Fragmentos sobre el triunfo del fracaso
For they were outside… running and dodging the forces of history instead of making a dominating stand.
– Ralph Ellison, Invisible Man
1. Ya solo quedan las imágenes publicadas de lo que fue considerado un marco disciplinario, una verja erigida y destruida luego, y la acumulación de la imagen en fotos y vídeos y la sobresaturación de la palabra sobre esa imagen. El cotejo verbal del incotejo físico, digamos. La discusión de cómo -y de si acaso es necesario de alguna forma- proceder ante lo que puede ser el toque, el tacto, el aparato que descarga su piel de poder sobre nuestras pieles en movimiento subiendo, bajando. Quedan las palabras sobre las imágenes, y la decisión que dejó a una subordinación descartada en teoría y esquivada en práctica.
2. ¿A qué, a dónde, lleva el movimiento, la coreografía insensata o tóxica, artificialmente natural, que reúne, tonifica o aplasta esa danza de cuerpos en calles, danza que se adelanta mecánica e irrefrenable y aun así es tan manejable, tan sencilla de ajustar? Se calibra la elasticidad de su movimiento por las calles de San Juan, subiendo, bajando, auxiliándose en el ruido del enero adoquinado que ya se va después de lo que con ocioso orgullo llaman «la Navidad más larga del mundo». La calle en esa fiesta sirve de colofón. Y que te toquen todos. Con o sin metales previniendo la entrada de armas, con o sin verjas o vallas, conviven el estado y la danza de sus súbditos. Los celebrantes quieren la reiteración de su invisibilidades: el querer estar, ser servidos sin ser tocados ni despertados de su sueño de alegría inmensa y de gratitud ilocalizada. Antes de que el vacío los despierte.
3. Los fiesteros se rozan, y traman delirios. La masa movible que va para arriba y para abajo teme fracasar en su intento de borrarse. Teme que la seguridad sea más que la libertad, rechaza la vigilancia, teme que se puedan visibilizar (e individualizar) los cuerpos en medio de la anónima inmersión en el éxtasis comunitario, en las fiestas nombradas con el santo de la calle. Los cuerpos pretenden retener su difusa identidad, aunque algo pase, pase lo que pase. Ser vistos pero no ser reconocidos en error alguno, en transgresión alguna. ¿Es la calle -lo aparentemente público, lo ilusamente privado- lo que algunos pensaron que defendían o eran los cuerpos o era la idea de la libertad de movimiento o sería acaso la coreografía que plena en plena se derrama en masturbaciones sin fin?
4. Hay otra imagen. La obra de John Baldessari, «Two Crowds with the Shape of Reason Missing» (1984). El doblez de esa imagen – arriba, el orden de una reunión, los cuerpos en fila; abajo, el desborde de un vaso lleno de cuerpos, en círculos concéntricos – es un espacio discursivo, pura negación. Hay un vacío siempre entre los cuerpos. Es el planteamiento de la arquitectura de la movilidad arquitectada por el hábito – el marco de movimiento, el espacio privado que no sabe si ser o no ser en público. Baldessari compone la imagen desde el orden y el desorden, insistiendo (en palabras) que la forma de la razón siempre estará carente en cualquier encuentro. Acá, incompuesta o descompuesta, hay fiesta, y una jueza decidió que el desorden y sus riesgos era más (constitucionalmente) beneficioso que el orden y sus promesas. Un detector de metales deviene detector de mentiras. Y continúa la fiesta sin reflexión. Todo por un buen rato y algunas artesanías y la camiseta que le dirá a otros que allí se estuvo. El vacío, ese que John Tagg asume como creación colectiva: «the void is at once, the space the crowd creates and a space on which it converges, a space to which the crowd gives meaning and a space that is its reason for being.
5. Converger es otorgar significado. Danzar al ritmo de los otros. Ezra Pound escribió una vez: «The belief that ‘THE STATE SHOLD MOVE LIKE A DANCE’ is not merely a poetic moonbeam projected into the unattainable future. / The attitude of the spectator at a ball game or bull fight is not a universally natural attitude… Nevertheless there is an aesthetic in the movement of vast masses of men. The idea of the dance in these movements is not new.»
6. No es natural ser espectador y cada vez es mas antinatural ser participante – en una danza, en un juego de pelota , en una democracia. Pisotones, y manos libres para lograr una versión instantánea en Instagram. Tuitear con ganas, cerveza en mano. Ver que al día siguiente, un sábado sansebastiano, dos legisladores también pelean por Twitter por las fiestas y sus litigios. Y que los visitantes, los turistas y el mundo hagan lo que hay que hacer, porque cuando en Roma, hay que hacer como los romanos. Ay, Adriano. El emperador Adriano sabía que decreto que se pasa es decreto que se pisa. No es un secreto. Posarse en sus redes es un pesar. Así escribe Marguerite Yourcenar en «Memorias de Adriano»: «Toda ley demasiado transgredida es mala; corresponde al legislador abrogarla o cambiarla a fin de que el desprecio en que ha caído esa ordenanza insensata no se extienda a leyes más justas. Me proponía la prudente eliminación de las leyes más superfluas y la firme promulgacion de un pequeño cuerpo de decisiones prudentes. Parecía llegado el momento de revaluar todas las antiguas precripciones en interés de la humanidad». Adriano, la prudencia siempre está en juego en las mentes llenas de imprudencia. El movimiento de la imprudencia es más rápido que el del orden. Juega con cartas marcadas.
7. La acumulación de coreografías físicas hacia un objetivo se recuerda. Hay imágenes del pasado reciente que violentam. Y hay palabras sobre esas imágenes. Fortunata y los ojos del hombre y las heridas y el revuelo en la venta de la Telefónica. Vieques toda, antes y después de su antes y después. Aquella marcha de Aníbal Acevedo Vilá de Fortaleza al Capitolio, a la «The West Wing». La protesta contra el homenaje legislavo a Julito Labatut. La patada de policía en los testículos del joven manifestante. La UPR y sus inmensos capítulos. Aquel 30 junio de 2010, con gases lacrimógenos, macanazos y empujones en las escaleras del riveraschatzato. Los maestros en defensa de su retiro.
8. Catar y catear. Atarse o desatarse al cateo provoca la misma reacción. There’s that frisking sensation. Es que la patria siempre nos catea. Es un cotejo constante, violento: eso es una patria, más allá de las emociones homogeneizadas y los wepas prefabricados, la patria es violencia y vigilancia. No es Calle 13 ni El Topo. Es el trabajo que consume el cuerpo. No son las Misses ni los boxeadores ni las trampas del ocio. No es la Navidad más larga ni la Sanse. Es la sangre vertida y la inteligencia invertida. No es un happy hour. No es una cerveza artesanal. Es, quizás.
9. Inmune a todo proceder avanza la democracia. Su «autoinmunidad», asegura Derrida, mantiene al cuerpo en movimiento: «Democracy protects itself and maintains itself precisely by limiting and threatening itself». La democracia es un autocateo en el vacío, desde afuera hacia el centro, imprudente, tocando y esquivando determinaciones, hacia el triunfo del fracaso, que es su triunfo. Es un riesgo que nunca adquiere la forma de su significado.