Homenaje a Elizardo Martínez en el Festival de la Palabra
*El texto pertenece al panel Homenaje a Elizardo Martínez. Memoria y Trauma, celebrado el 13 de octubre 2018, en el Festival de la Palabra.
“La amistad, esa relación sin dependencia, sin episodio y donde no obstante cabe toda la sencillez de la vida, pasa por el reconocimiento de la extrañeza común que no nos permite hablar de nuestros amigos, sino solo hablarles, no hacer de ellos un tema de conversación (o de artículos), sino el movimiento del convenio de que, hablándonos, reservan incluso en la mayor familiaridad, la distancia infinita, esa separación fundamental a partir de la cual lo que separa, se convierte en relación”. (Blanchot, 1971)
Al aceptar esta invitación de inmediato busqué el libro que Maurice Blanchot , “La Amistad”. Ese que el escritor francés le dedicó a su amigo George Bataille al momento de su muerte. El que la extrañeza acompañe a la Amistad me pareció la manera de acercarme al recuerdo de mi amistad con Elizardo. Pensar en algunos momentos de vida compartida, a partir de ese pie dado por Blanchot, que me sirviera para orientar estas notas. Lo haré desde esa posición al margen, o ese lugar en el medio que ocupa la extrañeza, y en un tono anecdótico mínimo. Dialogo brevemente en torno a tres momentos: la conexión cubana; la levedad; y el libro.Primer momento: la conexión cubana
Ese primer momento es el de la vuelta a Cuba con la Brigada Antonio Maceo en 1977. Ese viaje mantuvo un referente común entre los dos, que incluía no solo el de la vuelta a Cuba sino también el de la salida.
Y es que los niños y adolescentes que de allí salimos, no teníamos conciencia que el viaje que emprendíamos solos o con nuestros padres, no incluiría el regreso. Alimento seguro de no pocos traumas, tanto los del recuerdo como los del olvido. Afirmación o ambivalencia de una pertenencia que no parecía resolverse, bajo la forma común de la identidad, sino que ésta se mantendría en una tensión marcada por la ambiguedad.
En más de una ocasión le contaba a Elizardo cómo trataba de disimular mi acento cubano, y que aprendí frente a la pregunta “¿de dónde era?”, a contestar de Santurce. Y después de Guaynabo. No quería que me confundieran o mejor pasar rápidamente del asunto. Fue una situación compartida con algunos de los jóvenes cubanos que nos encontrábamos estudiando en la Universidad de Puerto Rico a finales de la década del sesenta.
Viniendo de Cuba en el 1977, Elizardo se reía de esos cuentos, sin duda el viaje de vuelta a Cuba tuvo mucho de terapeútico. Compartir con él ese trayecto con la “conexión cubana”, como le llama Neel, también lo fue. De esa experiencia en Cuba destaco tres características. Lo describo de manera breve y sin mucha anécdota, porque a fin de cuentas continuaban presentes, más allá de la experiencia en Cuba.
Elizardo… el imperceptible. Pasó casi desapercibido que fuera el sobrino de Alicia Alonso y creo no equivocarme si digo que ese tono menor y sin estridencia lo acompañó siempre.
El cómplice, cuando aparecía la crítica en los operativos del viaje, tanto antes como durante la estadía en Cuba. De la complicidad a su comopromiso con la crítica hay un expediente extenso en la obra publicada por la Editorial Callejón.
El transgresor virtual, que aunque no fue, animaba a los que saliéndonos de una actividad oficial de la Brigada, nos fuimos a escuchar a Julio Cortázar leyendo sus textos en Casa Las Américas. Y el transgresor real, el que hizo que Ediciones Callejón no se sometiera a los fines mercantiles y utilitarios que dicta la economía capitalista. Es más, podríamos describir esa editorial como un proyecto antieconómico.
Entre ese viaje memorable a Cuba en 1977, del que hay un bonito testimonio en el documental de Jesús Diaz, “55 Hermanos”, y el librero de la década de dos mil, director de Ediciones Callejón, cabe toda la extrañeza de la vida. Desde el mayor drama hasta su necesaria ligereza.
