricuas y quisqueyanos somos de un pájaro las dos patas. ¿Por qué privilegiar la metáfora de las alas? Las patas, aunque quizás no tan glamorosas, son igual de necesarias.
* Para acceder a otros artículos que he escrito sobre el tema, puede hacer clic aquí, aquí y aquí.