Elogio para una antología
La antología Encuentro en el territorio de Rodríguez Juliá, editada impecablemente por Christopher Powers Guimond y Beatriz Cruz Sotomayor y publicada con esmero artesanal por la Editora Educación Emergente, reúne los ensayos presentados en el Encuentro Edgardo Rodríguez Juliá de 2019 sobre la obra del prolífico escritor puertorriqueño y caribeño.
Una obra, un archivo, una antología. Lo que aparece como el resultado impreso de una labor solitaria de un espíritu descolocado, esconde en su fondo una profunda reflexión de cinco décadas ininterrumpidas sobre la cultura de lo puertorriqueño y lo caribeño, del arte y la literatura, y de la modernidad insular vivida entre opacidades. Suele pasarnos desapercibida la fatiga oculta del proceso; también el tiempo vital dedicado a una obra con las zozobras que la creación provoca, y los tropiezos de escribir desde la marginalidad caribeña. Por eso, este elogio obligado para una antología que rescata un archivo, que rescata una obra, que rescata un autor.
La antología Encuentro en el territorio de Rodríguez Juliá*, editada impecablemente por Christopher Powers Guimond y Beatriz Cruz Sotomayor y publicada con esmero artesanal por la Editora Educación Emergente, reúne los ensayos presentados en el Encuentro Edgardo Rodríguez Juliá de 2019 sobre la obra del prolífico escritor puertorriqueño y caribeño. Qué duda cabe que Rodríguez Juliá es uno de nuestros principales escritores e intérpretes de la ciudad y las paradojas del cambio social de la modernidad colonial puertorriqueña; de la oquedad política y la memoria desdibujada por los raptores de la historia que no se cuenta; de la microhistoria que se vive y se escribe en el cafetín, en la fonda, en el parque y en los márgenes sórdidos de la ciudad. La antología captura al observador intencionado que es parte de lo observado, al sismógrafo que detecta los huecos de la cultura y sus superficies falsas, y, lo que más admiro de él, la valentía para nombrar con la palabra incómoda, sin temor a la cancelación de las tribus ni búsqueda de lisonjas. Varios detractores suyos en la ciudad letrada (que los tiene y él lo sabe), pienso que priman en su contra al argumento ad hominem, sin estimar con generosidad los valores de una escritura original que trasciende la localidad para enunciar sobre la cultura, el arte y la literatura, y colocar lo puertorriqueño en el ancho mapa caribeño y latinoamericano. El cuerpo, el racismo, el deseo y la memoria ocultada son universales existenciales que habitan en tensión en el territorio de Rodríguez Juliá, junto al arte de la literatura universal y la música sublime (y popular), del mundo de las imágenes pictóricas y el de las ideas. También la cultura popular con sus manifestaciones espontáneas coexiste en sus escritos con la llamada alta cultura, y la palabra zafia cohabita con la estética neobarroca de sus primeros trabajos. Los ensayos de esta antología tejen, pues, esas tensiones entre el observador perceptivo y el escritor reflexivo, entre la estética y la marca intelectual de su escritura.
Disfruto de la grafía pulida del escritor Rodríguez Juliá y de la provocación que incita, tantas veces, a la respuesta visceral. Disfruto del observador alerta que captura los giros peculiares de la oralidad y los díceres de una población que retratan sus condiciones de vida asimétricas; disfruto del testigo de la ciudad, a veces intuitivo e introspectivo, a veces juicioso y sentencioso, a veces, contrariado y perturbado, pero siempre reflexivamente honesto. Posee una obra hecha, curtida, testimonial de su vocación de escriba, y el compromiso de vida con el arte de enlazar bellamente las palabras y la densidad en las ideas.
