El poder y su extrañeza
Dentro de esa extrañeza sobresale aquella primera fantasía sobre la inauguración más concurrida en la historia de las inauguraciones presidenciales seguida por la otra sobre la administración con “más logros” en sus primeros cien días; y eso de que las cumbres con Corea del Norte han sido fructíferas; que la guerra tarifaria no socavaba las ganancias de los agricultores; y que hay avances en las negociaciones con China.
Trump es como Beelzebú: casi no hay verdad en él.
En la percepción relampagueante del presidente, donde los hechos son centellazos destinados a la evaporación instantánea tan pronto tocan sus sentidos auditivos y visuales, él tiene autoridad para ordenarle a empresas norteamericanas que salgan, de inmediato, de China.
La guerra tarifaria era “fácil de ganar”, según Trump. Tan fácil que ya ha representado pagos de 28 billones a los agricultores victimizados. Dicho de otra forma: el partido del “libre mercado” y “libre comercio” impone tarifas y entonces utiliza el dinero público para subsidiar a las víctimas de sus políticas, pero solo si tales víctimas son votantes republicanos. De acuerdo al Environmental Working Group, el subsidio federal ha beneficiado, en su gran mayoría, a los agricultores ricos y blancos.
En transparencia, Trump no quiere imposición de nuevas tarifas en octubre porque, en concesión a la realidad, habría aumentos de precios durante la época navideña.
El cabaret continúa y Trump se adentra en las sutilezas meteorológicas para asegurar que el huracán Dorian era un peligro para Alabama. Los meteorólogos de verdad lo refutan. En la próxima escena, aparece Trump con un mapa de huracanes, visiblemente alterado a mano, para cambiar la trayectoria de Dorian y dirigirlo hacia Alabama. Y nada menos que Mick Mulvaney, el “acting” jefe de personal de la Casa Blanca, “acting” porque no hay nadie en propiedad, llama al Secretario de Comercio, Wilbur Ross, para que a su vez se comunique con NOAA, y obligue a los científicos a validar a Cantinflas. Lo cual Ross hizo y un oficial de NOAA obedeció las órdenes.
También ocurre que Mike Pence visita a Irlanda y se aloja en uno de los hoteles del presidente, localizado a 180 millas de sus reuniones en Dublín. En la lógica de Pence, esto nada tiene que ver con el enriquecimiento de su jefe.
Cabaret, burlesco, y transparencia: todo esto ocurre ante las cámaras.
Y lo transparentemente siniestro: una corte tiene que ordenarle a Trump y a sus adláteres la entrega de dentífrico y jabón a los niños que su administración tiene enjaulados en la frontera.
Y lo uncanny: la pasada Secretaria de Homeland Security, Kirsten Nielsen, no quiso contestar si Noruega, el país de donde Trump explícitamente desea inmigrantes, tiene una población mayoritariamente blanca. A la pregunta del senador demócrata por Vermont, Patrick Leahy,
“Norway is a predominantly white country, isn’t it?”, ella contestó
“I actually do not know that, sir, but I imagine that is the case.”
Algo todavía más extraño: ¿qué puede explicar que un funcionario cubra el nombre de John McCain en un buque de guerra que lleva su nombre para evitar que a Trump le entrara un sulfuro?
Y esa dimensión donde la extrañeza actúa como agente de Beelzebú y revoca un programa que permitía a inmigrantes recibir tratamiento médico en Estados Unidos.
Para el reality show Trump, convencido de que puede legislar por tuit, la presidencia es una secuencia de episodios donde él imagina, hilvana y actúa su propio libreto. Eso podría explicar las “cumbres” y la obsesión con sus “rallies”, siempre en lugares amistosos, la mayoría en el sur. Podría explicar, porque lo extraño es lo fugitivo de las explicaciones.
Como en el “reality show,” lo importante es el entretenimiento visual, poco importa si eso de “make America great again” está en perfecta armonía con el choteo de información confidencial.
En un episodio revelado en días recientes, la inteligencia norteamericana sacó de Rusia a uno de sus agentes encubiertos por temor a que Trump diera tal información a Putin. Ya en mayo de 2017, con apenas cinco meses en la presidencia, Trump compartió información confidencial con el embajador ruso de visita en la Casa Blanca. En aquel momento, el Washington Post reportó lo siguiente:
“The information the president relayed had been provided by a U.S. partner through an intelligence-sharing arrangement considered so sensitive that details have been withheld from allies and tightly restricted even within the U.S. government, officials said.
