El carrito de mantecado
a Carmen Haydée
Si no dicen Payco,
no son Payco. No te dejes engañar.
y Hommy no oye nada,
pero …
1973
Pocas irrupciones callejeras provocaban más la alegría de las niñas y los niños que la campana o la canción anunciando la cercanía del carro de mantecado. Su tintinear o su coro de Payco eran culpables quizás de que muchos no cenáramos ese día por los estómagos satisfechos con el frío dulce que nos llegaba en vehículo motorizado. Sin embargo, tanto o más que su azucarado sabor son sus melodías, grabadas en algún estudio como reproducciones mecánicas de viejos pregones, las que transitan por mi memoria y con las que deseo refrescar mi escritura.Quizás por eso lo escogió Genaro “Henny” Álvarez para destacar la particularidad del niño Hommy, ese “genio borincano con su gracia en la mano”. En el lado A de la ópera latina que lleva su nombre, “el carrito de mantecado pasa despacito con su linda melodía” y lo despierta de su aparente autismo. Relata la rumba que cuando “de pronto sus manos repicaban el tambor”, Hommy sorprendió a los vecinos en lo que fue “una gran queja de amor”.
Entre esas melodías, despertó mi adolescencia y las de los late baby boomers: descendientes de sobrevivientes de la guerra y la hecatombe, y que entre derechos civiles y revoluciones tecnológicas, musicales, sociales, narcóticas y políticas completábamos nuestra “educación sentimental”. Joven salsero me veía en ese corillo del niño genio repicando una rumba, haciendo coro, improvisando pasos, que entre decenas de álbumes —como Hommy—marcaron definitivamente mi identidad cultural.
Pero no es sobre ese carrito de mantecado sobre el que deseo escribir hoy.
1981
Temerosos de la fuerte represión que nos podía venir encima, pero tal vez inspirados en el legendario reclamo de justicia del escenario del Teatro de la UPR y con una profunda convicción de estar del lado correcto, un mediodía de agosto miles de estudiantes universitarios aprobamos un paro de cinco días en contra del aumento uniforme en la matrícula. Le reclamábamos al Consejo de Educación Superior que detuviera el ya implantado aumento para que considerara nuestra propuesta de un aumento ajustado a los ingresos económicos de los estudiantes.
Nuestra propuesta no contaba con ningún estudio que económicamente comprobara que era beneficiosa para la institución. Tampoco habíamos hecho estudios sobre el impacto económico que el aumento significaba para las familias trabajadoras ni si las becas federales cubrirían el costo para sus beneficiarios como proponía la administración. Nos guiaba la convicción de hacer justicia para los pobres, cuando se aceleraba la desenfrenada carrera armamentista y apenas iniciaba la austeridad republicana conocida como reaganomics, que junto a la caída del muro de Berlín —como final de la guerra fría—, condujo a Estados Unidos a una depresión económica de la que no salió hasta que desde Orange County se desataron las corrientes digitales y cibernéticas. Éramos, a nuestro modo, consecuentes con la agenda liberadora que iconizaba la sombra del Che.
De la asamblea salimos por las facultades llevando el mensaje “Hay paro, no hay clases” y comenzamos lo que fue una semana de marchas, consignas y canciones, todos juntitos, pues la masa nos protegía de una guardia universitaria que portaba macanas largas y armas ilegales como posteriormente se comprobó. La euforia nos animaba y espantaba los temores; la administración universitaria y el gobierno nos ignoraban por completo. Era arduo, pero también nos divertía marchar cantando en procesión por la tan seria universidad. Entre todo, recuerdo bien el corillo alrededor de un carrito de compra, de cuyo megáfono salían las más jocosas y alentadoras consignas.
Luego de esos cinco días de marchas por las facultades para que en cada salón respetaran la decisión unánime de dicha asamblea y sin respuesta alguna del CES ni de ninguna otra autoridad universitaria, recuerdo que nos debatíamos en nuestro pleno sobre la propuesta a llevar a la asamblea de la mañana siguiente. Aunque no recuerdo bien estas deliberaciones, sí recuerdo que se aceptó que la FUPI presentara una propuesta para una pausa de cinco días y darle otra semana al CES para que nos atendiera. Pero no contábamos con el empuje y desde aquel carrito que tanto nos animaba, coreaban el reclamo por la huelga indefinida. La FUPI retiró su propuesta y así se desencadenó una huelga de cinco meses en la que nunca la administración se sentó en una mesa con los estudiantes. La masa estudiantil, como la llamábamos, había decidido siguiendo el coro del carrito que no volvió a verse en nuestra procesión.
