Del fratricidio original al cine en Puerto Rico

Una vez en séptimo grado, siendo yo la estudiante nueva de la escuela, el maestro, –un hermano de la congregación lasallista de origen cubano– preguntó: ¿Cuál fue el primer fratricidio de la historia? Nadie levantó la mano, el salón con 27 estudiantes era una tumba. Me extrañó aquel silencio; después de todo aquella era una pregunta fácil. Me envalentoné y levanté la mano victoriosa. Su dedo me concedió la palabra –Rómulo y Remo– respondí. El eco del vozarrón grave de aquel maestro de religión indignado retumbó potente en el salón –¡Pero que fea eres!
La contestación correcta -en aquel momento- era Caín y Abel. Lamentablemente, no recuerdo a qué venía la pregunta del fratricidio, pues la situación fue tan humillante que no volví a levantar la mano el resto del año. Irónicamente, es a ese maestro, sus continuas humillaciones en la clase de español y un poema de Palés, que debo mi amor por la lectura, mi pasión por la escritura y la obsesión por el lenguaje simbólico.
En los 12 años que comprenden la escuela elemental, intermedia y superior recuerdo haber estudiado la historia griega, romana, europea, la española y la conquista de Puerto Rico. De la historia de Borinquén, enseñada en la escuela, recuerdo el ahogamiento de Diego Salcedo por los taínos, varias revueltas fallidas de estos, el grito de Lares y el de Yara en Cuba, terminando con la derrota de España en la Guerra Hispanoamericana y la entrega de Puerto Rico como botín de guerra a los Estados Unidos en 1898. En el fondo no creo que recuerde bien; en aquel entonces no entendía cómo conectaba todo eso y qué relación tenía conmigo. Solo recuerdo que me encantaban los cuentos, y por lo tanto, la literatura y la historia, en particular la romana, pues mi padre –italiano orgulloso de sus orígenes– me dormía contándome las historias del imperio romano. También me encantaba la mitología griega. Una vez llegada a la universidad podía pasar horas leyendo libros sobre los dioses y las diosas –me encantaban las diosas Atenea y Diana, arquetipos a los que me quería parecer. De la historia de Puerto Rico recuerdo, además, el sentimiento que me provocaba: decepción. Contada así desde el fracaso de los taínos, la esclavitud de los negros, la indiferencia y el abuso de los españoles cristianos, la pobreza de los criollos y los múltiples próceres “boricuas” rogando en las cortes españolas por autonomía, para al final rendirse como corderito en fricasé al nuevo amo, no da mucho en qué inspirarse –que conste que hoy lo veo diferente.
A esto se le suma la absoluta ausencia de la fauna y la flora puertorriqueña de los libros de biología, y la sensación continua durante mi niñez y adolescencia de que vivíamos en un lugar inadecuado, incorrecto, o invisible, como diría Eduardo Lalo. Un lugar sin héroes, ni mitología, donde no había leones, elefantes, lobos, cocodrilos y ballenas; sin otoño con hojas anaranjadas como en las decoraciones de “sanguivin”, o invierno con muñecos de nieve y chimeneas por donde baje “Santa Clós” a traer regalos. Tan era así, que por años la sala de mi casa tuvo como empapelado, en la pared principal, una chimenea de ladrillos tamaño real, donde mi madre colgaba en Navidad las medias esas rojas y blancas que venden en Kmart. Recuerdo la confusión que me causaba de niña el grifo del agua y las temperaturas, pues por la llave que tenía la C, de caliente salía el agua fría, mas sin embargo por la que tenía la H, salía la caliente. Me costó crecer para comprender que se refería a Hot y todavía mucho más tiempo me costó entender por qué estaba en inglés y no en español. Hasta que vi la película Lo que le pasó a Santiago, no había pensado en que se podía amar en la pantalla grande en español a lo puertorriqueño y en la tercera edad. Con el programa Sunshine’s Café, descubrí que los puertorriqueños éramos cafres y qué. En la escuela superior supe que era verdad lo que los anuncios decían de que la felicidad sabía a Coors Light, aunque al principio fuera desagradable ese sabor amargo. Gracias a Caín o Rómulo, quién sabe, existe la universidad y así guiada por una infinita curiosidad, excelentes maestros y amigos, fui des-cubriendo el velo de la manipulación tras el que se esconden unos orígenes más complejos y diversos que sí tienen sentido. También aprendí a beber medalla –que es de aquí- y que son muchos los fratricidios y que la historia depende de quién la cuente.
