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Inicio » 80grados+ Historia

Gordos… ¿porque sí?

Cruz Miguel Ortiz CuadraCruz Miguel Ortiz Cuadra Publicado: 21 de septiembre de 2012



“Del poder del alma humana de ser dueña de sus sentimientos morbosos gracias a una simple firmeza de resolución”
–Emmanuel Kant, Sobre la dietética como el arte de prevenir enfermedades, (1798).

«La mayoría de las veces los conocidos «empaches» o «retortijones» pueden resolverse con antiácidos que ayudan a neutralizar los ácidos del estómago. De igual forma, pueden tomar anti diarreicos de ser necesario y solo asistir a sala de emergencia si la persona entiende que necesita ayuda inmediata de un profesional de la salud». “Lorenzo González Feliciano, Secretario de Salud de Puerto Rico insta a la mesura en la cena de despedida de año”.
–El Nuevo Día, 30 de diciembre de 2011.

Si Emmanuel Kant viviera en el Puerto Rico contemporáneo –con sus achaques de gota y todo– no le sería nada fácil adoptar la dietética –la “moral práctica”– con una “simple firmeza de resolución”. Kant tendría que pugnar con un mundo empírico completamente morboso.

Igualmente, si todavía viviera el celebrado filósofo francés Michel Foucault, constataría que las declaraciones del Secretario de Salud son evidencia de la transición que se ha producido en la “gubernamentabilidad” del Estado, que ahora, en vez de decidir sobre el derecho del individuo a vivir,  ejerce su poder para enseñar cómo continuar con vida.  Es lo que hoy algunos llaman “biopedagogías”1 Estas, claro, hoy no se conforman exclusivamente en el Estado.

Los números están ahí. Usando el modelo de Índice de Masa Corporal,2 el Departamento de Salud estima que en Puerto Rico hay 2.6 millones de personas en sobre peso, obesas u obesas mórbidas.3 Aunque posiblemente los datos estén sobre estimados, de ese universo un buen  número de cuerpos podría tener una cartografía adiposa. Y ya hay suficiente evidencia que relaciona la enfermedad con el cuerpo graso. ¿Será por eso que una prognosis realizada por el Departamento del Trabajo y Recursos Humanos concluyó que de once industrias que habrán de prosperar económicamente hasta el 2018, tres de las primeras cinco estarán relacionadas al cuidado médico?4 ¿Pero cómo llegamos a esto? ¿Porque somos glotones irremediables? ¿Porque detrás de la abundancia se esconde nuestra animalidad?  ¿Porque la ingestión de comida -por más cultural que sea el acto liminar-, es un acto bestial? ¿Porque comer ha igualado a la copulación como el acto más importante de nuestra vida privada?

Qué voy a comer hoy no es una pregunta de pocas y fáciles respuestas en el Puerto Rico de principios del siglo XXI, a diferencia de medio siglo atrás. Cuando hoy miramos nuestro pasado alimentario, nos causa sorpresa el aumento que ha ocurrido en la disponibilidad, oferta y abasto de alimentos en proporción a la población, sobre todo de aquellos que por mucho tiempo escasearon  en las mesas de la mayoría.

Considere las siguientes estadísticas. En 2010, la oferta disponible de carne de pollo, incluida la producida en la isla, fue de aproximadamente  352 millones de libras para una población de 3.9 millones, o, en términos brutos, 94.6 libras por persona anualmente. Esta cifra contrasta fuertemente con la de 1937, cuando había dos libras de carne de aves de corral disponibles por persona para una población de aproximadamente 1.7 millones de personas.

En 2010, la isla marcó un suministro de carne de cerdo y carne de vacuno de aproximadamente  384.7 millones de libras, o unas 98.6 libras de los dos tipos de carne, combinados, por persona al año. En ese mismo año, la cantidad de carne de res disponible  llegó a aproximadamente 45.8 libras por persona, y de carne de cerdo, 53.8 libras por persona, mientras que en 1937 las cifras correspondientes fueron de 15 y 6 libras, respectivamente.

