Implosión de la improducción
Un reportaje de la BBC de mayo de 2015 destaca que mientras jóvenes puertorriqueños con educación y potencial laboral emigran a Estados Unidos, vienen a residir a la Isla millonarios americanos —su domicilio aquí los exime de impuestos por ganancias de capital—, quienes, según un concepto de Fortuño, también podrán traer sus negocios.
El país, se sugiere, se desangra, pierde fuerza productiva mientras el gobierno improvisa formas mediocres de atraer inversiones y dineros. La grave crisis económica cambia la demografía e identidad de Puerto Rico. La gente se está yendo en estampida, Puerto Rico muere, Puerto Rico no produce suficiente, Puerto Rico va de mal en peor, Puerto Rico está cerca de dar el paso lógico a la estadidad, los puertorriqueños son vagos.
Pero, ¿dicen la verdad estas imágenes? ¿Cuál es la ‘realidad’? ¿Cómo saber qué cosa es Puerto Rico, cuáles son sus rasgos principales y secundarios? ¿Cómo definir sus complejas relaciones y corrientes? ¿Cómo podría vérsele de forma alentadora? ¿Proviene la mayoría de las reacciones que salen en los medios de gente de instituciones que han contribuido al problema que ahora estalla? ¿Ha ayudado El Nuevo Día, en las últimas décadas, a que veamos adecuadamente el país y a mejorarlo? La construcción de la realidad y la verdad por parte de los medios, los políticos y el gobierno es generalmente resultado de intereses sociales dominantes e ideologías poderosas que tejen narrativas de lo que se presume obvio, previsible, común, normal, principal.
La concentración de la información en grandes discursos y medios recuerda la concentración del capital en consorcios monopólicos. El poder se centraliza y dictamina lo que es real o marginal. Sin embargo cunden la confusión y el desaliento. Como explicación rudimentaria de la frustración del país prevalece la culpa, culpabilizar al prójimo y al yo.
Pero pueden crearse medios de información y análisis y redes de colaboración investigativa entre trabajadores y universitarios que estudian la sociedad, recursos naturales, cultura, economía, tecnología, ciencia, movimientos sociales. Estas redes podrían formar el embrión de un poder popular alternativo.
Cuál es en el país la proporción entre los sectores económicos, cuánto hay de actividad manufacturera, qué rol juegan la pequeña empresa y las empresas cooperativas y de trabajadores, es el estudio que debería hacer un proyecto interesado en dirigir la sociedad. No lo hace el gobierno, huérfano de estrategia. La llamada clase política se distancia de ver aquí un país, no digamos ya un proyecto de país.
Debería hacerlo un partido de la clase trabajadora, que no existe y por lo que se ve tardará bastante, si surge. Su ausencia es parte central del saldo actual. De ser real tendría una masividad y composición correspondientes a las mayorías, y sería un espacio de conciencia y conocimiento dirigido a una vida superior a la actual, en que la sociedad empiece a imponerse sobre el capital. Auspiciaría análisis integrales del país para trazar estrategias. La educación es esencial, pero una en que el educador fuera a su vez educado.
El gobierno intenta una ingeniería social para pagar la deuda a costa del pueblo, como es usual, y cumplir su deber con el sistema capitalista. Es infantil la ilusión de que el gobierno defienda al pueblo trabajador. Es éste, en cambio, quien tiene que organizar un poder propio para presionar al gobierno o tomarlo y cambiarlo, aunque en la universidad se enseñe que ya pasó la época de las revoluciones.
Los recortes y la confiscación de fondos de retiro que se avecinan podrán resultar más brutales que la propuesta original del IVA, que ya era onerosa. (Por cierto, es una estupenda oportunidad para eliminar la Presidencia de la UPR.) No entra casi en la discusión pública, sin embargo, cómo y dónde podría el país encontrar herramientas para rehacerse. Así el debate vuelve a inflamarse con el combustible de la desorientación.
No parece que más piquetes harán mella a la obligación ineludible del gobierno ni a sus acreedores. Aunque parezca ‘radical’, tiene poco sentido que la oposición exija al gobierno que actúe de acuerdo a ella, pues son intereses diferentes, y el reclamo revelaría pasividad y dependencia. El estado es una fuerza contumaz, y se requiere construir con realismo un poder que verdaderamente le haga frente. Tomaría trabajo y tiempo.