Quizás a los hijos de los nacionalistas y de los intelectuales les parezca ajena esta penumbra, quizás no. Para nosotros, los hijos del montón, lo que somos pareciera ser un pastiche sin mucho sentido. En este absurdo de mitos contemporáneos, mydtc las nuevas “diosas” o “arquetipos” son Lady Gaga, Jennifer López y Madonna, y los “dioses” Justin Bieber, Benicio del Toro y Brad Pitt, por mencionar solo algunos. Vivimos atosigados de espectaculares fantasías épicas, tontas comedias románticas y la reinterpretación libre de mitos ancestrales que la actual cultura hegemónica fabrica. Cual “circo romano” despilfarra su riqueza en cuentos fantásticos, de héroes ficticios para entretenernos y de paso vendernos el “look”, las gafas, ropa, refrescos, carros, maíz transgénico, etc., etc. Nosotros y la mitad del planeta soñamos con ser como ellos, en otro idioma, con otra riqueza y otras realidades. En esa búsqueda desaparecemos, desaparecen las causas de la realidad y desaparecen nuestras historias, las que podrían darle sentido a esta sociedad esquizofrénica. Por ejemplo, hoy pocos recuerdan esa historia que ocurrió en febrero de 1935 en Rio Piedras, cuando dos jóvenes nacionalistas asesinaron al Coronel Riggs, Jefe de la policía Insular (USA) de Puerto Rico, probando que estos nuevos “dioses” también son mortales.
La mitología, la historia, los cuentos y cómo nos los cuentan, son el alimento que nutre la mente, las emociones y el espíritu. Conforman el carácter del individuo, y los individuos juntos formamos el carácter –heterogéneo- de la sociedad. Como especie estamos hechos de símbolos y palabras, historias e imágenes; nuestras pasiones, universales y regionales, han sido plasmadas a través de las diferentes artes y las diferentes épocas y han sido el espejo donde la sociedad se mira, desde donde evoluciona o colapsa.
Franklin Delano Roosevelt lo tuvo muy claro –donde vaya nuestro cine irá nuestra cultura y con ella, irán nuestros productos. La guerra con las armas sirve para dominar los cuerpos y el territorio, pero es a través del “cuento” y la cultura que se domina la mente, las emociones y el espíritu. La publicidad, como antes las religones, ha capitalizado muy bien sobre este hecho. Es un negocio muy lucrativo dedicarse a la manipulación mental, usando la técnica del “storytelling” para hacer sentir necesidades emocionales por cosas que no necesitamos pero le dan sentido a nuestra identidad, pues creemos que al comprarlas nos acercamos a la elusiva felicidad. Así, se bebe Coors-light porque el cuerpo te la pide, Coca-cola para destapar la felicidad, y se amanece la gente haciendo fila para comprar el I’phone 5s, pues te hace sentir “tecnológico”.
Luis Muñoz Marín, siendo poeta, sabía la importancia del “cómo contar el cuento para transformar la sociedad” y en el 1949, recién electo gobernador, firmó la ley que creó la División de Educación de la Comunidad (DivEdCo); un proyecto innovador de educación rural para adultos. En las palabras de la Dra. Catherine Marsh “el proyecto debía producir material pedagógico pertinente a la realidad puertorriqueña para que las comunidades resolvieran sus propios problemas de salud, educación y vida en común. Para ejecutar esta labor didáctica y cultural la División contrató destacados escritores puertorriqueños como René Marqués, Pedro Juan Soto y Emilio Díaz Valcárcel, entre otros, así como artistas de la talla de Lorenzo Homar y Rafael Tufiño,” y cineastas como Amílcar Tirado.