En el caso de todos los arroces (corto, mediano, largo y de grano entero), la oferta disponible en el 2010 alcanzó 361.7 millones libras, o, en términos redondos, 92.7 libras por persona anualmente. En 1937, la cantidad de arroz disponible, incluyendo tanto importados como producidos en Puerto Rico, era  de 259.5 millones, o el equivalente de 143.1 libras por persona anualmente.5 Además, la comparación estadística entre Puerto Rico y algunas  naciones caribeñas  confirma la afirmación de la sobreabundancia.6

Igual sorpresa nos causa el cambio ocurrido en el tratamiento del tema alimentario desde las esferas institucionales. Antes existía, en primer lugar, la preocupación  de cómo crear y sostener  un abasto de alimentos seguro, que proveyera los nutrientes necesarios para una población creciente, afectada por una larga historia de latifundios y monocultivos culpables de hambres específicas. Para el gobierno, la ciencia de la nutrición y la economía doméstica, los saberes dominantes, esa población tenía que vivir saludable en una sociedad industrializada y moderna, y sus cuerpos debían ser productores de “vida buena”, liberados, por las políticas del Estado, del temor al fantasma del hambre.7 Si cabe el término de Foucault, la población debía vivir al cuidado de una “somatocracia”.

Hoy, por el contrario, se quiere establecer una ética de la alimentación: la preocupación no es si hay abasto seguro y nutrimental, sino cómo hacer un uso nutrimental de ese pantagruélico abasto, y no para que el individuo no muera, sino para que prolongue su vida. Top of Form.

Claro, el aseguramiento de la abundancia no es sinónimo  del enrasamiento de las desigualdades  sociales y económicas.  Si para algunas personas con mayor capital cultural alimentario comer se ha convertido en una batalla diaria con mensajes confusos sobre lo que es un acto alimentario “moralmente responsable”, para otras se trata de manipular el presupuesto alimentario de final de mes para no pasar hambre. En este forcejeo podrían encontrarse 1,078,822 beneficiarios del Programa de Asistencia Nutricional8 y los cientos de miles de parados, que experimentan una vez al mes lo que los nutricionistas clínicos llaman el “boom and bust cycle”: abundancia en las primeras 3 semanas del mes e inseguridad súbita y escasez en la última. Más aún cuando el precio de los alimentos básicos ha aumentado en 32% desde el 2001.

El acto alimentario, además, tiene hoy otros personajes cercanos que juegan un papel protagónico en esas relaciones contradictorias. La agroindustria global, la agricultura nacional, la nutrición clínica, la ética, la estética, el comercio de importación alimentaria, la educación gastronómica, con la proliferación de grados en artes culinarias (buenos, malos y malísimos), “el “food media”, y los aseguradores médicos entre otros. Todo  ha provocado  una inversión de las relaciones  de los individuos con los alimentos, relaciones que no son nada cordiales. El historiador de la alimentación Massimo Montanari ilustra un ángulo de esa “incordialidad”. Dice que la palabra dieta ha pasado de significar “régimen alimenticio” como “régimen de vida”, a significar “sustracción de comida, autocastigo”.9

Y cada protagonista adelanta su agenda particular en un contexto alimentario altamente competido, saturado de espacios de provisión alimentaria y escenificaciones mediáticas, como el “celebrity chef”.

Esto ocurre mientras el discurso nutricional se ha movido a penalizar al consumidor por  las elecciones que hace dentro de la cornucopia, y se hace de la vista larga –o tolera o se resigna- antes que focalizar en la potencia de los nuevos personajes sobre la fisiología, las condiciones materiales de las familias y la subjetividad del individuo.

Entonces ¿será suficiente pensar que nuestra obesidad es debida a que nos gusta comer de más, a que como caribeños -con cuerpos marcados por un pasado esclavista y azucarero-, tenemos un “sweet tooth”, a la joven democracia alimentaria, que ha roto la tiranía de la homogeneidad, a la innata búsqueda de sabores fuertes, a nuestra animalidad?

Creo que la llamada epidemia de obesidad que se le adscribe a nuestro cuerpo tiene un entronque más relacionado con las tecnologías del sistema alimentario, con la fragilidad colonial de nuestro sistema económico, con las saturación de espacios de provisión alimentaria en forma desreglada, con nuestra pobreza y nuestro lazo colonial con el productor de alimentos procesados más grande del mundo, antes que con un entronque principal  con las prácticas alimentarias de los individuos, tal y como sugieren los discursos médicos.

