El arte regulado: lo público para el artista con carnet
“El arte prospera en sociedades abiertas a la crítica, a la disidencia,
porque su naturaleza es potencialmente irreverente.
Una sociedad sana es aquella que tolera la
crítica de sí misma y la ejerce.”
–José Rafael Herrera, filósofo venezolano
Debo comenzar esta reflexión con una sugerencia que hizo Henri Lefebvre en el texto Espacio y Política: el derecho a la ciudad II, donde el autor se disculpa de antemano con el lector porque su obra es una selección de conocimientos, de hechos y pensamientos reducida en lo que es el amplio mundo de las ideas, conocerlas todas es tarea imposible, es imperante la selección para el análisis y es por ello que nos deja saber que escribe a sabiendas de sus limitaciones, y reta al lector a identificarlas al decir que: “Más de un científico debería disculparse por el mero hecho de haber colocado una cerca alrededor de su jardín para poderlo cultivar a su antojo”. Ahora, propongo una reflexión sobre el tema del arte y del espacio público que nos ayude a dejar plasmado en este texto algunas curiosidades e inquietudes sobre el arte en el espacio público y sus nuevas censuras a través de la nueva “Ley de las Artes Representativas en Espacios Públicos Abiertos de Puerto Rico” a los fines, y cito, “de regular, promover, patrocinar y proteger las expresiones artísticas en las áreas y espacios públicos abiertos en el País y para otros fines”.
Las reflexiones, las críticas y las movilizaciones que se dan a raíz de esta presentación de proyecto de ley no deben quedar en manos meramente de los expertos en la materia en términos de códigos, prácticas y saberes, como las abogadas y abogados, que suelen comprender con mayor facilidad ciertos códigos que se abren en grandes horizontes yuxtapuestos ante una pequeña frase o palabra. Para un ciudadano/a común, interesado/a por los temas, pero ajeno a los códigos, el texto es limitante en la forma de entender los objetivos finales y sus consecuencias, con toda intención carecen de cierta legibilidad y nos hace sentir ajenos/as. Es por ello que he hecho un ejercicio donde he interpretado este proyecto de ley más allá de sus códigos, a través de un intento de identificar los significados –dentro de su infinita reducción en términos extremadamente genéricos y encasillados- para comprender las formas de ver el mundo, en este caso el mundo del arte, de los creadores del proyecto. Es, sin duda, una tarea de buscar en un texto estricto, formal, y técnico, la riqueza del discurso; no porque sea un discurso rico e inspirador, sino porque es rico en ideas –agradables o no tan agradables- y que debemos entender qué es lo que se lee entrelíneas y qué otros elementos se ponen en juego ante la aprobación de una ley que burocratiza y mercantiliza, entre otras cosas, al artista y su obra.
Me organizaré un poco, y le pondré un orden, lógico o no, a las ideas. Cuando una se sienta a pensar, las ideas vienen como una tormenta descontrolada, sin aviso, con vientos desorientados y nubes antojadas, es por ello que intentaré darle un orden premeditado a este asunto. Primero citaré algunos puntos del P. del S. 1247, del 23 de octubre de 2014, presentado por la señora Maritere González López, como la he citado anteriormente, mientras hago cortos comentarios de cada punto que me ha parecido interesante, y le recuerdo las excusas solicitadas al lector por ser este, mi jardín al antojo. Luego, compartiré unas breves ideas sobre el derecho a la ciudad en Puerto Rico, para finalmente examinar la tarea del artista en el cuestionamiento de este derecho, del uso del espacio público y las respuestas a la censura por parte de la ciudadanía o colectivos artísticos.
