El declive del PNP
Las contradicciones del Partido Nuevo Progresista, a menudo fantásticas narrativas, muestran la frustración general que produce la territorialidad colonial. También delatan el descenso del PNP.
Desde los años 80 fracasó la consigna de la estadidad para los pobres. Los fondos federales no convirtieron al pueblo a la estadidad. Más aún, las luchas socioeconómicas vienen uniéndose a la afirmación puertorriqueñista.
Si el PNP pensaba usar la protesta social por la deuda para adelantar su causa estadista, ha sido al contrario. Los estudiantes, la clase trabajadora y muchos más tienden a oponérsele. Distinto a hace un siglo, hay gran distancia entre anexionismo y clase obrera. El PNP reina en tanto las clases oprimidas están desorganizadas. Casado con la Junta de Control Fiscal, gobierna rodeado de descontento.
Teatral pero sumiso, jura que desafiará al gobierno de Estados Unidos y lo presionará y forzará a conceder la estadidad, pero a la vez debe seducirlo, mostrarse dócil, complaciente y contrito ante lo federal, ofrecerle siempre su lealtad incondicional de perro guardián. Algo parecido le ocurre con la Junta.
El PNP intenta representar a Puerto Rico, pero a la vez lo niega como país diferente. Repite el discurso de desarrollo económico, siempre y cuando no sea desarrollo de un país puertorriqueño. Continúa la dependencia de inversiones foráneas y del gobierno federal. El desarrollo social como país diferenciado exigiría una superación colectiva puertorriqueña. En cambio, la sumisión requiere reducción intelectual e infantilismo dependiente. Desperdiciado el alto nivel educativo del país, el talento emigra. Disminuye la producción, raíz del endeudamiento público.
Dado que Puerto Rico es un país, resulta colonial el reclamo de que la estadidad sería un «derecho civil» federal, noción que como quiera el racista y aristocrático establishment estadounidense desprecia con indiferencia. La extrema ideología capitalista, que el PNP comparte, impide que Estados Unidos se reconozca multinacional.
Supuestamente la estadidad corregiría el oportunismo de compañías norteamericanas que aprovechan la condición territorial para evadir impuestos. Pero entonces muchas dejarían de venir. Si por el contrario viniesen más, destruirían la empresa puertorriqueña, que además sería, como los salarios, pulverizada por los impuestos federales.
Condición favorable a la estadidad es la relativa escasez de medios de producción puertorriqueños. Uno importante, por cierto, es la Universidad de Puerto Rico. El PNP no ha podido dominarla.
Despojar a las clases propietarias de Puerto Rico de los medios de producción fue un objetivo que en 1898 se pusieron los americanos. Después de los años 50 el comercio, la agricultura y la industria de la Isla sufrieron aún mayores embates. Una necesidad puertorriqueña de crear u optimizar medios propios coexiste con la constante imposición de grandes capitales estadounidenses. Esta tensión alienta una cierta conciencia puertorriqueña que dificulta la estadidad, aunque la Isla se integre a Estados Unidos en múltiples aspectos.
La diferencia de idioma con Estados Unidos, y que la lengua española conforme un área grande del mundo, hace a los puertorriqueños pensarse autónomos. Así Puerto Rico se resiste a la estadidad, aunque sigue posponiendo el reto de construir su autonomía económica.
La escasa autonomía económica agrava la debilidad institucional de Puerto Rico, que entonces se anexa de facto a Estados Unidos por vía negativa: gradual empobrecimiento y debilidad sociocultural y económica, y cultura de improductividad. Pero si por estar débil se acerca la estadidad, entonces ésta difícilmente representaría una sociedad superior. Una sociedad mejor sería posible si la capacidad de cooperación y trabajo del pueblo se creciera y se hiciera fuerza política.
En 1917 la extensión de la ciudadanía estadounidense emitió dos mensajes: en Puerto Rico flotará para siempre la bandera norteamericana; y los puertorriqueños podrán desarrollarse sólo como individuos, nunca como país. El azar del mercado en las vidas personales —y la emigración estructural— frustraría la formación de instituciones puertorriqueñas. No habría nación, sino un montón de individuos.