El archivo que incita el Encuentro es el registro de una memoria organizada fundada en el principio de la cultura de la documentación para desplazar a la cultura de la indiferencia. Todavía recuerdo con nostalgia las primeras conversaciones con el autor sobre el diseño de aquella Sala, contigua a otras salas dedicadas a la cultura letrada puertorriqueña, que registraría sus tortuosos procesos escriturales: “palpar el tejido del proceso creativo” (p.38), en palabras de Beatriz Cruz, custodia del archivo. Allí quedarían conservados sus manuscritos, correspondencia, libros, fotografías y piezas de arte que iluminarían la génesis, el contexto de creación y la obra que preserva al autor. Sabemos que ni almacenar ni digitalizar es preservar. El originario instinto de conservación no es un atributo de los objetos, sino de los humanos, y no hay conservación de archivos sin ciencia de los materiales y sabiduría sobre su valor; tampoco sin la voluntad de cultura. La antología sobre el Encuentro en el archivo, por cierto, es un modo particular de preservar –o de promover su preservació– porque muestra la pragmática de sus usos, las reflexiones significativas que provoca y la obligación moral de desafiar el olvido.
Encuentros en el territorio Rodríguez Juliá comienza con una introducción puntual y didáctica de sus editores, Christopher Powers y Beatriz Cruz, sobre las etapas de la escritura del autor, la intimidad del archivo y el tejido que enlaza la colección de ensayos. Un texto muy breve del propio autor, titulado “La loca Sala de mi casa”, inicia la primera parte de “Escribir contra el olvido”. Es un corto escrito, singular, que le permite al autor situar su proyecto imaginativo, el espacio privado en el espacio público, y testimoniar las frustraciones de su generación del ‘70 ante el desdén por nuestras letras. “Que nos se nos diga que todo ha sido una equivocación”, cito a Rodríguez Juliá, “al haber destinado nuestras vidas al cultivo de una semblanza de nuestra humanidad como puertorriqueños.” (p.33) La primera parte de la antología contiene, además, dos ensayos de sus editores: “Crónica de una vida literaria” de Beatriz Cruz que relata la imbricación de la subjetividad soberana del escritor con los significados de sus objetos literarios, y detalla los contenidos del archivo documental que ella custodia. Somos varios los endeudados con la generosidad de Beatriz Cruz y su dedicación desprendida por nuestros trabajos. En el segundo ensayo de Christopher Powers, titulado “Uncanny voices in the Archive”, el autor comparte la impresión críptica, tal vez siniestra, de su experiencia frente a objetos extraños en el archivo, como el Pandemonium que ilustra bellamente la portada de la antología, que le sirve a Christopher Powers para explorar las obras del joven Rodríguez Juliá –La renuncia del héroe Baltasar, La noche oscura del Niño Avilés y El camino de Yyaloide– y que reaparece en obras más recientes como en La piscina y El espíritu de la luz. Powers captura la voz barroca, misteriosa, que el archivo le evoca para una lectura alegórica de lo que podría ser leído como el misterio del arte en la obra de Rodríguez Juliá.
La segunda parte de la antología, “Navegar el laberinto”, reúne varios ensayos con gran densidad literaria donde lo tópico es el escritor en la ciudad. Carolina Sancholuz nos habla de la ciudad como texto, la ciudad fundada por la escritura, donde la cartografía y el relato se entrelazan. San Juan, ciudad soñada es el lugar de la memoria fragmentada de la niñez a la adolescencia, y de la ciudad universitaria; también, el espacio de las novelas policiales con su lado tenebroso, donde el paseante urbano se desplaza cinematográficamente; es la ciudad de las crónicas mortuorias, en las que un “sujeto testimonial” reporta las imágenes de su experiencia sobre el no-ser. En un segundo ensayo sobre las ciudades antropoides, San Juan y Río de Janeiro, Dalia Stella González nos habla de la metafísica del espacio y cómo estos llegan a poseer cualidades antropomórficas. La autora propone leer “Flying to Río” en el Cruce de la Bahía de Guánica y la novela Sol de medianoche como textos fundacionales del “antropomorfismo urbano latinoamericano” (p.101), lo que convierte a Rodríguez Juliá en precursor de esa rica tendencia que trasciende nuestra localidad. Cezanne Cardona reseña, en un texto muy hermoso de la antología, Tres vidas ejemplares del Santurce Antiguo, una obra que oscila, dice, entre “lo citadino y lo provinciano”, “la crónica y la biografía”, de tres personajes antillanos que dejan caer fragmentos recogidos por el escritor para reconstruir, como el jarrón de Walcott, la imposible “simetría intacta”. Siempre me impresiona cómo Cezanne hala con su imaginación lo anecdótico ocasional para colocarlo en la coherencia de un texto. El escrito final de esta segunda parte, “Navegar el laberinto”, es el trabajo del estudioso de la obra de Rodríguez Juliá, Benjamín Torres Caballero. El ensayo trata, igualmente, sobre Tres vidas ejemplares, pero explora la intratextualidad o continuidad de los textos, la idea de unidad del tejido escritural, como corpus, y su intertextualidad o presencia de otros textos con los que se comunica. La aportación de Benjamín Torres es, pues, el clásico ensayo académico, pulido en la praxis del investigador puntilloso: serio, perceptivo, inteligente.
