Ética y política: a propósito del retiro de los maestros
En toda coyuntura histórica, en toda crisis, siempre hay más de una alternativa para enfrentar la situación. En la crisis de los años 30 la disyuntiva parecía ser “socialismo o barbarie”, pero no se impuso ni el socialismo ni el fascismo. Había otras alternativas y la que prevaleció en Estados Unidos y Europa después de la Segunda Guerra Mundial fue la del capitalismo keynesiano con su pacto de ingreso/productividad, las uniones y la negociación colectiva con sus planes de retiro y otros beneficios, el seguro social y por desempleo y otros mecanismos de asistencia social.
A pesar de que diversos sectores sociales quedaron fuera de este arreglo institucional, este permitió una era expansiva de producción y consumo que Eric Hobsbawm llamó la “era dorada” del capitalismo. La producción en masa fordista y la regulación del estado keynesiano llegó a su límite y entró en crisis (con consecuencias negativas que se han discutido a la saciedad) durante los 70 y desde los 80, con el ascenso de Margaret Thatcher y Ronald Reagan, asistimos a la crisis y reestructuración llamada neoliberal del capitalismo, que ha implicado un desmontaje de los arreglos institucionales de la era keynesiana: las uniones y la negociación colectiva, los planes de retiro, el seguro social, entre otros. Hay que reconocer que estos arreglos entraron en crisis y que requieren reformulaciones o transformaciones sustantivas. Es decir, no se trata de “volver” al keynesianismo como si nada hubiera pasado. El keynesianismo llegó a su límite, se agotó y no se puede resucitar ese muerto. Ese buque se hundió. Y el statu quo es insostenible. Hay que llevar a cabo transformaciones profundas. Pero las preguntas son: ¿En qué dirección deben hacerse estas transformaciones? ¿Para qué son los cambios? ¿Cuáles son los objetivos de estas transformaciones? ¿En beneficio de qué o de quién se deben hacer?
Hay una tendencia marcada a ver la crisis y la reestructuración económica como una cuestión “técnica”, a reducirla a un asunto meramente burocrático de números que atañe solo a los “expertos” y, por tanto, a despolitizar la discusión del problema que enfrentamos. Esto me parece profundamente equivocado. “Si no hacemos esto el retiro colapsa”, “no tenemos otra alternativa”, “estamos obligados a hacer esto”. Falso. Siempre hay otras alternativas. Todo siempre puede ser de otra manera. Por supuesto que la crisis fiscal y presupuestaria tiene que resolverse. Pero cada ajuste «numérico» tiene implicaciones éticas y políticas ineludibles. La pregunta no puede ser únicamente cómo se cuadra el déficit. Esta pregunta tiene que calibrar la dimensión ética y política de la alternativa que se implementa. Me parece que esta debería ser parte fundamental de la discusión en el caso de los llamados “ajustes” al retiro de los maestros del sistema de educación pública. ¿Sobre quiénes recaen los «ajustes»? ¿Cómo se afectan estos sectores? ¿Degradan más las condiciones de vida de los afectados? ¿Son equitativos o justos en términos sociales? ¿Qué efectos tienen las medidas que se toman sobre el conjunto de la sociedad? (En este caso, sobre lo que queda de la educación pública.) ¿Qué otras alternativas son posibles? ¿Cuáles son las prioridades fiscales y presupuestarias del país si partimos de los efectos éticos y políticos de las políticas públicas? En fin, ¿quién y cómo se decide la política pública y bajo que parámetros ético-políticos?
Es cierto que el país ha vivido por décadas un falso sentido de prosperidad montado en buena parte sobre el endeudamiento privado y público. Pero, ¿por qué a la hora de hacer los “ajustes” para salir de la crisis, la soga parte por lo más fino? ¿Por qué siempre se le pide «sacrificio» a los mismos sectores sociales mientras que a los que especulan y se lucran con la crisis no se les pide que «sacrifiquen» nada? Dentro de la lógica de la reestructuración neoliberal del capitalismo ha estado claro que, aquí y en otras partes del mundo, el conjunto de las medidas de «ajuste» de la crisis económica y sus efectos negativos se ha dado de manera desproporcionada sobre los sectores asalariados y sectores aún más desfavorecidos económica y socialmente. Esto ha contribuido a un aumento dramático de las desigualdades económicas y sociales. Ha sido el capital quien ha impuesto unilateralmente los ajustes que favorecen la libertad del mercado, la privatización y la especulación financiera y que han degradado más las condiciones de vida de la mayor parte de la sociedad, creando vertiginosamente lo que se ha llamado poblaciones excedentes.
A diferencia de otros momentos de crisis, como la década de los 30 en la que se creó —producto de la lucha desde abajo y la reforma desde arriba, vía la negociación— el «estado benefactor», la reestructuración capitalista actual se ha impuesto duramente sin negociación alguna y sin concesiones a los asalariados y a otros sectores. La lógica neoliberal implicó romper los pactos sociales del capitalismo keynesiano del período posterior a la Segunda Guerra Mundial y reestructurar el capitalismo degradando las condiciones de vida de las mayorías, ensanchando la desigualdad social y económica. Hemos pasado así del estado benefactor o asistencial, con todos sus problemas y contradicciones, al estado de todos contra todos que reina bajo el neoliberalismo, y el resentimiento social que este promueve contra “la dependencia”, “los cuponeros”, “los vagos”, “los empleados públicos” y otros tantos. En este sentido, el neoliberalismo es una contrarreforma a la reforma capitalista que en su momento implicó el estado keynesiano. Su forma idónea de regular poblaciones es una vuelta a las formas irrestrictas de dominio del mercado de un capitalismo salvaje e hiperindividualista en el que cada cual tiene que autogestionar su sobrevivencia lo mejor que pueda. Es decir, donde impera la lógica insolidaria de sálvese el que pueda como pueda. En esta lógica neoliberal se inscriben tanto el Partido Nuevo Progresista (PNP), como el Partido Popular Democrático (PPD), e incluso los sectores “soberanistas”.
El capital se ha impuesto por la fuerza ante la debilidad de los sindicatos, de las izquierdas y de las mayorías sociales. Pero esta salida a la crisis no era ni es la única posible. Esta crisis no es un problema “técnico” de los “expertos”, sino uno ético y político que nos plantea un serio reto democrático a todos los ciudadanos.