Desencajados
Desde pequeña, siempre me sentí que no encajaba en la mayoría de las circunstancias que experimentaba. No puedo decir que fuera una rebelde. La verdad es que fui una nena buena y obediente en la mayoría de los casos. Pero siempre había esa sensación de que algo no estaba pensando o haciendo para cumplir con las expectativas de lo “normal”. No les quiero aburrir con mi vida, pero en mis experiencias profesionales seguí con la misma sensación hasta el día de hoy.
La sociedad te empuja a encajar. El que no se ajusta, es castigado. Y aun cuando el mundo publicitario, con el que he coqueteado varias veces, recalca constantemente lo deseable del pensar fuera de “la caja”, la verdad es que, más allá de lo creativo, el mercadeo y la publicidad son los principales cómplices de ese encajonamiento social, de esa uniformidad generacional en la que el poder nos quiere acorralar para poder controlarnos.
La caja está hecha para limitar espacio, acondicionar actitudes y controlar movimiento. Si tenemos una pequeña mascota, la acomodamos en la cajita. A los bebés los encorralamos. A los “malos” los encarcelamos. Y así, según nos vamos socializando, las instituciones van estableciendo los límites del cajón, haciéndolo a veces con paredes transparentes para crear la ilusión de libertad.
La necesidad de aceptación compite con el criterio propio y ansias de sentirse libre. Nos han vendido bien que la libertad es colectiva y que para alcanzarla, debemos uniformarnos, lo que constituye una renuncia a aquello que es diferente en nosotros. Antes de que me trolee en los comentarios, fíjese que dije uniformarnos y no unirnos. Lo segundo sería un acto de solidaridad que no representa renuncia a la diversidad. Pero la mayoría de las convocatorias que nos bombardean no es a ser solidarios sino conformes, aceptando lo que un sistema o poder define, a cumplir con unos valores que agrupan a los ciudadanos en la gran caja social.
Los desencajados, los que se resisten a entrar en la caja, parcial o totalmente, han sido siempre los menos, pero también, son los motores revolucionarios que han logrado los grandes cambios en la humanidad. No tengo que mencionar ejemplos. Todos los sabemos. Los cambios comienzan cuando unos pocos se atreven a retar los límites, sean geográficos, políticos o intelectuales.
Pero los grupos sociales tienen una gran resistencia al cambio, por lo que se cuidan de evitar que surjan los desubicados. Y esto ocurre independientemente de las ideologías. Hay cajas en la derecha y cajas en la izquierda. El asunto es que una vez estamos protegidos por las paredes de la caja, se crea la sensación de aceptación que tanto añoramos, y llegamos a pensar que esa unidad ficticia y demarcada es nuestra autorrealización. ¡Maslow vive!
Nuestras universidades se han convertido en cajones, unos más estrechos que otros, de los cuales salen adiestrados para encajar en el mundo laboral. Nos abruma la gerencia académica que nos obliga a encajar en estándares, modelos, esquemas, que cada vez ahogan más la individualidad y creatividad. Encajamos evidencia para cumplir con expectativas y cada vez uniformamos más el producto, descartando como excedente a aquellos que no pudieron cumplir con la normativa.
Vivimos en una gran caja cristiana, blanca, consumista, moralista, heterosexual, obediente. Ser algo distinto conlleva castigo, físico o emocional. Ser desencajado conlleva rechazo, burla, opresión, marginación. Aun los propios desencajados a veces crean su propia caja colectiva, a su gusto, pero terminan replicando los errores de la gran caja social.
La respuesta no es el desorden. La respuesta es tomar conciencia individual, antes de construir lo social. ¿Pero cómo lo hacemos, si es lo social lo que nos forma? Es la caja familiar, religiosa y escolar la que nos provee la información temprana de dónde formar nuestros criterios. Pues tenemos que comenzar con los ya formados en la caja, para que entiendan, tomen conciencia, usen sus conocimientos, los analicen y respeten el criterio ajeno. Es ser consciente de que ninguno tiene una verdad absoluta, que la realidad la construimos todos y la enriquecemos con nuestras diferencias.
Rompamos todas las cajas y vivamos en espacios abiertos a posibilidades infinitas. Aprendamos a que no hay que ser cristiano para ser bueno, ni blanco para tener la razón, ni heterosexual para ser feliz. Revisemos las reglas y fortalezcamos la responsabilidad individual, fundamentada por las consecuencias de nuestros actos en beneficio de todos.
La caja más difícil de romper es la propia, la que creamos con miedos, dudas, intransigencia e ignorancia. Lo advertía Platón con su cuento de las sombras en la cueva. Vivimos enjaulados para “protegernos” de los que andan libres en la calle. Nos encerramos en textos divinos para evitar la amenaza de los libre-pensadores. Nos aturdimos con entretenimiento para evitar pensar en lo que nos hace sentir mal. Encajamos en lo que pensamos que nos conviene, nos acostumbramos y nos resistimos al cambio.
Esa es nuestra historia individual y colectiva. Ese es el ciclo que hemos aprendido. Ya lo advertía la educadora Roberta “Bobbie” Harro. Pero también nos dice que se puede romper con voluntad. La voluntad expresada conlleva riesgo. Salir de la caja es riesgoso. Pero no hay cambio sin riesgo.
No es la voz del grupo social la que nos empujará fuera de la caja, sino nuestra conciencia individual, que unida a muchas otras, con educación, respeto, compasión y responsabilidad, logrará el cambio que tanto miedo nos da soñar.