“Movilizar la nostalgia” es el título literario de la tercera parte, donde se tratan algunos imaginarios que el recuerdo evoca y regresan como nostalgias. René Rodríguez, Rebeca Franqui y Luz Nereida Lebrón examinan algunas crónicas y novelas más recientes del autor. Cuerpos y corporalidades son temas obligados en la obra de Rodríguez Juliá. René Rodríguez enlaza los cuerpos y sus representaciones en las crónicas, Una noche con Iris Chacón y El entierro de Cortijo, así como en la novela El espíritu de la luz, con los discursos identitarios. Son la base somática, diría, –los cuerpos y las miradas sobre ellos– que comunican discursos sociales y culturales, y son la frontera entre lo público y lo privado. El concepto de las corporalidades (o representaciones) de René Rodríguez pienso que brinda aperturas fructíferas para ahondar en otros textos del propio Rodríguez Juliá, o en la intertextualidad con sus interlocutores. El ensayo de Rebeca Franqui sobre la memoria histórica en las crónicas, El entierro de Cortijo, Las tribulaciones de Jonás y Puertorriqueños, es un texto de las formas breves que tanto me apasionan, en el que ella delinea un hilo conductor que podría prolongarse a todas las crónicas de Rodríguez Juliá. Es la memoria de la modernidad acorralada la que Franqui destaca, el cambio dentro de “la charca” cenagosa de Zeno Gandía, la memoria del observador perturbado por la incoherencia de lo hecho a medias. Finalmente, el ensayo de Luz Nereida Lebrón sobre los espacios representados en la novela La piscina (la casona, el soberao, la biblioteca, el parque de pelota, la piscina), trata, igualmente, el tema de la modernidad frustrada y el sueño de la “gran familia puertorriqueña”. Luz Nereida busca los rastros de la poética de los espacios vividos, de los que hablaba Bachelard, para oponerlos al imaginario de la urbanidad prosaica y la caricatura de la modernidad.
La cuarta, y última parte de la antología, que lleva como título “Contextos y trasfondos”, incluye un ensayo reseña de Chritopher Powers sobre tres libros recientes –de Carolina Sancholuz, Benjamín Torres y Jaime Martell– dedicados a la obra de Rodríguez Juliá. Son textos que exploran la intertextualidad, el proyecto literario en el mapa caribeño y latinoamericano, y la relación del escritor con notables tradiciones literarias. Resulta ser una reseña pertinente porque abre la puerta a otros estudios sobre la conexión de la obra de Rodríguez Juliá con el ancho mundo literario con el que se comunica. Recordemos que ha publicado mapas de sus lecturas y pasiones literarias, lo que permitiría otras exploraciones significativas de su relación con la rica literatura caribeña y latinoamericana.
La antología de ensayos, que hoy celebramos, es un noble homenaje a una obra de vida valiosa que, si bien todavía en progreso, es de suyo orgánica, una especie de “totalidad destotalizada”, para usar la paradójica frase de la Crítica de la razón dialéctica. Pese a la indiferencia ofensiva que suelen padecer nuestras letras y nuestros intelectuales, creo que la obra de Edgardo Rodríguez Juliá ha sido generosamente acogida y criticada; por cierto, una de las más comentadas de todos nuestros escritores. Esta solidaria antología de universitarios letrados viene a ser, por tanto, un testimonio y un consuelo, una caja de resonancia para elogiar y una aurora para celebrar.
* Ensayo leído en la Academia Puertorriqueña de la Lengua Española dedicado a la obra y al archivo de Edgardo Rodríguez Juliá.