Entre el papel o la pantalla
“Dicen que soy un gran escritor. Agradezco esa curiosa opinión, pero no la comparto. El día de mañana, algunos lúcidos la refutarán fácilmente y me tildarán de impostor o chapucero.» Jorge Luis Borges
Esas palabras de Borges, dichas cuando ya estaba encumbrado en la fama, aunque delaten su característico humor, quizá hubieran sido distintas cuando iniciaba su carrera como escritor. Y es que iniciarse en ese universo editorial, bien sea para publicar escritos de ficciones, ensayos o poemas, sigue siendo algo así como lanzarse a la intemperie en medio de una tormenta. Y si en el pasado, cuando reinaba la tinta sobre el papel, publicar era una tarea ardua (desde interesar a una editorial hasta la de promocionar el libro- aquí los “agentes literarios” han sido prácticamente inexistentes) publicar hoy día sigue estando bajo el mismo pronóstico: nublado y tormentoso.Aclaremos. Si bien es cierto que ahora las redes sociales, a través de la auto-edición, han facilitado el proceso y abaratado los costos de publicación, al considerar por un momento el libro como mercancía, parecen haberse ceñido hoy sobre el libro los mismos males que aquejan nuestra economía. Dentro nuestra economía, descrita recientemente por la revista The Economist como “la Grecia del Caribe”, se entendería entonces que la industria editorial estuviera también igualmente aquejada, cubierta ahora por la humareda de aquella legendaria biblioteca de Alejandría. El horno hoy, como decían antes, no estaría para bollos, ni tampoco para libros.
Pero frente a todos esos pronósticos tempestuosos, y como para desmentirlos, basta con aproximarse a nuestras librerías (aún después del cierre de Borders). Exhiben sobre sus mesas abundantes portadas de libros, de autores publicados y conocidos, pero también novedades de jóvenes escritores, publicadas muchas de ellas por nuevas editoriales. Actividades como la recién celebrada Feria Internacional del Libro o el Festival de la Palabra parecían dar la imagen de una efervescente producción literaria y una bullente gestión editorial. Hasta un escritor visitante reseñó el Festival para el diario El País con el título, “San Juan era una fiesta”, en clara alusión al famoso Paris de Hemingway.
Pero una vez concluidos aquí los festivales y las ferias, hasta cuándo, podemos preguntarnos, durará la fiesta. Cierto, se ofrecieron talleres de lectura y escritura para estudiantes; y también algunos escritores dictaron charlas en escuelas. ¿Pero se habrá logrado despertar la vocación latente por la escritura y la lectura en algunos de esos jóvenes? Una vez pasado el glamour de los festivales, ¿se mantendrá vigente esa vocación? ¿Veremos mañana sobre las mesas de nuestras librerías las publicaciones de algunos de esos jóvenes tocados por esos festivales? ¿O acaso se disipará ese interés inicial, alejándose como arcoíris pasajero, sin dejar huellas sobre el papel o la pantalla tras toparse con esos nubarrones siempre presentes a la hora de escribir y publicar?
Una reseña sobre la reciente Feria del Libro de Fráncfort, aparecida en El País (“La autoedición explota en Fráncfort”12-X-13) bajo la firma de Carles Geli, quizá nos pueda ayudar a contestar algunas de esas interrogantes y brindar pistas sobre las nuevas tendencias en el mundo del libro y entre los escritores. Afirma, sin lugar a dudas, que la edición “on demand” y autoediciones han llegado para quedarse. Aclara, sin embargo, que todavía los modelos de autoedición no están demasiado claros, pues hay, “tanta variedad de propuestas como cabezas tiene una hidra”. Como prueba del crecimiento de ese mercado señala la adquisición por parte de gigantes, como Peguin o Haper-Collins, de portales como Author Solutions.
Aunque el advenimiento y penetración de esas nuevas tecnologías son un soplo de aire fresco para los autores, falta todavía mucho terreno y quizá también tiempo para ver desplazado el libro tradicional por la pantalla. Porque, a juicio ahora de este lector que aquí escribe, muchas de esas tecnologías no han logrado superar la calidad de libro impreso por editoriales: empezando por las portadas y siguiendo por la diagramación, la textura del papel, el tipo de letra y hasta el espacio entre líneas por donde el texto respirará o podrá ahogarse y dificultar así su lectura. Aunque, qué duda cabe, la auto publicación tiene el mérito innegable por parte del autor de ir contra la corriente, e independizarse de intereses puramente económicos por los cuales se rigen muchas veces las casas editoras.
Pero ahora tampoco se trata de revivir aquella antigua polémica del pasado cuando la imprenta irrumpió sobre el scriptorium, y el libro impreso comenzaba a reemplazar al manuscrito encuadernado. Y tampoco se trata ahora, como afirman algunos, de un mero cambio de soporte: de la edición en papel a la de la pantalla. Se trata más bien de un fenómeno ampliamente reseñado de sobre cómo influye y cambia el proceso de leer al migrar el texto del papel a la pantalla. El escritor Nicholas Carr ha sido uno de los críticos más elocuentes del efecto del internet sobre la lectura. “Los medio-afirma en un artículo publicado en el 2008 en la revista Atlantic Monthly-no son canales pasivos de información, pues moldean el proceso de pensar…Ahora pienso y leo en stacatto…nunca más podré leer La Guerra y la Paz… hasta un blog de tres párrafos es demasiado para poder absorber.”
Y algo de esa añoranza por el libro impreso se recoge también entre los jóvenes escritores congregados recientemente en aquella Feria del Libro de Fráncfort. En el artículo de El País sobre la Feria, citado arriba, se incluyen estadísticas sobre la opinión de los propios autores acerca de la autopublicación. La mayoría admite que auto publica por diversión o porque es muy fácil; pero casi la mitad de estos autores admite que no volverán a repetir la experiencia. Y concluyen con una confesión:
“no suele contarse: a todos les gustaría ver su libro en papel y saben que es un sucedáneo, y que la visibilidad en la Red requiere estar en infinidad de plataformas y una inversión publicitaria más costosa de lo que uno se imagina.”
Cuatro siglos atrás, cuando el libro impreso había dejado atrás al manuscrito encuadernado, Cervantes también confesó que el haber estado preso le ayudó a desarrollar la paciencia necesaria para bregar más tarde con editores y libreros. Y al parecer esa paciencia sigue siendo igualmente necesaria hoy día en el momento cuando los escritores se lancen a publicar y decidan si hacerlo entre el papel o la pantalla.