La agroecología como proyecto nacional

Tampoco se puede decir que el movimiento orgánico local esté estancado por falta de esfuerzo. Todos los aliados del agro orgánico somos testigos del arduo trabajo y compromiso de sus productores, muchos de ellos de muy temprana edad. Se les podrá criticar muchas cosas, pero nunca jamás se les podrá acusar de vagos.
Por lo tanto, debemos concluir que los obstáculos que enfrenta el movimiento son de naturaleza social, política y económica. Si los productos orgánicos se venden a veces a precios extravagantes, eso no es culpa del agricultor, quien es sujeto a fuerzas políticas y económicas sobre las cuales no tiene ningún poder.
Sería bueno en esta coyuntura cuestionar algunas creencias falaces que prevalecen en el movimiento orgánico y que impiden que su mensaje y productos lleguen a una audiencia y mercado mayores. Una de esas creencias erróneas y dañinas es que “no necesitamos del gobierno para sembrar”.
Tal idea surge de los discursos anarco-libertarios que están muy en boga en los movimientos orgánico y ecologista. Es perfectamente natural que estos movimientos, que abogan por la descentralización radical de la sociedad y la revitalización de las economías locales, planteen la necesidad de una nueva relación entre las comunidades locales y el estado. Pero de eso a decir que no necesitamos del estado para nada, ya esos son otros $20.
Noten que dije anarco-libertario y no anarquista. Porque a quienes impulsan esos discursos el calificativo anarquista les queda grande. El anarquismo es una filosofía sólida y coherente que data del siglo XIX, fue una de las corrientes de pensamiento político más importantes del siglo XX, y promete serlo también en este siglo. Pero lo que se plantea aquí y hoy es otra cosa, no es anarquismo sino una colchoneta ideológica y una completa incoherencia teórica.
Creo que puedo hablar de anarquismo. Me formé en la década de los 90 en el Instituto de Ecología Social en Vermont, donde hice mi maestría. El instituto fue fundado por Murray Bookchin, ecologista radical y crítico social que fue uno de los pensadores anarquistas más importantes de la segunda mitad del siglo XX. Bookchin, revolucionario, izquierdista y anticapitalista, recibió gran inspiración del anarquismo español de la década de los 30 y postuló un descentralismo radical y la convergencia de los movimientos radicales revolucionarios con los movimientos ecologistas para formar una ecología verdaderamente social. Siendo erudito creyente en la modernidad y el progreso, denunció repetidas veces los irracionalismos de nueva era que empezaron a dañar el movimiento ecologista en los 70 y 80, y los oportunismos del eco-capitalismo. Pero más importante aún, al final de su vida se distanció del anarquismo al encontrar imposible evitar que éste diera paso al individualismo y por lo tanto le hiciera juego a la derecha neoliberal.
¿Realmente creen que no hace falta el estado para sembrar? Una investigación ligera y superficial es suficiente para demostrar que la gran mayoría de las semillas que se siembran en nuestro país hoy, ya sea en fincas orgánicas o agroindustriales, fueron desarrolladas por el sector público, por científicos, agrónomos y fitomejoradores del estado, trabajando en universidades públicas y servicios de extensión agrícola en Puerto Rico, Estados Unidos y otros países.
Además, la mayoría de los agricultores orgánicos se formaron en la universidad del estado, o en alguna universidad pública en Estados Unidos o de otro país, o se benefician de la sabiduría y asesoría de agrónomos y agricultores veteranos que se formaron en la universidad pública.
La agricultura, orgánica o no, es una profesión que conlleva serios riesgos ocupacionales. El trabajador agrícola que se dé un tajo serio con un machete, ¿a dónde va? Va al CDT más cercano. Si éste, por razones filosóficas, se opone absolutamente a la injerencia del estado en la sociedad, entonces que se busque un plan médico privado, y a ver cómo lo va a pagar con su humilde ingreso de agricultor. Y que envíe sus hijos no a la escuela pública sino a algún colegio privado.
Desafortunadamente, la práctica agrícola a veces genera tan poco sustento económico que el agricultor se ve forzado a buscarse un segundo y hasta un tercer empleo. Y si en ese caso el patrono le hace una jugada sucia y le viola sus derechos como trabajador, ¿a dónde acude? Al Departamento del Trabajo. ¿Y si se lesiona en el trabajo? Al Fondo del Seguro del Estado. Y si los jóvenes agricultores de hoy no gastan todo su tiempo y energías cuidando de sus viejos y sus abuelos es porque éstos reciben su Seguro Social o alguna pensión del gobierno de Puerto Rico.
