Desarrollo económico y estatus en tiempos de crisis
Puertorriqueños de buena voluntad ven en la estadidad, el ELA y la independencia la solución a nuestros problemas fiscales y, por lo tanto, sociales. Concedamos buena voluntad a los tres grupos. Lo que no escuchamos de forma contundente de parte del liderato de los representantes de las tres opciones de estatus, es un plan de desarrollo económico que nos haga lo suficientemente auto-sustentables para convencer a los miembros de los otros dos sectores que abandonen sus ideales, muchas veces generacionales, para abrazar las aspiraciones de quienes han sido contrincantes -y, en demasiados casos, enemigos, tanto ideológicos como eleccionarios- en beneficio del país, en vez del partido, la facción, el pequeñísimo grupo con que no se conflige.
Somos una nación de soñadores que, al igual que han hecho tantos líderes y sus seguidores seguramente en todos los países del mundo, preferimos ignorar los datos y discursar sobre por qué nuestras ideas han de prevalecer. Somos expertos refutando lo que los hechos han comprobado año tras año, década tras década, siglo tras siglo: que nadie vendrá a socorrernos. En lo único en que todos concurren es en que todo se resolverá cuando tal cambio suceda.
Nos aferramos al convencimiento (léase ilusión) de que la solución está más allá de nuestra realidad inmediata y de lo que nosotros podemos hacer por nosotros mismos. Siempre ha de ser en otro tiempo, en manos de otros, que no somos nosotros o de nosotros cuando seamos otros, distintos de quienes hemos sido. La maldad siempre es ajena. Nuestra indefensión ante la maldad, sinónimo de una bondad que nos define ante la desgracia -y se nos escurre entre los dedos ante la posibilidad de que el otro, nuestro propio “otro”, le vaya mejor que a nosotros- es la divisa con la que le apostamos al futuro.
Pero regresemos al estatus. Es cierto que la estadidad traería más fondos federales. Es igualmente cierto que también tendríamos que pagar más contribuciones sin garantías de desarrollo económico. En varios estados de los EEUU actualmente muchas comunidades, más de las que pensamos, viven en y bajo niveles de pobreza que asociamos con los de países en desarrollo (anteriormente el tercer mundo); peores inclusive que la de Puerto Rico. ¿Por qué?
El ELA apuesta a que con un aumento en el flujo de fondos federales podremos continuar ofreciendo los mismos servicios y manteniendo el “estilo de vida a que estamos acostumbrados” ignorando la imposibilidad o ilusoriamente soñando con una solución que vendrá cuando los EEUU vengan a solucionar la deuda pública. Si no lo hacen por Detroit o por las grandes franjas de pobreza de los estados del sur ¿por qué lo harían con nosotros?
La independencia, arguye su liderato, nos permitirá desarrollar nuestra economía al poder negociar con cualquier país del mundo sin la intervención de los EEUU. Pero, negociar ¿qué? El discurso de décadas sobre cómo las empresas extranjeras (léase estadounidenses) nos exprimen y no pagan contribuciones choca con la aspiración de inversión extranjera no-estadounidense como si dicha inversión no tuviese las mismas aspiraciones de exención contributiva y el mayor “retorno por su inversión” posible, igual que las de EEUU. ¿Se comportan Santander, Bilbao Vizcaya, Mapfre, CEMEX y Claro de forma distinta que sus equivalentes de EEUU?
¿Dónde es esconde la gallina de los huevos de oro?
El grueso del ingreso del estado proviene de las contribuciones de individuos y de empresas extranjeras altamente exentas de impuestos. Hay mucho capital puertorriqueño pero fuera del país o invertido principalmente en empresas comerciales que compran productos predominantemente del extranjero para venderlas al consumidor. Este comercio, constantemente retado por las megatiendas estadounidenses compran al precio más bajo, venga de donde venga, que con demasiada frecuencia no es Puerto Rico. El salario mínimo y los estilos de vida a que nos han acostumbrado las transferencias federales, encarecen los costos de producción en comparación con aquellos países con mayor infraestructura tecnológica y/o salarios significativamente inferiores.
En 1988, Manuel Daubón, un asesor en desarrollo internacional, dijo: “Puerto Rico no tiene por qué ser un estado pobre, un estado libre asociado pobre o una república pobre”. Parece una perogrullada pero no lo es.
