El Papa Francisco, jesuitas y derroteros del siglo 21
Tres tendencias históricas, una centenaria y dos emergentes, coincidieron a principios de este mes: la Compañía de Jesús lleva siglos labrando la educación y la comunicación; la naciente era –denominada comúnmente como la sociedad del conocimiento– también tiene la educación y la comunicación como dos de sus pilares; y gobiernos y movimientos progresistas en América Latina continúan fortaleciendo espacios económicos, políticos y culturales en contrapunto al capitalismo neoliberal prevaleciente en Estados Unidos y Europa Occidental. La coincidencia se dio cuando un grupo de 115 hombres– la mayoría de ellos europeos –nombró a un jesuita latinoamericano como máximo dirigente de la Iglesia católica apostólica romana, la institución más antigua y numerosa de la cristiandad.
No creo que este grupo de hombres –el Colegio Cardenalicio– tenía estas tres tendencias entre sus principales consideraciones al nombrar a Jorge Mario Bergoglio para ser el primer latinoamericano y jesuita a servir como Papa. Según fue ampliamente discutido en los medios, los miembros del Cardenalicio –la mayoría nombrada por Benedicto XVI, el Papa renunciante quien se caracterizó por un quehacer conservador y eurocéntrico– tenían ante sí el monumental desasosiego ocasionado por: convicciones y acusaciones de pedofilia contra sacerdotes en varios continentes; el encubrimiento de estos crímenes y otros abusos sexuales por la jerarquía de la iglesia; la corrupción administrativa en altas esferas del Vaticano; las investigaciones de ejecutivos del Banco del Vaticano por lavado de dinero; y la considerable pérdida de feligreses, particularmente en América Latina, el Caribe y Europa. En algunos análisis, esta masiva pérdida de feligreses es considerada la crisis más grande en la historia de la iglesia.
No obstante, es muy probable que las conexiones entre estas tres tendencias hayan recibido y recibirán amplia atención entre los que forjan las decisiones políticas del Vaticano. Deben, por lo tanto, también ser consideradas por aquellos de nosotros/as –católicos y no católicos– que estiman que la Iglesia católica tiene una papel sustancial en el futuro del Caribe, América Latina y el mundo.
Con un Papa jesuita, el Vaticano pudiera utilizar la amplia pericia de la Orden de Jesús en educación y comunicación para contribuir a definir atributos de la emergente sociedad del conocimiento. Esta pericia también pudiera ser utilizada por el Vaticano para fortalecer o debilitar los logros de movimientos y gobiernos progresistas en el Caribe y América Latina. ¿Qué tendencias de ese emergente orden contribuirá el Vaticano a fortalecer o obstaculizar? ¿Con qué fuerzas político culturales se alineará el Vaticano en la América Latina y el Caribe?
A continuación, presento algunos elementos de trasfondo para contribuir a la conversación sobre los posibles rumbos del Vaticano bajo el Papa Francisco.
Comunicación y educación desde el 1540
Desde que Ignacio Loyola fundó la Compañía de Jesús en 1540, esta orden ha enfatizado la comunicación y la educación. En uno de los documentos fundacionales redactados ese año, se afirma que la Compañía se funda “ante todo para atender principalmente… la propagación de la fe, por medio de predicaciones públicas, y ministerio de la palabra de Dios, …y concretamente por medio de la educación (www.jesuitas.info).
En la actualidad, los jesuitas tienen cerca de 200 universidades y más de 200 escuelas superiores en Asia, África, Australia, Europa y las Américas. En la sección sobre la educación superior de Congregación General 34, el documento que rige el pensamiento y acción de los jesuitas, se establece una conexión directa entre la universidad y las tendencias sociales: “Reconocemos que las universidades siguen siendo encrucijadas de crucial importancia social. …En ellas y a través de ellas tienen lugar importantes debates sobre la ética, los derroteros de la economía y la política, el sentido mismo de la vida humana” (www.jesuitas.info).
Si este reconocimiento de la universidad como espacio privilegiado de los debates sobre los derroteros sociales es apropiado en general, es particularmente atinado el uso de la palabra encrucijada (entendida como abanico de opciones que desafían fácil selección o como trampa) para designar a la universidad en la actualidad. Las instituciones de educación superior, particularmente las públicas, jugarán un papel clave en la delimitación de los renglones de la sociedad del conocimiento. En palabras de los autores del libro, La universidad latinoamericana del futuro:
Las posibilidades colectivas para acceder al conocimiento, las capacidades para crearlo o adaptarlo, difundirlo y usarlo de forma socialmente fecunda son demasiado escasas entre nosotros…
En semejante panorama, una condicionante fundamental del futuro del continente será la evolución que vivan sus universidades públicas.
En el contexto de su vocación educativa/universitaria, los jesuitas han destacado en su compromiso con el campo de la comunicación. A fines del siglo 16, acuñaron la frase eloquentia perfecta para designar a la retórica como centro del currículo. Pero esta apropiación iba más allá del juego elegante en el uso de la palabra, pues se entendía a la retórica más como una filosofía de vida que procuraba el desarrollo y uso de las destrezas de la comunicación para el bien común (America May16, 2011).
Sin abandonar estas raíces en la retórica, la praxis comunicativa de la Compañía de Jesús ha incorporado los desarrollos de los medios de comunicación de masas en los siglos 19 y 20 y el de la internet en el siglo 21. En la sección sobre comunicación de su documento rector (Congregación General 34) se reconoce que no todos los miembros de la Compañía pueden ser diestros en el manejo de los medios de comunicación pero se exhorta a que “todos deben conocer y tener en cuenta el lenguaje y símbolos, fuerza y debilidades de la cultura de la comunicación moderna¨ (www.jesuitas.info).
