Habla la ciudad
Transito la calle Argote de Molina y la Placentines para saludar la Giralda, minarete de una mezquita sobre la cual se construyó la imponente catedral gótica de Sevilla. Bordeando la catedral, el Alcázar de Sevilla, un castillo medieval árabe, me recuerda que estoy a punto de llegar a mi trabajo en el Archivo General de Indias. En ese castillo se filmará en par de meses un episodio de Game of Thrones, justo al lado del Archivo, un edificio en el cual alrededor de 50 investigadores llegan a diario a mirar, leer y transcribir documentos sobre la conquista y colonización de América. Aunque cada investigador pide los legajos por ordenador, y se sienta en sillas del siglo XXI, el clima de total silencio, y el escrutinio de cada documento, recuerda la actividad de un copista medieval. Nadie sabe qué anda buscando el vecino de al lado; entre 8 AM y 2:30 PM, cada cual está concentrado en su propio asunto.
Yo ando mirando legajos desde 1625 hasta 1634 de la Audiencia de Santo Domingo e Indiferente General que contienen memoriales, minutas y discusiones de la Junta de Guerra de Madrid, el Consejo de Indias de Sevilla y la Casa de Contratación. Editar una carta enviada al rey Felipe IV en 1630 por un vecino de Puerto Rico que había estado en cautiverio durante 15 meses por «el enemigo holandés» me lleva a transitar una ciudad que guarda siglos de historia: un Híspalis romano, una Sevilla medieval, mora, judía y cristiana, una que fue centro del «descubrimiento», conquista y colonización de «las Indias Occidentales». Edificios de los siglos XVIII, XIX y XX aparecen de vez en cuando, pero no en la zona donde se halla el Archivo. Al salir de allí, cruzo la avenida Constitución, por donde pasa un moderno tranvía, para ver al final el río Guadalquivir, donde entraban y salían barcos desde y hacia América, pero la Torre del Oro vuelve a llevarme al medioevo moro y al otro lado del río, el barrio de Triana me recuerda que entre 3 y 6 PM, mientras espere la fresca de la tarde, me espera en el hotel La reina descalza, de Falcones, una novela del siglo XXI que rememora el mundo gitano del XVIII en el barrio de Triana y una ciudad de Sevilla donde el tráfico comercial de barcos hacia las Indias había sido sustituido por la industria tabaquera. ¡Cuántas civilizaciones, historias y «reconquistas»!
En medio de esa ciudad que fue exuberante y de boyante tráfico comercial en el siglo XVII, leo una carta escrita en 1630 por «la ciudad de Puerto Rico» al rey Felipe IV. Cinco años después de la invasión holandesa que dejó el Morro desbaratado, quemó las pocas casas que formaban la ciudad de lo que hoy llamamos el Viejo San Juan y a cuatro años de un huracán que acabó de devastar lo que no habían destruido los holandeses, la ciudad de Puerto Rico le ruega una merced al rey:
En otras que esta ciudad escribió a Vuestra Majestad, significó el miserable estado en que la dejó el saco del enemigo e incendio de sus edificios y ruina de las tormentas, sucesos con que otras ciudades mayores y más calificadas se despoblaran. Todas estas cosas se toleraran con las entradas de navíos que cargaran sus frutos y registros que la provean de bastimentos y vestuario necesario. Pero el día de hoy ha faltado esto, más ha de tres años. Mire Vuestra Majestad, señor, cual estará esta miserable república. Certificamos que la más de ella está retirada por los campos por no poder parecer y la que el día de hoy la asiste es por las obligaciones forzosas. Si vuestra Majestad como rey tan poderoso y cristiano no la remedia, con tres o cuatro filibotes vengan a este puerto, como se hizo merced al de Santo Domingo, sin duda se acabará y no quedará mas que el presidio, que también es gran lástima verle con menos lucimiento que solía. (Carta de Puerto Rico, la ciudad, al rey Felipe IV, 5 de enero de 1630, AGI, Indiferente General, 1154)
A cinco años de la invasión holandesa, los vecinos de Puerto Rico no podían vender los frutos de la tierra ni comprar mercancías, géneros ni bastimentos. La ciudad no existía. Iba quedando solo el Morro en ruinas, fortaleza militar rodeada de mar sin entrada ni salida de barcos y sin vecinos que defender. Siguen sembrando y generando frutos, pero ya nadie los compra. Andan avergonzados, sin buen parecer, desvestidos por el campo. Adán y Eva se cubrieron avergonzados para salir a sembrar y parir la cultura. Nuestros vecinos del Puerto Rico del siglo XVII, esperaban que algún barco los acabara de expulsar del paraíso.
Hoy un bote turístico atraviesa a diario el río Guadalquivir, mientras San Felipe del Morro saluda varios barcos de crucero y los vecinos de Puerto Rico compran alimentos en Sam’s Club o Costco. En Plaza las Américas, compran los vestidos que ocultan sus vergüenzas.