En su búsqueda por definir lo “auténtico puertorriqueño” en oposición al nacionalismo separatista de Albizu, institucionalizó la cultura nacional desligándola de su contenido político. En su afán por escribir el gran cuento de nuestra puertorriqueñidad, se idolatró al jíbaro y lo rural –petrificándolo-, mientras se industrializó de forma vertiginosa a un Puerto Rico miserable, catapultando así la masiva emigración de los jíbaros -agricultores y pescadores- a la ciudad. Ya para el 1957 era obvio para los escritores y cineastas de la DivEdCo, que el cuento del Jíbaro y su terruño era un espejismo. El proyecto Manos a la Obra había transformado la sociedad, engendrando un nuevo puertorriqueño. Y para atender esa nueva realidad propusieron, escribieron y produjeron más de una docena de películas, guiones y libros, que fueron censurados y bloqueados. En el imaginario muñocista de la cultura oficial -que modernizó a Puerto Rico- no cabía la modernidad, y mucho menos una mirada crítica de sus consecuencias sociales. Es quizás este nuestro primer fratricidio.
Yo me pregunto, después de leer y re-leer el libro de Catherine Marsh, Negociaciones Culturales, ¿que habría pasado si Muñoz hubiera escuchado a los escritores y a los cineastas y les hubiera permitido la libertad creadora de ejercer su oficio de observadores críticos de la realidad? Quizás, solo quizás, al menos se hubiera podido atajar el problema antes, se hubiera podido educar a ese jíbaro para hacerlo, al menos, un consumidor consciente. Quizás no, pues como plantea Marsh las contradicciones del proyecto muñocista eran profundas:
Las contradicciones iniciales del proyecto se convirtieron en grandes límites, insalvables y fijos. Las utopías agrarias tuvieron que ceder ante la modernización; el énfasis en lo manual se convertía en una quimera frente a la industrialización. El relato de vuelta a la tierra y el fomento de la comunidad tuvo, como trasfondo concreto, la emigración masiva. Tras la didáctica de la democracia, se asomaba la Ley de la mordaza. Y, finalmente, el discurso democrático que proclamaba la igualdad entre ciudadanos y ciudadanas se batía con la afirmación de que el papel primordial de la mujer debía ser el de madre, en un momento en el que el estado promovía un proyecto de esterilización masiva.1.
No sabremos nunca si esos libros, guiones y películas inéditas, que surgían a partir de la mirada crítica a las nuevas realidades de una sociedad volcada de la miseria al consumo, del campo a la ciudad, hubieran transformado o dado las claves para prevenir la crisis social que hoy vivimos. Al final, la vieja costumbre de invisibilizar el problema, no detuvo la creación de la cultura del arrabal –más tarde la del caserío- y el paraíso individual del automóvil. Voy a ser condescendiente y voy a escoger creer en la buena voluntad de Muñoz y en que quizás su error fue por pura ingenuidad. Después de todo, la operación serenidad es su reconocimiento –como el Dr. Frankenstein, en la novela de Mary Shelly – de que había creado un monstro.
¿Y dónde estamos hoy, sesenta y cuatro años después? El cine, como la literatura y el teatro, está en un momento de mucho crecimiento; esto a pesar de los obstáculos y la crisis económica. Hemos logrado aumentar la producción a más o menos 4 películas al año, lo que debiera alcanzar al menos 25 películas al año para acostumbrar a la audiencia puertorriqueña a verse retratada, sin el glamour de los efectos especiales y garantizar el éxito de alguna de ellas. Pero más importante aún, generar trabajo para nuestros guionistas, productores, directores y actores, que no trabajan en las películas extranjeras. Como cineastas todavía dependemos del apoyo gubernamental, sobre todo si proponemos películas menos comerciales (con esto me refiero a que no sean simplemente comedias). Sin embargo, ahora nuestro cine se mira desde las esferas estatales, como un producto económico, y se idealiza desde el imaginario idílico del crecimiento económico. ¿Es este es el gran triunfo de la industrialización? ¿Aplastar los valores sociales que la DivEdCo trató de impulsar?