No sorprende, por lo tanto, que en América Latina los programas académicos de comunicación de mayor prestigio incluyen instituciones jesuitas como el Instituto de Estudios Superiores de Occidente (ITESO) en México y la Pontificia Universidad Javeriana en Colombia. Tampoco sorprende que parte significativa de la exploración de las dimensiones culturales de las tecnologías digitales, se esté realizando por entidades jesuitas, como por ejemplo el recién establecido Center for Digital Ethics and Policy de la Universidad de Loyola en Chicago.
Peter Casarella, un estudioso de a teología latinoamericana, resume las contribuciones centenarias de los jesuitas a la educación y comunicación, acentuando que ellos crean instituciones que cambian a los países y transforman las culturas (www.realclearreligion.org).
Pero este potencial positivo de la praxis comunicativa de la Compañía de Jesús tiene que ser atemperado no sólo con la crisis monumental de la Iglesia católica sino también con dos advertencias hechas por voces progresistas en el diálogo global: el papel del vaticano en la caída del bloque soviético y el desempeño de Jorge Mario Bergoglio como provincial jesuita en le época de la guerra sucia en la Argentina.
Sombras de la realpolitik
Carl Bernstein, uno de los reporteros que descubrió los crímenes que resultaron en el escándalo de Watergate, ha detallado (Time Magazine 24 de junio de 2001) el desempeño del Vaticano como uno de los principales participantes en la realpolitik –malabarismos maquiavélicos– que contribuyó al derrumbe del gobierno comunista en Polonia en la última década del siglo pasado, evento que inició el proceso de eventual desaparición del bloque soviético. Según Bernstein, en 1982 el Papa Juan Pablo II, de origen polaco, y Ronald Reagan se reunieron en la biblioteca del Vaticano y ahí comenzaron a planificar el apoyo a Solidaridad, la organización sindical polaca, con el propósito de contribuir a derribar el gobierno de Polonia.
Debido en gran parte al auspicio de esta alianza entre el Vaticano y el presidente de Estados Unidos, Solidaridad, una organización declarada ilegal por el gobierno, pudo suplirse con el equipo de comunicación necesario para la recopilación, producción y distribución masiva de mensajes impresos, radiales y en video. En breve, Solidaridad se pudo consolidar como un cuasigobierno clandestino. Los fondos, apoyo material y de inteligencia fueron provistos por la CIA, el Vaticano y sindicatos de Estados Unidos y Europa occidental. Esta colaboración entre el Vaticano y el gobierno de Reagan, denominada como una de las grandes alianzas secretas de todos los tiempos por uno de los participantes, logró su objetivo en sólo ocho años: para diciembre del 1990, Lech Walesa, dirigente de Solidaridad, fue electo presidente de Polonia.
Esta confabulación entre el Vaticano y Reagan ha sido un referente frecuente en el debate que se ha suscitado en los medios argentinos en torno al significado del nombramiento de Jorge Mario Bergoglio como Papa. Algunas de las preguntas de fondo en este debate son: ¿se prestaría el nuevo Papa para maquinaciones similares contra los movimientos y gobiernos progresistas de la América Latina? O, en formulaciones menos maquiavélicas: ¿Cómo utilizará el Papa Francisco los formidables conocimientos y recursos educativos y comunicacionales de la Compañía de Jesús (y del Vaticano)? ¿Qué fuerzas sociales y tendencias culturales en América Latina (y el mundo) recibirán el apoyo del Vaticano
Pistas para responder a estas preguntas se han buscado en la trayectoria de Jorge Mario Bergoglio como provincial jesuita durante las dictaduras sangrientas que gobernaron la Argentina entre el 1976 y 1983. Específicamente, se ha inquirido minuciosamente sobre su responsabilidad en el secuestro y tortura de dos sacerdotes jesuitas. A pesar de señalamientos persuasivos por parte del periodista Horacio Verbitsky (en varios artículos publicados en Pagina12 y en el libro, El silencio) y otros que implican a Jorge Mario Bergoglio en el secuestro de los dos sacerdotes, figuras tan destacadas como Adolfo Pérez Esquivel, Premio Nobel de Paz en 1980 y Leonardo Boff, destacado expositor de la teología de la liberación, han afirmado que Bergoglio no colaboró con las dictaduras.
Esta ambigüedad es posiblemente la característica distintiva del comportamiento de Bergoglio durante la guerra sucia. Así lo afirma Rodolfo Yorio, hermano de uno de los dos jesuitas secuestrados y torturados por los militares en el 1975: “Conozco gente a la que ayudó. Eso es lo que revela sus dos caras y su proximidad con el poder militar. Era un maestro de la ambigüedad. Cuando el Ejército mataba a alguien, Bergoglio se lo sacaba de encima, cuando se salvaba alguien, era él quien lo había salvado. Por eso hay gente que lo ve como un santo y otra que le teme”.
Irónicamente, el documento rector del quehacer de los jesuitas (Congregación General 34), reconoce la ambigüedad como una de las características que define la era contemporánea, denominada la cultura de la comunicación. Según el documento, a pesar de los innumerables aspectos positivos que nos brinda esta nueva cultura, “el desarrollo exponencial de los instrumentos de comunicación está lleno de ambigüedades. Los medios de comunicación y su lenguaje propio resultan usados y manipulados con frecuencia de forma no democrática para fines negativos y efímeros”.
En lo inmediato, el Papa Francisco tiene en sus manos importantes claves para la articulación de las tres tendencias históricas que se dieron cita con su nombramiento. Resta por ver si seguirá como maestro de la ambigüedad.