No creo que una agenda conspirativa haya sido el detonador de la huelga, sin embargo, recuerdo que a la asamblea de mayor asistencia que convocamos también llevábamos una propuesta de levantar la huelga. Pero la asamblea no llegó a celebrarse, pues la policía insistía en remover —no solo multar— el camión con la plataforma que nos servía de tarima para que los dirigentes estudiantiles pudieran dirigirse a la asamblea sin desatacar la orden judicial que les impedía entrar al recinto. Para remover dicho vehículo, se lanzó la fuerza de choque contra los estudiantes y se disolvió la asamblea, de casi diez mil estudiantes, que tal vez le hubiera puesto fin al conflicto huelgario. Esa tarde, decenas, tal vez más de cien estudiantes y ciudadanxs fueron macaneadxs vilmente cuando salían por los portones o simplemente caminaban por Río Piedras.
Repito, no creo que una agenda conspirativa haya detonado la huelga. Pero las coincidencias arrojan sospechas.
2017
Unas piedras sobre unos cristales repicaban la rabia de unxs manifestantes para el asombro de decenas de miles que habían paciente y alegremente marchado en protesta por las políticas de austeridad que las autoridades imperiales y coloniales prometen para enderezar el país. Las teorías conspirativas volvieron a sonar mientras las noticias transmitían en vivo el desfile policiaco que opacaría las imágenes de la multitudinaria marcha que había concluido en el centro banquero, en desafío a los acusados como responsables de la crisis fiscal y de las políticas de austeridad cínicamente nombradas como promesa. Quiénes eran esxs encapuchadxs es algo que nunca sabremos, pero la policía y fiscalía depositarán todo su poder para probar en los tribunales su teoría, ante la cual quedarán expuestxs no pocxs inocentes.
Irónicamente, el Banco y el Gobe al otro día repararon los dichosos cristales para que el país viera en vivo y a todo color que ellos trabajaban por Puerto Rico. No sé cuántos y cuántas habrán quedado boquiabiertxs ante la eficiencia demostrada esa mañana por el mismo gobierno que no puede pagar una deuda en la que ellos nos metieron; mientras tanto las carreteras en todas partes son criadores de cráteres y nos anuncian aumentos en casi todos los servicios. Y si el circo fuera poco, el Banco había presentado una demanda contra todos los manifestantes que llegó al tribunal antes de que un nutrido grupo de estos pasara frente al mismo edificio, en un acto de eficiencia leguleya para registrarse en los libros de Guinness. Me pregunto si querían asustar o ser graciosos.
Sea por eficiencia, publicidad farandulera o conspiración, el caso es que aprovecharon muy bien que explotara “la rabia ¡coño! paciencia, paciencia” para convertir la multitudinaria actividad en un espectáculo a favor de su propaganda y política dictatorial en contra de las protestas. Las piedras resultaron armas de doble filo.
También los fueron una entrada a una reunión, un gargajo y una botella de agua. Si estos actos bien dramatizan la desesperación que la falsa democracia provoca en lxs gobernadxs también son aprovechados por el hegemónico discurso farandulero para trivializar y generar antagonismo en contra de la protesta. Pero más que caer en las trampas del periodismo de escándalos me preocupa ver y sentir poca disposición crítica entre quienes apoyamos los reclamos de auditoría y nos oponemos a las políticas de austeridad. Se le cae encima a quien piense como un error forzar la entrada a una reunión o escupir a un colega como si hubiera saltado al lado negativo de la consigna “Lucha sí, entrega no”.
Como en el 2010, los estudiantes tras los portones ensayan modelos de democracia y participación, convencidos de que son más democráticos y eficientes que los del reglamento universitario. No sé si descartan por igual toda apertura disciplinaria que se ha generado dentro de dichas estructuras por pertenecer una democracia inferior. Les escucho una y otra vez invitar a quienes piden la universidad abierta a que entren y traigan sus propuestas y se unan a la lucha contra la deuda, sin considerar que el acceso a su universidad abierta está controlado. ¿Cuál es el código de acceso a esa democracia? ¿Corear la consigna? ¿La militancia? ¿La lucha? ¿Cuáles?
Aturdido de dudas, desde mi llamado espacio de confort —acusado de privilegiado por todas partes—escucho el carrito de mantecado pregonando su legendaria verdad: “¡Payco! ¡Payco! Si no tiene la carita no es Payco de verdad.” Y mientras lamento no poder bajar corriendo a gritarle “Pare!” obedeciendo a su dulce encanto mi mente convulsa entre los recuerdos y el pregón suena a sermón, slogan político, consigna de lucha. Dostoievski, Borges, Kundera y Houllebecq han profanado mis encantos infantiles y mis credos, y me parece que “el mundo será Tlön”. Pero, al contrario de Borges, no puedo concentrarme en traducciones cuya publicación muy posiblemente será ignorada, y busco amparo intentando descifrar el mensaje de Hommy repiqueteando “con el cuento en el barril” y coreando “Hommy, mantecadito, ¡Hommy!”