Audioeuforia insiste en cada ensayo en tratar de restituir significado al mundo que, a su vez, insiste en llegar a nuestros sentidos como furor y ruido. Quizás debí decir la isla, no el mundo. Muy tarde.
Audioeuforia insiste en cada ensayo en tratar de restituir significado al mundo que, a su vez, insiste en llegar a nuestros sentidos como furor y ruido. Quizás debí decir la isla, no el mundo. Muy tarde.
Aquí se hace una lectura de los discursos que se hilvanan desde lo sonoro, del mismo modo en que una aguja recorre los surcos de un disco de vinilo leyendo su información acústica. El disco que suena es una isla.
La democracia es un autocateo en el vacío, desde afuera hacia el centro, imprudente, tocando y esquivando determinaciones, hacia el triunfo del fracaso, que es su triunfo.
En las jerarquías de la ausenciarriqueña, el que no está aquí, el que se fue que ahora es Otro, se encuentra siempre al tope de la lista o, casi siempre, al final.
La luz que puedan emanar los lucíos suele ser efímera, fosforito que se apaga a la primera brisa tropical. Pero desde afuera también se les impone una necesidad artificial de transparencia.
Charrón devuelve la visibilidad a un cuerpo puertorriqueño que con la misma agencia impetuosa que puede utilizar para asesinar bien podría optar por transformar su propia isla.
Los ciudadanos, dolidos y alborotados, asumen posiciones, pero nunca llegan a un más allá o más acá del asunto. Nada más.
Hoy día, Viveca Vázquez no es solo una artista, es también el nombre propio de una estética y de una ética del movimiento.
En «Audioeuforia», Félix Jiménez acota el territorio ocupado por el horror al silencio y nos entrega un libro de inagotables sugerencias, de registros minuciosos.