El lenguaje, lo político y «la crisis» en Venezuela
Al menos a mí, que estoy convencida de la necesidad de un nuevo orden de las cosas, de mayor igualdad y mayor justicia, de verdadera libertad para todos, me interesaría una discusión que tome en serio esta premisa. La crítica al gobierno actual de Venezuela sin duda la haría desde ahí, desde la evidente insuficiencia que representa su quehacer estatal para lograr lo que dice proponer. Pero esa sería la crítica al gobierno de Venezuela, que no es la crítica medular ahora mismo. Los derechos civiles y el derecho a la protesta son importantes pero se ubicarían en un vacío de mera apariencia de neutralidad si no van inexorablemente de la mano del reclamo de los derechos sociales y económicos, de la igualdad social, lo que por años la situación interna y externa le ha negado a la mayoría del pueblo venezolano, y a la mayoría de la población mundial.
El reclamo de «libertad» (que he escuchado en varios videos de protesta) hace tiempo exige un nuevo significado, no el que se ha normativizado en el viejo debate oposicional de libertad individual versus igualdad colectiva. Ese debate es falaz. No puede haber libertad sin una sociedad igualitaria y por eso no es de extrañarse que cuando se persiguen políticas igualitarias estas chocan con la «libertad» vista desde el liberalismo económico y explotan confrontaciones como las de Venezuela. De ahí que lo que hace tiempo tiene urgencia no es defender o condenar a Maduro, al Estado venezolano o a las protestas o sucesos más recientes; el conflicto es evidentemente uno más profundo, que requiere poner sobre la mesa de manera transparente los entendidos que defendemos sobre los proyectos colectivos y a quiénes afectan o benefician. La plataforma que sirve de telón al enfrentamiento o a la torpeza del gobierno es la única plataforma que existe, a la que, dada su hegemonía, solo se logra reaccionar en sus propios términos y por eso controla el lenguaje desde el cual tenemos que hacer nuevas propuestas o reaccionar a lo que ocurre. Habría que rediseñar la plataforma.
Podría plantearse que el problema de fondo es que lo perverso de las políticas neoliberales que se cuestionan, quieren sustituirse con la perversidad del control del Estado. Pero esta distinción también es falaz. Ya la respuesta a lo hegemónico del mercado no es la hegemonía del control estatal porque no hay Estado fuera del mercado, es decir, la «razón de Estado» que antes lo ubicaba en contraposición al mundo de lo económico (Estado «interventor» o Estado «manos afuera») evidentemente cambió, ya «la razón de Estado» no es la soberanía frente a los individuos o a sus intereses; ni el reclamo de los individuos puede circunscribirse a la lógica de sus «derechos» frente al Estado. Lo que conocíamos como razón de Estado no escapa del mercado o la esfera económica a la que antes se contraponía (aunque fuera discursivamente) y ese es el escenario que enmarca toda contrapropuesta.
Por eso, la contraparte a la hegemonía del mercado no es el «Estado totalitario», es que el mercado ES lo totalitario porque ha colonizado todo espacio, incluso ha transformado lo político. Enfrentar esa lógica del «mercado totalitario» desde los conceptos tradicionales es inútil, enfrentaríamos un poder que ya no existe o no es protagónico, de ahí que diga que las alternativas carecen de lenguaje porque los conceptos han quedado vaciados de contenido. No estamos en 1950 y los retos son otros. Ya sabemos que el poder no está solo en el Estado y que ese concepto ha sido privatizado, en el sentido de su lógica operacional.
Si la política no es sino la forma que asume la administración del mundo del mercado y lo político requiere una re-apropiación de sus propios términos, partiendo de esta distinción una tendría entonces que hacer distinciones en los niveles del debate. El debate sobre «la política» sería un debate sobre apoyar o no a Maduro o a otro gobierno que administre en el juego de pies del capitalismo contemporáneo. El debate sobre «lo político», en cambio, requeriría entrar en asuntos más estructurales, acaso sobre lo que significaría o implicaría hacer más justicia igualitaria a la sociedad venezolana en el contexto actual. Lamentablemente, conviene ver «la crisis» como una entre el gobierno torpe y los que protestan y no sobre quienes se benefician del estado actual de cosas y quienes tradicionalmente (y hace mucho) sufren lo peor de la crisis estructural. La crisis que ha dejado el capitalismo contemporáneo requiere retomar lo último, a lo primero se le ha dedicado ya bastante tiempo.
Quizás, para mayor precisión respecto al caso venezolano, podría decir que lo que veo es que en este momento sí hace falta la voluntad para cuestionar y cambiar el status quo, como lo quiere cambiar la sociedad venezolana hace décadas. Yo apoyo esa pretensión de cambio, que requiere mucho más que decirlo, por supuesto. Por eso mi análisis sobre Venezuela, o de cualquier otro contexto similar, parte de esa óptica, de esa premisa, si se quiere. Programáticamente, el cómo hacerlo requiere revisitarse a la luz de los retos del presente (una nueva razón de Estado, por ejemplo); requiere crítica y discusión entre lo que hemos llamado las izquierdas (en todo su espectro).
Pero mi intuición es que hacer un llamado general a la defensa de la «libertad», los derechos civiles y el derecho a la protesta, con la comodidad de no tener que adentrarse en lo que está en juego en la escena contemporánea o más específicamente, en un escenario como el de Venezuela, es no solo más cómodo y con apariencia de neutralidad, sino que se hace desde las herramientas que el lenguaje del esquema prevaleciente permite, anquilosadas y de mecha corta. Yo re-enfocaría la discusión y la mirada, menos en el binomio Estado versus opositores (sin más) y más en las premisas y los valores que verdaderamente están (han estado) en juego, el jamaqueo de un orden de cosas que beneficia a los menos.