Desmitificación de la ciudadanía
En Puerto Rico el asunto de la ciudadanía americana toma dimensiones mitológicas, a tal nivel que a la futura definición del Estado Libre Asociado le han puesto la camisa de fuerza de que tiene que contener ese “vínculo indisoluble”. El apego es tal que el expresidente del Partido Popular, Héctor Ferrer, aseguró a preguntas de este diario que la misma “se recibe por nacimiento y se transfiere por sangre”.
De inmediato imaginé que a algún legislador de esos que atesoran su ciudadanía americana se le podía ocurrir la creación de una sala de partos donde los médicos incluyan exámenes de sangre a los recién nacidos para asegurarse que se les ha transmitido la ciudadanía, y a los que no, se le trasladaría de emergencia a una sala especializada en transfusiones de sangre con ciudadanía americana.
Algunos, de ahora en adelante, exigirán a su médico que además de un CBC y el PSA también se les haga un “PCA”, prueba de ciudadanía americana. Tampoco dudo que grupos de derecha, tanto popular como penepé, asalten un banco de sangre para guardar en una bóveda litros de la apreciada ciudadanía.
En un país cuya economía se está cayendo en cantos, la Junta de Gobierno del PPD se reúne y no discute el colapso de este modelo económico sino la permanencia de la ciudadanía americana. ¡Qué despiste! ¿No se han dado cuenta que al 46% de pobres que tiene este país la ciudadanía americana no los ha sacado de la pobreza; ni ha servido para evitar las decenas de miles de muertes por asesinatos que han ocurrido en la isla en la pasada década; ni ha evitado las innumerables quiebras de corporaciones e individuos; ni ha logrado que nuestros niños salgan mejor educados de nuestras escuelas? Niños con otras ciudadanías nos aventajan por mucho en resultados académicos. ¿Le ha servido la ciudadanía americana a los negros de Jefferson, Missouri y a los pobres de Mississippi?
Ese apego a la ciudadanía americana es el carimbo psicológico que nos ha dejado el colonialismo. El valor de nuestro pueblo, el talento de nuestra gente y los logros que hemos obtenidos como país tienen que ver con lo que somos, no con ese papel que se nos impuso en 1917.
Hay muchos mitos respecto a esa ciudadanía y me gusta retarlos. Cuando salgo y tengo que llenar los papeles al entrar o salir de un país siempre marco que mi nacionalidad es puertorriqueña y en el encasillado del pasaporte pongo el número y no pasa nada. De la misma forma que cuando he ido a Cuba, al entrar de vuelta a Estados Unidos, he dicho la verdad y nunca me han regañado.
Sacar a Puerto Rico de la cláusula territorial no es lo único que hay que hacer para que dejemos de ser colonia. No podemos construir el nuevo país del que nos habló Willie Miranda Marín sin esa ruptura psicológica necesaria. Respeto a los que “atesoran” su ciudadanía americana, aunque sea por las razones antes expuestas, y creo que en deferencia a ellos en cualquier pacto con Estados Unidos se debe negociar ese asunto. Pero de ahí a colocarlo como total y absolutamente indispensable para cualquier desarrollo final del ELA es enviar un mensaje incorrecto a la mente de los puertorriqueños. Es apuntalar el coloniaje.
Invito a los soberanistas populares a enfocar su mensaje en la refundación del país a partir de la soberanía, con sus ventajas para encaminar la economía hacia la sustentabilidad, desde una democracia participativa y con relaciones con el resto del mundo.
A los que insistan en meter miedo les diría, sin miedo, como Serrat: ¿ciudadanía americana? “Sólo un papel”.
* Publicado originalmente en El Nuevo Día, reproducido aquí con el permiso del autor.