La única forma en que podemos verdaderamente determinar nuestro futuro económico y, por lo tanto, político es si lo podemos sufragar. Los EEUU no van incorporar un territorio y luego otorgarle la estadidad con un nivel de endeudamiento que le coloca por debajo de su estado más pobre: Misisipí. El ELA no puede salir de atolladero en que se encuentra, sobre todo si los dos partidos de turno continúan refinanciando una deuda insostenible sin restarle privilegios a industrias extranjeras y locales, sindicatos, iglesias, municipios e individuos con el poder adquisitivo para asumir parte de la responsabilidad fiscal de vivir en esta bendita isla.
La independencia no va a ganar adeptos si el liderato de este sector no provee un plan factible y corroborable con el cual mantener los empleos y servicios que recibimos, en gran medida, con fondos federales. Con la “Tarjeta de la Dignidad” no se hace compra en el supermercado, ni se paga la gasolina, ni la hipoteca, ni la escuela de los nenes. Y la posibilidad de una “indemnización” por los 116 años de coloniaje que ascienda a la suma del promedio de las transferencias de los pasados 20 años, por los próximos 20, no son garantía de nada. Quienes hemos malbaratado el presupuesto del país durante los pasados 40 años hemos sido nosotros mismos. No han sido los gringos, ni los cubanos, ni los dominicanos. Hemos sido nosotros.
¿Qué hacer?
La única solución es preparar un inventario de los productos y servicios que podemos vender en Puerto Rico y el extranjero, y hacer una inversión millonaria en la producción de dichos bienes y servicios para generar la riqueza –sí, la riqueza que llevamos décadas demonizando en la izquierda y santificando en el centro y la derecha- que se necesita para fortalecer nuestra capacidad comercial y tener el poder económico necesario para decidir nuestros destino político.
El modelo de Chile funciona, aunque lo haya iniciado Pinochet con su golpe de estado y su complicidad en el asesinato de miles de chilenos comprometidos con la democracia. El modelo funciona aunque aún no se haya erradicado la pobreza. La integración de capital privado, gobierno y las universidades para generar productos adaptados a la realidad geológica, climática y científica, sigue creando nuevas empresas que exportan productos por todo el mundo. Sus nuevos lazos comerciales con China revelan cuán rentables pueden ser esas relaciones comerciales. Y ni Michelle Bachelet le va a vender el país a China ni los chinos entran en esta relación comercial por amor al proletariado latinoamericano.
Nuestro poder económico tiene que generarse internamente por manos puertorriqueñas, pues toda inversión extranjera, por muchos empleos que genere y muchos productos locales que compre, repatriará sus ganancias y el potencial de inversión que tienen esas ganancias aquí. Esta realidad tiene otro corolario: quien tiene el capital local para generar estas empresas son los mismos ricos que pretendemos que paguen las deudas que ha contraído el gobierno. Si no reciben ninguna garantía de que su inversión generará ganancias, ¿por qué invertir en un país que los ve como enemigos de clase o máquina de ATH para subvencionar servicios que no podemos sufragar? ¿Cuántos de nosotros, de habernos llevado la Loto con los $32 millones, los hubiésemos invertido en ayudar a nuestros compatriotas?
Tenemos que aceptar la realidad de que esa nueva generación de empresas para fomentar la auto-sustentabilidad, por necesidad de capital de inversión, estará en manos privadas. Los inversores, dueños y gerenciales de esas empresas ganarán mucho más que sus empleados. No contamos con suficiente capital de inversión en manos del estado para evitar recurrir a inversores privados. No contamos con suficientes nuevos o exclusivos productos en escala para ser exitosos en los mercados internacionales a corto o mediano plazo. No contamos con una experiencia colectiva de decisiones participativas entre gerenciales y trabajadores para experimentar con modelos híbridos que aumenten ingresos para inversores, empleados y el fisco, por concepto de contribuciones sobre los ingresos de las empresas de nueva creación.
Por lo tanto, cuando planteamos que tenemos que enfrentar la realidad de que serán nuevas empresas tradicionales, estamos diciendo que la inversión extranjera que tanto argumentamos podríamos atraer bajo otro sistema de gobierno, va a ser muy parecida a la que tenemos actualmente. Estamos planteando que generar nuevas empresas para generar suficiente riqueza para comenzar a ser auto-suficientes, no va a ser bajo condiciones óptimas de justicia social. Estamos planteando que tenemos que desarrollar una infraestructura de producción bajo modelos tradicionales. Nuestro compromiso con procurar mayor y mejor distribución de una riqueza no puede anteponerse a nuestro desarrollo de una clase empresarial que genere la riqueza necesaria.