La Exposición de Motivos de la “Ley de las Artes Representativas en Espacios Públicos Abiertos de Puerto Rico” trae a colación unos puntos que me gustaría que cuestionáramos, partiendo de la interrogante de la procedencia de las definiciones, siempre seleccionadas buscando cumplir con un objetivo final, la coherencia del texto introductorio con las políticas presentadas –o aprobadas-, y lo simplista que puede llegar a ser una definición ante lo que verdaderamente es un concepto tan amplio, ambiguo, cambiante y mutable como lo es el arte. En la Exposición de Motivos se hace una interpretación -del arte- donde se presenta como una herramienta para el “arraigo”, “sensibilidad”, “de creación de sentido de pertenencia”, y de los “valores culturales que nos distinguen como pueblo”. Desde este punto de partida, un arte que no genere estos sentimientos –sensibles, bonitos y aceptados- no tiene cabida en el espacio público. Aquí, sin duda, me pregunto si eso es el arte, o es lo que han hecho algunas y algunos artistas, acostumbrando así a un público particular, creando una masa de espectadores conformes y homogéneos. Es importante entender que de estos artistas, conocidos y normalizados, podemos encontrar, ¡y qué bueno!, una desviación estándar de artistas que no cumplen ni cumplirán con el arraigo, o que no representa –porque no se siente representado/a por- los ‘valores que nos distinguen como pueblo’. Un artista, como libre pensador y agente autónomo, que se separa del mundo para verlo y sentirlo de otras maneras; siempre con intenciones de crear algo (concreto o no) puede culminar con una obra que rompa con el arraigo patriota o con el sentido de pertenencia del espacio, que lo cuestione y proponga algo nuevo, subversivo y diferente. Ese artista, que decide que su obra debe y tiene que llevarse a cabo en el espacio público, queda expatriado del espacio público por simplemente no encogerse a las definiciones, por no enmarcarse en el cuadro, por no cumplir con los deseos de los políticos de mantener el espacio público libre de impurezas y de rebeldes que alteren la paz y despierten otros sentimientos –jamás definidos en una Exposición de Motivos-.
El P. del S. 1247 presenta a los artistas como “parte de un diálogo constante del interior de la sociedad, que manifiestan, una y otra vez, que la cultura es algo vivo y que está en constante evolución y movimiento”. De ser así, se niega la muerte de la cultura y se celebra su evolución mientras se constriñe el arte, su técnica, su manifestación y su libertad de hacer y de crear nuevas formas de cultura. El Proyecto de Ley habla de cómo el artista representativo tiene mayor contacto con la realidad y el diario vivir de las personas mientras que sus acciones van “transformando la expresión artística en un componente accesible, constituyendo una contribución relevante para el desenvolvimiento cultural de la sociedad y nuestro desarrollo económico”. Lo veremos más adelante, pero aquí nos topamos con la primera referencia al desarrollo económico a través, o gracias al arte. El arte por el arte no es aceptable. El arte como mercancía tiene más lógica para los verdaderamente incultos que buscan una tajada del pastel, del que sea, aunque no lo entiendan, aunque no les guste. Suena más lógico regular porque así el ocio y lo lúdico que puede tener lugar en el espacio público vuelve a darle el frente al consumismo y deja de ser un momento de no producción y de estancamiento del movimiento del capital. La justificación de la ley recae en que el arte puede ser un motor económico, de ahí es que se le preste –por fin- algo de atención en foros importantes de toma de decisión pública. ¡Qué pena que sea este tipo de proyectos de ley los que salgan a la luz y no otros que sean para promover –verdaderamente- el arte!
El P. del S. 1247 continúa diciendo que, “…es necesario que el Gobierno del Estado Libre Asociado de Puerto Rico pueda propiciar ciertas condiciones que autoricen legalmente a los artistas, de las diferentes artes representativas, a hacer uso del espacio público, ofreciendo una alternativa al dilatado conflicto que han tenido con los administradores públicos, la Policía de Puerto Rico y los cuerpos policiales municipales, a fin de lograr un equilibrio donde el uso de dichos espacios permita una convivencia armónica y de mutuo beneficio entre el desarrollo de las distintas expresiones artísticas y todos los demás agentes de la sociedad”.
De todo esto me resulta muy curiosa la expresión ‘convivencia armónica y de mutuo beneficio’. En el deseo de una convivencia armónica se lee una negación a lo público, y a los debates y conflictos que deben surgir en él para la evolución social, económica y política. La armonía debe ser el resultado de los altos y bajos del conflicto en el espacio público, no debe ser lo que aspiremos en su concepción temporal eterna, porque un espacio eternamente armonioso es homogéneo y castrante, donde no se potencian los encuentros que nos hagan creer y reivindicar la tolerancia al extraño, al otro, si todos y todas somos –armoniosamente similares en acción y pensamiento- perdemos chispa, perdemos estímulos que nos hagan sabernos diferentes y saber a los demás complejos, intrigantes y valorarlos por lo que contribuyen en la formación de una sociedad interesante, que nos inspire y nos haga desearla. Por otro lado, el ‘mutuo beneficio’ se debe ver como una suma y resta de los aspectos que el artista gana y de los que tiene que renunciar, como la renuncia a la espontaneidad, a ciertos materiales o a ciertas formas de expresión, resulta que el beneficio va perdiendo espacio, y el artista termina siendo un entretenedor, un payaso en un jardín de niños, donde su obra se ve violada por la burocracia que atenta contra el pensamiento y la acción libertaria. Aquí, entonces, no hay mutuo beneficio, sino un/a artista castrado/a, que trabaja en intentar enviar su mensaje a través de una obra que ha tenido que minimizar o descuartizar por el temor a que se consideren las acciones como ‘atentados’ contra el orden.