La Junta Directiva de la Corporación de Cine tiene la palabra final para escoger cuáles son las películas que recibirán una ayuda en forma de préstamo, y este organismo está compuesto por los Secretarios de Desarrollo Económico, Hacienda, Turismo, el presidente de WIPR, el Instituto de Cultura y dos personas de la sociedad civil. Aparenta ser hoy que la única razón para hacer una película es la recuperación económica. Se juzga con desprecio nuestro cine porque aún no conseguimos hacer “blockbusters” que ganen mucha plata en las primeras dos semanas, como ciertas películas de Hollywood. Pero en todos los libros de producción independiente se enfatiza que el cine es un negocio de alto riesgo. Inclusive los grandes estudios en Los Ángeles promedian, según investigaciones, que una de cada 25 películas recupera económicamente lo suficiente para cubrir las pérdidas de las otras 24. En Puerto Rico aún no producimos más de 4 películas al año. En una isla de 100 x 35 millas, con más o menos 300 salas de cine, todas pertenecientes al mismo exhibidor, haciendo películas de $900,000 dólares promedio, que compiten contra películas de 5 millones de dólares pa’rriba, y ganando el 40% de cada taquilla, las posibilidades de recuperación en las primeras dos semanas son ínfimas. Por eso la recuperación de las películas está estructurada a 5 años, y aún así, la falta de acceso a los distribuidores internacionales complica y encarece bastante la cosa.
Entonces, ¿por qué hacer cine? ¿Por qué estar un año entero escribiendo un guión, sin que nadie te pague un solo centavo por las horas invertidas, pasar de uno a 4 años buscando financiamiento, o finalmente decidir realizarla con un presupuesto de miseria porque: esta película hay que hacerla, y se acabó? Hacemos cine, porque hay historias que merecen ser contadas, y porque queramos aceptarlo o no, nuestra sociedad necesita de historias que nos muestren el retrato de nuestros tiempos, no solo las fantasías. Porque cada vez que un joven se ve en la pantalla grande, sabe que existe y que puede soñar como adulto con ser “estrella”. Además, hay quienes nacimos para contar historias con imágenes en movimiento o con palabras; pertenecemos a una tradición ancestral que le ha dado coherencia a las relaciones humanas y a la historia por siglos.
Un requisito para ser cineasta es tener una autoestima de hierro y una perseverancia ciega. Sin embargo, los “cuentos de hadas” tipo Disney, duelen. Por un lado, nos cuentan que el país está en quiebra y no se puede subir el fondo cinematográfico, que actualmente consta de $3.2 millones para todo nuestro cine nacional. Por otro lado, nos dicen, con un presupuesto de $2 millones de dólares -más de la mitad del fondo- que soñemos en grande pues Puerto Rico está lleno de estrellas como Benicio del Toro –quien se tuvo que ir, porque aquí no hay suficiente trabajo para los actores de cine. Esta visión fratricida de cómo salvar la economía del país es devastadora, se invierte en subir la autoestima de los puertorriqueños, mientras se trata como deudores non gratos a nuestros cineastas. Sin embargo, se regalan $50 millones en créditos contributivos para atraer a las producciones extranjeras.
Quizás, conviene volver a preguntar ¿cuál es el primer fratricidio de nuestra historia? ¿Cuál es ese fratricidio fundacional y originario? ¿Será el de Muñoz versus Albizu? ¿El de la industrialización sobre la agricultura? ¿La construcción versus la naturaleza? ¿El del consumidor sobre el jíbaro? ¿El individuo sobre el colectivo? ¿El carro sobre el transporte público? ¿Los condominios versus las playas? ¿Walgreens versus las farmacias de la comunidad? ¿American Airlines versus Carib Air? ¿El cine de Hollywood versus el cine puertorriqueño?
Caín mató a Abel en lo personal, por envidia ante la preferencia de Dios por Abel; pero en términos arquetípicos, este asesinato simboliza el triunfo de la agricultura y el sedentarismo, sobre la cultura nómada del pastoreo. Rómulo mató a su hermano gemelo Remo, porque para ostentar el poder se requería cumplir con su amenaza; el que cruzara los límites de su ciudad debía morir y Remo lo desafió. ¿Por qué Muñoz mató a Albizu? ¿Por qué tenía que morir el nacionalismo para surgir el Estado Libre Asociado? ¿Por qué tenía que morir la cultura agraria y el jíbaro para que naciera la industrialización? ¿Por qué tiene que morir nuestro cine para que se sigan haciendo millonarios los gringos? Creo que contar historias sirve para lo mismo que el hilo de Ariadna: para marcar el camino al sumergirse en las oscuras contradicciones del laberinto del ser, encontrar al minotauro, matarlo, y regresar a casa, al origen, siguiendo el camino marcado por el hilo narrativo.
- Catherine Marsh Kennerley, Negociaciones Culturales. Los intelectules y el proyecto pedagógico del estado muñocista, p.214. [↩]