En medio de la superabundancia, creo razonable atender el tema de la obesidad desde dos puntos de vista: las prácticas y elecciones de los consumidores, relacionándolas con las prácticas de “la ciencia al servicio de la industria alimentaria y el mercado”, y con las constricciones sociales, culturales y económicas de los consumidores puertorriqueños. Como indica Ben Fine, deben explorarse otras rutas, aquellas que culminen en explicaciones que complementen los discursos médicos y nutricionales -o sea, los centrados en las elecciones del consumidor-,  con las explicaciones sociales y culturales, y sobre todo, con aquellas que propongan un análisis de la provisión alimentaria dentro del  marco  de una teoría del “sistema alimentario”.10

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  1. V. Harwood, “Theorizing Biopedagogies”; en , J. Wright y V. Harwood, eds., Biopolitics and the Obesity Epidemic; Governing Bodies , Routledge Studies in Health and Social Welfare, London, 2009. Agradezco la referencia del texto a Oraliz Barreto, estudiante graduada del curso de Historia y cultura de la alimentación. M Foucault, La vida de los hombres infames: ensayos sobre desviación y dominación, trad. J. Varela y F. Álvarez Uria, Madrid, La Piqueta, 1990. [↩]
  2. Los saberes médicos clasifican como persona obesa a aquella que sobrepasa de 30 su Índice de Masa Corporal.(IMC), una medida que se obtiene a partir del peso de una persona adulta en relación a su estatura y se calcula usando el sistema métrico, dividiendo el peso entre la estatura al cuadrado (kg/m2.). Un ejemplo. Una mujer que mide 5’/5”, y pesa 132 libras, tendría un IMC de 22, lo que es considerado normal. Si ella aumenta 18 libras (es decir que subió a 150 libras), su IMC aumentaría a 25, lo que la clasificaría como sobrepeso (la clasificación de sobrepeso va de 25 a 29). Si la mujer aumenta 50 libras más (subiendo a 200 libras), su IMC llegaría a 30, lo que la clasificaría como obesa. A partir de aquí, entre 35 y 39.9 existe la clasificación de sobrepeso severo. Un IMC de 40 o más se clasificaría como obesidad mórbida. [↩]
  3. Departamento de Salud, Sistema de vigilancia de factores de riesgo de Puerto Rico, 2009. [↩]
  4. Departamento del Trabajo y Recursos Humanos, Puerto Rico, proyecciones por industria y ocupación a largo plazo, 2008-2018. Son las siguientes: Facilidades Residenciales de Cuido y Enfermería (21.2%), Servicios Ambulatorios de Salud (18.9%) y Tiendas de Productos para la Salud y Cuidado Personal (18.4%). [↩]
  5. El reducido aumento en la cantidad  de arroz disponible en el Puerto Rico contemporáneo, en comparación con los  períodos anteriores, parecería negar la afirmación de que la isla ha entrado en una era de abundancia. Sin embargo, se corrobora una tendencia que define a los países alimentariamente abundantes: a saber, que sus poblaciones dependen mucho menos de  la comida que había sido básica en la dieta en épocas de escasez, como fue el caso del  arroz. [↩]
  6. Departamento de Agricultura, Oficina de Estadísticas Agrícolas, 2010;  Para las cifras de 1937, S.L. Descartes, Food Consumption in Puerto Rico; y J. Noguera,The Food Supply of Puerto Rico. [↩]
  7. C.M. Ortiz, “Buena vida no es vida buena: disquisiciones muñocistas sobre nutrición y consumo”, Exégesis, año 18, núm, 52, 2005. [↩]
  8. L.C. Reyes, Sobrevivencia, pobreza y mantengo, San Juan, Callejón, 2011. [↩]
  9. M. Montanari El hambre y la abundancia, Barcelona, Crítica, 1995. [↩]
  10. Ben Fine, The Political Economy of Diet, Health and Food Policy, London: Routledge, 1998. [↩]


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Cruz Miguel Ortiz Cuadra
Autores

Cruz Miguel Ortiz Cuadra

Historiador y autor de ensayos sobre historia de la alimentación y las culturas alimentarias, entre ellos, Guerra y alimentación: el racionamiento alimentario en Puerto Rico durante la Segunda Guerra Mundial (2012); Comida sobre papel: los textos culinarios como testimonios culturales (2011); La cocina como espacio de trabajo (2000); La cocina en la historia: el texto culinario como testimonio cultural (1996). En el 2007 recibió el Primer Premio del Pen Club de Puerto Rico en la categoría de ensayo por su libro Puerto Rico en la olla ¿somos aún lo que comimos? (Madrid Doce Calles, 2006). Es catedrático retirado del Departamento de Humanidades de la Universidad de Puerto Rico en Humacao y académico de número de la Academia Puertorriqueña de la Historia.

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