Segundo momento: la levedad
Siempre me pareció que era un vivo ejemplo de la práctica de la levedad, tan estimada por Italo Calvino. Alguna vez hablamos de las hermosas lecciones del escritor italiano para el actual milenio. Sin embargo, sospecho que el saber quitarle peso a la vida, expresada en su constante jovialidad o en la dulzura de su cálido trato, tampoco quiere decir que no hubiera su dosis de enojo, agobio y hasta de grave seriedad. El niño juguetón presente en cualquier conversación también se enfadaba. No era para menos, el dedicarse a leer libros no es lo mismo que dedicarse a hacerlos.
Sin embargo, nada me autoriza a hablar de éste o de aquel Elizardo, cuando el reconocimiento mutuo se producía desde el alejamiento común. Pensándolo con la distancia de estos 40 años, ni pasamos mucho tiempo juntos ni coincidiamos con frecuencia. Ni siquiera estar en un mismo lugar requería que tuvieramos un mayor detenimiento. Bastaba la brevedad, para sentir la corriente de alegría que transmitía.
Algo pasaba, un flujo de caluroso afecto, o al modo de las ondas cuánticas que solo se activan cuando otra energía las hace aparecer. No hay duda de que están ahí, son el espacio, el medio que permite que algo ocurra. Y algo ocurrió, su ínterés por publicar el libro “Adios a la Economía”, que fue una confabulación entre Neel Van Marissing con él. Su deseo de darle visibilidad a esos ensayos, en su momento lo tomé , y así siempre será, como un regalo.
Mirándolo en la distancia, pienso que nos era más cercano la bohemia de San Juan, la escena del arte, la poesía, el teatro, las galerías. Desde los cafés a los bares (“La Mallorca” o “La Tea”, que acogió después del regreso de Cuba, “Poesía cubana después del sesenta”) y al frente de “El Farolito” y después, más arriba “El Aquí se Puede” y también, el eterno de “Las Hermanas Rivera”, al que muy pocas veces yo llegaba. Eran los tiempos en que San Juan era el lugar en el mundo, que permitía que los afectos comunes se convirtieran en la manera de celebrar la amistad. Encontrarlo en Río Piedras, en este caso la librería La Tertulia, aunque se daba bajo el signo de la alegría, no dejaba de producir cierta extrañeza. Mientras yo estaba siempre saliendo de Río Piedras, él llegaba. Se trataba de un espacio en el medio, al que pertenecíamos de manera diferente.
Seguramente, ese espacio no se vivía de la misma manera, no sólo por las singularidades de cada cual, sino también por aquello que no se puede compartir. Yo me iba, mientras él se quedaba. Y se quedaba en esa tertulia prolongada que estuvo en el origen de esos primeros libros de Callejón, que finalizando la década del noventa, recogieron los debates sobre la posmodernidad, el nacionalismo y la problemática de las identidades entre otros. Ahora, la crisis económica permanente, pone como central el dominio económico, sobre lo social, lo político y lo simbólico y al poder dinerario y deudor como una máquina aniquiladora de la vida. Los tiempos no parecen ser propicios para la práctica de la levedad, la existencia actual está marcada por una enorme pesadez, las catástrofes que se anuncian se multiplican. Hará falta la presencia terapeútica de Elizardo.
Tercer Momento: el libro
La extrañeza de la que he venido hablando aquí en relación con la amistad, “es también renunciar a conocer a aquellos a quienes algo esencial nos une”. (Blanchot, 1971)
Pienso que nos unía la memoria y el trauma del asesinato de mi hermano y esa memoria se convirtió en el compromiso de sus amigos y familiares, de no dejar ese crimen impune. A lo largo de estos 39 años que han pasado desde ese 28 de abril de 1979, nunca se detuvo la exigencia a las autoridades federales y locales del esclarecimiento del crimen. Ya fuera en las fechas donde nos reuníamos para recordarlo, como en las conferencias de prensa y diversos actos que en muchas ocasiones se hacían para denunciar la impunidad, Elizardo nos acompañaba siempre. No recuerdo una sola vez que no estuviera cercano. Era, si esto fuera posible, una compañia absoluta.
