Jayás
«Al fin y al cabo, somos lo que hacemos para cambiar lo que somos», Eduardo Galeano.
Estamos
Pocas personas en Puerto Rico podrán ignorar que algo nos ha acontecido como país en el 2012. Desde luego nos pasa cada día, a cada minuto, en cada momento, alguna cosa. Pero este año será memorable. Me aventuro a pronosticar que este año no pasará inadvertido en los manuales de historia de Puerto Rico que se escriban en las próximas décadas.
Cada quien, a la usanza de estas fechas, podrá pasar su balance, hacer su síntesis de los 365 días próximos a ser pasado. Aprovecho este espacio y estos días para plantear los tres eventos ciudadanos que considero más destacados del 2012. Las tres ocasiones me han dejado una perplejidad luminosa y esperanzada por el Puerto Rico que vendrá ineludiblemente.
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El referéndum para limitar los derechos de fianza vigentes en Puerto Rico y para hacer unas enmiendas nebulosas a la Legislatura fue la primera gran sorpresa que el país nos dio en 2012. Como escribí en un artículo previo, nadie apostaba por la victoria del No y ocurrió dos veces. Esa ocasión nos permitió avistar dónde la ciudadanía pasa la raya. El gobierno vigente hasta fin de año ha violentado y humillado las instituciones más queridas y respetadas del país, pero no ha gozado de impunidad. Un país que salvaguarda los derechos humanos y que exige su ampliación es digno. Hará cosas menudas y mayúsculas para cambiar lo que es y tendrá utopías.
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Los resultados de las pasadas elecciones –en especial, el primer no al “status quo” de las últimas décadas– es otra ocasión digna de recuerdo. Anayra hizo un balance histórico que pone en perspectiva la innegable derrota de la estadidad y del ELA en este segundo referéndum del 2012. Para un país que ha sido traspasado de un sistema colonial a otro, esa votación es una segunda sorpresa maravillosa. Ciertamente hubo truco en el asunto, pero el país supo, a través de sus papeletas, separar la paja del trigo y enunciar lo que ha sido y quiere dejar de ser. Un país que cambia es digno. Hará cosas menudas y mayúsculas para trocar lo que es y tendrá utopías.
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El tercer evento elogiable del 2012 merece mayor pormenor y contexto. Todavía lo estamos procesando. Todavía está en el tintero de la arena social boricua. Todavía hay un mal sabor que nadie nos despinta. Esta que escribe tiene más indignación que dicha.
Tan pronto se publicó en la prensa del país la desaparición de José Enrique, tuve una certeza triste. Tal como están los niveles de violencia en Puerto Rico, sabía que había muerto. La zozobra se profundizó a medida que notaba que los medios se referían a él como “el publicista” y apenas mencionaban su nombre. Despojarnos del nombre es también una forma de violencia. Convertirnos en noticia amarillista ni se diga. Pero así ocurrió. Esa persona llamada José Enrique se ha convertido en múltiples significantes y preguntas. Quiero destacar solo algunos.
En primer lugar, José Enrique fue una persona. Tenía familia, esposa y trabajo. Por suerte tenía dobleces y misterios que ha dejado en vilo. Su atroz muerte es terrible, y sus asesinxs son una tragedia urbana que nos asedia e interpela a todxs. Si pusiéramos en suspenso la rabia de tan inexplicable cadena de acciones, quizá, podríamos atisbar a preguntarnos, ¿cómo llegan a ser estas personas de este modo y cómo arrebatan vida como si se tratara de nada? He ahí una interrogante que no ha circulado demasiado por los medios.
En segundo lugar, y precisamente por lo primero, José Enrique viene a recordarnos que debe haber cierto decoro en la cobertura de estas macabras noticias. No sé por qué motivo, los principales rotativos del país circularon detalles grotescos del crimen. No sé si lxs editorxs de esos periódicos pensaron en su esposa, en su madre, en sus familiares. No sé si intentaron ponerse en sus zapatos, aunque fuera por instantes. No sé. Lo cierto es que fueron imprudentes e insensibles. A un país como el nuestro, tan dolorido por tanto crimen, ¿le hacía falta saber tanto horror? He ahí otra pregunta que no ha circulado demasiado en los medios.
En tercer y último lugar, y precisamente por lo segundo, José Enrique se ha convertido en el vehículo de un acto y una exigencia de justicia colectiva. Gracias a la indignación que generó una intervención habitual de La Comay, estamos ante la tercera sorpresa digna de recordación de este 2012, al menos en lo que se refiere a la gestión ciudadana. Finalmente, un sector del país se movilizó a través de diversas campañas en los nuevos medios para decirle a La Comay y a sus modales, basta ya. Cuánta reputación mancillada. Cuánta ignominia impune. Cuánto dolor ignorado. Cuánto ha sido necesario para que cerremos este año celebrando que La Comay, si no es cancelada, al menos se enriquece menos.
No hay que ignorar que estas tres gestiones ciudadanas no son la panacea. No nos hemos librado de los efectos de un gobierno nefasto de una vez y para siempre. No hemos descolonizado a Puerto Rico de una vez y por todas. No hemos cancelado a La Comay, todavía. Sin embargo, estamos ganando dignidad. Tras cada uno de estos eventos el país madura, se acontece. Un país acontecido de mayores y más intensas exigencias de justicia es digno. Hará cosas menudas y mayúsculas para transformar lo que es y tendrá utopías.
Jayás
Al concluir este año, se impondrá la paradoja una vez más. A las 12, habrá llantos y risas. Pero nos ha acontecido algo como país y la promesa es certera. Queda de todxs ampliar este punto y seguir inventando un país en el que, como Macha Colón y los okapi, estemos jayás. Queda de todxs cambiar lo que somos y jayarnos. Que así sea, un poquito más, en el 2013.
*A Jaime y a Víctor del PR Queer Film Fest, porque gracias a ellos vi por primera vez el vídeo de Macha y los Okapi. Gracias por la lucha compartida y la visibilidad.