Cooperar o no cooperar, esa es la pregunta
Otra alternativa es el desarrollo amplio de cooperativas de producción agrícola, industrial, de servicios en todos los barrios, pueblos y ciudades, para que la mayoría de esas empresas puedan estar en manos de quienes las trabajan. Pero para que funcionen necesitamos superar las actitudes que relatan, con pocas excepciones, los compradores de productos agrícolas, pequeños manufactureros y servicios. Con demasiada frecuencia se prefiere perder la producción a colaborar con otros de sus mismos sectores para suplir la demanda, cuando su producción no es suficiente para llenar góndolas o furgones.
El otro lado de esa moneda son los compradores locales que después que se han comprometido con la compra de una zafra o una producción, a última hora no cumplen su palabra y se van con un mejor postor, usualmente extranjero. Los suplidores extranjeros, por definición, solo buscan entrar al mercado para luego estimar a cuánto se puede vender por debajo del mercado local pero muy sobre su mercado de origen. En ambos casos, se sabotea el fortalecimiento de la industria nativa por un margen de ganancia a corto plazo que termina sacando del mercado a los productores locales y dejando el país a la merced de productores extranjeros. Estos, sin competencia interna, tienen mano libre para aumentar sus precios porque nos hemos convertido en un mercado “cautivo”. La ganancia a corto plazo es el mayor enemigo de la sustentabilidad.
Una nueva clase gerencial comprometida solo con el país
Necesitamos personas probas, de demostrada experiencia en el mundo de los negocios nacionales e internacionales -no con teorías de gran solidez conceptual, sino ideas que han sido puestas en práctica- dispuestas a no privilegiar a quienes no tienen la capacidad de producir. Tiene que haber un compromiso inquebrantable con no ceder ante las ideologías, que no les importe quién milita en su partido, ni si las personas referidas a puestos sean el nene del tío favorito o la esposa del hermano menor, o el que ayudó con tal o cual campaña.
Estas personas se ganarán el resentimiento y la ira de grandes sectores de nuestra población, tanto a nivel gerencial como laboral, acostumbrados al “acomodo razonable” de los “nuestros”. Necesitan ser capaces de no ceder a las presiones que surgirán en campos de golf, fiestas familiares o asambleas anuales. Tienen que ser como aquellos maestros que “no nos dejaban pasar una” pero con los que más aprendimos y a quienes más le agradecemos nuestras destrezas adquiridas bajo su disciplina.
Ese grupo de ciudadanos, a cargo del Banco de Desarrollo, el Banco Gubernamental de Fomento, el Departamento de Hacienda y el Departamento de Desarrollo Económico con todas sus dependencias y la mayor infraestructura de bienes raíces industriales y comerciales del país, pueden recortar todo lo no debemos estar cediendo a intereses particulares, para invertir esos recursos en la infraestructura industrial, agrícola y comercial que nos puede llevar a la autosuficiencia. Tenemos suficientes recursos y talento de más. ¿Tendremos la voluntad y las agallas?
¿Tendremos lo que se necesita para tomar estas decisiones?
Pienso que el pesimismo y la frustración que nos aumenta a medida que aumentan nuestros gastos, a la vez que merma nuestro ingreso -cuando tenemos ingresos-, nos va a contestar que no. Sin embargo, continúo apostando a nosotros. Los seres humanos, como decía Winston Churchill de los estadounidenses, tenemos la habilidad de hacer lo correcto después de haber explorado todas las demás alternativas.
Todos los días ignoramos, sin darnos cuenta, la creatividad, la laboriosidad, la generosidad y la solidaridad que nos definen. Estas características son más permanentes, por edificantes, que la jaibería, la vagancia y el cinismo con que justificamos hacerle a los demás lo que tanto dolor y pérdida nos causa que nos hagan a nosotros y a los nuestros.
Apostemos a identificar esos ciudadanos, independientemente de su trasfondo ideológico, invitémoslos a sentarse a buscar soluciones. Comprometámonos con ellos a que acogeremos aquellas recomendaciones que resulten factibles por estar comprometidas con un porvenir definido por un bien común que no le arrebate sus haberes a quienes lo haya logrado por esfuerzo propio. Abandonemos el tribalismo de clase que desprecia y descarta a todas las ideas y proyectos de quienes no comparten ideales, aun cuando provengan de quienes producen. Y esto aplica a todas las clases. En última instancia, parafraseando tanto a Deng Xiaoping como a Henry Ford, el resultado será el único criterio de la verdad.
Renunciar a buscar alternativas es un poco como beberse el veneno con la esperanza de que el que muera sea el enemigo. Cuando eso sucede, quizás es el momento de mirarse al espejo y preguntarse quién es el autor de nuestras derrotas, y quien merece ser el autor de nuestras conquistas.