Paralelo a estas actividades sus amigos Raúl Alzaga y Ricardo Fraga no cesaban de investigar y reunir los documentos que servirían para descubrir la trama que acercaba y señalaba a los responsables de la conspiración.
Pues bien, en medio de los siempre eternos compromisos de las autoridades locales de llevar hasta el final la investigación, tanto en el caso del anterior Secretario de Justicia, como el de la actual, que ahora anuncia una mayor colaboración del FBI para lograr el esclarecimiento. Digo, que en medio de la trama más reciente, Elizardo publica el voluminoso libro sobre estos hechos.
Ediciones Callejón sacó en enero de 2016 el libro titulado “La contrarrevolución cubana en Puerto Rico y el caso de Carlos Muñiz Varela” donde pone a disposición del país la investigación que sustenta lo que por años se ha denunciado.
Si algo me une a Elizardo es ese libro que quizás sea el mejor testimonio de la “conexión cubana” con la que inicié este escrito. En este caso, incluye, la autoría compartida del libro por Jesús Arboleya, Raúl Alzaga y Ricardo Fraga. El libro es imprescindible para aquellos que se interesan por conocer los documentos y detalles que permitirían aclarar el asesinato. Y va más allá, contiene un análisis histórico relevante para toda una época de persecusión política, atentados y muertes, bajo las acciones de los grupos terroristas organizados del exilio cubano.
Quizás este libro ilustra mejor, lo que podríamos llamar el don, como aquello que rebasa la propia obra. También es así para las otras publicaciones, la diferencia es que quedan en el ámbito más o menos ocioso de su lectura. Aún así, cada libro no concierne solamente al asunto que lo sostiene.
El libro sobre Carlos se extiende a otros ámbitos, tiene como finalidad la justicia. Esa que el filósofo Jacques Derrida nombraba como lo indecidible, o como lo imposible, por eso se liga al don incondicional. No podemos dejar de interpelarla directamente, aunque su horizonte quede inalcanzable. (Derridá,1992). Lo que tiene de común esa publicación con las otras es apuntar a aquello que rebasa los límites o las virtudes de la propia obra.
Blanchot recuerda en otro de sus libros una frase de Bataille, “Si quiero que mi vida tenga sentido para mí es necesario que lo tenga para los demás.” (Blanchot, 1992). Este homenaje a Elizardo así lo afirma. Entre su nacimiento y su muerte, la vida rebasó el plano puramente personal o individual del reconocimiento. Podemos decir que nos regaló aquello que desconocía que podía dar. Lo que no se mide con los cálculos del intercambio ni de la retribución dineraria o simbólica, y que resiste su manejo utilitario. Ediciones Callejón es un lujo. Hoy aquí celebramos ese lujo, ese don. ¡Gracias querido amigo!
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Referencias:
Maurice Blanchot, La amitié, (Paris:Gallimard), 1971. Ver, La Amistad, texto en español , www.es.scribd.com. p.266. Bajado de la web, 15/10/18.
M.Blanchot, Ibid,p.266.
- Blanchot, La Comunidad Inconfesable, (México:Vuelta), 1992.p.33
Italo Calvino, Seis Propuestas para el próximo milenio, traducción Aurora Bernárdez (Madrid:Siruela), 1989.
Jacques Derridá, “Force of Law: The “mystical Foundation of Autority”, in Deconstruction and the Possibility of Justice, David Gray Carlson, Drucilla Cornell and Michael Rosenfeld, (New York:Routledge), 1992.p.15. Ver, texto en español, www.cervantesvirtual.com, Bajado de la web, 15/10/18.
Jesús Arboleya, Raúl Alzaga y Ricardo Fraga, La Contrarrevolución Cubana y el Caso de Carlos Muñiz Varela (San Juan: Callejón), 2016.