¿Ustedes creen que ningún agricultor en el país recibe cupones, WIC, Plan 8 o Tarjeta de la Familia?
¡Dejemos a un lado las fantasías anarquistas e individualistas! Todos nosotros le estamos reclamando al gobierno todo el tiempo, irrespectivamente de nuestras creencias políticas o clase social. Eso no tiene nada de malo. Lo que está mal es decir “el gobierno nunca ha hecho nada por mí” y a la vez uno cantarse progresista. Después de todo, si usted cree que el gobierno nunca hace nada por usted, ¿entonces qué hace usted en un piquete contra la privatización?
La agricultura no es posible hoy día sin una inversión pública sustancial en las ciencias agrícolas. Hace falta investigación científica constante para que el agro pueda enfrentar retos, incluyendo el cambio climático y la invasión de especies exóticas. Esto no lo va a hacer Panamerican Grain ni Monsanto o Dow Chemical- le compete al sector público hacer esa inversión.
No podemos pretender que el agricultor cargue con la responsabilidad de realizar toda la experimentación e investigación necesarias para echar la agricultura hacia adelante. El agricultor está demasiado agobiado con obligaciones económicas y asuntos urgentes que atender, trabaja siete días a la semana y no es posible añadirle a la semana un octavo día para que lo dedique a investigación y desarrollo.
La sociedad civil no puede asumir el peso entero de esta encomienda, no es su deber estar haciéndole el trabajo al estado. La idea de que la sociedad civil puede y debe resolver todos los problemas de la sociedad es funcional a la privatización y el modelo neoliberal. El ver el voluntarismo y la filantropía como panaceas a los problemas sociales nos lleva al asistencialismo y el clientelismo, y a relevar al estado de su responsabilidad de velar por el bienestar de la ciudadanía. Así, el estado neoliberal se lava las manos de los problemas sociales y puede dedicarse de lleno a mantener el estado policial y a subsidiar a los ricos. Y eso no es lo que queremos.
Es por eso que hace falta en toda agricultura moderna una división del trabajo. Necesitamos de especialistas, como agrónomos, entomólogos, fitopatólogos, químicos y sociólogos rurales, entre otros, en el servicio público trabajando para la agricultura nacional. Ya tenemos eso. Se llama Servicio de Extensión Agrícola, se llama Estación Experimental, se llama Universidad de Puerto Rico. No podemos permitir que los privaticen ni que les eliminen los fondos. Son elementos indispensables para la soberanía alimentaria y la agricultura ecológica. Sin sector público no hay proyecto nacional.
Sólo el estado tiene los recursos y el poder coercitivo para llevar la agricultura por el camino correcto. Estamos hablando de seguridad alimentaria para 4 millones de personas. La iniciativa privada no es suficiente. No basta con media docena de pequeños mercados orgánicos que mueven una cantidad insignificante de dinero, ni con el número ínfimo de productores orgánicos que tenemos hoy.
Tenemos que urgentemente multiplicar la producción agrícola orgánica, necesitamos al menos docenas de mercados orgánicos en el país abiertos siete días a la semana, que acepten WIC. Esto sólo se podrá lograr transformando la estructura de subsidios agrícolas y la agenda de investigación científica de la universidad del estado. Necesitamos poner Extensión Agrícola y las estaciones experimentales al servicio de la agricultura ecológica.
¿Qué podemos hacer? Para empezar, los aliados de la agricultura orgánica debemos siempre sumarnos a las luchas socialistas, sindicales y estudiantiles, y a las protestas contra la privatización y el neoliberalismo. El proyecto agrícola nacional necesita de nuestra aportación a las luchas por proteger la esfera pública de la invasión de intereses privados.
Ya sé qué dirán algunos lectores: “Pero Carmelo, la Escuela de Ciencias Agrícolas del RUM es prácticamente una subsidiaria de Monsanto, y los extensionistas agrícolas no son más que agentes de venta de la industria de pesticidas”. Respondo a estas preocupaciones legítimas con una cita de ese gran filósofo Marcos Rodríguez Ema: “sacarlos a patadas”. A los intereses corporativos hay que sacarlos del servicio público y especialmente de la universidad pública, a las malas si es necesario.
Sí, es una lucha dura y en varios frentes. Pero, ¿realmente ustedes creían que la seguridad alimentaria agroecológica nos va a caer del cielo?