La cultura popular puede ser todo lo colorida que se quiera, pero se queda en folklor —a veces en forma de espectáculo comercial o de alboroto— si no asume la organización política y la formación de intelectuales propios. Dimensión esencial de la condición humana y la vida social, la política —no la politiquería— relaciona el yo con el otro en un proceso que podría ser de cambio estructural. Su actual disminución es un empobrecimiento.
La reproducción de intelectuales para la independencia y el socialismo que en los años 60 y 70 formaron notables destrezas y medios de educación, prensa, difusión y organización política popular, sufrió una quiebra severa desde los 80. Luego vino la revolución en la velocidad de las comunicaciones.
Lo digital y la internet transformaron el entramado global de transacciones financieras y comerciales, y también, como mercado de bienes de consumo, la vida popular en mundo de juego. Fue una ‘revolución pasiva’: una convulsión general que sin embargo reiteró el viejo orden. Dar usos alternativos al mundo digital podría formar un espacio popular desafiante, que fuese más allá de movilizar grupos de amigos a alguna protesta mínima.
No la tecnología en sí, sino la hegemonía capitalista sobre ella, crea modos nuevos de alienación y banalidad, y reduce destrezas de diálogo, lectura, escritura y gestión colectiva. Los individuos se recluyen en la conexión privada de los medios electrónicos. No se mida la efectividad de un medio por el número de entradas o likes, sino por las relaciones socialmente orgánicas que el medio estimula (o contribuye a eliminar): su efecto político.
La prensa se degrada. Para el capital de las comunicaciones —en que prevalece la publicidad— los trabajadores del periodismo están de más, producen demasiado. La información es cara y para unos pocos especialistas. Al resto se le ofrecen asesinatos diarios, consejos para la cama y trivialidades con errores de redacción.
El país hace escaso uso del conocimiento que se produce en la universidad. En la UPR se verifican dominio de lo gerencial sobre lo académico; subestimación de saberes no académicos; mito de que la producción de conocimiento es un proceso sólo individual y de aquí el prestigio; atracción de los estudiantes a estas prácticas y visiones; estrechez de miras sindicalista en torno al dinero y al poder burocrático entre los empleados; agonía de la ilustración.
En ciencias naturales y tecnologías la ironía es grande, pues su febril actividad apenas genera ganancias para la UPR o para el país. Más bien justifica el pedido de fondos federales. La labor de los estudiantes en investigación y publicaciones es buena, pero no se articula al mercado internacional ni a la industria. La solicitud de fondos se repite para poner en escena una continua simulación de desarrollo. Hay que examinar si la costumbre de simular es sólo de las autoridades, o es más extendida.
Los estadistas se aprestan a pescar en río revuelto. La condición de territorio es tan esmirriada que la estadidad parece superior. Puerto Rico se acogería a la quiebra federal. Entraría a la Gran Nación en quiebra, tullido, en crisis y mendigo. No es lo más importante si los estadistas tienen razón o no, sino que tienen un aparato político con que pueden difundir e intentar demostrar en la práctica la verdad que creen.
Argumentos jurídicos en sentido anticolonial y contra la tiranía de la banca sin duda existen con potencial de ser formulados, pero falta el sujeto colectivo que lo haga con efectividad política, la cual requiere organización, dinero, medios, coordinación de muchas colaboraciones. Siempre puede descansarse en que el gobierno de Estados Unidos solucionará la crisis, algo que ilustraría la postración. También puede mirarse al Caribe y América Latina.
El PPD acusa al PNP de hundir la Isla en la improductividad por permitir que se terminaran las empresas 936, pero la gestión de Muñoz Marín para que el capital americano se hiciera cargo después de 1945 sugiere una voluntad de destruir la economía puertorriqueña. Su irresponsabilidad monumental fue progenitora de irresponsabilidades posteriores, como la de Fortuño de multiplicar la deuda en tres años.
Se creó una vida fundada en creciente crédito, abundancia comercial, bolsones de economía informal y grupos selectos de salarios altos: una burbuja. Fue indispensable una migración incesante, que integra ambos países. Puerto Rico debe pagar empréstitos en el mercado financiero y recibir abundantes transferencias federales posibilitadas por la relativa pequeñez de la isla.
Ahora bien, el carácter monopólico del capital impide que en Puerto Rico cuajen instituciones aptas para reproducir una economía, pues la improductividad se genera desde la misma sociedad estadounidense. Estados Unidos se corresponde con lo que V.I. Lenin llamó estados rentistas y parásitos: sociedades imperialistas que, con montones de dinero tras haber exportado capital a las regiones subordinadas del mundo como resultado de una colosal producción industrial, luego reducen su propia productividad e invierten principalmente en actividad capitalista monetaria improductiva. (Ver El imperialismo, fase superior del capitalismo, 1916.)