En la siguiente cita vemos cómo, por segunda vez, la ley hace referencia a la mercantilización del arte. “La presente legislación nos permite darle una mirada a nuestros espacios públicos con el fin de crear una entrada económica para uno de los sectores más pobres de nuestra isla como lo son los artistas de las artes representativas”. Pareciera ser que el motivo de esta ley, entre los ya discutidos y aquellos por discutir, busca la estabilidad económica individual de los artistas. Esta visión paternalista del Estado hacia el artista, donde es visto como débil criatura que necesita del Estado protector para supervisar que la obra ‘no se le vaya de las manos’ (nunca mejor dicho) y así, asegurarle unas migajas por el arte vuelto entretenimiento, colorido y que reemplace, de manera casual, los espectáculos de televisión. Es curioso que ‘la mirada al espacio público’ que asume la ley tenga el fin de crear entrada económica para los artistas. ¿Quién está detrás? ¿Bajo qué tipo de banalización del arte es en la que quieren sumergir a los artistas? El espacio público es, en este sentido, manejado como una cosa privada, lo vemos porque sabemos que nos va a dar unos ingresos, e invitamos a los -artistas regulados- porque sabemos que a los turistas estos asuntos les gustan. Es el circo con payasos amarrados.
Quizás al hablar aquí de turismo me he adelantado, por eso ahora llegamos a la próxima cita de la Exposición de Motivos que dice: “Apoyarán los esfuerzos del Departamento de Turismo para hacer de Puerto Rico una de las opciones vacacionales más deseadas en el extranjero y habrá más colores, sonidos y movimientos que continuarán dejando una huella de nuestra identidad nacional, haciendo más cercana la cultura y efectuando una importante contribución a nuestra memoria histórica”.
Aquí se reduce al máximo la tarea del artista, ahora es un artefacto más en la escenificación urbana para el turista. Ahora sí que potencian y facilitan su inmersión en el espacio público, a costa de una –cultura- ideada, creada, manipulable, buscan que, luego de la aprobación de la ley, el artista esté en el espacio público. No le advierten que será a costa de su silencio, de su castración intelectual y creativa. Ahora los quieren en el espacio público, porque son el Mickey Mouse y el Pluto de los municipios. Las obras que se (re)presentarán, al estar limitadas desde un inicio, condenadas a la unificación y a la estandarización, jamás podrán crear (aunque sea el deseo de la ley) una memoria histórica fidedigna. Creará simulacros de arte, simulacros de cultura que serán reproducidos (esperemos que pocas veces) y que crearán una memoria histórica falsa, atada a mentiras y restricciones, donde el artista y el ciudadano se vieron impedidos de ser libres en el espacio público, el artista en su expresión, el ciudadano/a como espectador casual. Si esa es la memoria histórica que se pretende, a mí que me alcance el olvido tan pronto pueda, porque recordar conscientemente una bola de mentiras es nefasto, insultante y extremadamente dañino para la evolución social y política.
Citado y resumido lo que en mi jardín al antojo ha tenido pertinencia sobre la Exposición de Motivos, paso a las condiciones y obligaciones que pone el P. del S. 1247 para hacer efectiva la ley.
En las obligaciones de los artistas encontramos los siguientes puntos: 1. La necesidad de inscribirse en el Departamento de Turismo. Llenar todos los requisitos de ley de un comerciante y la Ley del Colegio de Actores (si aplica), 2. Presentará su certificado de inscripción o carnet como parte de la información que compartirá con el Municipio, la Policía de Puerto Rico y la Policía Municipal, 3. Deberán cumplir con los Códigos de Orden Público aprobados por los municipios, 4. Será responsabilidad del artista mantener los espacios públicos en óptimas condiciones, una vez finalizada su ejecución.