The partner had not given the United States permission to share the material with Russia, and officials said Trump’s decision to do so endangers cooperation from an ally that has access to the inner workings of the Islamic State. After Trump’s meeting, senior White House officials took steps to contain the damage, placing calls to the CIA and the National Security Agency.” (Washington Post, 15 de mayo de 2017).
Fue ese choteo la causa de lo que el lenguaje de la inteligencia llama “extracción,” y que solo quiere decir que sacaron al espía que tenían cerca de Putin. Según CNN,
“A person directly involved in the discussions said that the removal of the Russian was driven, in part, by concerns that President Trump and his administration repeatedly mishandled classified intelligence and could contribute to exposing the covert source as a spy.” (CNN, 9 de septiembre de 2019).
Por esas “extrañezas” de lo oscuro en el mundo del espionaje, el espía resultó estar viviendo, bajo protección gubernamental, en el área de Washington.
Y algo más ominoso, para la confidencialidad, una fuente anónima revela que Trump ha hecho una promesa cuestionable al nuevo presidente de Ucrania, y de tal seriedad que tal fuente consideró que el Inspector General de las agencias de inteligencia y el Congreso deben intervenir.
Ya concluyendo lo que no tendrá fin hasta que salga de la presidencia, Trump le pidió a Netanyahu que impidiera la entrada de dos congresistas demócratas, ambas islámicas, a Israel. Y luego propala el infundio de que una de esas congresistas celebró y hasta bailó de alegría ante el ataque ocurrido en Nueva York el 11 de septiembre americano, para distinguirlo de aquel otro 11 de septiembre donde Estados Unidos supervisó el derrocamiento de Salvador Allende.
Tres conclusiones ya pueden justificarse.
Primero: Estamos ante un poder que transparenta su holgura en la arbitrariedad, el poder que busca paralizar construyendo un universo alterno y repetirlo hasta que los de afuera, cuya realidad no se ajusta a la descrita por los tuits ni a la propaganda de la primera estación soviética en Estados Unidos, Fox News, sucumban al desconcierto. Que lo logre, es otra cosa.
Segundo: No es solamente Trump. Presenciamos una red de funcionarios, todo un partido nacional, la prensa amarilla de la derecha, y millones de personas que se sienten envalentonados para escupir la oscuridad de sus entrañas.
Tercero: En la construcción teórica más imponente sobre el poder, el Leviatán de Thomas Hobbes, el soberano produce esa dimensión del awe, la parálisis que unifica lo reverente con lo amedrentador. Pero ese awe estaba basado en algo material, en la monstruosidad de una artificialidad en sí misma intimidante, que era la concentración de voluntades individuales, nunca anuladas, en un centro con el monopolio de la espada. El awe es también fachada, imagen que paraliza para evitar, idealmente, el uso del terror. Pero, de nuevo, la fachada tiene una base fáctica, que es el covenant, el pacto y la necesidad de proveer la seguridad que todos los miembros del nuevo orden civil anhelan. Con Mr. Magoo Trump, el poder es también una imagen, pero destilada desde el burlesco como espacio de mofa de barreras éticas y constitucionales.
En lo más reciente: los abogados de Trump alegan que él no puede ser investigado por posibles actos criminales, porque eso sería inconstitucional. La imagen y sus fulastrerías decretan su derecho a estar por encima de la ley y de las normas constitucionales.
Y en el prólogo de un epílogo: la transparencia siempre seguida de sus ocultamientos degeneró en gula, en lava calcinante que hoy inunda la prensa escrita, las imágenes televisivas y la jungla digital. La violación explícita, cavalier, de la ley que prohíbe conspirar con fuerzas foráneas para intervenir en las elecciones nacionales, quedó recogida en el record escrito de la conversación de Trump con el presidente de Ucrania, Volodymyr Zelensky. La Cámara de Representantes ha iniciado una investigación sobre un posible juicio de residenciamiento contra Trump, el tercero en la historia de Estados Unidos.