Flotando en dinero y descansando en el trabajo productivo de otras regiones, el capital monetario opta por la obsesión del dinero por automultiplicarse velozmente. Lejos de dedicarse a mejorar la sociedad, se canaliza en jugosas inversiones de grupos ricos de prestamistas, accionistas y bonistas, ‘rentistas’ en tanto acumulan plusvalía a partir de transacciones y propiedades, sin producir nada. La relación acreedor-deudor ‘mueve la economía’, según se dice. El capital dinero domina al capital productivo. Gobierna Wall Street.
Al tope está la banca, fiel a su credo de beneficios instantáneos y con las menores complicaciones que se pueda por el impertinente mundo humano. Los monopolios bancarios usan el dinero de toda la sociedad, incluyendo los depósitos y acciones de los obreros y las entidades financieras pequeñas. Imparten dirección a las inversiones, o sea a ‘la economía’, siempre siguiendo los intereses más poderosos.
El capital monopolista frustra la libre competencia, los capitales pequeños y las creaciones intelectuales y laborales que en otro contexto tendrían rendimiento. Se embota el filo progresista y revolucionario que el capitalismo muchas veces ha tenido. Innumerables creaciones, talentos y técnicas posibles son socialmente aniquiladas. Florecen actividades, mercancías, imágenes e ideas que los monopolios permiten.
Crecen los comercios de mercancías de lujo y los que mueven billones por la escala global de su circulación y publicidad. Megamercados de dinero, propiedades y espectáculos pagan millones en un año a sus asalariados élites. Ganancias de billones por el Super Bowl, peleas de boxeo, hipotecas o actividad militar, conviven con la destrucción de incontables fuerzas productivas.
Este derroche sugiere decadencia. La enorme riqueza del país imperialista coexiste con desempleo, miseria, estancamiento, violencia, racismo. Su propia agricultura es víctima de la depredación monopólica y bancaria. La narcocultura se expande. El estado desembolsa grandes sumas para hacerle frente, en un reflejo de su opuesto que es ya una estructura fusionada, incluso en el plano micro de la vida como se representa en Breaking Bad.
El gobierno es un sirviente del capital, y éste lo es cada vez más del sector financiero. Las privatizaciones de Rosselló abrieron esta compuerta. El destartalado gobierno paga a ricas corporaciones para que den servicios, de salud por ejemplo, y éstas se corresponden con compañías americanas que concentran gran parte del capital del renglón. Son indiferentes, desde luego, a la oferta de trabajo en la Isla.
No tiene Puerto Rico instituciones suyas correspondientes a una reproducción propia. Nuevos medios de producción política y cultural son indispensables para formar al país mismo, pero la energía popular todavía yace políticamente inerte. Más que de las descripciones administrativas o positivistas de la realidad, es de esa energía de donde puede perseguirse una reorganización social. Hilo conductor es la labor intelectual que estimule en el pueblo la resistencia a este gran embuste.
El capital monopólico norteamericano impide que los puertorriqueños desplieguen su trabajo y productividad como podrían. En consecuencia se endeudan. Luego deben pagar intereses de usura a ese mismo capital.
La deuda nos debilita y humilla, cierto, nos trata como siervos medievales. Pero es preciso salir del economismo que se ha puesto de moda con recitaciones de cifras y una lógica de contabilidad y finanzas. Es comprensible esta adhesión del intelecto a la ideología burocrática, pues no hay otro polo que atraiga las energías intelectuales que intentan dar cuenta de la depresión presente.
El capital no es algo ‘económico’, es la dictadura que padecemos. No hay que desechar la comprensión sagaz que había logrado el materialismo histórico del conjunto de relaciones sociales. Aquí conocimiento es también posicionamiento político y práctico que participa en una síntesis superadora de lo presuntamente objetivo y subjetivo.
Cualquier representación debería evadir la inclinación a pintar un cuadro de la supuesta realidad objetiva sin mirar las posibilidades de que, para alterarla, se produzca una verdadera política, es decir, la negación de esta realidad, que es parte de la misma aunque no haya por ahora la fuerza que le imparta dirección y vigor suficiente para hacerla ‘visible’.