Un siglo después suena subversivo hablar de proyecto de país o desarrollo económico autónomo, no digamos ya formación nacional o soberanía. Pero la búsqueda de felicidad personal, libre de deberes e instituciones originales, choca contra la dura realidad de desempleo, limitación económica y cultural, dislocación familiar y depresión —asociables a drogas y antidepresivos— que abaten, y conforman, la puertorriqueñidad desde hace generaciones.
El PNP significa, pues, la ausencia de deseo de construcción colectiva o nacional, que en Puerto Rico coexiste con la tendencia opuesta, de hacer país. Ambas tendencias crecen o disminuyen dependiendo de las luchas sociales. El PNP representa el deseo del no-deseo, una inercia disimulada con discurso repetitivo.
El PNP y el Partido Popular Democrático han sido los partidos del capital en Puerto Rico. Portan las ideologías y prácticas que sirven a los monopolios y al capitalismo colonial. Administran una crisis perpetua. Se suponen partidos de pueblo por canalizar esperanzas de grandes masas. A veces parece que apenas se diferencian; y a veces que se diferencian en cosas importantes. El PPD ha sido cercano a la gente que desea producir un proyecto propio de país, y también a gente que no quiere proyecto de país. El PNP no desea formar proyecto de país; aspira a integrarse al proyecto del estado norteamericano.
Se ha dicho que el PPD está más cerca de la cultura de producción e institucionalidad, pues se consolidó trayendo fábricas americanas, con lo que promovió una alta productividad (colonial). Antes habían creído en él masas del pueblo deseosas de estudiar y trabajar para forjar país. En cambio, el ascenso del PNP coincidió con la expansión de crédito, banca, seguros, publicidad, capital hipotecario, masivos fondos federales y gran comercio: gestiones relativamente improductivas que dominan la economía isleña desde los 80. La clase capitalista local se ha anexado a Estados Unidos, pero el pueblo no.
Aunque el Partido Popular fuera instrumento colonialista, evocaba amor al terruño. También contradictorio, Luis Muñoz Marín amaba el campo, los árboles y las flores, pero su política arrasó la agricultura. Ennobleció al jíbaro y liquidó al campesinado. Llamó a una vida de trabajo honrado pero auspició la emigración de los desempleados y al capital ausentista. Fundó la tradición, que el PNP sigue, de retórica de gobierno electo que disimula el saqueo y desorden del país.
Acaso negarse a producir un hogar colectivo, una sociedad propia, alienta la indisciplina moral y económica. Los juramentos del PNP de amor y lealtad a la patria estadounidense provocan sospechas —en la Isla y en Washington— de que se trata de una simulación de astutos hustlers lumpen-burgueses. Véase la encuesta fatula de El Nuevo Día previa al plebiscito estadista de junio; predijo irresponsablemente una participación de 72 por ciento, fallando por 50 puntos.
Hace algunos años un fiscal afirmó ante los periodistas que «la corrupción en Puerto Rico tiene nombre y apellido: Partido Nuevo Progresista». Ahora el PNP difunde que no sólo él, sino el PPD y todos los demás son igualmente corruptos. Para esta difusión dispone de medios — El Nuevo Día y otros periódicos, noticiarios de WAPA y Telemundo, programas radiales—, mientras los movimientos sociales, el PPD, los independentistas y los socialistas no tienen medios comparables.
Recuérdese el montaje mediático que hicieron estadistas y favorecedores de la Junta de Control Fiscal —y algunos aliados— en 2016 para representar la UPR como un nido de corrupción y así lograr la destitución ilegítima y abusiva del Rector de Río Piedras —Carlos Severino—, quien se había pronunciado contra los recortes de la Junta y tenía criterios para enfrentar lo que se avecinaba y comunicación con los estudiantes.
La supuesta lucha contra la corrupción ahora es slogan oficial global; al señalarse una irregularidad se arma un gran escándalo. Sin embargo la corrupción ha sido común en la modernidad, pues el estado produce sus servicios e instalaciones mediante dinero y empresas privadas, y esta relación es maleable y ambigua. Los reclamos moralistas de pulcritud crecen justamente porque la corrupción aumenta con la globalización capitalista, la crisis de los gobiernos, la concentración de riqueza en menos manos, y la disminución intelectual.