Podrá estar en el espacio público quien tenga el carnet o esté debidamente certificado y avalado por el Estado como artista. Podría ser que aquí no haya problema, y que los artistas que acepten inscribirse (que no entraré en este debate ni en críticas individuales, porque respeto las necesidades y las creencias o métodos de acción de cada artista) tengan éxito en las obras que vayan a presentar en el espacio público. Quizá no sea difícil sacar el certificado, porque no habrá favoritismos ni competencias, y medirán a todos los artistas con los mismos estándares o requisitos. No obstante, el P. del S. 1247 especifica que cada Asamblea Municipal puede dictar las ordenanzas “con el fin de regular, de manera específica, el funcionamiento, las condiciones, el mantenimiento de los espacios públicos y los requisitos para la exhibición y ejecución de las actividades artísticas y culturales”. Esta regulación descentralizada puede ser el verdadero problema de la ley. Tenemos municipios que no respetan la separación de Iglesia-Estado, lo hemos visto en los ayunos religiosos y oraciones en eventos públicos, por consiguiente, serán municipios conservadores, intolerantes a ciertas formas de arte, intransigentes en el diálogo y, naturalmente, no permitirán que el espacio público se desordene, entendiéndose por ‘desordene’ la pérdida del orden establecido autoritariamente o disimuladamente por los que toman las decisiones.
A partir de estos cortos comentarios necesito preguntarme cuál será la reacción ciudadana ante la censura, la limitación, la etiquetación y la intolerancia al arte. ¿Permitiremos que el panóptico entre en nuestras vidas, y que esfume de ella los momentos efímeros y lúdicos que nos ofrece el arte y el artista en su intervención en el espacio público? Hay quienes dicen que la censura puede ser la mayor fuerza que puede tener el arte, ya que moviliza al espectador y fortalece la(s) idea(s) presentadas por el artista. Debemos negar la imposición de definiciones concretas para el espacio público, porque le resta cualquier carácter de mutable y transformable. Igualmente para el arte, o el patrimonio y sus manifestaciones. El intento de control de las herramientas artísticas o los métodos, es un atentado contra la libertad de pensamiento, y por ende, de acción.
Debemos reconocer que, desde siempre, el arte y la política han sido (o se han encontrado en) un campo de batalla. El arte transgresor ha buscado siempre nuevas posibilidades con todo y sus escenarios. Es por ello que, a través de muchas de sus creaciones, se han cambiado rumbos en la historia. Debemos repudiar la relación paternalista donde la política y sus ejecutores velan por salvaguardar el arte, pero no cualquier arte, el arte que les gusta, el arte que disfrutan, el arte homogéneo y cauteloso, el arte de colorines y patriotismos, el arte que no rompe, el arte que no daña, el arte complaciente, estético al gusto enjaulado y cobarde en rebeldía. Debemos ir por todo lo contrario. Por un arte transgresor, que nos arranque de la zona confort y nos empuje a la calle, a apreciarlo, a cuestionarlo, a vivirlo. Dice José Rafael Herrera que, “el arte es la negación de lo convencional, porque no se adapta a la norma establecida. Su reto no es decorar sino, por el contrario, problematizar la fea decoración de su mundo sobre la base de su propuesta innovadora, restituyendo, de ese modo, una nueva, rica y más concreta figura de lo bello”.
Ante esta breve reflexión nos encontramos en un momento donde, para concluir, reivindicamos, sin duda, el derecho a la ciudad. No es un derecho natural o contractual, pero, en palabras del formulador del término, Henri Lefebvre, es un derecho de los ciudadanos y ciudadanas a “figurar en todas las redes y circuitos de comunicación, de información, de intercambios. Lo cual no depende ni de una ideología urbanística, ni de una intervención arquitectural, sino de una calidad o propiedad esencial del espacio urbano: la centralidad. No se puede llegar a forjar una realidad urbana, afirmamos aquí y en demás publicaciones, sin la existencia de un centro: sin un agrupamiento de todo cuanto puede nacer en el espacio y producirse en él, sin encuentro actual o posible de todos los objetos y sujetos”. El artista necesita del encuentro espontáneo (o planificado) con la ciudad, con su forma y movimientos, así como resulta indispensable toparse con los ciudadanos/as, para que juntos, en esa coincidencia geográfica, produzcan espacio público, gocen de su diversidad, de su elocuencia, y de lo irrepetible y transgresor del momento.