Adalid de las privatizaciones, el PNP desmantela el institucionalismo económico y gubernamental instalado en los años 40. Desde los 90 acelera las políticas neoliberales, que exacerbó Luis Fortuño. La corrupción se inhibe con la institucionalidad, y está más a gusto con el mercado.
Como estadidad significa más fondos federales, muchos sospechan que a más fondos habrá más robo, y que la perspectiva de robo anima la esperanza de más fondos. La corrupción alcanza variados ámbitos: uso de la deuda pública para enriquecimiento particular, amenazas al sistema electoral, etc.
La cultura improductiva crece; abarca incluso la política, pues todos los grupos quieren grandes resultados sin trabajar para lograrlos. El Partido Popular busca una razón de ser, algún libreto; yace atontado, dividido y sin teoría. El PNP acostumbra paralizarlo y ponerlo a la defensiva fácilmente con sólo acusarlo de vínculos con la independencia y el socialismo. Hábil en el terrorismo mediático, ahora le basta alguna acusación de corrupción para que los Populares sucumban a la desintegración y el pánico. Le ayuda la inclinación chismosa y alborotosa de la prensa, obcecada con culpas individuales y evasiva de la información histórica.
Como ideología práctica, la estadidad es de gran utilidad para el colonialismo norteamericano. El grupo anexionista ha sido el más dispuesto y gustoso en aplicar represión contra las resistencias anticapitalistas y anticoloniales, tarea que también Muñoz cumplió fielmente.
Parece que Puerto Rico será territorio indefinidamente, y que la utopía estadista va por el camino del descalificado «ELA». No sería imposible la estadidad, sin embargo, si Washington la requiriera estratégicamente para enfrentar la izquierda en América Latina y el Caribe.
El anexonismo criollo es un mecanismo de poder que el imperialismo norteamericano reproduce y alimenta. Impide que se forme una voluntad colectiva puertorriqueña. Bloquea posibilidades de estrategias económicas autónomas, y por tanto la formación del país. No faltará quien lo describa dramáticamente como un tumor que debe ser extirpado. Pero se trata de un proceso sociocultural complejo; enfrentarlo requeriría una política radical de alianzas, amplitud de miras, e ilustración sobre la evolución de la cultura popular.
El PNP surgió a raíz del plebiscito de status de 1967, cuya papeleta representaba la estadidad con una palma, el ELA con una montaña y la independencia con una rueda. (Las organizaciones independentistas boicotearon el plebiscito, pero de pronto apareció un grupo dispuesto a representar la independencia.) Hizo suya la palma y ganó en 1968.
Se dijo que la mente del pueblo asoció la palma con las costas, donde ubican las grandes zonas urbanas que habitaban la nueva clase obrera, negros y mulatos, y grupos dinámicos y progresistas: profesionales jóvenes, estudiantes, científicos, técnicos, empresarios y mujeres activas en educación, gobierno, empresarismo. En cambio, la montaña significaría el pasado campesino que se iba para no volver.
La dicotomía, bastante mecánica, entre montaña y costa, fue elaborada después por el escritor José Luis González en su circulado ensayo «El país de cuatro pisos» (1979). Estudios más cautelosos evitan esta oposición simple y aprecian la interacción estrecha entre campo y ciudad, interior montañoso y costa, y actividades económicas, grupos raciales y tendencias culturales en todo el país.
Pero persiste un simbolismo en que lo urbano representa progreso, y el campo atraso. Muñoz había identificado agricultura con pasado y pobreza, e industria con futuro y abundancia. En la independencia, insistió literalmente, nos moriremos de hambre (en tanto se asociaba independencia con agricultura).
Quizá ayude más al estadoísmo lo suburbano posterior a los 70 (casas amplias y caras distanciadas entre sí, en grandes espacios), pues debilita los lazos sociales y aumenta las distancias entre la gente. El decaimiento de campo y ciudad ha coincidido con un crecimiento suburbano —promovido por la banca hipotecaria— que parece hacer de Puerto Rico una extensión de Florida.
Mientras lo urbano intensifica la interacción cultural y política, el suburb descansa en la vida individual, incluso aislada, solitaria y silenciosa. Se corresponde con el abuso del automóvil y con los expresos, shopping malls, megatiendas, gasolineras-comercios y espacios amplios e indiferentes entre los seres humanos.